Capítulo V
Perdón
Actualmente…
- ¡Hola Jeremy! – saludó desorientada, si también los cyborgs después de un desgaste se desorientan.
- ¡Señorita, despertó! – Jeremy emocionado la desconecta.
- ¿Qué hago aquí? – pregunto, seguramente causé un desperfecto.
- Se desmayó en el mar… - me contó Jeremy.
- ¿Cuánto nadé? – quería saber qué era lo que había cansado mi enojo.
- Treinta y dos kilómetros – refiere Jeremy, sin ver el sensor.
- Bien, ¿quién está aquí? – suspiro, no quiero ver a nadie.
- Albert, George y yo – responde Jeremy, mirándome.
- Jeremy, ¿tengo matriz? ¡Nunca seré madre! – suelto anhelándolo como si no supiera la respuesta.
- ¡No pierdas las esperanzas! – me pide Jeremy con dolor. ¡Encontrarás la forma! – acepta emocionado y eso me da siempre un anhelo para seguir investigando.
- ¡Ya no tengo ninguna esperanza! – termino aceptándolo.
- Bien, ¿puedes levantarte? – me pregunta y yo me limitó a obedecer, me levanto rápidamente de la fría cama que me cobija siempre, una fría célula de descanso.
- Gracias – agradezco la única ayuda que entiendo y que me entiende.
- ¿Qué pasa? - pregunta Albert al ver que Jeremy me ajusta algunos circuitos.
- ¿Qué haces aquí Albert? – pregunto cuando cierro los compartimentos de mi brazo.
- No me contestabas el teléfono… - respondió tajante y alzando los hombros como si no le importara.
- ¡Estaba ocupada! – exclamo y sí, pensaba y recordaba.
- Nadaste sin decírmelo… - Albert tiene la osadía de reclamarme el obedecer el reglamento de ejercicio que él me impuso.
- ¡No todo voy a decírtelo! - respondí descontenta.
- ¡Podrías haber muerto, maldita sea! – y mi padre explota.
- ¡Ya estoy muerta Albert! ¡Qué más da que me quede varada en donde sea! ¡Soy un maldito Robocop! ¡Qué me puede pasar! – le grito, sí quizás exageré con eso del Robocop, pero eso es lo que soy, una maldita hojalata con circuitos.
- ¡Candy…! - exclama con congoja.
- Ya puedes irte… - le doy permiso de retirarse, aunque no creo que lo acepte del todo.
- George, Jeremy, nos dejan solos por favor – pide Albert y aquellos dos salen despavoridos del laboratorio, ¡cobardes!
- Sí señor, esperaremos afuera, abrir, cerrar – George indica a los sensores y la puerta abre y se cierra cuando ellos salen.
Albert me ponía tan tensa y lo que estaba por venir no me lo esperaba. Me metí al baño, como si lo pudiera utilizar en ese momento, antes mi baño era mucho más lindo, ahora tenía sólo tres conectores: el de energía, el de circuitería y el de flujo robótico. Cuando salí, él seguía ahí y yo no tenía muchos ánimos para escucharlo.
- ¿Todavía estás aquí? ¿Pensé que te habías ido? - pregunto cuando lo veo sentado en un sillón.
- No, aún ando por aquí, ¿te molesta? – me pregunta levantándose del sillón en el que se encontraba.
- ¡Harás lo que quieras de cualquier manera! – doy por hecho.
- ¡Me conoces! – exclama con ironía.
- Da igual… - respondo, a estas alturas que se quede, no me importa.
- ¡Candy, Candy! ¿Qué tengo que hacer para que me perdones? – me pide nuevamente, pero no sé a qué se refiere.
- ¡Claro que lo sabes! – responde mi grillo y yo obvio, no le hice caso.
- No puedes hacer nada para que lo haga – respondo continuando con lo que hacía, acomodar todo el relajo que tenía.
- Sí, sí puedo – respondió él resuelto a contar la verdad que su propia hija no sabía.
- Lo dudo - suelto como si nada.
- Cuando sucedió lo tú accidente… hubo una persona que también salió herida – comienza a contarme.
- ¡No me interesa! – resuelvo.
- Deje que te cuente, eso es lo que querías – respondió mi grillo.
- Esa persona se lanzó al mar para sacarte y perdió un brazo, el tiburón fue feroz contigo, cuando te sacaron George ya lo había matado, pero tú, ya no tenías varias extremidades, sólo de la cintura para arriba… - sigue a pesar de mi indiferencia.
- Los paramédicos te llevaron al hospital en helicóptero… conteniendo tu sangrado - siguió con su relato. La persona que te ayudó, fue trasladada en ambulancia, siempre te dio prioridad a ti, cuando llegó al hospital se decidió que le pondrían un brazo y que eso sería todo. Pero contigo la historia era distinta, habías perdido mucha sangre; tuve que tomar una decisión rápida, te convertí en un Cyborg Candy, lo hice, por tu bien y aún así, no funcionó del todo. Tu corazón comenzó a fallar y a pesar de los millones que te puse de máquina ibas a morir si no encontrábamos un corazón pronto. Esa persona en convalecencia te donó el corazón y lo demás ya lo sabes… - soltó de último observando el mar a lo lejos.
- ¿Quién era esa persona? ¡Dímelo, tengo derecho a saberlo…! - exigí.
- Confórmate con saber que alguien más perdió su corazón por ti para que lo valores… - cuenta Albert, comenzando a caminar hacia la salida.
- ¡Necesito saberlo! Necesito saber a quién le debo mi vida, aunque no sea como yo la quisiera… - refiero, con mucho cuidado.
- ¡Maldita sea, Candy! ¡Deja de decir estupideces y confórmate! – me contesto furioso.
- ¿Conformarme has dicho? ¡Mira cómo estoy! Nunca te has preguntado ¿cómo serán tus nietos? ¿Cómo serán con otra madre, porque no puedo engendrar? – Albert sabía que lo demás podría ser perdonado menos que su hija nunca tendría hijos, lo de los óvulos no era muy seguro, al menos que tuvieran una buena calidad y eso sí que lo dudaba un poco. Sé que probablemente no tendré hijos ni con mis óvulos congelados… - termino por decir, Dios Santo, soy ginecóloga no una reverenda tonta.
- No importa la incubadora, no importa si se parece a la madre sustituta, son tus genes Candy, haremos todo lo posible porque lo vivas, pero debes comprender que ¡estás viva! – Albert tenía razón, entonces por qué no podría perdonarle que me haya convertido en esto.
- Nunca lo haré ni lo sentiré… tengo derecho a saber ¿quién me lo donó? – pregunté de nueva cuenta, tenía que saberlo.
- Y ¿qué harás si lo sabes? – se acercó a mí encarándome y tomándome de los hombros.
- ¡Le agradeceré de mil formas! – respondí con lágrimas artificiales.
- Pues eso espero… - Albert se atrevió a mofarse, será que no me cree del todo.
- Me vas a decir ¿quién fue? – cuestioné.
- Yo… - sí, hasta en ese momento lo dudó, dudó en decírmelo y cuando lo hizo me quedé sin palabras.
- Y ¿cómo es que estas vivo? – Albert, mi padre me donó el corazón, eso no podría ser cierto.
- Tengo una máquina Candy, ah y un brazo electrónico también – me respondió sonriendo.
- Perfecto, ahora somos Claudia y Louis de entrevista con un vampiro en versión Cyborg – me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y me retiré de allí, sonriendo por la analogía. ¿Es en serio? – cuestioné cuando al darme la vuelta vi que no reía. ¡Es en serio…! ¡No Albert, dime que no lo hiciste! – mi padre, mi padre había hecho una tontería, en qué estaba pensando, eso fue un error. Mi corazón se estrujaba y entendió que no podría resistirse más, por lo que apenas entendí que ese mismo corazón era el que le dolió a él, me limité a llorar y a echarme a sus brazos.
- ¡Quería tenerte viva, ahora nunca moriré…como tú! – me dijo mientras sus brazos me cobijaban y sentía de nuevo su calor, ese al que obligué a vivir en la soledad por diez años.
- ¡Papá, no debiste hacerlo! – le dije, pero caso omiso es lo que obtuve.
- Candy, sólo quería que lo supieras, no me debes nada… me contenta saber que ya no me odias tanto… - dijo mi padre.
- No puedo creer que todavía lo estés pensando, ¡perdóname papá! – no me quería separar de él, no me iba a separar… al menos por el momento.
Al otro día, en la oficina…
- ¡Buenos días, Lucile! – saludé a mi secretaria, poniéndola nerviosa, creo que la estresaba.
- ¡Buenos días, señor Grandchester! ¿Se le ofrece algo? – cuestionó su secretaria acercándose a la puerta de su oficina que se encontraba abierta con su libreta de dictado.
- Llame a la señorita White, por favor – solicité atento sin verla, la idea de que esos dos tuvieran algo me molestaba en demasía.
- Lo siento señor Grandchester, pero no puedo hacerlo, la señorita White no llega sino hasta las once – Lucile me contesta con vergüenza.
- Y eso, ¿por qué? – pregunto, con asombro.
- Porque es la última en irse y además creo que porque detesta aglomerarse en el estacionamiento – responde Lucile con sinceridad.
- Genial una ejecutiva que no le gustan los atolladeros. Lucile puedes reunir a todos a las 11:30, por favor – le solicitó a mi secretaria a la que veo que asiente.
- Sí señor, en este momento les aviso a todos – me dice y esta a punto de retirarse.
- Gracias Lucile – le agradezco y sale de mi oficina y a mi me deja con un mar de sentimientos llamados celos.
- De nada, permiso – Lucile se va, cerrando la puerta de mi oficina.
- Pasa. Como que ella tiene muchos privilegios… - refiero en mi pensamiento.
Y a las once en el estacionamiento…
- ¡Llego tarde, desde que trabajo es la primera vez que llego tarde, demonios! – susurro cuando salgo por el ascensor de mi piso, es increíble que haya llegado tarde.
- Señorita White, llega tarde – me dice Emilie.
- Sí Emile lo sé, ¿algún problema? – le pregunto, pero no porque me haya reprendido, digo llegar a las 11:30 es un descaro y puede haber sucedido algo.
- No señorita, tiene una junta con el presidente dentro de cuatro minutos – me informa entendiéndome.
- Bien, ¡llévate esto, iré hacia allá! – justo cuando llego a mi oficina y le doy mis cosas a Emilie, además ella me detiene tan solo unos segundos.
- Tome, por si lo necesita – me da el contenedor con café que Tom siempre me regala cuando no paso temprano por su cafetería.
- Gracias Emilie – le agradezco y corro con zapatillas del numero 15 hasta el ascensor y luego al salir de este en el piso de presidencia, al igual corre hasta la sala de juntas de la dirección donde todos ya están reunidos.
- Permiso – pide ella pasar y se sienta junto a su padre.
- ¡Veo que ya llegaron todos! – refiero observando como la señorita White y Albert se toman de la mano y se sonríen mutuamente.
- ¡Buenos días! – saluda Candy fraternalmente, pensando que los demás lo harían también
- Buenos días, señorita White – saludé irónicamente. Bien, el propósito de esta reunión es para las condiciones laborales de los empleados de confianza. Tengo entendido que todos a excepción de la señorita White tienen un horario normal – informo.
- Sí, sólo ella tiene el privilegio de llegar tarde – suelta una pelirroja y curvilínea mujer
- ¿Por qué razón? - pregunto.
- Por… - Albert no sabe que decir.
- Porque casi siempre es la última en irse… - responde Jeremy haciendo que todos ellos afirmen.
- Bien, pues ahora todos tendrán que entrar a las nueve – alguien debería de quitarle los derechos a esa coqueta. No hay razón del por qué deba de entrar a otra hora – dije haciendo que su altivez no cambiara. Señorita White, díganos ¿por qué entra a esa hora? – pero eso si que quiero saberlo, a ver qué inventa.
- Porque me es difícil transportarme, por eso… - responde mirando a Albert.
- Bien, ¡levántese más temprano! – resolví decirle.
- Bien no hay problema, llegaré en cuanto pueda… - aseguré, pero él no planeaba dejarlo ahí.
- ¡No, a las nueve! – advertí con prepotencia.
- Es usted un… - tendría que obedecer.
- ¡Zopenco! Intente, otra cosa señorita White, veamos que excusa pones – esto lo dije en mi pensamiento, ya no tenía ninguna excusa para no obedecerme.
- Candy, me mudaré hoy mismo para ayudarte – escucho esa declaración por parte de Albert, qué hice, no estaba saliendo como lo tenía planeado.
- ¿Me queda de otra? – le preguntó la rubia a Albert.
- Por lo visto no, le diré a George que lleve mis cosas a tu casa – le sonríe él a lo que la rubia lo imita.
- Gracias – agradece ella volviendo a mi furibunda mirada.
Continuará…