Capítulo III
El accidente y tomando una desición
El accidente y tomando una desición
- Me puedes explicar ¿qué es esto? – Candy le bota los papeles de sistemas donde dice que ya no debe nada y que su deuda ha sido cancelada a Albert.
- ¡Tuve que cancelarla! ¡No me dejó otra opción! – susurra Albert en son de que ella baje la voz.
- Pero, habíamos acordado que te iba a pagar… aunque haya sido por algo que no necesitaba… - comentó ella con acidez.
- No tuvimos otra opción, Candy… - la mira con remordimiento.
- Tuviste otra opción, la que te di antes de la competencia, pero le tenías que hacer caso a todos menos a mí – refuta.
- Candy no vamos a discutir otra vez eso, ¡ya te pedí disculpas por diez años! – explica Albert subiendo un poco el tono de voz
- ¡Seguiré discutiendo hasta que aceptes que te equivocaste! – Candy sigue reclamándole.
- ¡No lo hice Candy! – Albert sabe que habla en serio.
- Sí, lo hiciste. Eso ya no tiene remedio de cualquier forma – Candy parece darse por vencida.
- ¿Por qué sigues viviendo en el pasado? – cuestiona Albert.
- ¡Porque tú me obligaste a vivir en el pasado, por eso! – y vuelve a los reclamos.
- No puedes decirme eso… - dice Albert al oír tal recriminación.
- Al menos aún conservo tres cosas: cerebro que me da derecho a decir que te voy a pagar, piel que me da el derecho de sentir todo lo que me haces y corazón que me da el derecho de decirte que esto no te lo perdonaré nunca, ¡te odio! – Candy después de esto sale de la sala de juntas y detrás de ella, Albert.
- Pero Candy, ¡espera, Candyyyy! – todos se dan cuenta y voltean a verlos.
- ¿Sucede algo? – preguntó Terry cuando al oír los gritos salió al pasillo.
- Lo siento, me siento indispuesto. ¿Necesitas algo más? – cuestiona Albert, sin mirarme.
- No, la cuenta ha sido cancelada, problema resuelto – respondió él cuando vio que el rubio soltaba algunas lágrimas y se dirigía al sanitario.
- Bien, te veo luego muchacho – Albert me deja allí en el centro de la oficina mientras él se mete al sanitario y yo salgo de la oficina.
- ¡Buenas tardes! – saluda una pellirroja despampanante.
- ¿Quién eres? – cuestiono sin más remordimiento y sin fijarme en la voluptuosa figura femenina.
- ¡Eliza Leagan, a sus órdenes! – se pone delante mío y extiende su arreglada mano.
- ¡Hola, señorita Leagan! ¿Qué sucede aquí? – la saludo, pero a mí esta clase de mujeres, no me interesan.
- ¡Ah, seguramente te refieres a eso que oíste! Pues la verdad no se sabe mucho, todo en torno a esos dos es… ¡muy hermético! – respondió la pelirroja con cizaña.
- ¿En serio? ¿Son novios? – pregunté con mucha cautela.
- Nadie lo sabe, ella llegó aquí hace diez años – responde Eliza, empujando sus senos hacia mí, lo que quería era saber por qué Candy le había gritado a Albert. Es dueña de la empresa… al igual que él, así que probablemente sean parientes – asegura.
- Y ¿nadie sabe nada? – preguntó él, la mujer que tenia al frente despedía sexualidad, pero Candy, Candy era la persona que a mi me interesaba.
- No – respondió sin más pasándose unos dedos por encima de los senos y dirigiéndolos a su cintura, lo cual hizo que huyera de ahí.
- Muchas gracias señorita Eliza, me disculpo tengo cosas que hacer, permiso – Salí huyendo tan rápido como ella se me acercó. ¿Seducciones a mí? ¡Vaya, eso no sucederá! – murmuré para mí cuando me dirigía al ascensor.
Había pasado gran cantidad de la tarde entre papeles sin darme cuenta de la hora.
- Señor ¿me puedo retirar? – preguntó Aline asomándose por la puerta.
- Sí Aline, buenas noches – le respondí observando que eran las siete de la noche.
- ¡Buenas noches, señor Grandchester! – se despidió ella.
- ¡Creo que seré el único aquí! – respondí antes de que Aline se retirara.
- No, la señorita Candy es la última que se va del edificio – me aseguró con una sonrisa.
- Bien gracias, puede retirarse – quería saber a qué hora salía y me dispuse a averiguarlo, así que le dije adiós a Aline, por el momento.
- ¡Hasta mañana, Aline! – me despedí de ella tomándole la mano.
- ¡Hasta mañana! – ella nerviosa, se retiró de allí.
- ¿Por qué la señorita White se va tan tarde? ¿Qué no tiene vida social, novio, familia? ¿Qué pasa? ¡Esto está muy raro! Vamos a ver pasa con ella… - cerré la computadora, tomé mi saco y salí hacia el estacionamiento.
- Se terminó mi día, ¡qué suerte! Antes me cansaba mucho, pero con los días he ido recuperando fuerzas. Quizás sea bueno intentarlo, nadaré un poco… sólo unos cuantos metros – pensé rápidamente. Pero primero tengo que salir sana y salva del estacionamiento – se bofó cuando vio que no había ningún auto por allí.
- Se dirige al estacionamiento, ¡qué bueno que me estacioné dos pisos arriba! ¿Qué está haciendo? Simplemente tiene que meterse al auto y ya, ¿qué tanto hace…? – me pregunto, quizás porque no sabía por qué se tardaba tanto, sólo esperaba que no me viera ahí espiándola.
- ¡Odio esto! Tener que recargarme de esta forma, ¿cómo es posible? Tres años y no me acostumbro, bien, ya hice la parte más difícil, ahora ¿cómo era? Nuevos modelos, bien así, esto es lo único bueno de ser lo que soy – termina por decir luego de que el cargador le dijera buenas noches, bienvenida.
- ¿Qué sucede? ¿Para qué quiere un modelo de transporte? ¿Tendrá algún defecto…? Bien, ya se va – Terry dice tomando el ascensor y corriendo hasta su auto lo más rápido que las piernas le dan, luego de lanzar un localizador GPS a la carrocería del auto.
La seguiré, al parecer no se ha dado cuenta que hay alguien más – refiere accionando en la computadora el sensor y viendo que el auto se dirige hacia la playa. ¿Viene de tan lejos a las oficinas? – me pregunto, como si alguien me fuese a contestar, aunque es más para mí, que para otras personas.
El camino es bastante fácil, parecería que aquí no vive nadie por lo menos unas millas a la redonda, las casas están muy dispersas, veamos, parece que llegamos…
- ¿Ya tengo vecinos? Bien, no importa de cualquier forma no estoy ansiosa de saludar a alguien – pienso cuando veo que a la derecha aparece un auto a lo lejos con luces neón.
Abrir, cerrar, día. Bien la oscuridad es buena. Sólo me quitaré la ropa y dónde está el sensor de ejercicio, ya lo encontré – Candy llegó y con tan solo decir lo que quería su casa lo hacía mientras fueran solicitudes cortas, al desnudarse se recogió el cabello, tomo el sensor de ejercicio y salió hacia la playa, introduciéndose al mar, se limitaría a nadar.
- ¡Qué hermosa casa, toda de cristales! Pero, ¿cómo le hace para prender y abrir puertas? ¿Qué cree que hace? ¿A dónde va? Parece que no se puede entrar por otro lado, ahí está una puerta, se podrá entrar por aquí, bien sí ya estoy adentro – de alguna forma tenía que verla.
Candy comienza a caminar poniéndose un gorro para el cabello, la marea está un poco alta y a ella no le importa, pero al mismo tiempo hace que Terry se preocupe.
- Nadar, un poco, ¿cómo pudo Albert cancelar esa cuenta? ¿Cómo se atrevió a hacerme esto…? – se pregunta mientras su braceo se vuelve constante.
- Tengo tres años pidiéndote perdón por algo que no pude consultarte – Candy recuerda las explicaciones de su padre, cuando apenas habían pasado tres años desde su accidente.
- No había forma de hacerlo, ¡tú lo decidiste! – replicó Candy con dolor, con un dolor que su corazón no comprendía.
- ¡Quise impedir que murieras, eso es tan difícil de comprender! – Albert siguió explicando.
- Es difícil si tú no eres el que vives en este cascarón, si lo único que tienes es corazón, cerebro y sensaciones, me quitaste oportunidades, papá – reclamó ella mientras seguía nadando.
- Congelamos tus óvulos Candy… - le recuerda él.
- Pero yo quería disfrutarlo, ¿por qué tenemos que discutir esto siempre? No hay remedio ya, me tienes viva y para qué demonios, si nunca disfrutaré una relación sexual con nadie, si nunca veré crecer mi vientre, si nunca seré madre, seré joven eternamente para ver pasar generaciones y luego qué – Albert no podía con esas verdades que se negaba a aceptar, pero para Candy el vivir eternamente no la hacía sentirse mejor.
- Y luego nos sobrevivirás… - respondió él en tono de broma.
- ¿En serio? ¡Eso piensas! – a Candy no le cayó bien esa idea.
- Debo dejar de pensar en eso – Candy volvió de los recuerdos y la ira iba creciendo, por lo que comenzó a nadar más rápido.
Mientras ella se internaba más en mar abierto, Albert intentaba comunicarse con ella por teléfono sin conseguirlo, lo cual le preocupaba en demasía.
- ¿Qué sucede Albert? – pregunta George que por enésima vez ve que Albert bota el teléfono.
- Candy no contesta su teléfono, sabes ¿qué significa esto? – comenta el rubio.
- Sí, emblema de agua, quizás esté nadando – informa cuando abre el localizador del sensor de deporte.
- ¡En diez años no lo ha hecho! – exclama.
- Quizás hoy sí quiso… - de igual forma lo hace George alzando los hombros en son de que así es.
- ¡Dios santo, debo ir! – dice Albert, preocupado por lo que podría estar pasando.
- ¿Por qué? ¿Preocupado? – cuestionó George.
- Cancelé su cuenta en la compañía – confesó la razón por la cual estaba preocupado.
- Te acompaño… - George entendió el motivo y salió detrás del rubio sin preguntar nada más.
- Vamos – Albert se animó y corrió hasta su auto para conducir hasta allá.
- Vaya, así que nada. Bien, buen ejercicio – observó Terry, quien observaba el braceo de Candy hasta que se desapareció.
- ¡Vamos George, corre! – unos minutos después un auto a toda velocidad chirrió las llantas y un par de hombres bajaron rápidamente entrando a la casa con tan solo una orden.
- ¿La ves en algún sitio? – George le pregunta a Albert que apenas entrando se dirigió a las habitaciones del fondo y luego al encontrarse en la sala ambos hombres vieron la ropa que estaba dispersa en el piso por lo que intuyeron que Candy había ido a nadar al mar.
- No, pero al parecer tienen rotulador de tiempo en la pierna – responde Albert cuando vio el seguro del sensor en el asiento de una silla. ¿Dónde están las lanchas? – Albert se movilizó lo más rápido posible.
- En el cobertizo, por allá – responde George abriendo la puerta colocando una mano en el recuadro invisible de acceso y dirigiéndose al cobertizo, sacando un bote y subiéndose a ella para luego accionar el motor.
- ¡Vamos, tenemos que localizarla! – apresura Albert a George cuando ambos cargan el bote.
- ¡Es Albert! ¿Qué hace aquí? – se pregunta Terry extrañado por la velocidad con las que ocurren las cosas.
- ¿Por qué Albert? ¿Por qué me diste esta vida? ¡Hubiese preferido morir! – piensa Candy mientras se detiene y en su cabeza suceden muchas cosas.
Candice estaba muy enojada… Tenía que seguir nadando…
- ¡Candy, Candy! – comenzó a gritar George, con megáfono en mano y una luz que enfocaba el mar que rodeaba la lancha.
- ¿Dónde estoy? – se preguntó Candy que ya no sabía en qué dirección se encontraba mientras que con la misma pregunta se trasladó a ese día…
- En el hospital pequeña – respondió un dolido padre que estaba al lado de ella.
- ¿Qué me sucedió? – pregunta la rubia, tratando de enfocarlo.
- Mientras nadabas te encontraste con un tiburón que te atacó y… - Albert se detuvo.
- ¿Y…? – Candy quería saberlo.
- Tuvimos que intervenirte… - Albert decía todo por partes.
- ¿Qué quieres decir? – Candy preguntó.
- Ahora eres un androide… - Albert decidió decirle la verdad.
- ¡No, no es cierto! ¡Albert, dime que no es cierto! – Candy se medio levantó y sintió nada en algunas partes de su cuerpo.
- Sí, Candy, sólo tienes piel, corazón y cerebro en buenas condiciones – confesó el rubio esperando que su hija entendiera.
- ¿Es una broma? – Candy no quería ni pensarlo.
- No… - respondió muy serio.
- ¿Qué pasa Candy? Tuve que hacerlo… - su padre esperaba que ella entendiera.
- ¿Por qué? – pregunto sin mirarlo.
- ¡Estabas prácticamente muerta…! – afirmó.
- ¡Hubiera querido morir…! – respondió Candy soltando lágrimas de impotencia.
- ¡Jamás digas eso! – Albert también se enojó con ella, dio todo por su vida y ella no entendía que es mejor estar vive que vivir sin ella, pero Albert tampoco le dijo toda la verdad.
- ¡No quiero verte, no quiero ver a nadie! – dijo Candy cuando rompió en llanto.
- Pero Candy… - rebatió el rubio.
- Pero nada, nada de Candy, ¡vete, vete Albert Andley, vete! – gritó Candy tan fuerte como pudo, tan fuerte que quería olvidarlo todo.
- Señor está alterando a la paciente, tiene que salir – le pidió una enfermera.
- ¡Algún día me lo agradecerás! – Albert tuvo una idea, pero muy mala para el estado de salud de ella, al menos por el momento.
- ¡Lo dudo, señor Andley! – nunca en su vida, al menos delante de él, volvería a decirle papá.
- ¡Lo hice por ti Candy! ¡Lo hice porque no quería que te murieras! Deberías de agradecerme que estás viva y no…
Continuará…