"Hacemos arder nuestro cosmos por... Terry"
Desde la Fundación K-G | Ataque de Amazonas en colaboración
oOoOoOoOoOo
Ahora sí... Apto para corazones sensibles.
Estúpida Revancha Ch. 3
Bomba atómica Terrytana.
Desde la Fundación K-G | Ataque de Amazonas en colaboración
CandyPecosa-Amazona Honoraria & Elby Ochoa-Amazona Marcela Luna
oOoOoOoOoOo
Ahora sí... Apto para corazones sensibles.
Estúpida Revancha Ch. 3
Bomba atómica Terrytana.
Capítulo II!
Por CandyPecosa
– ¿Es por ella verdad? – Le gritó a viva voz la rubia de lacia cabellera mientras apretaba sus puños y cerraba sus ojos recordando – Ella es la razón por la que no quieres estar conmigo… – Sigues viéndola… ¿Acaso no quieres que veas sus marcas en tu espalda?
– Déjame en paz. ¿Cuándo vas a dejar de fastidiarme con eso? – Dijo el joven sentándose en la cama tratando de quitarse aquellas botas de montar que en este momento tanto le fastidiaban al igual que la mujer que estaba junto a él.
– Desde la noche de bodas no me tocas. HE DADO MI VIDA POR TI Y ME PAGAS ACOSTANDOTE CON OTRAS. SOY TU ESPOSA GRABATELO DE UNA VEZ… – Le vociferó la rubia mientras tomaba al joven por una de sus mangas para llamar su atención. Estaba obsesionada con la existencia de otra mujer. Investigó y para su falsa tranquilidad sabía que la rubia enfermera se encontraba en Chicago, eso la volvía loca ya que era la única mujer que ella consideraba capaz de robarle a su marido; estaba segura que Terry sufría por ella, y encontraba cierto consuelo en ello. Que sufriera por no tener lo que deseaba, al igual que ella había pasado incontables noches pensando en él, las cuales se habían intensificado desde que lo probara en toda la extensión de la palabra.
Se encontraba desesperada, necesitaba sentir su aliento recorrer su piel, deseaba sentir el choque de las caderas contra las suyas. Las manos de Terry estrujar sus senos y que la hiciera explotar en mil pedazos como en su luna de miel.
Recordaba cada detalle de esa noche. Se centró en su goce personal, en sus ansias de al fin compartir el lecho de ese hermoso hombre que tanto la había rechazado. No podía negar que a su corta edad había tenido muy buenos amantes. De alguna manera era el ejemplo que había visto en casa. Así era que había logrado su primer protagónico.
Desde sus inicios en el teatro estuvo siempre acompañada de los más deseables caballeros. Todos sin excepción alguna morían por estar con ella. Todos besaban el suelo que ella pisaba, hasta que llegó Terry. Él no la miraba con los mismos ojos, él simplemente la ignoraba haciéndola sentir poca cosa, indigna de él. Eso había calado hondo en su orgullo. Desde entonces era que se había prometido así misma que ese hombre sería de ella, y que lo haría ver su suerte por haberse atrevido a despreciarla.
Desde la primera vez que lo vio, lo deseó. Fueron tantas las ganas que tenia de probar a ese hombre, que ninguno de sus amantes en turno pudieron ser capaces de saciarla. Ella no se consideraba promiscua (¿En serio?), tan sólo estaba en busca de algo. Eso que sólo podía alcanzar por breves momentos en brazos de esos hombres que la miraban e idolatraban. Aunque al final siempre terminaba igual, sintiéndose más vacía que antes.
Sus recuerdos volvieron a la apasionada entrega, dónde pudo sentir la cálida piel de Terry sobre ella y al éxtasis que experimentó entre sus brazos. Todo su cuerpo vibraba de sólo recordar aquel momento. Sin lugar a dudas había sido la mejor experiencia de toda su vida. Él era fuego puro, el trofeo que demostraba que ella era la ganadora.
Sabía que la había hecho suya gracias a la promesa que le había logrado arrancar a la insípida enfermera, pero no le importaba. Ella pudo tenerlo para sí, cosa que la insignificante rubia con todo su “infinito amor” no había podido obtener. Se lo merecía por atreverse siquiera a rivalizar con ella.
Tenía la certeza de que su esposo pensaba en otra en aquel momento de intimidad. Ella sabía que Candy todavía ocupaba un lugar importante en su mente y corazón, pero como su esposa, se aseguraría de que esa situación cambiaría con el tiempo. Que más le daba, si su ardoroso cuerpo era suyo. Ella, Susana Marlowe, era la dueña absoluta del hombre que ocuparía su cama desde ese momento hasta el final de sus días. Algún premio debía de tener por haberlo salvado a costa de su carrera.
Nada la había preparado para el mal sabor de boca que le dejó el final de tan gloriosa experiencia. La noche en la que se declararía ama y señora del delicioso cuerpo de su esposo se había visto ensombrecida. Alguien había estado antes ahí. Su espalda estaba marcada por otra. Bien sabía que el corazón de aquel hombre que tanto deseaba, ya estaba ocupado. El amor de Terry era para la enfermera de Chicago, se decía a sí misma que no le importaba, mientras que estuviera por siempre con ella. Pero su cuerpo era de ella y no pretendía compartirlo con nadie mas. La voz de su esposo la regresó al presente.
– No es como que se me fuese a olvidar; cada día me lo recuerdas – Le articuló el joven en un tono seco y sin mirarle a los ojos continuando con aquella labor que parecía tener más importancia que las constantes exigencias de su “Querida Esposa”
Dos meses habían pasado desde aquel nefasto día donde por orgullo, por ira o por dolor decidió seguir con aquello que hoy lamentaba más que nada en su corta vida. Dicen que “Mientras buscas la venganza, prepara dos tumbas, una de ellas será la tuya”; y sin duda alguna el joven cavó su propia tumba al aceptar ser parte de este enlace matrimonial que ahora veía sin sentido.
Luego de haberse traicionado a si mismo faltándole a ella decidió jamás volver a hacerlo. Había tomado la decisión de serle fiel a su esposa de corazón.
Jamás tocaría a ninguna otra mujer y aunque los reclamos de Susana eran diarios e interminables; tenía la firme convicción de cumplir con la promesa a sí mismo. Eso sería la fuerza que le impulsaría a seguir de pie. Él sabía que la amaba, que su cuerpo y alma le pertenecían. No existiría nada ni nadie en el mundo que borraría aquello que sentía por su amada pecosa.
No te entiendo Terrence. Dime… ¿Por qué? Soy tu mujer y tengo derechos y necesidades – Le gritó la rubia al intentar tocarlo una vez más, una noche más, una agonía más.
– No tengo deseos, duérmete – Le dijo dándole la espalda y cubriendo su cara con la suave manta de aquella fría cama que odiaba a morir, pero que tenía que compartir con ella. Luego de haberse dado cuenta del error garrafal que había cometido, se había sentido aún más culpable de rechazar a la mujer que le había salvado la vida. Por tal motivo había accedido a compartir la cama con ella, aunque solo fuera para dormir, aunque le resultaba cada vez más difícil.
– ¿Dime quién es ella? ¿Es Candice? ¿La has vuelto a ver? – Le volvió a gritar haciendo que este volteara a verla y le mirará fijamente. La furia apenas contenida se reflejaba en sus pupilas.
– Jamás, escúchame bien – Le dijo inclinándose hacia ella – Jamás vuelvas a mencionarla. A ella déjala fuera de esta estupidez de matrimonio que compartimos; que te quede claro, no te deseo, no quiero, estoy cansado. ¿Dime que otra excusa quieres para que me dejes dormir en paz? - Le dijo tajante mientras intentaba contener la cólera que rápidamente se apoderaba de él al tener que explicarle día tras día que no quería estar con ella.
– ¡ERES MI ESPOSO! – Le volvió a recriminar – ¡Yo tengo derechos!
– Si ya estás cansada de este “matrimonio” sabes lo que tienes que hacer. – Dijo volteándose y cubriéndose la cara nuevamente – Me avisas cuando quieras firmar el divorcio.
– Nunca, primero muerta que dejarte para que vuelvas con ella o con cualquier otra zorra que se te cruce en el camino –
– ¿Zorra? – Pregunto levantando su ceja sarcástico ante su elección de adjetivo. Pero su educación de caballero no le permitía contestarle como se lo merecía. – Deja ya de engañarte Susana, esto es lo que es, no eras ninguna niña inocente. Así que no pretendas aplicar tu bien estudiada rutina de damisela en desgracia que conmigo no te va. O peor aún la de esposa indignada y déjame dormir de una maldita vez – la discusión era lo mismo diariamente desde que Susana viera las marcas dejadas por su pecosa. Estas eran la fiel confirmación de que lo acontecido en su última noche en su apartamento no había sido un sueño, sino una hermosa realidad. Por momentos, su corazón seguía anhelando la posibilidad de volver a encaminar su vida a lo que tenía preparado antes del accidente. Pero le bastaba con percibir la pesadez de su compañera de cama, para admitir que ya era tarde.
Ahora entendía que sólo junto a Candy era que podía respirar, que solo con ella podía vivir. Su alma seguía en duelo. Cada noche recordaba aquel momento que entre mil caricias llegaban a la plenitud de su amor, pero ahora no estaba, en su lugar había un hueco, un hoyo negro que amenazaba con consumirlo por completo. Una vez más se sentía desolado, sufriendo por la ausencia de la única persona que le daba sentido a su vida.
Dos meses que no sabía nada de ella, ni una carta que le dijese que había llegado bien, ella se marchó. Al despertar le cayó el balde de agua fría que le representaba el desamparo mezclado con la hiel de su contundente renuncia a una vida juntos. Ella se había ido, había desertado a ser parte de su vida como su madre, como su padre, como todos.
Entendía sus razones, sabía que no había marcha atrás a todo lo que en ese momento vivía, pero la amaba y la deseaba no sólo a la mujer de ardiente cuerpo que descubrió en esa su noche, sino a la joven alegre que brillaba y hacia todo resplandecer con su presencia. Ansiaba colocar aquel pequeño anillo en las suaves, blancas y delicadas manos de la mujer que tanto amaba.
Se asfixiaba, cada minuto sentía que su vida se le iba de entre los dedos, dejando a un hombre que no reconocía, un hombre que codiciaba con ahínco regresar el tiempo y decirle en aquellas escaleras que no la dejaría ir.
Miró a su derecha y se dio cuenta que Susana ya estaba dormida. Se levantó de la fría cama, se colocó su bata y bajo a su estudio. Ya era costumbre todas las noches luego de pelear con ella, él se hacia el dormido esperando que su esposa hiciera lo mismo, para luego bajar al estudio a pensar en su pecosa y a desear desde lo más profundo de su corazón que volviese. Rememorando su encuentro, lo único que le había quedado para no morir. Lo único que era de ellos.
Odiaba amarla de esta forma, imaginando sus tímidas caricias recorrerlo. Aborrecía a su cuerpo por desearla y recordarla como cada noche lo hacía. Desahogándose pensando en ella. Era tan primitivo, tan solo un alivio momentáneo, un acto puramente carnal, que no tenía punto de comparación con lo sublime de lo que habían experimentado él y su pecosa.
oOoOoOoOoOo
Las luces se encontraban fijas en la pareja que intercambiaba promesas de amor, muy cerca uno del otro, tomados de la mano sus miradas lo decían todo. Él le recitaba versos del alma que hacían a más de una suspirar. Su acento inglés era notorio en estos momentos y la suave forma en que tocaba a la mujer denotaba que entre la pareja existía algo más que una amistad.
Sus zafíreos ojos se perdían en los castaños frente a él, expresándole con amor lo que ella deseaba escuchar. Ambos se demostraban cuan fuerte era el lazo que los unía, mientras el silencio hacia rebotar sus palabras en el recinto, logrando crear la atmósfera más romántica, superada únicamente por las letras del autor al que citaban.
– Suelta a mi esposo – Fue el furioso grito que se escuchó mientras todos los allí presentes volvían su vista a la mujer que en silla de ruedas entraba vociferando por todo lo alto. Exigiendo que Karen Klaiss se alejara de Terry. Ante sus ojos no era una obra de teatro lo que se proyectaba en el escenario.
No, para ella, era la realidad de una infidelidad, el motivo por el cual no podía ser feliz junto a su esposo. Karen Klaiss era esa mujer que cual gata callejera, dejaba muestras en la espalda de su hombre todas las noches y por ella es que él no la quería ni tocar. Ahora entendía sus largas horas de trabajo. Sus llegadas a altas horas de la noche y su mirada ausente; era por la actriz de segunda. La que había ocupado “SU” lugar en el escenario y que al parecer no descansaría hasta ocuparlo también como esposa de su marido. Esos pensamientos inundaban la mente de la ex actriz, mientras se dirigía lo más rápido que podía a donde se encontraba su esposo con la designada amante. Su rabia se reflejaba en lo turbulento de su mirada, iba directo a la joven actriz con el firme propósito de embestirla con su silla para herirla.
– ¿Qué te pasa mujer? – Le gritó el actor interponiéndose rápidamente entre Susana y su objetivo, antes que alcanzara a Karen, agarrando fuertemente la silla para evitar que siguiera su curso.
– Es por ella… ¿Dime? Es ella la mujer que te ha alejado de mí… DIME – Él se acercó a Susana intentando sacarla del lugar, pero la rubia le mordió fuertemente la mano y comenzó a gritar intensamente a Karen señalándola con el dedo agitándolo con violencia. La actriz la miraba y no entendía su proceder.
– ¡Es por ti, es por ti, te voy a matar! ¡No dejaré que me lo quites! Él es mío… Mío. Se lo quité a ella. Tú no eres rival para mí. Si pude contra ella, podré contigo – Siguió gritando hasta que Terrence la tomó cargándola entre sus brazos para alejarla del lugar.
Al llegar al camerino ella seguía reclamando desenfrenadamente y golpeando al joven. Él, la colocó en el sillón rojo que muchas veces utilizaba como cama para evitar llegar temprano a casa. La tomó por los brazos para tranquilizarla. Ella estaba fuera de sí, pero seguía manoteando, luchando por volver a donde se encontraba Karen así tuviera que arrastrarse. Sus chillidos se escuchaban en todo el lugar, muchos de los que no estaban en el escenario ahora salían de sus lugares de trabajo para buscar la causa de estos.
– ¡¡¡Tranquilízate!!!
– Nunca, ¿Entiendes? Nunca serás de otra que no sea yo. Eres mío Terrence y yo soy tu mujer – Le volvió a gritar – Soy tu esposa – vociferaba, esta vez con deseos de que los demás escucharan. Se sentía con total derecho sobre él y con autoridad de demostrar que ella era la única dueña del actor más cotizado del momento. Había sacrificado demasiado por él. Había tenido que renunciar a sus amantes por él. Después de esa tarde era él lo único que le quedaba, así que se aseguraría de que todo valiera la pena.
– ¡¡¡Detente, Susana estás haciendo el ridículo!!!
– Me importa un bledo, a eso he venido, a que le quede claro a la gata esa, y a todos los demás, que entiendan que soy tu esposa – Le susurró amenazante, mirándolo con sus ojos turbios, encendidos por la ira y la determinación.
Terry la veía desconcertado, tratando de reconocer a esa Susana que tenía frente a él...
OoOoOoO
¿Qué les parece?
Las Amazonas haremos arder el cosmo por Terry.
¿Ya me puedo ir saliendo de ice coffin?
OoOoOoO
Continuará...