** Musas Ardley ** ¡Sorpresa! Universo muy, muy alterno ** Apología No. 2 para George ** Fic **
Esta idea me revoloteó durante añísimos en la cabecita loca que tengo, hasta que pude plasmarla en papel. Espero la disfruten. Ya saben, los personajes que reconozcan, son de Mizuki e Igarashi, los que no reconozcan, son míos. Es una historia de tres capítulos, que, gracias a San Sisirifas (no canonizado todavía), ya tengo listos, así que espero subirlos en esta gf y no hacerles esperar hasta el 2020. Sirva también el presente aporte para festejar (con un poquito de retraso), el cumpleaños de mi mero amor hermoso.
George mantuvo como pudo el control del volante, mientras manejaba para alejarse del improvisado campamento del señor García, con la chiquilla rubia y de coletas forcejeando en el asiento contiguo.
-¡Espera, pequeña! -pidió.
No pudo continuar, ya que la niña trató de cumplir su amenaza y lanzarse fuera del automóvil, por lo que, manejando con una sola mano, tomó del brazo a la niña, a fin de evitar un grave accidente.
-¡¡SUÉLTEME!! -gritó Candy y acabó por darle un gran mordisco, a fin de zafarse del agarre del caballero europeo.
George no pudo evitar un quejido de dolor por la fuerza del ataque, aunque no aflojó su presa; aminoró un poco la velocidad, a fin de no perder el control del automóvil. Ya William sería el que pagara por esa mordida, se prometió, puesto que el muchacho rubio y de ojos azulez había sido quien le metiera en semejante lío.
Y vaya que le costaría cara esa mordida.
-Por favor, cálmate, no te haré daño -acabó por prometer, mirando a la niña con los oscuros ojos calmos.
Candy se impactó tanto con la tranquilidad y la seriedad de los ojos negros de George, que acabó por ceder y dejó de forcejear. Sin embargo, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a derramarlas en silencio. George aspiró profundamente, disfrutanto el momento de tranquilidad y miró de reojo a la chiquilla rubia.
-Llegaremos pronto al hotel y entonces te explicaré qué es lo que sucede -prometió y continuó manejando velozmente.
-¿Me venderá para ir a Londres?- se atrevió a preguntar Candy en voz muy baja.
George volvió los ojos hacia ella. ¿De dónde sacaría esta niña semejante disparate?
-No -respondió con seriedad.
La vio comenzar a temblar, los acontecimientos vividos esa noche le pasarían factura pronto. El mismo se sentía tan tenso. Si no se hubiese apresurado, el desgraciado traficante podría haber logrado su cometido y abusar de ella.
-Respira profundo -ordenó el caballero con voz tranquila.
De todas formas, la dejó desahogarse por un rato, pues el torrente de lágrimas parecía inagotable. No le tomó mucho tiempo llegar al hotel. Con rapidez ayudó a la chiquilla a bajar del automóvil y la guió, tomándola suavemente del brazo, para la habitación que había alquilado. El sol todavía no asomaba por el levante, aunque no tardaría en aparecer, comenzando otro día de vida y trabajo.
Candy iba muda, temerosa de que el hombre que tenía a su lado y que le sujetaba con firmeza imcumpliera su palabra y acabara por entregarla a alguna pareja que la alejara para siempre de su patria y de Anthony. George la soltó para poder abrir la puerta de una de las habitaciones. Candy se había sorprendido por la sobria elegancia del inmueble, lo que le dijo que su captor contaba con una buena posición y con dinero. Desde que el alguacil del pueblo donde se habían detenido el día anterior, ella y García, les dijera que había secuestradores, pensó que de llegar a ser secuestrada, sería encerrada en una especie de mazmorra donde la mantendrían en la oscuridad, a fin de ser vendida al mejor postor.
Lo que sucedió a la noche, cuando García se emborrachó y comenzó a manosearla y a intentar que bebiera de la botella, mientras la sujetaba con fiereza, fue mucho peor de lo que pudo haber temido en sus trece años de vida. La llegada oportuna de este hombre le produjo un alivio profundo, viendo frustrados los planes aviesos de García, pero la llenó de miedo al verse arrastrada y lanzada, sin ceremonia alguna, dentro del autómovil de color negro. Sus escasas pertenencias habían quedado en poder el traficante que le llevaba a México.
Una voz dentro de la habitación la sobresaltó.
-¿Papá?
Pertenecía a una niña de piel blanca, cabello color caoba y ojos negros, iguales al hombre que tenía a su lado. Candy la estudió detenidamente, calculando que tendría su misma edad. Vestía un camisón orlado de encaje, en color azul. Cuando ingresaron a la habitación, la chiquilla descalza se lanzó a los brazos del hombre, quien la recibió con un cariñoso abrazo y le besó la mejilla.
-¡Estaba asustada, pensando que te hubiese pasado algo!
-No, Constanza, todo salió bien -tendió una mano hacia Candy-. Ella es Candy.
-¡Hola! -saludó la chica-. Mi nombre es Constanza -se presentó.
La sonrisa de la niña moreno logró que la pequeña rubia sonriera a su vez.
-La dejo unos momentos en tus manos, hija -comenzó George-. Préstale un camisón y aýudala a que se cambie -miró a Candy-. Seguramente estarás cansada y te vendrá bien dormir un poco, a menos que tengas hambre.
-No -negó Candy-, prefiero dormir.
-De acuerdo, me retiro entonces, volveré en un rato.
George salió, cerrando suvamente la puerta a su espalda, sabiendo que su hija sería una magnífica compañera que ahuyentaría los temores de la pequeña a quien se había visto obligaado a secuestrar de manos de un patrón abusivo y repelente. Ahora, tendría que dirigirse al punto fijado con su propio jefe, a fin de dar cuenta de la aventura nocturna.
-Creo que te quedará bien un camisón mío -comentó Constanza, sacando de un armario la prenda en color blanco, con elegante encaje en la parte baja-. Te puedes lavar en el cuarto de baño -dijo señalando la puerta del mismo.
Candy obedeció a las recomendaciones, seguida por la chica morena, quien le sostuvo la toalla mientras la rubia se aseaba concienzudamente, deseosa del deshacerse del polvo del camino y de la sensación de suciedad que las zafias caricias de García le habían producido. Poco a poco, dejó sus temores atrás, mirando detenidamente la habitación en la cual se encontraba y que le hablaba de un cuidado y elegancia serenas. Empezó a creer que realmente el hombre que la había sacado de manos de García no haría nada malo contra de ella.
-¿El señor de bigotes es tu padre? -preguntó para iniciar una charla con Constanza.
-No se presentó contigo, ¿verdad? Es mi padre, se llama George Johnson -respondió Constanza, riendo ante el imperdonable descuido de su padre y a quien pensaba reprender en cuanto tuviese oportunidad.
-¿Tú sabes por qué me trajo aquí, contigo? -continuó Candy, mientras se vestía con el camisón blanco.
[size=18]-¿No te lo explicó? -preguntó, a su vez, Cosntanza, moviendo la cabeza con gesto de reconvención-. Vamos a entregarte en la Mansión Andley en Lakewood.
Candy se quedó de una pieza y los ojos verdes se abrieron inmensos, mirando a Constanza, quien le sostuvo la mirada con serenidad, heredada de su padre.
-El señor William Andley va a adoptarte, Candy.
La noticia le produjo un mareo.
-Te has puesto pálida -indicó Constanza-, creo que será mejor que te sientes.
La condujo a una de las dos camas gemelas que había en una pequeña alcoba, como parte de la gran habitación donde se encontraban. La otra cama, deshecha, le dijo a Candy que su nueva amiga había dormido en ella esa noche. Sentada en la orilla, con Constanza acomodada en su propia cama, continuó el diálgo.
-¿Es cierto que los Andley me van a adoptar?
Constanza asintió.
-Sí, papá me lo dijo hace unos días y me pidió que le acompañara, por sugerencia del señor William. Hasta donde sé, sus tres sobrinos se lo pidieron.
-¿Anthony, Archie y Stear se lo pidieron?
Esta noticia era maravillosa, seguro estaba soñando. La risa de Constanza la sacó de su ensoñación.
-Te ves totalmente sorprendida y se te notan mucho más las pecas, los chicos tenían razón cuando me contaron que tu cara estaba totalmente salpicada de ellas.
-¿Tú los conoces? -preguntó Candy-. Nunca te he visto en Lakewood.
-Yo vivo en Chicago, con papá, voy a veces de visita los fines de semana y en vacaciones. Aunque hace algunos meses que nos los veo. Aunque ellos y yo nos escribimos con frecuencia, son amigos míos muy buenos.
La sonrisa franca y satisfecha de Constanza logró nuevamente la sonrisa de Candy. Eso quería decir que Constanza también sería amiga suya.
-En Chicago estoy interna en un colegio, paso los fines de semana con papá -Constanza hizo un mohín de disgusto-, cuando él está en la ciudad. El señor William y él viajan muchísimo. Ya le he mandado decir que yo quiero ver más seguido a mi papá.
-¿Conoces al señor William? -continuó Candy.
-No en persona, aunque he visitado muchísimas veces la mansión de Chicago -informó Constanza-. De pequeña, viví ahí una temporada, con madame Aloy.
Candy se sorprendió de esto, jamás se hubiese imaginado a la tía abuela cuidando de una niña pequeña.
-Solo que cuando cumplí siete años, papá decidió que era tiempo de que estudiara “en serio” y me inscribió en un internado.
Candy bostezó, la plática la había calmado lo suficiente para que el cansancio le demandara a su cuerpo un sueño reparador.
-Será mejor que duermas un rato, papá vendrá más tarde por nosotras.
La chica rubia se recostó, arrebujándose en las suaves frazadas fragantes a limpio y poco a poco, el sueño la venció.
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oOoOo
[size=18]George bebía café en la pequeña cafetería, esperando al patriarca del clan; la mordida que la niña le había propinado le escocía. Ya había estudiado la misma, descubriendo un par de lugares donde los dientes habían logrado sacar sangre de su muñeca. Claro que podía entender a Candy por defenderse de esa manera ante un atacante, después de luchar como una pequeña leona contra García.
El recuerdo de la situación en la que la encontró logró enfadarlo, olvidando el escozor y el cansancio. No podía dejar de admirar la tenacidad de William por decidir recuperar a Candy de camino a la granja de México, en lugar de esperar el arribo de la niña a la misma y entonces devolverla a la Mansión de Lakewood. El, George, había sugerido esa posibilidad de primero preparar toda la documentación relativa a la adopción de la chica y luego hacerla llegar a Lakewood, ahora se daba cuenta de que había habido un gran posibilidad de que la niña nunca hubiese llegado a la granja.
-George -saludó William Albert Andley, tomando asiento frente a su representante.
-William -correspondió George-, llegas tarde. Debo regresar junto a las niñas.
-No les pasará nada -rió William ligero.
El muchacho podría dejar todo a la suerte, pero George, como padre que era, no se confiaba de la misma para el bienestar de su hija.
-Eso no lo puedes saber -rebatió-. Tenías razón en insistir sacarla de manos del traficante. Estuvo a punto de lastimarla -no quiso entrar tan de lleno en la situación en que la encontró, no hasta más adelante, conociendo el mal genio de los Andley-. Supongo que dormirá en estos momentos, la dejé con mi hija.
-Sabía que Costanza sería una magnífica compañera para Candy -comentó satisfecho el rubio.
George endureció un poco la mirada y sus labios finos se apretaron ligeramente.
-Te recuerdo que mi hija no está a tu servicio. Sé muy bien todo lo que le debo a la familia, pero no por eso voy a incluir a mi hija en tus deseos por complacer a esa niña.
-No quise decir eso, George -replicó picado William-. Conozco a tu hija y sé que es encantadora. Candy necesita una amiga sincera. Toma en cuenta que ha estado junto a mi sobrina Eliza durante mucho tiempo, bajo sus maquinaciones y las de su hermano y creo que una chica de su edad será de gran ayuda para ella.
-Te lo repito nuevamente, William, mi hija no está a tu servicio ni al de tus sobrinos -replicó George-. Además, no le veo mucho caso a que se conozcan, tu “nueva hija” vivirá en Lakewood, mientras que Constanza regresará a Chicago.
William aceptó el servicio de café que le acaban de llevar, dejó pasar unos momentos, mientras la mesera le llenaba la taza y cuando se alejó, reanudó su diálogo con George.
-Mis sobrinos consideran a tu hija una amiga. Y siempre he pensado en ella y en ti, como parte de la familia.
-No fue eso lo que sentí cuando me ordenaste llevarla conmigo en esta aventura -continuó George, terminando su propia bebida-. Tuve que sacarla con cualquier pretexto del colegio para cumplir.
-Lo siento, George, esto me urgía, es lo único que puedo decirte -se disculpó William, aunque los ojos azules no mostraban pena, sino una fuerza y una tranquilidad que competía con la de interlocutor-. Tú sabes, mejor que nadie, lo que un niño huérfano y desamparado puede sufrir. Cuando me enteré de la maquinación de los Leagan para mandarla a México y supe que Aloy no hizo nada para evitarlo, no tuve más remedio que poner en marcha un plan rápido para recuperarla.
-En eso tienes razón -concedió el francés.
George, mejor que nadie, sabía el daño al que se exponía una niña huérfana. El, como hombre, tuvo mejores posibilidades de sobrevivir en París, mientras recorría las calles más abyectas, buscando sustento cuando era unos años más joven que Candy. Pero había visto a varias de sus compañeras huérfanas ser arrastradas por la iniquidad y la maldad, tan solo por ser niñas, sin ninguna protección en el mundo.
-Eres muy celoso con tu hija, George -acusó con suavidad William, mirándole afable-. Si te pedí que la trajeras contigo, para recibir a Candy, no fue pensando en que estaría a su servicio, si no en que el encanto de tu hija le allanaría más fácilmente este trance a Candy.
-Reconozco que soy posesivo, sobreprotectos y celoso con Constanza. Y te pido comprensión. No quiero que ella se vea expuesta a lo que yo pasé cuando niño.
-Ella cuenta contigo y conmigo para protegerla, George. Y creo que aunque se vea muy poco con Candy, acabarán por convertirse en buenas amigas. Después de todo, los chicos quieren mucho a Constanza, a pesar de vivir alejados.
-De acuerdo, te pido disculpas por mi arrebato -ofreció el francés con una sonrisa cálida-. Me retiro, no quiero que estén mucho tiempo solas en el hotel.
-Toma -William entregó un portafolios negro.
George lo tomó sin preguntar nada, a sabiendas de que era la documentación que debía presentar ante madame Aloy, a fin de que recibiera a Candy como parte de la familia.
-Va la carta del patriarca hacia la tía abuela, anunciándole la decisión de que Candy quede bajo su tutela -agregó William.
-Bien -George se puso en pie-. Te veré en Chicago -se despidió. Paga la cuenta.
oOoOo
George ingresó a la habitación donde había dejado a las chicas. Era una suite, tal vez no muy grande, pues la ciudad donde se encontraban no estaba a la altura de las grandes orbes, pero pudo conseguir un lugar cómodo y elegante donde residir en esos pocos días que llevaba su aventura. Antes de asomarse a la alcoba donde dormían su hija y Candy, se colocó una bata de terciopelo y pantuflas. El cansancio comenzaba a cobrar factura y supo que no tardaría en dormir, rendido por la noche anterior. Acabó por asomarse suavemente a la alcoba de las niñas. Candy dormía profundamente, mientras respiraba de manera acompasada. Constanza, en cambio, tenía los ojos abiertos, pero permanecía quieta. Cuando vio a su padre, se levantó rápida y calladamente, a fiin de salir con él de la alcoba.
-Deberías dormir -comentó George.
Apenas darían las ocho de la mañana.
-Yo dormí toda la noche -replicó su hija, caminando con su padre a la pequeña e improvisada “sala de estar” que habían acomodado con los sillones de la suite.
-¿Se calmó Candy? -preguntó George.
-Sí, le conté que el señor William la adoptaría, por petición de sus sobrinos -informó su hija, mientras tomaban asiento.
-Así que has usurpado parte de mis responsabiidades, hija -George la miró con el ceño fruncido.
Constanza no se amilanó ante el gesto serio de su padre, pues le conocía muy bien y sabía que no lograba mantenerse enojado con ella más allá de unos poco minutos.
-Eres un fiasco con las damas jóvenes, papá -regañó, con gesto adusto idéntido al de su padre-. No te presentaste ante ella y no le explicaste nada de nada.
George rió divertido ante la reprensión de su niña y le tendió un brazo para que se acercara a él, depositando un suave beso en la mejilla de la niña, cuando se sentó junto a él.
-No la encontré en las mejores circunstancias para hacer gala de mis modales europeos, hija -explicó-. Ese hombre prentedía golpearla y tuve que sacarla a la fuerza de sus manos.
Ante el gesto de horror de Constanza, George continuó.
-Le di su merecido, la llevé prácticamente arrastrando al automóvil y le metí sin ceremonia alguna, me coloqué ante el volante y volé de regreso contigo. Estaba tan alterada, que me mordió.
George mostró la mano lastimada a su hija, quien le miró con grandes ojos y la boca abierta de sorpresa.
-Estoy bien, no me duele -explicó George-. Lo importante, era regresar contigo. Cuando despierte y coma algo, iremos de compras, hay que equiparla. ¿Cuento contigo, mi niña?
-Ya sabes que sí -replicó Costanza, besando a su padre con sumo cariño-. Este beso, para que te cures de esa mordida.
George sonrió satisfecho y bostezó profundamente.
-A dormir, monsieur Johnson -ordenó, levantándose del sillón y tomando a su padre de la mano, para obligarle a ponerse de pie.
-Como usted ordene, mademoiselle Johnson -George se inclinó con suma elegancia ante su hija-. No la despiertes -ordenó.
-Leeré un rato, hasta que tú y ella despierten -le dijo la niña-. Descuida, me portaré bien.
George se encaminó a su propia alcoba.
-¿Sabes, papá? -George se volvió a ver a su hija-. Es muy agradable y bonita, me gustará muchísimo ser amiga suya.
Continuará…
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Última edición por Lady Lyuva el Vie Abr 26, 2019 1:14 pm, editado 2 veces