** Musas Ardley ** Con los ojos del amor - Universo muy, muy alterno ** Apología No. 4 para George ** Fic **
Ultimo capítulo, por lo menos por ahora, esperando que la musa no me abandone y pueda retomar este Universo alterno más adelante. Espero lo disfruten. Ya saben, los personajes que reconozcan, son de Mizuki e Igarashi, los que no reconozcan, son míos.
George podría sentirse en esos momentos como el chofer de la familia Andley, mientras conducía con rapidez, eficacia y el cuidado que le eran característicos. Solo que en los asientos traseros del lujoso automóvil puesto a su disposición, una de las pasajeras era su propia hija, así que se limitó a sonreír mientras escuchaba charlar a las dos niñas como pericos.
En realidad, ese intercambio comenzó desde el desayuno, o más bien, desde que las chiquillas habían abierto los ojos a un nuevo día. Candy se notaba ansiosa, con el inminente arribo a su nuevo hogar, Constanza, charlatana por naturaleza, le contestaba cuanta pregunta formulaba la pequeña rubia, vestida en tono palo de rosa, en una suntuosa tela que realzaba la figura menuda y delicada. George, subjetivo con su hija, a quien adoraba por sobre todas las cosas, decidió que no desmerecía en nada a Constanza, quien se movía con la elegancia de siempre, herencia de sus padres.
En cuanto terminaron de desayunar, liquidar la cuenta del hotel y ascendieron al automóvil, las dos chicas se acomodaron en los asientos posteriores, cosa que extrañó a George, ya que su hija acostumbraba acompañarle como copiloto. Durante el intercambio de las niñas, el caballero se mantuvo al margen, enterándose de la vida de la pequeña huérfana que había rescatado hacía pocos días; claro que igualmente, Candy se enteró de gran parte de la vida diaria de la pequeña familia Johnson, lo que no hizo mucha gracia al caballero francés, que tendía a ser sumamente hermético con su vida.
Con el ceño ligeramente fruncido, soportó la cháchara de las dos niñas, que hablaban como si se conocieran de toda la vida, entre las frases, George escuchó la promesa de ambas de escribirse rutinariamente, lo cual estuvo a punto de provocar un bufido de exasperación, no contra las niñas, si no contra su propio jefe. ¿Acaso la vida continuaría refregándole en las narices la razón que el joven escocés tenía respecto a Candy y su propia hija? El camino, mal que bien amenizado por las voces agudas y las risas de Candy y Constanza, se hizo ligero y rápidamente se acercaron a su destino.
-Pronto llegaremos -les indicó cuando entró al pequeño pueblo cercano a la Mansión.
No era necesario anunciarlo, tanto Candy como Constanza conocían el mismo, pero creyó oportuno ir cortando la charla de las chicas. Candy se mostraba un poco inquieta, ante la perspectiva de reencontrarse con sus nuevos primos, Georgo ocultó su propia inquietud, sabiendo que le esperaba una batalla con la matriarca del clan Andley.
Al entrar a la propiedad de los Andley, delimitada por el portal y el enorme jardín de rosas, tanto Candy como Constanza quedaron en silencio. George disfruto los escasos minutos que esto duró, hasta que estacionó ante la entrada principal. Para sorpresa suya, no solo salió el mayordomo a recibirle, si no que los jóvenes Cornwell y Anthony bajaron corriendo la escalera que llevaba a la puerta principal.
-¡Candy! -llamaban los tres, con los ojos llenos de sorpresa y deleite.
George descendió con rapidez, abriendo la puerta trasera del automóvil, a fin de permitir bajar a su hija y a Candy del mismo. Los chicos se lanzan sobre las dos pequeñas, en un galimatías difícil de entender.
-¡El tío William me adoptó! -informa Candy con rapidez.
Stear, después de abrazar brevemente a Candy, en señal de felicitación, se apropia de la hija de George, apretándola fuertemente, bajo la mirada seria de su padre.
-¡Constanza, te hemos extrañado mucho! ¿Te quedarás con nosotros una temporada?
La alegría de los chicos, que revolotean de una a otra niña, se ve cortada por la aparición de la matriarca, flanqueada por los hermanos Leagan. Los tres comparten la misma mirada altiva y despreciativa hacia la rubiecita, vestida con la mayor elegancia posible, obra de Constanza Johnson.
-¡¿Qué significa esto, Johnson?! -exige la dama.
-Madame Aloy, el señor William envió esta carta para usted, explicando.. -comenzó el moreno asistente del patriarca, cuando la voz ansiosa de Stear le interrumpió.
-¡El tío abuelo William adoptó a Candy!
El rostro de la anciana mudó de tal manera, que todos se quedaron de una pieza; los ojos le relampaguearon de ira, la boca se apretó hasta formar una sola línea y las cejas se juntaron casi hasta formar una sola.
-¡¿De qué se trata todo esto?! -demandó de Johnson, mirándole furiosa, para luego posar esa misma mirada en Candy, quien se pegaba a Constanza, con los tres varones Andley rodeándolas en un triángulo protector.
-El señor William decidió adoptar a Candy, madame Aloy -explicó George, con calma, sin perder la serenidad que le caracterizaba-. Traigo conmigo todos los documentos que avalan dicha adopción.
-¡No puede ser verdad! -intervino a gritos Eliza Leagan, ganándose una mirada indiferente de George.
-¡Candy es una ladrona! -agregó Neal.
-¡No he robado nada! -se defendió la rubia, vuelta una furia ante la difamación.
Los chicos Andley se volcaron en gritos de defensa, Anthony fue más allá, lanzándose sobre Neal, a quien derribó de un puñetazo, ganándose un grito de parte de la tía abuela.
-¡Candy tiene la culpa de todo esto! -continuó Eliza, con el rostro rojo por la ira y la impotencia, al ver el fracaso de su plan original.
oOoOo
-Y bien, Johnson -la anciana se encontraba majestuosamente sentada en su sillón de piel, con las manos una sobre la otra en el escritorio-, ¿puedo saber qué mosca le picó a William para tomar tal decisión?
George permanecía de pie ante la dama, puesto que no le había ofrecido asiento alguno, lo que hizo entender al caballero francés lo molesta que se encontraba por la situación que se le había presentado. En momentos como ese, George detestaba ser el portavoz del venerado patriarca, porque le tocaba ser el recipiente de la cólera de los demás. Y madame Aloy era una persona muy difícil de tratar cuando explotaba contra algo con lo que no estaba de acuerdo. George la conocía muy bien, puesto que al morir su hermano y mientras William crecía, Aloy fue la mujer que se dio la tarea de sacar adelante al clan, tanto en lo económico como en lo familiar, la pérdida de sus seres queridos la convirtieron en una mujer fuerte e independiente, a pesar de respetar la voluntad del patriarca por sobre todo, no deja de externar su opinión, por muy contraria que sea a las órdenes recibida.
Y aquí está el guardián, recibiendo lo más calmadamente posible, la diatriba en contra de la adopción de Candy, hecha por William sin tomar en cuenta a nadie.
-Madame Aloy, William recibió cartas de sus sobrinos, pidiéndole ayudase a la niña -comenzó George.
-¿Por qué demonios no le pediste que lo pensara mejor y lo hablase conmigo? -interrumpió la dama.
Solo con George se permitía perder parte de su frialdad y se dejaba llevar por sus sentimientos y emociones.
-Tampoco a mí me pidió opinión, me puso ante la situación ya decidida; me ordenó rescatarla de manos del traficante y entregarla a usted -se defendió George.
-¿Y se puede saber qué hace tu hija implicada en este asunto? -continuó la dama.
-William me pidió la llevara para que Candy se sintiera más tranquila ante el cambio de su situación.
La dama apretó los labios, George sabía que Aloy quería mucho a su hija y esperaba el reproche por los meses que habían pasado desde la última vez que niña le visitara.
-Madame, permíteme informarle algo: Candy corría un gran peligro en ese viaje -los ojos negros del caballero se endurecieron al recordar la manera en que había tenido que sacarla de manos de García-. Ese hombre estuvo a punto de abusar de ella. Además, puedo asegurarle que lo que se dice de ella son calumnias, es una niña dulce y honesta, la educación en el orfanato donde se crió fue siempre a favor de la verdad y el bien.
Madame Aloy se quedó muda por unos momentos. Jamás se le ocurrió que al castigar a Candy por su supuesto crimen la pudiese poner en tan grave riesgo.
-Si lo que me cuentas es verdad… -comenzó en tono neutro.
-Lo es, madame Aloy, he convivido con ella estos días y me he dado cuenta que es una persona muy valiosa. Constanza se ha hecho muy amiga de ella, han prometido escribirse todos los días.
George sabía que la anciana matriarca tenía en alta estima a su hija, a quien había tenido brevemente bajo su tutela, por lo que la consideraba una niña muy bien educada y que podía fiarse, hasta cierto punto, de su criterio.
-La voluntad del patriarca es inapelable -declaró, con un rictus forzado-, Candy se queda en esta casa, bajo mi tutela, según lo ha dispuesto William, lo que no significa que esté de acuerdo. No puedo creer que haya prestado oídos a los deseos de ese trío de mozalbetes.
La dama tomó el portafolios que George había llevado y lo abrió con parsimonia, leyendo con cuidado los documentos, acabó por invitar a George a tomar asiento con un gesto de la mano.
-Supongo que William sabe que no es posible que él funja como padre de esta criatura -indicó.
-La adopción de Candy es legal y nadie pondrá en duda que es miembro de la familia Andley de ahora en adelante -refutó George en tono seguro y firme.
Madame Aloy se limitó a apretar los labios.
-Espero y reconsideres mi proposición de que Constanza viva aquí en Lakewood y que sea yo la encargada de su educación. Eso permitiría que te dediques a clan con mayor libertad. Te aseguro que tu hija estará bien cuidada y setá educada como toda una dama.
Con madame Aloy, siempre volvía al mismo punto: entregarle la tutela de Constanza, a fin de que el guardián se dedicara en cuerpo y alma a la familia que le acogió. George estaba consciente de su deuda, la cual pagaba con creces, pero no estaba dispuesto a incluir a su hija en ese trato. Por lo tanto, su propia vida estaba entregada a Constanza y al clan Andley. Y la dama frente a él tendría que conformarse con lo que el guardián daba voluntariamente.
-Constanza está feliz en su colegio, madame Aloy, no podría cambiar su vida de esa manera. Le agradezco nuevamente su oferta, sin embargo, quiero tener a mi hija lo más cerca posible a mí.
El caballero se puso en pie y se inclinó respetuosamente.
-Es hora de que Constanza y yo volvamos a Chicago, sir William está deseoso por conocer el resultado de esta... aventura.
Aloy le dio su venia con un movimiento de cabeza, quedándose sola en su despacho. Una vez más, George rechazaba su oferta de acoger a Constanza, a quien la matriarca quería profundamente. Claro que no lo reconocería abiertamente y sintiéndose competir con el padre de la chiquilla por su cariño. Y eso que había algo que la tía abuela había evitado contarles, tanto a George, conociendo su intransigencia, como a William, quien no apreciaba en demasía a los Leagan.
La primera opción para dama de compañía de los Leagan había sido Constanza; cuando Raymond y Sarah decidieron conseguirle a Eliza una acompañante de su edad, Sarah se apresuró a apersonarse ante su madrastra y solicitar que la matriarca pidiese a George les entregara a su hija, pensando que la anciana estaría de acuerdo y apoyaría su idea. Sarah se equivocó, Aloy le hizo ver que George no aceptaría dejar a su hija al lado de Eliza, sin contar que las dos niñas nunca habían congeniado. Sarah no protestó más que para deplorar la ingratitud del francés, quien le debía todo lo que era a su familia, pero desechó la idea con un encogimiento de hombros, puesto que no estimaba más a George de lo que estimaba a su propio mayordomo, solo se apresuró a comunicar la noticia a su marido, quien le dijo que pensaría en alguien más. Lo que nunca se imaginó Sarah Leagan fue que Candy White, una huérfana de dudoso pasado, ingresara a la familia.
Aloy salió por fin del despacho, deba comenzar a tomar medidas para la estancia de la nueva integrante de la familia.
George encontró a su hija y a los Andley, Candy incluida, en el comedor de la mansión, riendo, charlando y comiendo pastel.
-Es hora de irnos, Constanza -avisó con suavidad.
Candy parecía feliz, por lo que el guardián entendió que daría buenas noticias al patriarca. Un cúmulo de voces varoniles comenzó a protestar, ante la orden dada.
-George, deja que Constanza se quede unos días con nosotros-suplicó Anthony, siempre llevando la voz cantante, a pesar que Stear era el mayor de los primos Andley.
-Sí, George, hacía mucho tiempo que no nos visitaba y la extrañamos.
-Lo siento, chicos, no puede ser, Constanza ha perdido varios días de clases y debe volver al colegio.
Un movimiento de cabeza en sentido negativo reafirmó la explicación de George.
Su hija se mantenía tranquila, pues sabía que su padre no aceptaría que se quedase en la mansión, además, ella quería pasar un día a solas con él.
-Prométenos que la dejarás visitarnos en vacaciones -pidió Archie.
Candy y Constanza permanecían en silencio, la primera no sentía la confianza suficiente para pedir que su nueva amiga se quedara y la segunda, porque sabía que su padre no le permitiría perder más días de colegio.
-Tomaré en cuenta su petición, chicos.
Los Andley tendrían que conformarse con la vaga promesa.
Al contrario del viaje anterior, el silencio reinaba dentro del automóvil, mientras George conducía hacia Chicago, de vuelta a su hogar, a fin de dejar a su hija y entrevistarse posteriormente, con el patriarca Andley. Al mirar de reojo a su hija, George la descubrió pensativa, con un gesto muy propio de ella: pasando la punta de la lengua por su labio superior, de manera suave y, según George entendía, inconsciente. Ese gesto no lo había heredado ni de él, ni de su madre. La niña lo empezó a hacer desde los tres años. Y su padre se dio cuenta de que era una persona diferente a él y a su difunta esposa.
En esos momentos, el corazón del padre se estrujaba ligeramente, reconociendo en su hija una persona diferente a él. Con la pérdida de su amada esposa, George se volvió posesivo y sobre protector con la niña. Pero su propia experiencia de vida le hizo saber que Constanza no se beneficiaría con volverse una niña mimada y dependiente, así que respetaba su identidad y se propuso de dotarla de las armas necesarias para enfrentarse al mundo. Hombre metódico, había construido un patrimonio respetable para su única hija y le procuraba la mejor educación posible, Constanza era una niña centrada y responsable, buena estudiante y todo indicaba que seguiría los pasos de su padre e ingresaría a alguna universidad.
George se atrevió a interrumpir el tren de pensamientos de su hija.
-¿Estás molesta porque no permití que te quedaras unos días en Lakewood?
Rápidamente, la lengua rosada se ocultó en el interior de la boca y los ojos oscuros se fijaron en el rostro del padre.
-No, papi -respondió tranquila la-. En realidad, quería regresar, tengo examen la próxima semana y he de estudiar; además, tengo un trabajo que entregar de Lengua.
George sonrió.
-Papi... -la chica esgrimió su mejor sonrisa-, ¿permitirás que visite a Candy en las vacaciones?
George devolvió la sonrisa y se dio perdido. Aún así, quiso dejar claros algunos puntos con su niña.
[size=18]-Constanza, veo que tú y Candy se han vuelto buenas amigas. Sin embargo, quiero que te quede claro que ella ahora es una Andley y la deberás tratar igual a los jóvenes.
-Sí, lo sé -el ligero suspiro hizo que George enarcara una ceja, mientras manejaba-. Me contó todas las groserías que los hermanos Leagan le hicieron desde que llegó a su casa.
Ante el tono contenido, George hizo una ligera mueca, perdiendo su talante serio.
-Esos hermanitos son el demonio -declaró.
Constanza sonrió traviesa, sintiéndose cómplice con su padre.
-Candy y yo prometimos escribirnos -continuó Constanza.
George asintió, conocedor de este hecho.
-No me respondiste cuando te pregunté si permitirás que pase las vacaciones en Lakewood -picó Constanza.
-Lo haré, siempre y cuando recuerdes qué lugar ocupa Candy y sobre todo -enfatizó-, que tú recuerdes que eres hija mía y que el único Johnson empleado por la familia Andley, soy yo. Estoy de acuerdo que tú y Candy sean amigas, pero no me gustaría que te conviertan en su acompañante o en su doncella.
-No lo permitiré, papi -prometió la niña.
George sonrió satisfecho, le gustaba compartir con su hija sus pensamientos e ideas. La sabía madura e inteligente, aunque siempre sería para él "la niñita de papá".
Prácticamente no hablaron hasta llegar a su hogar, en Chicago, en un barrio de clase media alta. La casa era de dos pisos y contaba con comodidades de lo más modernas, al igual que la casa Andley, idea copiada de su joven jefe, quien gustaba de ellas, como paradoja de lo mucho que adoraba la naturaleza y el mucho tiempo que acampaba al aire libre. La casa contaba con cochera y George estacionó con rapidez, a fin de permitir descender a su hija, quien fue recibida por Gertrude Fisher, el ama de llaves y encargada de Constanza desde que George se mudara con ella de la casa Andley.
-¡Nana, ya volvimos! -avisó la niña, feliz de estar en su hogar.
-Eso veo, la comida está lista, seguro tienen hambre.
La mujer estaba en la mediana edad, era soltera y adoraba a la hija de George ferozmente. Vivía de planta con ellos, y contaban con una muchacha más joven que asistía por días para tareas más pesadas, como el lavado de ropa y las compras.
-Después de comer tendré que salir a la mansión Andley -avisó George.
El mohín de su hija le hizo levantar una ceja.
-Pasaremos el día de mañana juntos -prometió-. Debo informar a sir William de lo sucedido con Candy.
-Está bien, prepararé galletas de avena para la merienda -tentó Constanza, sabedora de que a su padre le gustaban las mismas.
-Volveré lo más pronto posible, entonces.
Al terminar de comer, George besó a su hija y salió, con su portafolios, a hablar con su jefe, rogando porque la entrevista no se alargara demasiado.
No tuvo tanta suerte, William estaba ansioso por conocer hasta el detalle más nimio de su aventura, mas los muy relegados pendientes de negocios, poco atendidos por el muy joven patriarca, más engolosinado por la aventura de rescatar, como caballero galante, a una damisela rubia en peligro.
Conociéndolo como lo conocía, George detalló pacientemente los momentos pasados con Candy, alabándola sinceramente, reiterando que la rubia y su propia hija se habían convertido en buenas amigas y continuarían escribiéndose, a fin de acrecentar dicha amistad.
Al terminar el informe, dio paso a atender los documentos más urgentes. Tuvo el deseo de bufar, viendo pasar las horas. Cuando William ordenó la cena para dos, ya no tuvo ánimos para rebatir con su joven jefe.
Llegó cerca de la medianoche a su hogar, muerto de cansancio, aunque admitiera que departir con William no era un sacrificio. Sin embargo, George deseaba descansar y pasar unas horas con su hija, antes de llevarla al colegio.
-Mañana no nos veremos, William -advirtió al despedirse del patriarca.
-Saluda a Constanza de mi parte y disfruta el descanso -deseó el rubio, con una amplia sonrisa.
Envidiaba la vida de George, con una niña que le esperaba y le amaba, con quien compartir los desayunos y las lecturas.
La señora Gertrude le esperaba, a fin de atenderle antes de descansar.
-Señora Gertrude, puede retirarse, solo tomaré un poco de leche -pidió.
George se sirvió la leche, fresca por la nevera, buscando la fuente donde su hija guardaba las galletas de avena, tapada con una servilleta blanca, bordada con un ramillete de flores, con algunos defectos en los puntos, debido a que su niña la había bordado cuando tenía siete años de edad, y de la cual se sentía orgullosa, por ser su primer trabajo.
George comió de pie (acto incorrecto que de vez en cuando, cometía al estar a solas en la cocina), saboreando las dulces galletas, especialidad de Constanza, que las había aprendido a hacer desde los cuatro años, bajo la supervisión de su nana. Subió a su alcoba, donde se cambió por una cómoda pijama y bata afelpada, calzado con pantuflas y después de cepillarse los dientes, salió en silencio para echar una última mirada a la habitación de su hija.
Abrió la puerta con cuidado, la luz del pasillo le reveló a su hija, profundamente dormida, con el oscuro cabello trenzado y cubierta hasta la barbilla con las cobijas. George entró silencioso, sonriendo al sentirse arrebatado pir la ráfaga de amor que sentía por la criatura. Recordó la primera vez que la miró, recién nacida, al tomarla en sus brazos. Esa era la imagen que siempre se le venía a los ojos: sus ojos posados en la carita pequeña y fina, congestionada por la prueba del parto y que a él le pareció la más bella del mundo.
-Siempre mírala con los ojos del amor-pidió Catalina, con sus últimas fuerzas y mirándole con ese mismo amor.
El cumplía siempre la promesa hecha, sobre todo en las noches, cuando entraba a darle el beso de buenas noches a la niña. Siempre recordaba la primera mirada dirigida a su bebé, unos momentos antes de que Constanza fijara sus ojos de desenfocadas pupilas aún en los de su padre. Sus ojos se llenaron de lágrimas, las cuales derramó desde ese momento hasta muchos días después de la partida de su esposa.
Se acercó a la cama y se inclinó a besar la frente de su hija, resistiendo el deseo de recostarse junto a ella, como lo hacía cuando era una párvula y le leía cuentos para dormir, con la niña acurrucada contra él, hasta quedarse dormida. Constanza se removió ligeramente, al sentir los labios y el bigote de su padre, pero no despertó.
George salió silencioso, a fin de dormir y esperar la mañana, disfrutando su día libre con su familia. Dormiría profundamente, deseoso de escuchar el saludo de su hija al empezar la nueva mañana: "¡Buen día, papi!".
*** FIN ***[/size]