Chicas les pido un disculpa por tardar tanto en actualizar, pero he tenido mucho trabajo, además de unos problemitas de salud, espero que les guste...
Capítulo II
La noche avanzaba y María junto con los afables ancianos esperaba la llegada de Michael, sin embargo, las horas parecían haberse estancado, el tiempo no transcurría y la espera se tornaba cada vez más tormentosa. Mientras en sus habitaciones los niños yacían completamente dormidos. En la estancia de la casa, alumbrada por algunos candelabros en los que las velas iban derritiéndose lentamente, la mirada de ella estaba clavada, hipnotizada, se había cansado de orar, ahora sólo contemplaba el moviendo oscilante de las llamas que de momento parecían extinguirse. Marian iba y venía prendiendo cirios a las imágenes santas ubicadas en un pequeño nicho, en tanto que Nicolás junto con los mozos del señor Morgan había salido a buscar algún indicio de su patrón.
El edificio era viejo, su fachada que en un tiempo lució hermosa, el paso del tiempo había hecho estragos en él, las ventanas del segundo piso estaban a punto de caer de lo antiguas, la puerta de la entrada principal al igual que las ventanas, si bien no estaba por caer, si presentaba rasgos de humedad provocando que la madera se inflara haciendo que se atorara y emitiera un extraño rechinido, por lo que era necesario empujar fuerte para entrar. El interior no era diferente, los muebles deteriorados, sucios, polvosos no invitaban a la comodidad, sólo una vela empotrada en cada una de las cuatro paredes alumbraba el sitio, permitiendo ver al fondo unas sucias cortinas de terciopelo que algún día fueron color vino, unos cuadros polvosos que no dejaban ver bien a los que posiblemente eran familiares del dueño, una mesa de centro con una carpeta tejida percudida, sobre ella una botella de whisky y un vaso a medio llenar, alrededor, la sala de madera rústica llena de periódicos, libros, revistas, desechos de comidas de los que una rata hacía festín, al fondo un viejo piano de cola completamente cerrado, que al contrario de los demás muebles se mantenía limpio con un portarretrato que por su punto no dejaba ver quién era la persona retratada, a su lado un florero con algunas rosas rojas. En el costado derecho una vitrina con diferentes figuras de porcelana que al igual que los demás objetos de la estancia no habían recibido ninguna limpieza desde hacía varios años. De lado izquierdo un pasillo, también alumbrado por otra vela en la última esquina indicaba el inicio de unas escaleras de madera desvencijada, también llena de polvo y telarañas. Al subir una hilera de puertas mostraba diferentes habitaciones, una de ellas en penumbras, la única abierta, de donde se escuchaba la voz de un hombre mayor que decía palabras de amor a un gato negro, gordo, enorme de ojos amarillos que fulguraban con la luz pálida de la cera.
Las escaleras rechinaban, así que era inútil intentar pasar desapercibido, antes de tocar la puerta abierta, el hombre desde el interior dijo –Pasa Michael, te estaba esperando, él se quedó parado sopesando si sería capaz de llevar a cabo lo que había pensado, pero por más alternativas que buscaba, nada, no encontraba nada que pidiera hacer, ésa era la última opción. Con la cara desencajada, ojerosa y pálida entró en la habitación con pesar, sabiendo que lo que iba a hacer, su padre nunca se lo perdonaría de estar vivo. Pensando en su esposa e hijos tomó valor para hablar. –Buenas tardes señor Sanders, vengo a… –Ya, ya sé a qué vienes, no sabes el tiempo que he esperado por esto, dijo el tipo interrumpiendo el saludo de Michael, sin voltear a verlo. Gregory
Sanders, era un anciano mal encarado de unos 70 años, regordete y bajo de estatura que lucía un aspecto sucio, con el cabello entrecano graso, dedos gordos con uñas largas en los que resplandecían diversos anillos con piedras preciosas que destellaban de vez en vez. Lucio el gato, sólo se molestó en voltear a ver al visitante perezosamente para luego seguir disfrutando de las caricias de su amo, moviendo la cola lentamente. –Pero pasa, no te quedes ahí, tenemos que hablar de negocios, bueno creo que a eso viniste porque una visita de cortesía no creo, ¿verdad?, dijo volviéndose a verle con una sonrisa retorcida. Michael desconfiaba de ése hombre que durante muchos años le había hecho la vida imposible a su padre, pero ¿qué podía hacer?, había intentado obtener un préstamo, pero todos en el pueblo conocían su situación y no tenían garantía de recuperar su dinero, por la mañana había recibido una carta con un mozo de Sanders, donde lo invitaba a tomar un café y platicar de negocios, prometiéndole que su único fin era ayudarle. –Claro que no señor Sanders, vengo a conocer los negocios que quiere proponerme de lo contrario usted sabe que nunca hubiera venido, contestó Michael irguiendo su cuerpo. El hombrecillo se levantó soltando al gato, que bajó del escritorio para quedarse sentado en el marco de la puerta observando cómo una rata pasaba sin tomarlo en cuenta. Sanders se acercó a una sucia mesa para tomar una licorera y servir un líquido ámbar en dos vasos para luego ofrecerle uno a Michael, quien dudoso lo tomó. –Pero sentémonos, dijo en viejo ofreciéndole una silla a su visitante. Una vez sentado detrás de su escritorio comenzó a hablar, –Mira muchacho conozco las dificultades económicas por las que estas pasando, así que te ofrezco el dinero suficiente para que pagues todas tus deudas y puedas levantar tu negocio nuevamente, esto sin contar que también le darás a tu familia estabilidad, así como todo lo que tus hijos necesitan, porque tienes cinco ¿no?, las necesidades que tienen esos chiquillos las podrás cubrir completamente y al irse recuperando tu empresa al poco tiempo gozarás de una posición envidiable, dijo esto viéndole directamente a los ojos para luego beber de un trago todo el contenido de su vaso. Michael que no bajó la mirada sentado casi en la orilla de la silla, con las dos manos sostenía el trago que aquel hombre le había dado. –Y todo eso a cambio de qué señor Sanders, si usted sabe que no cuento con nada que pueda garantizar su ayuda, mi empresa está quebrada, mis tierras hipotecadas y los objetos de valor que poseía los he vendido. –Muy sencillo querido amigo, sólo tiene que darme a sus hijos, dijo Sanders con una mueca burlona en su rostro. –¿Está usted loco?, ¿cómo se atreve a pedirme eso?, acaso piensa que mis necesidades económicas me orillarían a realizar un acto tan cruel y despreciable. No, no le entiendo o no lo quiero entender, siempre supe de su odio por mis padres, pero nunca lo entendí. Durante la vida de mi padre usted se dedicó a obstaculizar sus ventas, a quemar los campos sembrados, a cercar el lago evitando que nuestros animales bebieran el vital líquido, eso por no decir otras tantas de sus fechorías que nunca tuvieron razón y ¡ahora me dice que quiere a mis hijos!, no, sólo un demente se atrevería a pedirme eso y así lo voy a tomar como un loco desquiciado que no sabe lo que habla, me voy no puedo, ni quiero perder más mi tiempo, mi esposa e hijos me esperan, respondió Michael, que ya se había puesto de pie y dejado el vaso con un fuerte golpe en el escritorio. Cuando iba bajando a toda prisa las escaleras escuchó la voz que Sanders que le gritaba. –Entonces, ¿no quieres recuperar aquellos doscientos mil dólares que tu padre me dio a guardar desde antes que tu nacieras?, aquí los tengo y son tuyos, pero creo que todo el tiempo que he tenido ese capital y hacer que se incremente tiene un precio. Ven anda hablemos.
Michael se quedó parado, helado recordando cuando su padre de niño le había dicho que su futuro estaba asegurado, ya que un viejo amigo tenía una fuerte suma que le daría en caso de que él faltara, pero con el tiempo se le olvidó y al parecer a su papá también porque ya de joven, nuca se lo volvió a mencionar. Alguna vez su madre le contó que Sanders y su padre habían sido los mejores amigos, eran inseparables, pero por un desencuentro se distanciaron, aunque le preguntó qué fue lo que pasó, su mamá se negó rotundamente a decirle.
Pesadamente dio la vuelta subió de nuevo las escaleras, al entrar en la habitación observó un paquete sobre el escritorio, eran gruesos fajos de dólares y un documento doblado que al parecer era un contrato bancario. Sanders fumaba un cigarrillo tosiendo fuertemente y soltando una risotada le dijo. –Parece que, si llegaremos a un trato, ¿verdad?, a pesar de que notó el rostro desencajado y fúrico de Michael, quien se quedó parado en la puerta, continuó. –No quiero que pienses que soy una persona abusiva o que quiero aprovecharme de tu desgracia. Todo mi querido Mich, porque te puedo decir así ¿no?, todo tiene una explicación, ni pienses que debido a mi vejez y soledad quiero a tus hijos, no, no es así, tampoco te diré que es para darles lo que tú no puedes, ni mucho menos para redimir mis culpas, ja, no para nada. Dando un fuerte calada, se sirvió otro trago, –Ahora escucharás mí historia, sólo espero que tengas la madurez para escuchar, sin interrumpir, dijo mirándolo meditabundo. Antes de que tu nacieras yo era el mejor amigo de tu padre, pero eso creo que ya lo sabes, ambos éramos del mismo medio, nuestros padres y abuelos todos empresarios, como bien sabes mi dinastía se dedicó a la comercialización de granos y obvio la tuya al calzado. Ambas familias consolidaron fuertes lazos de amistad y negocios, desde que nacimos fuimos tratados exactamente igual, nunca hubo diferencia, a los dos nos dieron por igual estudios, dinero y jugosas herencias. Inseparables como éramos acostumbramos a ir de fiesta de condado en condado. Tú padre estaba comprometido con mi hermana, Joseline y yo con… El hombre hizo una pausa, suspiró y prosiguió. –Con tú tía Monic. –Eso no puede ser porque mi tía Monic se casó con el tío Adam, reparó el hombre más joven. Con una mirada retadora que no aceptaba réplicas Sanders prosiguió. -Nunca nos quejamos, aceptamos nuestros destinos, aunque ninguno estábamos enamorados de nuestras respectivas prometidas tomamos la decisión de aceptar los matrimonios, pero antes de ello nos propusimos disfrutar de la vida, mujeres, alcohol, viajes, fiestas todo con el afán de vivir nuestra juventud. Nuestros padres no se opusieron porque sabían que cumpliríamos con lo que ellos disidieron. Estábamos tan apegados que bastaba, algunas gesticulaciones para saber si hacíamos algo o no, no te miento fueron tiempos muy buenos que, todavía me pregunto si tu padre pensaba lo mismo. Así llegamos a nuestras veinte primaveras, justo faltaba un año para que contrajéramos matrimonio, por lo que decidimos que haríamos un viaje de despedida, recorriendo varios condados que nunca visitamos.
En un condado de Ohio, nos hospedamos en un pintoresco hotel, limpio acogedor. La dependienta y su esposo atendían el lugar, o al menos eso pensábamos nosotros. Era nuestra costumbre llegar casi al amanecer para dormir la borrachera y despertar después de mediodía. Una mañana yo me levanté antes que tu padre, quise despertarlo para salir a pasear, pero él no quiso. Al deambular por el pueblo observé a una bella mujer de unos impresionantes ojos azules, con una piel que se veía tersa, tan tersa como un melocotón, delgada, de andar fino, que parecía que sus pies no tocaban el suelo, su vestido de un azul pálido contrastaba con su cabellera negra y sus labios rojos como carmines. Cuando me miró, sentí que el suelo bajo mis pies se cimbraba, no pude dejar de verla y ella al notarlo esquivó mi mirada para con una radiante sonrisa se despidió de las personas con las que estaba, apurando su paso junto con su doncella. A partir de ahí quedé prendado de esa mujer, estaba turbado, no podía apartarla de mi pensamiento, pero no sabía quién era, ni cómo se llamaba sólo sabía que era la mujer de mis sueños.
Por la tarde cuando regresé al hotel, tu padre estaba listo, esperándome para comer, le conté sobre el ángel que vi, le confesé mí enamoramiento y si ella me aceptaba no me importaba dejar todo para convertirla en mi esposa. Tú padre soltó tremenda carcajada, no me creyó, tocó mi frente para saber si estaba afiebrado por la parranda de la noche anterior, diciéndome que podía acostarme con esa dama si así lo conseguía, pero que por ningún motivo olvidara que ya estaba comprometido, nada menos que con su hermana. De momento asentí, sabía que era cierto, pero ¡Dios me sentía en las nubes de tan sólo recordarla! Esa noche estábamos invitados por los dueños del hotel a una reunión para festejar el cumpleaños de su única hija, pero yo embelesado como estaba no quise ir. Durante el tiempo que duró la tertulia me pasé soñando una vida con ella. Cuando tu papá regresó lo noté callado, pensativo y sonriente, pero nunca le pregunté el motivo. Al otro día, cuando desperté ya no estaba en su cama, por lo que me alisté para alcanzarlo en el desayuno. Al entrar al comedor vi tomando la mano de una mujer que estaba de espaldas, no quise interrumpir, así preferí tomar los alimentos en la cocina. No vi a tu padre en todo el día, ni el siguiente, tiempo que aproveché para buscar al motivo de mis desvelos, pero nada, ni rastros de esa hermosa ninfa. Al tercer día, ya cansado creyendo que la dama ya no se encontraba en el pueblo busqué a tu padre para irnos a otro condado y con suerte la encontraría. Al llegar al hotel escuché risas en el traspatio, me asomé, no lo podía creer, ahí estaba mí ensueño, pero acompañada de tu padre, no supe que sentir, sólo me quedé parado observándolos, parecía que se llevaban bien. Cuándo él me vio se despidió de la chica y jalándome me llevó a nuestra habitación para decirme que se había enamorado de María, sí, así se llamaba.
Ni Sanders, ni Michael se habían percatado que un hombre los estaba escuchando del otro lado de la puerta. Se trataba del mozo del viejo, quién a pesar de servirle por años, lo odiaba por el trato que le daba, por la miseria de sueldo que le pagaba, pero sobre todo porque por él su esposa e hijos lo habían abandonado para no continuar recibiendo el trato indigno del que eran objeto y aunque él siempre trató de convencer a su mujer de que el viejo pronto moriría y que ellos serían los que se quedarían con su fortuna, ella no quiso quedarse.
-Mamá, mamá, gritaba la más pequeña de sus hijos. María corrió a la recamara de la pequeña y tomándola en sus brazos notó que tenía tanta fiebre que le hacía delirar. –Pronto Marian, trae un cubo de agua, ¡corre¡ es urgente que pongamos fomentos de agua helada para bajarle la temperatura. Las otras dos chiquillas, también se lamentaban de dolor, pero era la pequeña, la que se notaba más enferma. La anciana ayudaba a su patrona a cuidar a los niños, pero era inútil, pronto los dos varones comenzaron a presentar los mismos síntomas. –Señora, es necesario llamar al médico, no sabemos que tienen y puede ser una epidemia, los remedios que les hemos dado no resultan y yo los veo mal, dijo la buena mujer. –Lo sé, pero no tenemos para pagar, ¡Dios dónde está Michael!, se lamentaba la madre. –Por favor no se preocupe por ello, ahorita vengo, dijo Marian, quien salió a toda prisa.
Continuará…
La noche avanzaba y María junto con los afables ancianos esperaba la llegada de Michael, sin embargo, las horas parecían haberse estancado, el tiempo no transcurría y la espera se tornaba cada vez más tormentosa. Mientras en sus habitaciones los niños yacían completamente dormidos. En la estancia de la casa, alumbrada por algunos candelabros en los que las velas iban derritiéndose lentamente, la mirada de ella estaba clavada, hipnotizada, se había cansado de orar, ahora sólo contemplaba el moviendo oscilante de las llamas que de momento parecían extinguirse. Marian iba y venía prendiendo cirios a las imágenes santas ubicadas en un pequeño nicho, en tanto que Nicolás junto con los mozos del señor Morgan había salido a buscar algún indicio de su patrón.
El edificio era viejo, su fachada que en un tiempo lució hermosa, el paso del tiempo había hecho estragos en él, las ventanas del segundo piso estaban a punto de caer de lo antiguas, la puerta de la entrada principal al igual que las ventanas, si bien no estaba por caer, si presentaba rasgos de humedad provocando que la madera se inflara haciendo que se atorara y emitiera un extraño rechinido, por lo que era necesario empujar fuerte para entrar. El interior no era diferente, los muebles deteriorados, sucios, polvosos no invitaban a la comodidad, sólo una vela empotrada en cada una de las cuatro paredes alumbraba el sitio, permitiendo ver al fondo unas sucias cortinas de terciopelo que algún día fueron color vino, unos cuadros polvosos que no dejaban ver bien a los que posiblemente eran familiares del dueño, una mesa de centro con una carpeta tejida percudida, sobre ella una botella de whisky y un vaso a medio llenar, alrededor, la sala de madera rústica llena de periódicos, libros, revistas, desechos de comidas de los que una rata hacía festín, al fondo un viejo piano de cola completamente cerrado, que al contrario de los demás muebles se mantenía limpio con un portarretrato que por su punto no dejaba ver quién era la persona retratada, a su lado un florero con algunas rosas rojas. En el costado derecho una vitrina con diferentes figuras de porcelana que al igual que los demás objetos de la estancia no habían recibido ninguna limpieza desde hacía varios años. De lado izquierdo un pasillo, también alumbrado por otra vela en la última esquina indicaba el inicio de unas escaleras de madera desvencijada, también llena de polvo y telarañas. Al subir una hilera de puertas mostraba diferentes habitaciones, una de ellas en penumbras, la única abierta, de donde se escuchaba la voz de un hombre mayor que decía palabras de amor a un gato negro, gordo, enorme de ojos amarillos que fulguraban con la luz pálida de la cera.
Las escaleras rechinaban, así que era inútil intentar pasar desapercibido, antes de tocar la puerta abierta, el hombre desde el interior dijo –Pasa Michael, te estaba esperando, él se quedó parado sopesando si sería capaz de llevar a cabo lo que había pensado, pero por más alternativas que buscaba, nada, no encontraba nada que pidiera hacer, ésa era la última opción. Con la cara desencajada, ojerosa y pálida entró en la habitación con pesar, sabiendo que lo que iba a hacer, su padre nunca se lo perdonaría de estar vivo. Pensando en su esposa e hijos tomó valor para hablar. –Buenas tardes señor Sanders, vengo a… –Ya, ya sé a qué vienes, no sabes el tiempo que he esperado por esto, dijo el tipo interrumpiendo el saludo de Michael, sin voltear a verlo. Gregory
Sanders, era un anciano mal encarado de unos 70 años, regordete y bajo de estatura que lucía un aspecto sucio, con el cabello entrecano graso, dedos gordos con uñas largas en los que resplandecían diversos anillos con piedras preciosas que destellaban de vez en vez. Lucio el gato, sólo se molestó en voltear a ver al visitante perezosamente para luego seguir disfrutando de las caricias de su amo, moviendo la cola lentamente. –Pero pasa, no te quedes ahí, tenemos que hablar de negocios, bueno creo que a eso viniste porque una visita de cortesía no creo, ¿verdad?, dijo volviéndose a verle con una sonrisa retorcida. Michael desconfiaba de ése hombre que durante muchos años le había hecho la vida imposible a su padre, pero ¿qué podía hacer?, había intentado obtener un préstamo, pero todos en el pueblo conocían su situación y no tenían garantía de recuperar su dinero, por la mañana había recibido una carta con un mozo de Sanders, donde lo invitaba a tomar un café y platicar de negocios, prometiéndole que su único fin era ayudarle. –Claro que no señor Sanders, vengo a conocer los negocios que quiere proponerme de lo contrario usted sabe que nunca hubiera venido, contestó Michael irguiendo su cuerpo. El hombrecillo se levantó soltando al gato, que bajó del escritorio para quedarse sentado en el marco de la puerta observando cómo una rata pasaba sin tomarlo en cuenta. Sanders se acercó a una sucia mesa para tomar una licorera y servir un líquido ámbar en dos vasos para luego ofrecerle uno a Michael, quien dudoso lo tomó. –Pero sentémonos, dijo en viejo ofreciéndole una silla a su visitante. Una vez sentado detrás de su escritorio comenzó a hablar, –Mira muchacho conozco las dificultades económicas por las que estas pasando, así que te ofrezco el dinero suficiente para que pagues todas tus deudas y puedas levantar tu negocio nuevamente, esto sin contar que también le darás a tu familia estabilidad, así como todo lo que tus hijos necesitan, porque tienes cinco ¿no?, las necesidades que tienen esos chiquillos las podrás cubrir completamente y al irse recuperando tu empresa al poco tiempo gozarás de una posición envidiable, dijo esto viéndole directamente a los ojos para luego beber de un trago todo el contenido de su vaso. Michael que no bajó la mirada sentado casi en la orilla de la silla, con las dos manos sostenía el trago que aquel hombre le había dado. –Y todo eso a cambio de qué señor Sanders, si usted sabe que no cuento con nada que pueda garantizar su ayuda, mi empresa está quebrada, mis tierras hipotecadas y los objetos de valor que poseía los he vendido. –Muy sencillo querido amigo, sólo tiene que darme a sus hijos, dijo Sanders con una mueca burlona en su rostro. –¿Está usted loco?, ¿cómo se atreve a pedirme eso?, acaso piensa que mis necesidades económicas me orillarían a realizar un acto tan cruel y despreciable. No, no le entiendo o no lo quiero entender, siempre supe de su odio por mis padres, pero nunca lo entendí. Durante la vida de mi padre usted se dedicó a obstaculizar sus ventas, a quemar los campos sembrados, a cercar el lago evitando que nuestros animales bebieran el vital líquido, eso por no decir otras tantas de sus fechorías que nunca tuvieron razón y ¡ahora me dice que quiere a mis hijos!, no, sólo un demente se atrevería a pedirme eso y así lo voy a tomar como un loco desquiciado que no sabe lo que habla, me voy no puedo, ni quiero perder más mi tiempo, mi esposa e hijos me esperan, respondió Michael, que ya se había puesto de pie y dejado el vaso con un fuerte golpe en el escritorio. Cuando iba bajando a toda prisa las escaleras escuchó la voz que Sanders que le gritaba. –Entonces, ¿no quieres recuperar aquellos doscientos mil dólares que tu padre me dio a guardar desde antes que tu nacieras?, aquí los tengo y son tuyos, pero creo que todo el tiempo que he tenido ese capital y hacer que se incremente tiene un precio. Ven anda hablemos.
Michael se quedó parado, helado recordando cuando su padre de niño le había dicho que su futuro estaba asegurado, ya que un viejo amigo tenía una fuerte suma que le daría en caso de que él faltara, pero con el tiempo se le olvidó y al parecer a su papá también porque ya de joven, nuca se lo volvió a mencionar. Alguna vez su madre le contó que Sanders y su padre habían sido los mejores amigos, eran inseparables, pero por un desencuentro se distanciaron, aunque le preguntó qué fue lo que pasó, su mamá se negó rotundamente a decirle.
Pesadamente dio la vuelta subió de nuevo las escaleras, al entrar en la habitación observó un paquete sobre el escritorio, eran gruesos fajos de dólares y un documento doblado que al parecer era un contrato bancario. Sanders fumaba un cigarrillo tosiendo fuertemente y soltando una risotada le dijo. –Parece que, si llegaremos a un trato, ¿verdad?, a pesar de que notó el rostro desencajado y fúrico de Michael, quien se quedó parado en la puerta, continuó. –No quiero que pienses que soy una persona abusiva o que quiero aprovecharme de tu desgracia. Todo mi querido Mich, porque te puedo decir así ¿no?, todo tiene una explicación, ni pienses que debido a mi vejez y soledad quiero a tus hijos, no, no es así, tampoco te diré que es para darles lo que tú no puedes, ni mucho menos para redimir mis culpas, ja, no para nada. Dando un fuerte calada, se sirvió otro trago, –Ahora escucharás mí historia, sólo espero que tengas la madurez para escuchar, sin interrumpir, dijo mirándolo meditabundo. Antes de que tu nacieras yo era el mejor amigo de tu padre, pero eso creo que ya lo sabes, ambos éramos del mismo medio, nuestros padres y abuelos todos empresarios, como bien sabes mi dinastía se dedicó a la comercialización de granos y obvio la tuya al calzado. Ambas familias consolidaron fuertes lazos de amistad y negocios, desde que nacimos fuimos tratados exactamente igual, nunca hubo diferencia, a los dos nos dieron por igual estudios, dinero y jugosas herencias. Inseparables como éramos acostumbramos a ir de fiesta de condado en condado. Tú padre estaba comprometido con mi hermana, Joseline y yo con… El hombre hizo una pausa, suspiró y prosiguió. –Con tú tía Monic. –Eso no puede ser porque mi tía Monic se casó con el tío Adam, reparó el hombre más joven. Con una mirada retadora que no aceptaba réplicas Sanders prosiguió. -Nunca nos quejamos, aceptamos nuestros destinos, aunque ninguno estábamos enamorados de nuestras respectivas prometidas tomamos la decisión de aceptar los matrimonios, pero antes de ello nos propusimos disfrutar de la vida, mujeres, alcohol, viajes, fiestas todo con el afán de vivir nuestra juventud. Nuestros padres no se opusieron porque sabían que cumpliríamos con lo que ellos disidieron. Estábamos tan apegados que bastaba, algunas gesticulaciones para saber si hacíamos algo o no, no te miento fueron tiempos muy buenos que, todavía me pregunto si tu padre pensaba lo mismo. Así llegamos a nuestras veinte primaveras, justo faltaba un año para que contrajéramos matrimonio, por lo que decidimos que haríamos un viaje de despedida, recorriendo varios condados que nunca visitamos.
En un condado de Ohio, nos hospedamos en un pintoresco hotel, limpio acogedor. La dependienta y su esposo atendían el lugar, o al menos eso pensábamos nosotros. Era nuestra costumbre llegar casi al amanecer para dormir la borrachera y despertar después de mediodía. Una mañana yo me levanté antes que tu padre, quise despertarlo para salir a pasear, pero él no quiso. Al deambular por el pueblo observé a una bella mujer de unos impresionantes ojos azules, con una piel que se veía tersa, tan tersa como un melocotón, delgada, de andar fino, que parecía que sus pies no tocaban el suelo, su vestido de un azul pálido contrastaba con su cabellera negra y sus labios rojos como carmines. Cuando me miró, sentí que el suelo bajo mis pies se cimbraba, no pude dejar de verla y ella al notarlo esquivó mi mirada para con una radiante sonrisa se despidió de las personas con las que estaba, apurando su paso junto con su doncella. A partir de ahí quedé prendado de esa mujer, estaba turbado, no podía apartarla de mi pensamiento, pero no sabía quién era, ni cómo se llamaba sólo sabía que era la mujer de mis sueños.
Por la tarde cuando regresé al hotel, tu padre estaba listo, esperándome para comer, le conté sobre el ángel que vi, le confesé mí enamoramiento y si ella me aceptaba no me importaba dejar todo para convertirla en mi esposa. Tú padre soltó tremenda carcajada, no me creyó, tocó mi frente para saber si estaba afiebrado por la parranda de la noche anterior, diciéndome que podía acostarme con esa dama si así lo conseguía, pero que por ningún motivo olvidara que ya estaba comprometido, nada menos que con su hermana. De momento asentí, sabía que era cierto, pero ¡Dios me sentía en las nubes de tan sólo recordarla! Esa noche estábamos invitados por los dueños del hotel a una reunión para festejar el cumpleaños de su única hija, pero yo embelesado como estaba no quise ir. Durante el tiempo que duró la tertulia me pasé soñando una vida con ella. Cuando tu papá regresó lo noté callado, pensativo y sonriente, pero nunca le pregunté el motivo. Al otro día, cuando desperté ya no estaba en su cama, por lo que me alisté para alcanzarlo en el desayuno. Al entrar al comedor vi tomando la mano de una mujer que estaba de espaldas, no quise interrumpir, así preferí tomar los alimentos en la cocina. No vi a tu padre en todo el día, ni el siguiente, tiempo que aproveché para buscar al motivo de mis desvelos, pero nada, ni rastros de esa hermosa ninfa. Al tercer día, ya cansado creyendo que la dama ya no se encontraba en el pueblo busqué a tu padre para irnos a otro condado y con suerte la encontraría. Al llegar al hotel escuché risas en el traspatio, me asomé, no lo podía creer, ahí estaba mí ensueño, pero acompañada de tu padre, no supe que sentir, sólo me quedé parado observándolos, parecía que se llevaban bien. Cuándo él me vio se despidió de la chica y jalándome me llevó a nuestra habitación para decirme que se había enamorado de María, sí, así se llamaba.
Ni Sanders, ni Michael se habían percatado que un hombre los estaba escuchando del otro lado de la puerta. Se trataba del mozo del viejo, quién a pesar de servirle por años, lo odiaba por el trato que le daba, por la miseria de sueldo que le pagaba, pero sobre todo porque por él su esposa e hijos lo habían abandonado para no continuar recibiendo el trato indigno del que eran objeto y aunque él siempre trató de convencer a su mujer de que el viejo pronto moriría y que ellos serían los que se quedarían con su fortuna, ella no quiso quedarse.
-Mamá, mamá, gritaba la más pequeña de sus hijos. María corrió a la recamara de la pequeña y tomándola en sus brazos notó que tenía tanta fiebre que le hacía delirar. –Pronto Marian, trae un cubo de agua, ¡corre¡ es urgente que pongamos fomentos de agua helada para bajarle la temperatura. Las otras dos chiquillas, también se lamentaban de dolor, pero era la pequeña, la que se notaba más enferma. La anciana ayudaba a su patrona a cuidar a los niños, pero era inútil, pronto los dos varones comenzaron a presentar los mismos síntomas. –Señora, es necesario llamar al médico, no sabemos que tienen y puede ser una epidemia, los remedios que les hemos dado no resultan y yo los veo mal, dijo la buena mujer. –Lo sé, pero no tenemos para pagar, ¡Dios dónde está Michael!, se lamentaba la madre. –Por favor no se preocupe por ello, ahorita vengo, dijo Marian, quien salió a toda prisa.
Continuará…