SONGFIC After you´ve gone, balada para Sarah Leagan
(respuesta al reto de una guerrera sanguinaria)
(respuesta al reto de una guerrera sanguinaria)
Sarah miraba el cuadro una vez mas antes de cerrar con llave el armario donde lo guardaba celosamente. Entre todos los caros y valiosos objetos de los que ella era dueña, este sin duda era su mas preciado tesoro. Tan valioso que ningún miembro de su familia tenía conocimiento de su existencia, y ella pretendía seguir conservándolo con severidad oculto. Su marido llegó ese día con un nuevo cilindro para su gramóphono y al escuchar la empalagosa pero nostálgica voz de la cantante, sintió una ansiosa necesidad de volver a ver ese vestigio de su pasado, ese que esfuerzo le había costado olvidar. Ese cuadro de trazos impresionistas era lo único que se permitió a si misma conservar de su vida previa a su matrimonio.
¨After you've gone and left me cryin'
After you've gone there's no denyin'
You'll feel blue, you'll feel sad
You'll miss the dearest pal you've ever had
There'll come a time, now don't forget it
There'll come a time when you'll regret it
Someday, when you grow lonely
Your heart will break like mine and you'll want me only
After you've gone, after you've gone away
After you've gone there's no denyin'
You'll feel blue, you'll feel sad
You'll miss the dearest pal you've ever had
There'll come a time, now don't forget it
There'll come a time when you'll regret it
Someday, when you grow lonely
Your heart will break like mine and you'll want me only
After you've gone, after you've gone away
No siempre fue la misma mujer, hubo un tiempo en el que ella no tenía el rancio apellido y la rancia amargura que teñía su vida acaudalada y fatua. Hija del dueño de una pequeña fábrica textil, Sarah se había criado en un barrio burgués de Boston. Ella se consideraba a si misma como una joven de ideales progresistas, le encantaba leer a los autores mas vanguardistas de la literatura. Utilizaba las generosas mesadas que recibía de su padre para adquirir costosos libros que fueron llenando su pequeña biblioteca privada. Admiraba enormemente a los autores del romanticismo moderno y disfrutaba enormemente sumirse en la lectura de los diferentes escritores de moda: Shelley, Dostoievski, Verne, Becquer... Le gustaba sentarse en el parque cercano a su casa a leer por horas en los días cálidos de la primavera y el verano,hasta que el clima y la luz se lo permitían. Un día de junio poco antes del atardecer vio por primera vez al Pintor. No lo había notado anteriormente, simplemente en un momento de su lectura levantó la vista y lo miró frente a ella como a 10 metros de distancia. De perfil, se miraba un joven interesante y muy bien parecido. Con ropas algo sencillas y gastadas, con su caballete y las herramientas de arte, era la típica imagen del artista pobre que muy seguramente necesita un Mecenas para subsistir.
Cualquier otro día, ella tal vez no le habría prestado atención, ya que no era muy afecta a la idea de la mezcla de las diferentes clases sociales. Pero ese perfil de rasgos suaves e incluso un poco afeminados le llamó poderosamente la atención. Lo que mas le causó curiosidad era ver que era lo que pintaba con tanta concentración. Permaneció en su banca fingiendo que leía su interesante libro mientras lo miraba con un interés fuera de lo normal, hasta que la luz volvió imposible cualquier actividad en el exterior. Al día siguiente, la joven Sarah regresó a su lugar de lectura y volvió a ver al Pintor en el mismo lugar donde le había visto el día previo. Esta ocasión quiso el destino que el muchacho en un momento de descanso sobara su cabeza mientras cerraba graciosamente sus ojos, gesto que ella observó divertida. Cuando él se estiró por una extraña casualidad, giró su rostro y su mirada hacia Sarah, quien al verse descubierta mirándolo se sonrojó hasta las orejas. El Pintor sonrió de una forma generosa y sensual que a ella la derritió hasta los huesos. A partir de ese día, el acercamiento fue inevitable.
Para finales de julio él ya la estaba pintando como parte del paisaje, le llevaba flores que se robaba de los jardines y ella le regalaba comida y víveres que al principió pretendió rechazar por orgullo viril, pero que ante la gentil insistencia de la bella jovencita terminó aceptando a regañadientes. Para mediados de agosto él le declaró su amor y acercándose septiembre, se dieron su primer beso poco antes del ocaso. Ella al día siguiente corrió a la mercería donde compro todos los insumos necesarios para que pudiera realizar su primer pintura, inspirada y motivada por el talento de su guapo enamorado. Los padres de Sarah Leagan vieron con curiosidad el nuevo interés artístico y lo aplaudieron, sin sospechar siquiera que su heredera mantenía un romance con un pobre vagabundo sin oficio ni beneficio. Esa noche a la luz de las velas y en la intimidad de su habitación, comenzó a realizar su opera prima. De acuerdo con sus charlas, el cumpleaños de su amado artista seria el final del equinoccio de otoño, el 7 de octubre. Emulando el estilo impresionista de su Pintor, comenzó un paisaje muy similar al parque donde convivían cada tarde, teniendo como foco central el puente que atravesaba el arrollo artificial que era el centro de atracción del bello lugar.
Para principios de septiembre, la intensidad del romance juvenil fue aumentando. El la invitó a conocer su lugar de residencia para mostrarle su obra, y ella aunque renuentemente al inicio, finalmente accedió. era una pocilga a las afueras de la ciudad, pero que ella presa de sus sentimientos ignoró, enfocándose sólo en las pinturas que colgaban de todas las paredes. A ella le parecieron verdaderas obras de arte,y al ver una en particular, donde ella estaba sentada en la banca leyendo, se sintió sumamente halagada y apasionada por sentirse la musa de un talento así. Cayó rendida ante las peticiones amorosas de su joven novio y en la desvencijada cama de esa habitación oscura ella le entregó su virtud. Ella sabía que su padre tenía planeado para ella un matrimonio muy ventajoso con un caballero emparentado con una de las familias mas ricas y de abolengo de los Estados Unidos. Se amaron intensamente ese y los días subsiguientes. Sarah estaba determinada a abandonar a su familia y su compromiso por seguir al hombre del que se había enamorado. Inspirada por las novelas de romances épicos y los textos de filósofos modernos, estaba segura de que el amor los ayudaría a sobrellevar la miseria y que el incomparable talento de su amado tarde o temprano les traería fama y fortuna suficiente para darle a ella un novel de vida decoroso. Mientras tanto seguía diligentemente pintando el cuadro que tenia pensado obsequiarle a su Pintor.
Faltando unos pocos días para su cumpleaños, él no llegó al parque y ella sumamente extrañada, vio que los días pasaron y no se presentó llenándola de angustia de imaginarse que algo pudo haberle pasado, ya que las enfermedades en ese entonces eran fulminantes. El día de su cumpleaños, presa de la preocupación, tomó el cuadro que ya había terminado y una botella de vino para celebrar y se dirigió al cuarterío miserable donde él vivía. Escucho su risa en el interior y llena de emoción de escucharlo sano y jovial, entró abruptamente y lo que vio le golpeó como un hierro ardiente en la cara. Su amado Pintor estaba en la cama, la misma donde la había hecho suya, con una rubia de pelo crespo y rostro de facciones ordinarias y vulgares. El se levantó intentando cubrir su impudicia, y ella se dio la media vuelta corriendo, dejando caer la botella de vino que se despedazó en el suelo empedrado y abrazando con furia la pintura entre sus brazos. Los gritos del joven a sus espaldas llamándola con desesperación se fueron disolviendo y solo le quedó en sus oídos el sonido de su propio llanto.
Al llegar a su casa se encerró en su cuarto, sus padres la vieron llegar pálida y algo indispuesta pero ella les dijo que estaba exhaltada por regresar corriendo del parque. Ellos la ignoraron, como solían hacerlo, y lloró toda la noche mientras miraba con odio la pintura que había dejado sobre su sillón de lectura. Al día siguiente le dijo a su padre que deseaba aceptar la propuesta de matrimonio con el señor Leagan. El empresario tomó de muy buen agrado la noticia de su hija e inmediatamente le envió un telegrama al caballero que esperaba ansioso el momento de que su propuesta fuera aceptada. Cuando Sarah se casó ese mismo diciembre, entre las cosas que se llevó a su nuevo hogar, una nada despreciable mansión a las afueras de Chicago, una de ellas fue el malogrado regalo que nunca le pudo dar al miserable muerto de hambre que la había engañado. Cada vez que sentía que algo le removía las entrañas haciéndole sentir vulnerable, volvía a mirar ese cuadro y cualquier pizca de emoción se evaporaba por la llama helada del desprecio.