Dedicado a Galilea Johnson, hasta allà donde està.
Besa la lluvia
George suavemente cerraba sus ojos y podìa sentirla… còmo su presencia persistìa. Colgada de sus cuadros, de sus libros, de sus muebles, de sus sàbanas… colgada de de su vida misma.
Como si ni el tiempo ni la distancia ni la envidia ni la malicia, pudiesen borrar su esencia y ascendiera hasta èl en volutas cargadas de su infinita fragancia.
Como si aún pudiera contemplar al sol reflejado en su cabello y al cielo en sus ojos.
Habìan tesoros que los hombres mataban y conseguìan pero a èl esa opciòn no se le darìa.
Las noches que su habitaciòn se habìa convertido en el paraìso… las veces que la esperaba con el corazòn colgando de un hilo… Ver su puerta abrirse para dejar paso a su cuerpo tibio y a su docilidad de paloma que lo amaba con delirio…
Esas noches, de amor completo, de amor perfecto… donde eran uno y nadie màs importaba o existìa. Y la lluvia, la lluvia que caìa con su cortina que los protegìa y, mientras del cielo llovìa, lo que era la vida, ambos conocìan.
Y de sus dos vidas, una se fundìa, mientras en esos momentos, ambos en un lugar desconocido se perdìan.
Y la vida fluìa como la lluvia fluìa. Y se deslizaba y acariciaba las rosas como èl deslizaba y acariciaba su piel. Y ambos se estremecìan porque nadie les habìa enseñado lo que se sentìa al hacer el amor a la persona por quien se vivìa.
Y sentir su cabeza recostada en su pecho. Y su mano rodeando su cintura mientras la lluvia caìa.
Como si no hubiese un mañana. Como si los minutos no contaran. Como si ella pudiese escuchar su corazòn trinar como un pajarillo en primavera. Y como si sus manos entrelazadas pudieran vencer la fuerza del destino que los asìa.
Y George la amaba, George la admiraba, pues la mujer que contemplaba, su vida le daba… por esas noches, por esos breves espacios de eternidad.
Y agradecìa a la vida por esa lluvia que encubrìa los gemidos que ella emitìa. Por su locura y su osadìa por su audacia y su rebeldìa. Por esa parte de ella que sòlo èl conocìa. Porque de su boca, èl la vida bebìa. Y de su cuerpo, èl la vida aprehendìa.
Por esas noches de entrega y caricias. Por sus cuerpos anhelantes de pasiòn y delicias. Por sus miradas, por todas esas palabras que nunca dirìan. Porque al entrelazar sus dedos, un mundo nuevo nacìa. Y a la vida, a esa que los separaba, los dos frente hacìan.
Ni quien los separara mientras su labios se unìan y èl escuchaba de sus labios las dos palabras que suyo lo volvìan. Suyo para siempre. Suyo hasta el final.
Y, mientras la lluvia caìa y èl, apacible dormìa, ella, sigilosa, de su casa salìa. Ambos sabìan que un bebè de ojos azules, en una cuna se mecìa.
Y mañana, otro dìa serìa y los hilos de la vida, sin piedad se tejerìan. Y ella, clara y cristalina, su papel vivirìa y èl, sobrio y paciente, de su vida cuidarìa.
Y por la noche, la lluvia caerìa y èl, de nuevo, la amarìa y ella, de nuevo, vida le darìa. Y los dos, al destino desafiarìan porque aùn sabiendo que la vida los separarìa, las noches de lluvia siempre les pertenecerìan.
Como si ni el tiempo ni la distancia ni la envidia ni la malicia, pudiesen borrar su esencia y ascendiera hasta èl en volutas cargadas de su infinita fragancia.
Como si aún pudiera contemplar al sol reflejado en su cabello y al cielo en sus ojos.
Habìan tesoros que los hombres mataban y conseguìan pero a èl esa opciòn no se le darìa.
Las noches que su habitaciòn se habìa convertido en el paraìso… las veces que la esperaba con el corazòn colgando de un hilo… Ver su puerta abrirse para dejar paso a su cuerpo tibio y a su docilidad de paloma que lo amaba con delirio…
Esas noches, de amor completo, de amor perfecto… donde eran uno y nadie màs importaba o existìa. Y la lluvia, la lluvia que caìa con su cortina que los protegìa y, mientras del cielo llovìa, lo que era la vida, ambos conocìan.
Y de sus dos vidas, una se fundìa, mientras en esos momentos, ambos en un lugar desconocido se perdìan.
Y la vida fluìa como la lluvia fluìa. Y se deslizaba y acariciaba las rosas como èl deslizaba y acariciaba su piel. Y ambos se estremecìan porque nadie les habìa enseñado lo que se sentìa al hacer el amor a la persona por quien se vivìa.
Y sentir su cabeza recostada en su pecho. Y su mano rodeando su cintura mientras la lluvia caìa.
Como si no hubiese un mañana. Como si los minutos no contaran. Como si ella pudiese escuchar su corazòn trinar como un pajarillo en primavera. Y como si sus manos entrelazadas pudieran vencer la fuerza del destino que los asìa.
Y George la amaba, George la admiraba, pues la mujer que contemplaba, su vida le daba… por esas noches, por esos breves espacios de eternidad.
Y agradecìa a la vida por esa lluvia que encubrìa los gemidos que ella emitìa. Por su locura y su osadìa por su audacia y su rebeldìa. Por esa parte de ella que sòlo èl conocìa. Porque de su boca, èl la vida bebìa. Y de su cuerpo, èl la vida aprehendìa.
Por esas noches de entrega y caricias. Por sus cuerpos anhelantes de pasiòn y delicias. Por sus miradas, por todas esas palabras que nunca dirìan. Porque al entrelazar sus dedos, un mundo nuevo nacìa. Y a la vida, a esa que los separaba, los dos frente hacìan.
Ni quien los separara mientras su labios se unìan y èl escuchaba de sus labios las dos palabras que suyo lo volvìan. Suyo para siempre. Suyo hasta el final.
Y, mientras la lluvia caìa y èl, apacible dormìa, ella, sigilosa, de su casa salìa. Ambos sabìan que un bebè de ojos azules, en una cuna se mecìa.
Y mañana, otro dìa serìa y los hilos de la vida, sin piedad se tejerìan. Y ella, clara y cristalina, su papel vivirìa y èl, sobrio y paciente, de su vida cuidarìa.
Y por la noche, la lluvia caerìa y èl, de nuevo, la amarìa y ella, de nuevo, vida le darìa. Y los dos, al destino desafiarìan porque aùn sabiendo que la vida los separarìa, las noches de lluvia siempre les pertenecerìan.