Ya que he sido compelida
por una Condesa muy temida,
continùo con esta historia.
¡Ya veremos si tiene pena o gloria!
Wilson
por una Condesa muy temida,
continùo con esta historia.
¡Ya veremos si tiene pena o gloria!
Wilson
Guardò la nota de vuelta en la botella y descendiò del velero. Se le hacìa difìcil creer lo mucho que su vida habìa cambiado en cuestiòn de horas. Aunque, el cambio no resultò tan notable porque, por increìble que parecera, allì estaba èl: sì, su inamovible asistente. Sentado, esperàndolo en el muelle, con su portafolio y haciendo todo lo posible para que los legajos no salieran esparcidos por mil direcciones diferentes debido a la brisa marina.
No sabìa si molestarse o sentirse divertido porque la escena era patètica. Ese pobre diablo, que lo seguìa a todos lados como su propia sombra, sentado esperando a que Neil regresara. Retrocediò mentalmente en el tiempo y se imaginò lo que hubiese sido de su ayudante si Neil hubiera obtenido su objetivo inicial y, a estas alturas, su cuerpo se encontrara flotando en las frìas aguas del Ocèano Atlàntico.
Esbozò una sonrisa y, de repente, aquel hombre al que Neil consideraba pràcticamente un criado, mal pagado, valga decir, le hizo sentir compasiòn.
Levantò las cejas asombrado de sus propios pensamientos. A Neil esa palabra no se la habìan enseñado. Tenìa una leve idea de lo que significaba pero al verlo sentado, con el viento arremolinàndole los cabellos y con un pie sobre un legajo, el otro sobre el portafolio, los papeles en las manos y sus gafas casi en la punta de la nariz, el corazòn le tirò de algùn lugar desconocido.
-Wilson, ¿se puede saber què demonios hace usted sentado sobre un barril y redes de pesca y vièndose como la viva representaciòn de un pulpo in extremis?
El pobre Wilson levantò sus grandes ojos y vio a Neil con su mirada noble y preocupada.
-Esperàndolo, señor.
Neil tragò saliva disimuladamente. ...Se hubiera quedado esperando por horas si Neil se hubiera suicidado como lo tenìa planeado. Se lo imaginò con la noche cayendo y Wilson tratando de ver las letras de un papel que cada vez era màs difìcil de leer. Pobre diablo. Neil no sabìa absolutamente nada de èl. Y mientras la pelìcula de probabilidades recorrìa su mente, sentìa como si la botella latiera en su mano con vida propia. Como si ese cristal emitiera su propio calor, quemàndole, casi.
-Levàntese, Wilson, volvemos a la oficina.
-Como usted diga, señor.
-¡Diablos, Wilson, ¿no podrìa usted disentir alguna vez?!
-Usted me lo prohibiò, señor.
Neil levantò los ojos al cielo que empezaba a emborronarse con nubarrones que amenazaban lluvia.
-Cambiè de opiniòn, Wilson. Deme esos papeles y vàyase a su casa.
-P… pero señor…
-No me contradiga, Wilson. Ni piense tampoco. Haga lo que le digo y tòmese el dìa libre mañana. Y no me rechiste. Largo.
Neil le arrebatò los papeles y el portafolio al boquiabierto Wilson y se dirigiò a su auto. Ahora quien parecìa pulpo in extremis era èl, entre los papeles, la botella y el portafolio.
Lanzò todo al asiento trasero del coche y recuperò la botella de entre los papeles. Se sentò en su asiento de conductor y la tomò entre sus finos dedos, mientras la luz del dìa empezaba a escabullirse entre los nubarrones. El verde cristal parecìa absorber la poca luz restante de aquel tumultuoso dìa.
Neil Legan nunca habìa temido hacerle frente a nada y acababa de comprobarlo. No habia temido salir a mar abierto con el plan, perfectamente trazado, de suicidarse en un lugar lo suficientemente lejos como para que nadie lo interrumpiera pero lo suficientemente cerca como para que la corriente pudiera regresar su cuerpo a la orilla.
Sentado en su coche mientras la noche caìa, consideraba sus opciones como habìa aprendido a hacerlo desde hacìa mucho tiempo: frìamente.
Podìa contratar un investigador privado que fuera a la direcciòn y le dijera què era lo que habìa allì. Podìa escribir una carta. Podìa ir en persona. Podìa enviar a alguien de cualquiera de sus empresas. Wilson servirìa para tal propòsito… Lo que ocurrìa es que empezaba a sentir un celo creciente porque esa botella era su secreto. Ni del investigador ni de Wilson ni de nadie màs.
Irìa. No habìa otra opciòn. La de escribir la carta se le antojaba cursi y ridìcula. ¿Què iba a escribir?
¿Querida persona desconocida, estaba a punto de suicidarme y su molesta botella me impidiò cumplir con mi propòsito con toda la eficiencia que tenìa planeada…? ¡Bah! ¡Al diablo con todo!
Decidiò que irìa a su casa y dormirìa. Empacarìa para una semana, por si acaso. Por la mañana pasarìa a la oficina y dejarìa todo en orden y la lista para Wilson preparada con los pendientes y urgentes de los que era necesario ocuparse y resolver.
...Wilson… se preguntò si el pobre diablo estarìa a cubierto o empapado hasta los huesos por la tormenta que se había dejado venir intempestivamente. ¡Vaya con lo intempestivo de aquel dìa! De acuerdo con los càlculos que habìa realizado, para estas horas, tanto el velero como su cuerpo estarìan de vuelta en la playa y Wilson lo llorarìa con el portafolio agarrado en una mano y un pañuelo en la otra… o al menos eso le gustaba pensar a Neil Legan, quien un dìa le habìa ordenado a su pobre asistente que ni pensara ni lo contradijera.
No sabìa si molestarse o sentirse divertido porque la escena era patètica. Ese pobre diablo, que lo seguìa a todos lados como su propia sombra, sentado esperando a que Neil regresara. Retrocediò mentalmente en el tiempo y se imaginò lo que hubiese sido de su ayudante si Neil hubiera obtenido su objetivo inicial y, a estas alturas, su cuerpo se encontrara flotando en las frìas aguas del Ocèano Atlàntico.
Esbozò una sonrisa y, de repente, aquel hombre al que Neil consideraba pràcticamente un criado, mal pagado, valga decir, le hizo sentir compasiòn.
Levantò las cejas asombrado de sus propios pensamientos. A Neil esa palabra no se la habìan enseñado. Tenìa una leve idea de lo que significaba pero al verlo sentado, con el viento arremolinàndole los cabellos y con un pie sobre un legajo, el otro sobre el portafolio, los papeles en las manos y sus gafas casi en la punta de la nariz, el corazòn le tirò de algùn lugar desconocido.
-Wilson, ¿se puede saber què demonios hace usted sentado sobre un barril y redes de pesca y vièndose como la viva representaciòn de un pulpo in extremis?
El pobre Wilson levantò sus grandes ojos y vio a Neil con su mirada noble y preocupada.
-Esperàndolo, señor.
Neil tragò saliva disimuladamente. ...Se hubiera quedado esperando por horas si Neil se hubiera suicidado como lo tenìa planeado. Se lo imaginò con la noche cayendo y Wilson tratando de ver las letras de un papel que cada vez era màs difìcil de leer. Pobre diablo. Neil no sabìa absolutamente nada de èl. Y mientras la pelìcula de probabilidades recorrìa su mente, sentìa como si la botella latiera en su mano con vida propia. Como si ese cristal emitiera su propio calor, quemàndole, casi.
-Levàntese, Wilson, volvemos a la oficina.
-Como usted diga, señor.
-¡Diablos, Wilson, ¿no podrìa usted disentir alguna vez?!
-Usted me lo prohibiò, señor.
Neil levantò los ojos al cielo que empezaba a emborronarse con nubarrones que amenazaban lluvia.
-Cambiè de opiniòn, Wilson. Deme esos papeles y vàyase a su casa.
-P… pero señor…
-No me contradiga, Wilson. Ni piense tampoco. Haga lo que le digo y tòmese el dìa libre mañana. Y no me rechiste. Largo.
Neil le arrebatò los papeles y el portafolio al boquiabierto Wilson y se dirigiò a su auto. Ahora quien parecìa pulpo in extremis era èl, entre los papeles, la botella y el portafolio.
Lanzò todo al asiento trasero del coche y recuperò la botella de entre los papeles. Se sentò en su asiento de conductor y la tomò entre sus finos dedos, mientras la luz del dìa empezaba a escabullirse entre los nubarrones. El verde cristal parecìa absorber la poca luz restante de aquel tumultuoso dìa.
Neil Legan nunca habìa temido hacerle frente a nada y acababa de comprobarlo. No habia temido salir a mar abierto con el plan, perfectamente trazado, de suicidarse en un lugar lo suficientemente lejos como para que nadie lo interrumpiera pero lo suficientemente cerca como para que la corriente pudiera regresar su cuerpo a la orilla.
Sentado en su coche mientras la noche caìa, consideraba sus opciones como habìa aprendido a hacerlo desde hacìa mucho tiempo: frìamente.
Podìa contratar un investigador privado que fuera a la direcciòn y le dijera què era lo que habìa allì. Podìa escribir una carta. Podìa ir en persona. Podìa enviar a alguien de cualquiera de sus empresas. Wilson servirìa para tal propòsito… Lo que ocurrìa es que empezaba a sentir un celo creciente porque esa botella era su secreto. Ni del investigador ni de Wilson ni de nadie màs.
Irìa. No habìa otra opciòn. La de escribir la carta se le antojaba cursi y ridìcula. ¿Què iba a escribir?
¿Querida persona desconocida, estaba a punto de suicidarme y su molesta botella me impidiò cumplir con mi propòsito con toda la eficiencia que tenìa planeada…? ¡Bah! ¡Al diablo con todo!
Decidiò que irìa a su casa y dormirìa. Empacarìa para una semana, por si acaso. Por la mañana pasarìa a la oficina y dejarìa todo en orden y la lista para Wilson preparada con los pendientes y urgentes de los que era necesario ocuparse y resolver.
...Wilson… se preguntò si el pobre diablo estarìa a cubierto o empapado hasta los huesos por la tormenta que se había dejado venir intempestivamente. ¡Vaya con lo intempestivo de aquel dìa! De acuerdo con los càlculos que habìa realizado, para estas horas, tanto el velero como su cuerpo estarìan de vuelta en la playa y Wilson lo llorarìa con el portafolio agarrado en una mano y un pañuelo en la otra… o al menos eso le gustaba pensar a Neil Legan, quien un dìa le habìa ordenado a su pobre asistente que ni pensara ni lo contradijera.
Última edición por ANJOU el Miér Abr 07, 2021 2:37 pm, editado 1 vez