Era un Mini, Muy Mini NeilFic: La vida en una botella (La pesadilla de Neil Parte 6) Camino

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Camino

Saliò de la oficina como alma que lleva el diablo. El diablo se lo habìa llevado con la cantidad de trabajo realizado en tiempo rècord aun para sus estàndares.

Abriò la puerta del auto y lanzò la maleta en el asiento trasero, lanzàndose èl, tras la maleta. Empleò la maleta como almohada y con los pies sobresaliendo por la portezuela abierta y la botella en las manos, la contemplò.

Levantando un poco la cabeza, vio còmo la luz se colaba a travès del verde cristal. Se la colocò frente al ojo y vio su entorno por dònde el papel dejaba espacio. Era cierto, el mundo es del color del cristal con que se mira. Y no sòlo era verde, sino algo distorsionado. ¿No habrìa podido ser la botella de otro color? ¡Bah, pamplinas! El encuentro con esa bruja del demonio lo habìa dejado algo destanteado…

Recostò por completo su cabeza en la maleta y cerrò los ojos. Tenìa el mapa doblado dentro del bolsillo interno del saco. Dos horas. Eran ùnicamente dos horas de camino y èl habìa empacado para cinco dìas... Se sintiò como Elisa, con doscientas maletas para unas vacaciones de un fin de semana.

Una suave modorra lo invadiò. Dentro de dos horas se decidirìa su destino. Podìa presentirlo. Estaba seguro de ello, era como si una fuerza invisible lo condujera al sitio escrito en el papel dentro de la botella.

Aùn despreciàndolos por sus escrùpulos a la hora de hacer negocios, sabìa que los Andrew eran los mejores para tomar las riendas de los Aceros cuando èl faltara. El tìo William, habìa hecho crecer su patrimonio de una manera escandalosa, invirtiendo en ferrocarriles. Lo habìa dejado todo debidamente notarizado. Jenkins tenìa el testamento en su despacho, asì que, en ese sentido, las cosas estaban definidas y decididas.

Neil sintiò el tacto de la botella sin verla. La sintiò tibia en su mano. Abriò los ojos, saliò del asiento trasero y, colocando la botella, como si de su copiloto se tratara, encendiò el coche.

La noche anterior habìa sido tormentosa… literal y figurativamente hablando. Contemplò el cielo y pensò que esos nubarrones anunciaban una nueva lluvia, pero si alguien era un conductor experimentado, ese era èl.

Desplegò el mapa sobre el asiento en el que descansaba la verde botella que le habìa salvado la vida e hizo los càlculos mentales para iniciar el viaje.

Manhattan. ¿Es que habìa algo mejor? …¿O algo peor? Neil no lo sabìa pero sabìa que esa ciudad representaba para èl, mucho màs que su nativo Chicago.

Salir de la locura de la ciudad se le hizo un cambio refrescante. El campo siempre era tan… rùstico… La verdad sea dicha, Neil detestaba el campo. Claro, la diferencia en el aire que se respiraba era obvia, pero, aparte de eso, el campo era nada màs eso: verde, verde y màs verde y a èl el verde le traìa malos recuerdos…

Preferìa el azul del mar y el cielo juntos. O el gris de la tormenta. Tanto verde lo descomponìa. Neil se esperaba que los caminos estuvieran en mejores condiciones, ¡què demonios, si para eso èl pagaba una cantidad obscena de impuestos! ¡Malditos polìticos corruptos!

Se encongiò de hombros porque recordò que èl tambièn habìa colaborado con la corrupciòn de unos cuantos funcionarios pùblicos, ¡pero què diablos! ¡Eso lo hacìa todo el mundo! ...Todo el mundo que tenìa dinero, al menos…

Si algo hacìa que Neil Legan se pusiera de mal talante, era ensuciar su coche innecesariamente. Y, a estas alturas, no del partido, sino del camino, Neil, que intentaba esquivar los baches de la carretera, sabìa que su auto estaba hecho un verdadero asco.

Disminuyendo la velocidad, vio ràpidamente su reloj. Las tres. La ventaja de esa època del año, era que oscurecìa màs tarde, asì que condujo con menos preocupaciòn, que sì, que no le gustaba nada manejar con la carretera en esas condiciones.

Neil Legan, que era un astuto cazador para los negocios, estaba empezando a desesperarse. Todo aquello que se interpusiera entre èl y el objetivo que se habìa fijado, habìa que hacerlo a un lado, el problema es que, en este caso, no podìa hacer a un lado ni el camino ni los baches ni el maldito lodo que se adherìa a su coche con cada centìmetro que avanzaba.

Se percatò, cuando alzò la vista por el retrovisor, que una desvencijada camioneta llevando heno en la parte posterior, venìa, con toda precauciòn, siguièndolo por el enlodado camino.

Inmerso en el anàlisis del vehìculo en cuestiòn se encontraba, cuando frente a èl, saliendo de la nada, un grupo de vacas empezaba a cruzar por el camino. En un esfuerzo desesperado por esquivar a los animales sin dañar su auto, Neil Legan volanteò hacia la izquierda, sin poder prever, a cabalidad, que el lodo del camino, harìa el coche deslizarse en direcciòn a los àrboles que, apaciblemente, bordeaban el camino.