¡Bienvenidas!
Por favor, lean esta historia con la mùsica.
Tabatha
Por favor, lean esta historia con la mùsica.
Tabatha
Neil Legan se vistiò, como siempre, impecable. Sus costosos trajes, sus costosas corbatas, sus costosos zapatos, sus costosas mancuernillas. Neil Legan sabìa lo que era esa sencilla elegancia que marca a quien realmente lo tiene todo. Aquella era una jungla, pero en esa jungla de acero, la apariencia lo era todo.
Se dio una ùltima mirada en el espejo, tomò la maleta que habìa preparado y la botella verde en la otra mano. Bajò la amplia escalera de màrmol que la noche anterior le habìa brindado una frìa bienvenida, escuchando el eco de sus propios pasos llenando el aire a su alrededor.
Llegar a la oficina se le hizo eterno. Querìa salir de la ciudad lo antes posible. Colocò la botella verde sobre su escritorio de caoba y pensò que le agradaba el contraste de textura y color. Se acercò al gran ventanal y contemplò la ciudad que empezaba a despertar de su sueño.
Neil Legan amaba Nueva York. Y sì, Nueva York no lo amaba a èl, pero le habìa abierto de par en par todas sus puertas. La habìa conquistado a la fuerza, claro està. Neil Legan no aceptaba un no, o dos o tres por respuesta. Como todo sabio cazador, sabìa esperar el momento justo y ser paciente esperando.
El intercomunicador sonò.
-¿Lena?
-Señor, ¿desea que pase ahora?
-No. No quiero que nadie me moleste hoy. ¿Entendido?
-Como usted ordene, señor.
-Ah, Lena, Wilson no vendrà hoy. Interrùmpame sòlo si es urgente, ¿de acuerdo?
-Si, señor.
Neil Legan empezò a trabajar como un poseso. Acomodò todo lo necesario para que Wilson no encontrara un sòlo inconveniente por esos cinco dìas que tenìa planeado ausentarse de la oficina… aun sin estar seguro de que fueran cinco. Lo consideraba casi un sacrilegio. ¡En su vida habìa estado ausente de la oficina màs de un dìa, a no ser por motivos de negocios!
Despuès de, aproximadamente dos horas de trabajar sin parar, saliò de su ensimismamiento y escuchò ruidos y voces fuera de su despacho. Arrugò el entrecejo pero no quiso darle màs importancia hasta que, abruptamente, la puerta de su oficina fue abierta por una mujer vestida como gitana.
La cara de Neil era un poema… de disgusto.
-S… señor, lo siento, intentè detenerla pero no pude, señor…
Los ojos de Neil se fijaron en los de la mujer que tenìa frente a èl.
-Dèjenos solos, Lena.
Lena cerrò la puerta, aliviada. Si Neil no la habìa despedido en ese momento, su empleo estaba a salvo. Neil no dejaba nada que pudiera hacer en el momento para despuès.
-¿Què haces aquì, Tabatha?
-No me encontraba por casualidad en el vecindario, Ojos de Miel.
-No quiero verte. Vete.
-¿Y desde cuàndo yo hago lo que tù quieres?
-Vete.
-No.
-No necesito sacarte yo, Tabatha. Tengo guardias de seguridad.
-Si lo que quieres es que a tus guardias de seguridad les salgan ojos saltones y empiecen a croar, llàmalos ahora mismo.
Neil levantò los ojos al cielo… raso. La culpable de la presencia de esa loca en su despacho era de Elisa, que lo habìa arrastrado, bajo amenaza de pasar una temporada en Nueva York y en su casa, de ir a ver a una adivina hacìa meses. La susodicha cuasi bruja costaba una fortuna, que Elisa no tenìa, asì que Neil que era su fuente de ingresos oficiales y no oficiales, necesarios e innecesarios, no sòlo tuvo que patrocinar la visita a semejante engendro, sino acompañar a la molesta de Elisa, porque el barrio en el que se encontraba el “consultorio” no era de màs baja reputaciòn, porque no se podìa.
Neil, que en un principio habìa pensado quedarse esperando en el auto, ante tan contundente evidencia de que aquel vecindario era menos inseguro adentro de un edificio que afuera, vacilando y maldiciendo, entrò con Elisa a la consulta.
La gitana le leyò a Elisa las cartas, pero sus ojos negro azabache no se desprendìan de los ojos dorados de Neil. Despachò a Elisa prometièndole mil fortunas y dichas venideras y, cuando se disponìan a partir, tomò a Neil del brazo y, vièndolo fijamente a los ojos le dijo, “las almas no se equivocan, Neil Legan”.
Neil que se quedò con la boca abierta y con el reproche a punto ante el atrevimiento del contacto fìsico no pedido, no pudo decir nada. Se sintiò transportado a un lugar desconocido y la pelìcula de su vida empezò a recorrer su mente en cuestiòn de segundos. Reviviò todas aquellas ocasiones en las que se habìa sentido solo. Las veces en las que habìa querido sentirse apreciado y valorado. Cuidado y protegido. Se vio a sì mismo como perdido en una negra inmensidad, solo. Siempre solo.
Saliendo de esa especie de trance, cerrò la boca y apretò las mandìbulas. Contuvo las làgrimas porque se habìa propuesto jamàs derramarlas, se dio la vuelta y saliò con Elisa, azotando la puerta.
Y aquì estaba la loca del consultorio otra vez. Frente a èl, sin su consentimiento.
-No quiero hablar contigo, Tabatha.
-Ya no tienes otra opciòn, Ojos de Miel.
-Te equivocas.
Y tomando el intercomunicador, empezò a hablar, cuando el dedo ìndice cargado de anillos de Tabatha cortò la llamada.
La paciencia de Neil tenìa una estatura muy corta y sus ojos ardieron como un fuego dorado ante la mujer que tenìa frente a èl y la que continuaba sin inmutarse ante el hombre que habìa venido a ver.
-¿Recuerdas lo que te dije hace seis meses, Neil Legan?
-No sè de què hablas.
-Mìrame, Ojos de Miel.
Neil intentò ver hacia el ventanal pero no pudo. La voz magnètica de Tabatha estaba dirigièndolo, contra su voluntad, hacia los negros carbones de su mirada.
-Asì, muy bien. Ahora, escùchame, pequeño niño. Elisa fue sòlo un pretexto del destino para que tù llegaras hacia mì. Sè lo que has estado a punto de hacer. Y sè del mensaje que tienes en esa botella. Las almas nunca se equivocan, Neil Legan, nunca.
Sacò de su estrafalaria bolsa un collar elaborado con un sencillo cordòn negro, con el dije de un colibri y se lo colgò al Neil del cuello.
-No te lo quites, no importa lo que hagas.
Tomò a Neil del brazo y lo perforò son sus negros ojos.
-No te lo quites.
Se dio la vuelta y saliò del despacho, mientras Neil salìa del momentàneo trance y recuperaba sus sentidos. ¡¿Pero què demonios?! Tomò el collar con la mano, pero una especie de alarma reverberò en todo su interior. “No te lo quites”. Observò el pendiente de colibrì. Era una pequeña maravilla de piedras preciosas verdes y azules. ¿De dònde habìa sacado esa gitana del demonio semejante joya?
Neil optò por aflojarse el nudo de la corbata e introducir el cordòn dentro. Sintiò una especie de corriente elèctrica cuando el dije rozò su morena piel.
Se olvidò del incidente porque su tiempo era valioso y completò todo lo que debìa dejar organizado para que el pobre diablo de Wilson trabajara como si su alma dependiera de eso… “Las almas no se equivocan”. ¡Demonios con esa mujer y sus fanfarronerìas…!
Abriò el mapa y observò el lugar a donde debìa dirigirse. De acuerdo a sus càlculos, eran dos horas de camino. Ni siquiera estaba lejos. Saliò de la oficina a las doce del medio dìa. Frente a èl tenìa el viaje màs importante que habìa realizado en toda su vida, y su ùnico acompañante era el colibrì que una gitana le habìa colgado al cuello.
Se dio una ùltima mirada en el espejo, tomò la maleta que habìa preparado y la botella verde en la otra mano. Bajò la amplia escalera de màrmol que la noche anterior le habìa brindado una frìa bienvenida, escuchando el eco de sus propios pasos llenando el aire a su alrededor.
Llegar a la oficina se le hizo eterno. Querìa salir de la ciudad lo antes posible. Colocò la botella verde sobre su escritorio de caoba y pensò que le agradaba el contraste de textura y color. Se acercò al gran ventanal y contemplò la ciudad que empezaba a despertar de su sueño.
Neil Legan amaba Nueva York. Y sì, Nueva York no lo amaba a èl, pero le habìa abierto de par en par todas sus puertas. La habìa conquistado a la fuerza, claro està. Neil Legan no aceptaba un no, o dos o tres por respuesta. Como todo sabio cazador, sabìa esperar el momento justo y ser paciente esperando.
El intercomunicador sonò.
-¿Lena?
-Señor, ¿desea que pase ahora?
-No. No quiero que nadie me moleste hoy. ¿Entendido?
-Como usted ordene, señor.
-Ah, Lena, Wilson no vendrà hoy. Interrùmpame sòlo si es urgente, ¿de acuerdo?
-Si, señor.
Neil Legan empezò a trabajar como un poseso. Acomodò todo lo necesario para que Wilson no encontrara un sòlo inconveniente por esos cinco dìas que tenìa planeado ausentarse de la oficina… aun sin estar seguro de que fueran cinco. Lo consideraba casi un sacrilegio. ¡En su vida habìa estado ausente de la oficina màs de un dìa, a no ser por motivos de negocios!
Despuès de, aproximadamente dos horas de trabajar sin parar, saliò de su ensimismamiento y escuchò ruidos y voces fuera de su despacho. Arrugò el entrecejo pero no quiso darle màs importancia hasta que, abruptamente, la puerta de su oficina fue abierta por una mujer vestida como gitana.
La cara de Neil era un poema… de disgusto.
-S… señor, lo siento, intentè detenerla pero no pude, señor…
Los ojos de Neil se fijaron en los de la mujer que tenìa frente a èl.
-Dèjenos solos, Lena.
Lena cerrò la puerta, aliviada. Si Neil no la habìa despedido en ese momento, su empleo estaba a salvo. Neil no dejaba nada que pudiera hacer en el momento para despuès.
-¿Què haces aquì, Tabatha?
-No me encontraba por casualidad en el vecindario, Ojos de Miel.
-No quiero verte. Vete.
-¿Y desde cuàndo yo hago lo que tù quieres?
-Vete.
-No.
-No necesito sacarte yo, Tabatha. Tengo guardias de seguridad.
-Si lo que quieres es que a tus guardias de seguridad les salgan ojos saltones y empiecen a croar, llàmalos ahora mismo.
Neil levantò los ojos al cielo… raso. La culpable de la presencia de esa loca en su despacho era de Elisa, que lo habìa arrastrado, bajo amenaza de pasar una temporada en Nueva York y en su casa, de ir a ver a una adivina hacìa meses. La susodicha cuasi bruja costaba una fortuna, que Elisa no tenìa, asì que Neil que era su fuente de ingresos oficiales y no oficiales, necesarios e innecesarios, no sòlo tuvo que patrocinar la visita a semejante engendro, sino acompañar a la molesta de Elisa, porque el barrio en el que se encontraba el “consultorio” no era de màs baja reputaciòn, porque no se podìa.
Neil, que en un principio habìa pensado quedarse esperando en el auto, ante tan contundente evidencia de que aquel vecindario era menos inseguro adentro de un edificio que afuera, vacilando y maldiciendo, entrò con Elisa a la consulta.
La gitana le leyò a Elisa las cartas, pero sus ojos negro azabache no se desprendìan de los ojos dorados de Neil. Despachò a Elisa prometièndole mil fortunas y dichas venideras y, cuando se disponìan a partir, tomò a Neil del brazo y, vièndolo fijamente a los ojos le dijo, “las almas no se equivocan, Neil Legan”.
Neil que se quedò con la boca abierta y con el reproche a punto ante el atrevimiento del contacto fìsico no pedido, no pudo decir nada. Se sintiò transportado a un lugar desconocido y la pelìcula de su vida empezò a recorrer su mente en cuestiòn de segundos. Reviviò todas aquellas ocasiones en las que se habìa sentido solo. Las veces en las que habìa querido sentirse apreciado y valorado. Cuidado y protegido. Se vio a sì mismo como perdido en una negra inmensidad, solo. Siempre solo.
Saliendo de esa especie de trance, cerrò la boca y apretò las mandìbulas. Contuvo las làgrimas porque se habìa propuesto jamàs derramarlas, se dio la vuelta y saliò con Elisa, azotando la puerta.
Y aquì estaba la loca del consultorio otra vez. Frente a èl, sin su consentimiento.
-No quiero hablar contigo, Tabatha.
-Ya no tienes otra opciòn, Ojos de Miel.
-Te equivocas.
Y tomando el intercomunicador, empezò a hablar, cuando el dedo ìndice cargado de anillos de Tabatha cortò la llamada.
La paciencia de Neil tenìa una estatura muy corta y sus ojos ardieron como un fuego dorado ante la mujer que tenìa frente a èl y la que continuaba sin inmutarse ante el hombre que habìa venido a ver.
-¿Recuerdas lo que te dije hace seis meses, Neil Legan?
-No sè de què hablas.
-Mìrame, Ojos de Miel.
Neil intentò ver hacia el ventanal pero no pudo. La voz magnètica de Tabatha estaba dirigièndolo, contra su voluntad, hacia los negros carbones de su mirada.
-Asì, muy bien. Ahora, escùchame, pequeño niño. Elisa fue sòlo un pretexto del destino para que tù llegaras hacia mì. Sè lo que has estado a punto de hacer. Y sè del mensaje que tienes en esa botella. Las almas nunca se equivocan, Neil Legan, nunca.
Sacò de su estrafalaria bolsa un collar elaborado con un sencillo cordòn negro, con el dije de un colibri y se lo colgò al Neil del cuello.
-No te lo quites, no importa lo que hagas.
Tomò a Neil del brazo y lo perforò son sus negros ojos.
-No te lo quites.
Se dio la vuelta y saliò del despacho, mientras Neil salìa del momentàneo trance y recuperaba sus sentidos. ¡¿Pero què demonios?! Tomò el collar con la mano, pero una especie de alarma reverberò en todo su interior. “No te lo quites”. Observò el pendiente de colibrì. Era una pequeña maravilla de piedras preciosas verdes y azules. ¿De dònde habìa sacado esa gitana del demonio semejante joya?
Neil optò por aflojarse el nudo de la corbata e introducir el cordòn dentro. Sintiò una especie de corriente elèctrica cuando el dije rozò su morena piel.
Se olvidò del incidente porque su tiempo era valioso y completò todo lo que debìa dejar organizado para que el pobre diablo de Wilson trabajara como si su alma dependiera de eso… “Las almas no se equivocan”. ¡Demonios con esa mujer y sus fanfarronerìas…!
Abriò el mapa y observò el lugar a donde debìa dirigirse. De acuerdo a sus càlculos, eran dos horas de camino. Ni siquiera estaba lejos. Saliò de la oficina a las doce del medio dìa. Frente a èl tenìa el viaje màs importante que habìa realizado en toda su vida, y su ùnico acompañante era el colibrì que una gitana le habìa colgado al cuello.