La lluvia arreciaba, haciendo el viaje más lento. Desde la ventana observaba las praderas recordando viejos encuentros. Un portal de rosas, uno de piedra, uno detrás de una cascada; cada uno con su emblema. Buscó en su bolso, miró con devoción el broche, llevándolo a su pecho. Tantos años habían pasado, pero las memorias vivían, frescas, en su mente. Volvió a llorar como lo hiciera mil veces.
“Detenga el auto”
“¿Señora?” el chófer le miró asustado.
“Necesito caminar, tomar aire”
“Señora…” dijo el hombre apesadumbrado. “Ya estoy en problemas, si el señor se entera que la traje sin avisarle… Si le pasara algo ahora” le miró suplicante.
“No se preocupe Smith, él no dirá nada, de eso yo me encargo” le guiño, mientras tomaba su paraguas dispuesta a bajar. “Detenga el auto” cambió su alegre tono por uno demandante. Era la primera vez que se mostraba autoritaria ante alguien, no estaba acostumbrada, pero tenía la necesidad imperiosa de salir. El chofer hizo lo indicado, mientras mascullaba su malestar. Candy bajó del vehículo, emprendiendo su marcha. Un viaje en el tiempo, a sus recuerdos. Una cerca, no pudo evitar mirarle divertida. Como si unos simples palos fueran a detener su andar. Cerró el paraguas lanzándolo sobre las maderas. Arremangó su vestido y se puso a la tarea. Al cruzar la barrera era como si otro Lakewood la recibiera. El viento comenzó a soplar, despeinándola aun más. La lluvia comenzaba a amainar. Abrió su paraguas mientras comenzaba a caminar.
Diviso un monte, intento apresurar sus pasos, pero era difícil, el vestido mojado hacia su andar pesado. Pero no sería impedimento. Su respirar era dificultoso, sentía las mejillas arder por el esfuerzo. Por fin había llegado a la cima. Las nubes habían dado marcha atrás para dejar al sol del atardecer iluminar las húmedas llanuras. No muy lejos de donde se encontraba, podía divisar una pequeña loma, un gran árbol, y en su entorno los sepulcros. Cruces de oxidado metal, yacían silenciosas, olvidadas. Su corazón se contrajo, alguna vez fueron resguardo de seres muy amados. Anthony, Stear… Cerró los ojos, juró escuchar el canto de las gaitas. Lágrimas volvían a brotar. Pudo verlos, vestidos con sus Kilt y el tartán tradicional. No nos olvides...
Sobresaltada abrió los ojos, buscando a su alrededor. De pronto los vio, en el cielo, dos palomas blancas alzaban vuelo. Ensimismada les siguió. Para Candy, en ese momento, todo parecía brillar, los pequeños diamantes sobre el pastizal, como los ventanales de la desolada mansión, hacia donde las aves parecían volar.