OCTAVO APORTE – PELOTON PECOCITAS
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Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus creadores Kyōko Mizuki y Yumiko Igarashi respectivamente. Todo se ha escrito sin fines de lucro, solo para entretenimiento, y lo que se presenta son simplemente ideas de una servidora, y ha sido escrito para celebrar el cumpleaños del Príncipe de la Colina. Saludos a todas mis compañeras del Pelotón Pecocitas, especialmente a mi querida amiga y compañera Nerckka Andrew por ayudarme a preparar todos los años los regalos para todas ustedes y a mi querida amiga Maravilla121 de Fanfiction quien siempre me apoya leyendo mis borradores. Gracias, amigas, de verdad les agradezco todo su apoyo.
Un Cambio de Destino
Capitulo – 4 (final)
Los dos se miraron espantados, eso no podía pasar. Tenían que marcharse ellos no eran esposo.
— Nnoo gracias, no podemos molestar —, contestaron ambos rápidamente.
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Tiempo después en una lujosa habitación
Candy miraba el techo sumamente nerviosa mientras seguía tapándose con sus brazos sus pechos, la bata de dormir que le dieran las amables señoritas Brissaud era tan transparente. Era una bata nueva que dejara su sobrina Monique la última vez que estuviera de vacaciones en Chicago. Había tomado un baño para limpiar su cuerpo. Al principio salió con una bata un poco gruesa del baño, pero la de dormir era tan trasparente que estaba más roja que una fresa por la vergüenza, en ese momento Albert tomaba un baño. Estaba histérica, que iba hacer, estaba sentada sobre la cama. Aunque era enorme y muy elegante como toda la mansión de las señoritas Brissaud, ¡había una sola cama! No sabía qué hacer vestida así con esa bata tan moderna, era muy transparente. ¡Nada que ver con sus batas de franela! Albert no tardaba en salir, él no podía verla así.
Se armó de valor y decidió meterse en la cama. Apagó la luz, se quitó la parte gruesa de la bata y se cubrió todo su cuerpo con las sabanas. Así Albert no podría verla, de pronto se asustó, ¿y si Albert se caía? Él no conocía esa recamara, no ella podía ser tan inconsciente, ella era su enfermera. Inmediatamente prendió la luz, en eso Albert salió y la miró arriba de la cama con su bata transparente. Ambos sé que quedaron quietos y sonrojados. Albert tragó seco, nunca había visto a Candy tan seductora, la bata era demasiado transparente y su cabello caía como una cascada dorada sobre su espalda, la joven era una beldad. La joven rápidamente se metió nuevamente en la cama y cubrió con las sabanas. Él solo llevaba un pantaloncillo, ella se quedó impactada al ver su dorso desnudo, el rubio era tan musculoso y guapo. Ambos bajaron los ojos incomodos, él siguió secándose el cabello corto con una toalla al terminar. Le sonrió a la joven para tranquilizarla y aparentar que nada pasaba.
— Candy, no te preocupes yo voy a dormir aquí en el suelo —, tomó una almohada.
El joven apagó la luz, puso la almohada en el suelo y se acomodó en la horilla de la cama. Ella sintió que se le caía el corazón. Sabía que era lo correcto, ellos no eran esposos. Aunque viven juntos en un departamento, no duermen juntos, mucho menos con tan poca ropa, pero estaba haciendo mucho frio afuera estaba cayendo una tormenta. Albert podía morir de enfriamiento, no ella no era una malvada. Después de todo las amables Señoritas Brissaud no los conocía.
— Albert…Albert.
— Mmmm
— ¿Estas dormido?
Albert se rió en silencio, ¿Cómo se iba a dormir teniendo al amor de su vida vestida así, tan endiabladamente sexi cerca de él? Pero se hizo el medio dormido.
— Sí —, siguió riéndose
— ¿De veras sigues dormido? —, se levantó a gatas sobre la cama para verlo en el oscuro cuarto; él solo meneó la cabeza, Candy estaba jugando con fuego. Se incorporó para buscarla hasta que la encontró en la cama y tocó su cara.
— No, no estoy dormido. ¿Necesitas algo esposa mía?
La joven se asustó, y se apartó inmediatamente de él.
— No, es que yo…
— Tú que Candy —, volvió a tocar su cara en medio de la oscuridad. Albert sabía que estaba cruzando una línea con ella que no debía, pero esa noche estaba embrujado por la belleza de Candy.
— No quiero que te enfermes Albert, la noche es muy fría
Él se sintió fatal, él casi pensando en seducirla y ella pensando en su bienestar. La abrazó y la pegó a su pecho, la joven tembló en sus brazos.
— ¿Qué quieres que hagamos Candy? —, preguntó derrotado.
— Yo, …yo estaba pensando que podríamos dormir juntos —, le dijo nerviosa. — La cama es muy grande, nadie tiene porque enterarse. Nunca vamos a volver a ver a las señoritas Brissaud. Todo será como siempre.
Él le levantó la barbilla, tenía que decirle lo que había pensado cuando estuvo bañándose, pero tenía que ser cuidado. Sabía que ella era terca e impulsiva, era capaza de negarse. La conocía bien. Él había comprometido su honra y tenían que casarse. Él estaba feliz con esa decisión, pero no creía que ella lo estaría porque ella amaba a Terry. Pero desgraciadamente lo que había pasado ese día cambiaba todo para ellos. Mucha gente había visto y escuchado sus demostraciones de amor. Por su culpa el nombre de Candy quedaría manchado ante la sociedad de Chicago a menos de que él hiciera lo correcto. No sabía si gente conocida había escuchado sus exhibiciones de amor, pero tenía que reparar su falta, además estás loco de amor por ella.
— Candy después de esa noche todo cambiará.
— ¿Cómo? No entiendo —, preguntó inocente.
Albert besó su frente y la tomó de su cara, ella se sorprendió, ya no estaba dormida. Mejor dicho, ya no se estaba haciendo la dormida. ¿Por qué lo hacía?
— Candy, no sé si te diste cuenta, pero me pareció ver varias personas de la pensión entre los curiosos. Creo que escucharon cuando dijimos que éramos esposos y cuando…cuando yo te estaba inspeccionando las heridas —, comentó nervioso.
— ¿Qué? —, Candy recordó donde estaban las manos de Albert durante la “auscultación” exhaustiva que le hiciera él en el parque, y se quiso morir en ese instante.
— Por eso acepté venir con las señoritas Brissaud para tratar de encontrar una solución.
— ¿Albert que vamos a hacer? ¿Dónde vamos a vivir? —, ella empezó a llorar; él se sintió fatal por estar exagerando, pero era la única manera de convencerla.
— Candy, ¿quieres casarte conmigo?
— ¿Cómo?
— Candy White, ¿quieres ser mi esposa? Sé que no tengo apellido. Ni recuerdos ni memoria, pero te prometo que seré un hombre fiel y siempre te protegeré. Se que no me amas, pero no quiero que me sufras el repudio de la sociedad por mi culpa. Te prometo que seguiremos viendo como amigos y hasta que tú quieras viviremos como esposos, tú decidirás el momento.
Ella se quedó helada, esto no podía estar pasando. Esto no era correcto, ella no podía forzar a Albert a casarse con ella. —, guardó silencio por unos minutos. Albert se sintió fatal, lo estaba rechazando, era lógico, él no era nadie. Era un hombre sin pasado y ella estaba enamorada de otro.
— Si Albert aceptó ser tu esposa — , contestó segura. Sería su esposa; sabía que lo estaba forzando, pero tal vez podría conquistarlo. Ella lo amaba y tal vez Albert algún día también lo haría.
Afuera dos ancianas estaban contentas, estaban haciendo de cupido. Ellas se dieron cuenta que aquella joven pareja no eran esposos por la falta de anillos. Pero al ver el amor del Albert por la joven al arriesgar su vida, las impulso a ayudarlo. Hacia unas semanas les habían informado que el hijo de su querida hermanita, Marcellus, había desaparecido en la guerra, cuando uno de los convoyes de la cruz roja fue atacado al ejército inglés. No sabían nada de él, les habían informado que lo más probable era que su amado sobrino había perdido su vida en el ataque, Su pequeña hermana había sufrido tanto con el rapto de su pequeña y ahora con esto, estaba destrozada. La vida no era justa. El joven cirujano era un joven con un futuro brillante, había dejado una novia al irse y muchos sueños truncados. Por eso decidieron ayudar al joven rubio, tal vez él sí podría hacer esos sueños que su querido sobrino nunca podría hacerlo. Además, esos ojos verdes le recordaban tanto a su hermana y a Marcellus.
— Albert, ¿estas dormido? —, él sonrió, ¿cómo podía dormir con ella a su lado y esa montaña de almohadas en medio de ellos.
— Buenas noches, Candy —, era lo mejor porque si no lo hacía, podría romper la palabra que le diera de respetarla.
— Buenas noches, Albert.
— Buenas noches…amor —, pensaron ambos en silencio.
Pronto amanecería y tendrían que hacer muchas cosas. Albert tendrían que buscar un abogado para ayudarlo con su problema de amnesia para casarse. No sería fácil, pero lo lograría, Candy sería su esposa y lograría conquistarla. El camino para la pareja no sería fácil, pero con la ayuda de dos señoritas aristócratas, las cosas serían más fácil.
¿Fin?