La sensación de Allyson con su golpe y con su mirada, hizo que Candice reviviera otra del pasado. Sí, la sentida lastimeramente cuando ella todavía era estudiante de enfermería y por su ex compañera Flamy, ante una insistencia de la rubia White por ofrecerle a la morena de lentes de los chocolates que Stear le hiciera llegar, ganándose con aquello:
— ¿Cuántas veces tendré que decirte que no soporto a la gente charlatana y ruidosa como tú? Tu presencia me irrita profundamente; y será mejor que sepas que odio a las chicas como tú.
Directamente, Allyson no lo hubo dicho tal cual, sino demostrado tanto su intolerancia e irritación hacia su persona como su odio que era lo que a White le dolía más, porque en la chica era obvio. Y todo por seguir creyendo que lo que hacía sin que nadie más lo supiera era únicamente por el bien de los demás.
Ella misma, Candice, no podía considerarse superada de la muerte de su hermana de crianza. ¿Cómo pudiera hacerlo la pequeña Allyson que, de todos, sería la que más la necesitara? ¿Acaso por eso, también había aceptado casarse con Archibald y de esa forma, si no reemplazar, disminuir la pena de una ausencia?
Quizá; porque Candice había sido hecha para pensar y dedicarse a los demás sin importarle su persona, la cual respondía a lo dicho anteriormente por Albert:
— ¿Crees verdaderamente que, si voy en su búsqueda, habrá una oportunidad para los dos?
— Estoy completamente seguro que sí. Terry ya sabe lo que pasó. También que lo sigues amando.
— Sí, pero él a mí no.
— Candy, él lo hace; solo que… va a darte un poquito de trabajo que te lo reconozca.
— Y me imagino que ese “poquito de trabajo” lo tengo bien merecido.
— Pero si hablas con él y le explicas todas las cosas que ignora, volverás a ver al Terry que conociste y que un día te amó.
— No lo sé, Albert. En estos momentos…
Candice se llevó las manos al rostro debido a que en ese momento volvían a ella las lágrimas que eran características de su personalidad. Por ende, Albert, abrazándola, la animaba:
— Por favor, Candy, deja de llorar, pequeña.
— Aunque no lo creas, me duele que Allyson…
— … tenga más agallas y se haya plantado frente a Terruce para hablarle de su plan.
— ¡Albert! — la rubia White lo reprendió ante su osadía, diciendo el rubio:
— A pesar de lo mal que terminaron las cosas entre ustedes… su intrepidez la aprendió de ti. Así que, no vas a permitir que el alumno supere al maestro, ¿o sí?
— Sé muy bien lo que pretendes — ella intuyó, más no lo a decir a continuación:
— ¿Invitarte al teatro?
— ¿Cómo? — Candice frunció el ceño. Y Albert pícaramente travieso decía:
— Vamos a verlo.
— ¿A dónde?
— Adonde se presentará hoy.
— ¿Crees poder conseguir entradas? En la mañana… ¡oh ahora entiendo! — expresó la rubia rompiendo con ello todo contacto con su protector, el cual quiso saber:
— ¿Qué?
— Uno de sus guardias de seguridad fue el encargado de llevarme hasta donde él estaba; y por la prisa de Rufus y por el gesto de Terry… ¡abarrotaron la taquilla! Va a ser imposible — comentó una derrotada doctora; empero, el guapo magnate seguiría actuando traviesamente:
— ¿Te molestarías conmigo si… recurriera a la reventa de boletos?
— ¡Albert! — Candy lo volvió a retar, excusándose Andrew:
— Siempre hay que tener otras opciones, Candy; y esta es una ocasión que lo amerita. Solo di sí y…
— Está bien — dijo la doctora después de haberlo pensado por segundos.
Consiguientemente, ella comenzó a esbozar una sonrisa debido a las tramposidades que también se le daban a su padre adoptivo, el cual, haciéndose el inocente, se dirigió al teléfono para hacer lo comentado.
Pero en lo que Albert, —ayudado por la operadora—, se informaba de algunos datos para asistir a la última función de “Anonymatus”, Candice empezó a sentirse nerviosa; y es que, con la emoción de ir a verlo, se remontó al estreno de “Romeo y Julieta”, consiguiendo con eso y con la fatalidad del evento, un largo escalofrío que le recorrió por todo el cuerpo.
Para disiparlo, la rubia White se frotó los brazos; y sin poder controlar sus nerviosos, comenzó a caminar por un breve espacio de la sala.
Así, la encontró Albert quien pedía permiso para salir; indicándole además que estuviera lista un cuarto de hora antes de las ocho de la noche.
Acordado, ella lo vio abandonar la sala y posteriormente la casa.
En esa, y en otra área, se planeaba lo siguiente a hacer: dejar esa residencia neoyorkina; ir a la suya en Chicago; despedirse de unos familiares, —en sí, de los abuelos de Allyson—, y ulteriormente irse, padre e hija, de viaje, uno que se ignoraría el regreso, al menos el de Archie, ya que su hija, los brazos de los papás de Annie la estarían esperando para consolarla.
Quien por años lo había hecho, evidentemente lo seguía y seguiría haciendo pese a su edad; y Candice agradecía en demasía que esa persona siguiera estando en su vida, y haciendo hasta lo imposible por verla feliz.
Por eso, ante el esfuerzo de él, ella se dirigió a su habitación para ver en su armario lo que usaría esa noche. No obstante, y como siempre estuvo al pendiente, Albert, un par de horas después, le hacía llegar un hermoso vestido que le favoreciera tanto corporal como facialmente, admitiendo Candice, una vez lo viera puesta en ella, lo bien que se veía.
Añorando que alguien la viera tal cual, la rubia White, a la hora indicada, bajaba a la planta baja para encontrarse con su también guapo acompañante, el cual ¡presto!, se mostró galante al ir por ella y ayudarla a descender los últimos peldaños de la escalera.
Obviamente, un complemento no se reservó, a pesar de que ella, cual colegiala, lucía ruborizada.
Besado un dorso, Albert colgó el descubierto brazo femenino sobre el suyo enchaquetado, y así salieron de la residencia, viéndoseles llegar de igual modo y conducirse a los lugares del teatro que el rubio consiguiera para ellos. Una ubicación perfecta para admirar todo el escenario. Incluso, una ubicación donde ellos, iba a ser imposible, no pasar desapercibidos.
Lo malo que, el lleno total del teatro, tenía muy tenso al staff, sobre todo porque “la sorpresa de la noche”, en el camerino, le decía severamente al señor Jones:
— Me mintió.
— ¡Le juro que no, señor Granchester! Alguien debió ir a contarlo.
— Efectivamente; alguien que forma parte de su equipo.
— Pero le aseguro que no por orden mía. ¡Debe creerme!
— No lo sé — dijo Terruce sintiéndose ciertamente timado.
— ¿Eso significaría… que usted no cumplirá su parte?
— ¡Absolutamente! No la cumpliré. Usted me confirmó no habría publicidad — el duque sonó rígido.
— ¡Y no la hubo! — el escritor chilló.
— Sin embargo, todo ese público afuera dice lo contrario, y a mí… que siempre tuvo llenos totales.
— ¡Le doy mi palabra que no! ¡Mi obra fue un rotundo fracaso!
— Entonces, que siga siendo así.
— ¡Señor Granchester! — alguien suplicó entre chillido.
— Lo siento, señor Jones. Yo consideraba que verdaderamente sería poca la audiencia, y a ella, le iba a dedicar mi actuación a pesar de ya no ejercerla, no a un público desinteresado.
— Aun así, Milord, por favor, no me haga esto —, el pobre hombre hasta de rodillas se puso con tal de convencerlo, no obstante…
— Entendámonos, señor Jones. Yo ya no soy actor; y por usted estaba dispuesto y…
— ¡Sí, sí, por esa audiencia! ¡Pero, ahora esta me demandará!
— ¿Por qué? En su caso, al bocón que fue y contó algo que no era cierto. Además, al no ser el dinero lo que le preocupara, devuélvaselos.
— Eso quiere decir... ¿que se mantiene firme y no se presentará?
— Deles una lección. Si todo el tiempo fue ignorado y recibió malas críticas, una más no tiene por qué afectarlo.
— Pero sí afectará a la audiencia que siempre me apoyó. Piense en ella.
— Lamentablemente, señor Jones, por unos que son muchos, pagan pocos; y mi respuesta sigue siendo no.
Gracias a que Terruce ni siquiera hubo comenzado el proceso de transformación, con su definitiva respuesta, buscó la salida del teatro; ¿remordiéndole la conciencia de haber dejado plantado al que le ayudara en el pasado? Bueno, en ese y con creces, el favor hubo sido muy bien pagado, así que, por tener mucho trabajo en una oficina, al teatro heredado fue y se encerró, desconociendo que, entre aquella audiencia mal agradecida, estuviera Albert y Candice quien no dejaba de mirar al rubio, el cual, con el fiasco llevado, no dejaba de reírse, afirmando con ello, que su amigo Terry era otro.
Pero, así como ellos habían salido sorprendidos de no verlo en el escenario, a pesar de que sí, entre el público asistente se rumoreaba que se había confirmado su presencia, Eliza fue otra de las decepcionadas, molestas y timadas personas, y que, —al ver a su tío y compañía—, a lado de Neil, los evitaron.
Además, una vez que Albert se serenara le pondría atención a su compañera que, al punto estaba de las lágrimas.
— Vamos, Candy. No tienes por qué ponerte así — dijo Albert tratando de no soltar la carcajada al recordar su engaño.
— Es que… no niego que tenía deseos de verlo actuar.
— Sí; iba a ser inolvidable al ya no dedicarse él a esto.
— Eso es lo que más me duele. Hace años tuve la única oportunidad de verlo en una simple obra, aquella que apenas le abría el camino al éxito. Con su invitación a “Romeo y Julieta”, yo… por ponerle más atención a los rumores y correr adonde Susana para según hacerla desistir de no obligarlo a casarse con ella, abandoné el espectáculo y…
— Pero fuiste a hacer lo correcto, ¿no? Además, te diste cuenta que Susana lo necesitaba más. Que ella merecía más felicidad que ustedes dos.
— Lo salvó, Albert — dijo la rubia; en cambio, el rubio inquiría:
— ¿Verdaderamente lo hizo, Candy?
— ¿A qué te refieres?
— ¿Quieres hablarlo en casa o me aceptas una invitación a cenar? Lo que decidas, Candy, sabes que cuentas conmigo.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 14
Última edición por Citlalli Quetzalli el Miér Abr 22, 2020 4:54 pm, editado 1 vez