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Como lo dijera Mark, además de su cara para nada agraciada, la señora Granchester que, paseaba a Richard en su silla de ruedas, se le podía notar a leguas lo grosera que era.
Conforme ellos dos se acercaban, Candice no pudo evitar el alegrarse al ver a Richard, sí, sumamente delgado y débil tal cual Terry se lo comentara. No obstante, esa alegría la hizo apresurarse para aprovechar que cerca, de otra reja, pasaba.
— ¡Buenos días! — saludó la animosa mujer.
Por supuesto, la otra mal encarada, al detenerse, la miró de arriba abajo; en cambio, Richard, sin haberla identificado devolvía el saludo.
— Buenos días.
— Soy yo, Señor Granchester; Mark
— ¿Mark? — repitió lo que quedaba de un guapo aristócrata. — Había jurado escuché una voz de mujer, muchacho.
— Bueno —, éste aguantó la risa, pero Candy no, — es que ella viene conmigo. Traemos lo de todos los días.
— Entonces, ya sabes por donde está la entrada — indicó la hostil mujer. — No querrás entrar por aquí, ¿cierto?
— Pero me gustaría pasar a saludar al Duque — dijo Candy; y a ella le recordarían:
— Él no está aquí.
— ¡Perdón! Es la costumbre. Me refiero a… al señor Granchester.
— ¿Y usted quién es? — indagaba la molesta esposa del enfermo. — ¿Por qué desea hacerlo?
— Porque nos conocemos.
— ¿Lo hacemos? — preguntó cansadamente el canoso ser.
— Sí, señor. Quizá no me recuerde de pronto, pero… soy Candice White.
— Candice… White —, alguien, con su nombre, hacía difícilmente memoria. Y para ayudarle, ella completaba:
— Compañera de Terry en el Colegio San Pablo.
— ¿Eres acaso… la chica americana?
— Sí, milord; la hija adoptiva de los Andrew.
— Sí, ya te voy recordando — dijo Richard indicando: — Mujer, déjalos pasar.
— ¡Absolutamente no! — gritó la histérica. — Que lo hagan cuando Terruce esté. Yo, en su ausencia, estoy a cargo y no lo permitiré.
— Está bien, señora — Candy, como raras veces, era prudente. — Solo quiero que tenga en mente que, si se le ofrece algo, soy médico. Estoy en la villa de abajo, cercana a ustedes, por si un día me necesita.
— Candy… — la llamó el señor Granchester.
— Sí, Duque.
— Me dio gusto saber de ti —, aunque él sabía sería otro que lo estuviera más.
— Igualmente, señor. Vendré otro día a verlo — ella amenazó.
— Te esperaré, hija. Me gustaría hablar contigo.
— Y tú, ¿qué tendrías que hablar con ella? — indagaba una furiosa fémina en lo que lo alejaba en su silla de ruedas e ingresaba a la residencia.
Con un gesto no muy amable, Candice veía el camino que se llevaba hacia el interior. De pronto, se le veía tomar una pose en jarras; y molesta decía:
— ¡¿Cómo es posible que Terruce permita eso?!
— Porque delante de él, ella no lo hace. Solamente con los que considera inferiores a ella.
— ¿Y nunca se lo has platicado?
— La señora todavía no admite que Terry se haya quedado con el título y a cargo de la familia. además, sí, sí lo sabe; pero a nosotros nos apena que todo eso representan disgustos fuertes para él. Y… ya optamos por no decirle más.
— Bueno — pronunció Candice no muy convencida; pero sí en lo siguiente: — Ahora, ¿a dónde vamos?
Con la indicación de ir hacia abajo, por ahí descenderían, no sin antes dirigirse Mark, por otra entrada de la residencia Granchester, a dejar lo llevado ahí.
Y así, como ese día, la rubia White comenzaría su rutina diaria. Eso iba a incluir, sus intentos por verse con el anterior duque. Esfuerzos que le costarían, porque la señora Granchester, ante la amenaza de ella, había resultado ser peor que la guardiana y recelosa hermana Grey.
Por su parte, el hermano Andrew, en lo que Candice se distraía con ese amigo y sus actividades, él gastaba su tiempo yendo y viniendo de Edimburgo, donde las oficinas bancarias centrales y la mayoría de los integrantes de su consejo, residían. Además, a él no le molestaba trasladarse; al contrario, era otra manera de que ella se sintiera libre de hacer lo que quisiera.
Pues de ese modo, transcurrieron los días; y al cabo de dos meses, por ese poblado escoces, con una mañana nublada, hizo su aparición una peculiar caravana vehicular compuesta de cinco camiones, dos vehículos particulares y un jeep que era remolcado.
A ellos, ya se les había adelantado otro auto privado; y que justo en las puertas de la residencia Granchester fuera a estacionarse.
Sin embargo, y previamente a ello, en el punto donde se dividen los dos caminos, los amigos se encontraron.
— ¡¿Albert?! — exclamó un sorprendido Terry bajándose de su transporte e, yendo a su conocido.
— ¡Terry! —, Albert hizo lo mismo al intentar dirigirse a la ciudad.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó uno, contestando el otro entre un abrazo:
— Mis problemas me trajeron —, pero, además, se reprochaba debido al alivio sentido: — ¡Tú finalmente llegas!
— De hecho, lo hice hace dos semanas, pero…
— ¿Qué te pasó en la mano? — se interesaron en saber al verla solitariamente enguantada y con poca movilidad.
— Un accidente que no pasó a mayores. Pero, ¿por qué no vamos a arriba? Traigo detrás un importante cargamento que… bueno, al no ser que tengas prisa — corrigió Terry.
— No; en realidad, no es importante lo hacer en Edimburgo, ya que… me es más urgente hablar contigo.
— ¿De qué se trata? — Terry se intrigó.
— Te sigo y te cuento allá.
— Me parece bien.
A los pocos minutos, y detrás del auto parqueado de Granchester, Andrew dejó el suyo, oyendo el rubio las indicaciones que su anfitrión daba a los empleados varones que salieron a recibirlo.
Instruidos de indicar el camino hacia el hangar en donde dejarían todo lo que se transportaba excepto un regalo especial para su papá, los trabajadores dejaron a solas a los amigos, invitando uno a ingresar al otro.
— ¿Qué te ofrezco? — habló Terruce en cuanto arribaron a la rústica sala.
— No, nada. Todo está bien — dijo Albert mirando la antigua residencia.
— ¿Seguro? — Terry pidió afirmación antes de ofrecer lo siguiente.
— Sí.
— Entonces, toma asiento.
— Te ves… bien — comentó el rubio aceptando lo ofrecido.
— ¡Y me siento de maravilla! — aseguró Terruce esbozando una amplia sonrisa que lo corroborara. — Tú… ¿qué necesitas?
— Tu ayuda.
— ¿Y eso?
— Tengo problemas.
— Me comentaste.
— Sí, me está alcanzando la crisis y…
El escandaloso ruido que se hizo cuando se golpeó una puerta, redundantemente hizo callar a Albert quien se interesara en saber lo que se hacía diciendo Terry al respecto:
— Es… un regalo para mi padre.
— ¿Puedo saber qué es? — preguntó Andrew al acordarse de que su amistad se había ido de cacería, por ende:
— Con la promesa de que no te molestes.
— ¡Lo haré, sí! ¡Y más, si tú fuiste el responsable!
Debido al gesto adusto y a las palabras molestas mencionadas por la visita, Granchester se echó a reír, ganándose con ella una rígida advertencia:
— ¡Terruce, estoy hablando en serio! ¡¿Qué es?!
— Por el tamaño… —, y que ya se divisaba para ingresarlo al área de galería, — una cabeza de rinoceronte.
— ¡¿Qué demonios pasa contigo?! — espetó el rubio a punto de echarse a correr y mirar por sí mismo al asesinado ser.
— Albert, tranquilo — pidió Terry.
— ¡Nunca me pidas tranquilidad cuando de un animal se trata! — gritó el enfurecido amante de ellos, y con deseos de saltarle al otro que, por estar ya sentado, cruzó una pierna, lo miró burlón y así sonaba al comentar:
— Estás peor que yo cuando esa bestia corrió hacia mí.
— ¡Porque es normal que su instinto reaccioné al sentirse agredido!
— ¡Pero si yo no lo hacía nada! — se excusaron inocentemente. — De hecho, yo estaba en el jeep viendo a los demás cuando eso me atacó.
— ¿Por eso tu mano?
— El bruto casi voltea el vehículo. Yo al verlo, quise saltar, me apoyé y con el golpazo me fracturó todo el brazo.
— Entonces…
— Fue George — es decir, el rey, — y se lo mandó a mi padre. ¿Objetarás ahora al saber quién fue? Puedo hacerte una audiencia y…
— ¡No seas estúpido! — lo calificó el rubio ante la sardonia lanzada; y el castaño no se callaría:
— Tú tampoco; y antes de juzgar, debes de saber que, en donde estoy colocado, él manda; y las rabietas es lo que menos le interesan. Además, yo fui por otra razón a la India.
— ¿A qué? — se interesaron.
— A investigar y a conocer el área.
— ¿Es decir… te irás allá? — Albert ya expresaba asustado asombro.
— Eso se está planeando.
— ¿Y Candice?
— ¿Ella vino contigo? — Terruce quiso saber.
— Sí; ha venido a… ¡demonios! — expresó el rubio no cabiéndole en la cabeza que: — ¿India? — solicitó corroboración que consistiría en:
— Sí; está algo retirado, pero… ¿qué pasa, Albert? — Granchester cuestionó al verlo con gesto preocupado y caminando brevemente.
— ¿Te casarás con ella? — el rubio soltó sin más. En cambio, Terry invertiría la interrogante:
— Aquí la cuestión sería… ¿ella se querrá casar conmigo?
— ¡Tú sabes que sí! Y también sabes lo que nos pasó para no llegar a tiempo.
— Sí, se me contó; sin embargo… ¿pusiste cargos en el asunto?
— No.
— ¿Por qué? —, al inquirirlo, Terruce hubo fruncido el ceño.
— Por… Allyson.
— ¡Esa muchachita! Creí que con saber que ella vendría conmigo ya no recurriría a los Leagan; pero esos, ¿no los tenías bajo vigilancia?
— Lo están ahora.
— Menos mal.
— Sí — contestó Albert como aceptando la idea, — y mejor, si ella está contigo.
— Eso… hay que ver, amigo.
El rubio Andrew asintió y diciendo lo siguiente:
— Bueno, no te quito más el tiempo — se puso de pie. — Estamos viéndonos, ¿no?
— Por supuesto. Estaré aquí unos días.
Los suficientes para que dos arreglaran su situación. Por el momento, Terruce acompañaba a su amigo hasta su auto, para que el aristócrata, posteriormente de verlo partir, le dedicara una breve visita a su padre. Y sería breve sí, por estar Richard descansando, pero notando, el visitante que en el rostro de aquel cansado hombre había una sonrisa.
Sonriendo, al pensar ¿qué estaría soñando el viejo hombre?, Terruce abandonó la habitación para ir a la suya y descansarse.
Aquel grupo de hombres al terminar su trabajo tres horas después se retiraron, siendo informado el duque cuando lo vieran aparecer.
Luego de atender unos asuntos en el despacho, Terry salió a caminar; en sí, a visitar a Mark.
Éste, como lo prometiera, en lo que alguien volvía, ya había instruido a Candice en la elaboración de quesos. Y precisamente a ella, en mandil, con una pañoleta en la cabeza y la cara manchada de los ingredientes a usar, se le veía en la casa de la señora Catherine, la cual ese día era su día de descanso en la residencia Granchester. Sin embargo, madre e hijo estaban en otra área entretenidamente elaborando el otro de sus trabajos que los mantenía.
Pero Mark, de vez en cuando, se daba sus vueltas por la cocina para supervisar la labor de la rubia, por eso ella al oír sus pasos detrás suyo preguntaba:
— ¿Cómo era lo del fermento del día anterior? ¿Echarlo antes o después de hervir la leche?
— Ni la más mínima idea tengo — dijo Terruce a espaldas de Candice quien, al solo hecho de escucharlo, lo nombró:
— ¡Terry! —, dejando caer la rubia lo que sostenía en las manos, lo que la hizo brincar hacia atrás y estrellarse con él que… con la mano buena, la abrazó por la cintura inclinándose levemente para acariciar el terso cuello femenino y decirle quedamente a la dueña: — Desde que te conocí, sabía que serías una interesante y curiosa novedad para la aristocracia.
— Volviste — dijo Candice dejándose acariciar, celebrando interiormente que, en efecto, ahí estuviera al estarlo sintiendo, y olvidándose de la burla que representaba su última línea dicha.
— Sí — contestó Terruce besando un camino que ella le cortaría al girarse para mirarse de frente, pudiendo Candy observar que él estaba mejor que nunca hablando mental y emocionalmente; bueno, en lo físico también, pero… en esos momentos:
— ¿Qué te pasó? — ella eligió tocar el brazo lastimado que los labios que se torcían para después decir:
— Nada.
— ¿Estás seguro?
— ¡Candy, lo que te aseguro es que mi brazo es de lo que menos quiero hablar ahora.
— ¿Entonces?
— Muy bien —, Terry soltó aire de fastidio, — corrijo: Hablar es lo último que quiere hacer mi boca en estos momentos, y yo sí estoy seguro…
A pesar de haber notado la lesión en él y su gesto, Candice saltó para abrazarlo por el cuello y decirle al oído:
— Sí, lo sé.
— ¿Entonces? — ahora hubo sido turno de él diciendo ella:
— Pero aquí no podremos. Mark y su mamá están adentro y…
— Si prometes no hacer ruido, ni cuenta se darán.
— ¡Terruce!
— ¿Qué? — fingió el inocente frente al reclamo de ella que, ¿lo haría anteriormente?, pero teniendo fijos sus ojos en los labios de ella que se mordía los suyos ligeramente y…
— Te amo, Candy — se escuchó de repente; también ella al pedir corroboración:
— ¡¿Lo dices en serio?!
— ¿Usé tono de chiste? — él gesticuló también, — porque si sí, tendré que practicarlo.
— Ah sí —, la mujer pegó sus labios en los sonrientes de él conforme decía, — y tendrás que hacerlo una y otra vez.
— ¿Aun cuando no te vea? —, él aprovechaba para besarla.
— Yo lo hice todo el tiempo — ella hacía lo mismo y gozaba.
— A mí eso no me constó — dijo Terry quien oía:
— Te amo, Terry.
— Bueno, siendo así… comenzaré a acostumbrarme a oírlo — se respondió.
Sin embargo, Candice ya no contestó más, sino que se dedicó a concentrarse en el beso que le siguió, y a corresponder tal cual se le demandaba, con toques delicados, a la vez sensuales, pero lleno de éxtasis, lo que consiguió, sí, una reacción que, los hizo reír y mejor salir de ahí.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 23
Última edición por Citlalli Quetzalli el Miér Abr 29, 2020 12:06 pm, editado 1 vez
le dijo que la amaba!!! 
candy today una cocinera 
🤭. Lo bueno qué ya aprendiste hacer queso de hebra jajajaja 
