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Con el sonido del rodillo de la máquina de escribir al sacar el papel, la señora Edwards terminaba con lo dictado por Terruce.
Dada la hoja, él se dedicó a revisarla asintiendo con la cabeza conforme leía y emitiendo sonido de aprobación.
— Muy bien, señora Edwards. Muchas gracias.
— ¿Se le ofrecerá algo más, señor Granchester? — preguntó la mujer en lo que se ponía de pie.
— No, esto es lo último por hacer —, se sacudió la hoja, — quedando todo listo para mañana —, y observándose así lo acomodado en una mesa.
— Será para dentro de seis horas, Milord — bromeó la secretaria, expresando Terruce conforme desocupaba sus manos:
— ¡Demonios, ¿tan tarde es?! ¡Señora Edwards, mil disculpas! — él sonaba apenado. — No pensé entretenerla tanto tiempo.
— No se preocupe, Excelencia. Dentro de poco, tanto usted como yo, podremos descansar finalmente.
— Y espero que, con su liquidación, se vaya a un lugar que pueda disfrutar.
— Hasta eso, iré a donde viven mis padres. Hace años que no los visito, allá en New Hampshire.
— Me parece bien.
— Usted regresará a Londres — aseveró la fémina.
— Sí, pero no descarte que trataré de contactarla. Es usted una excelente empleada que… quizá pueda necesitar pronto en Inglaterra.
— Estaré encantada poder seguir sirviéndole, Milord.
— Pero primero, lo primero.
— Por supuesto; porque todavía hay trabajo qué hacer. Así que, si no le importa, me retiro.
— Voy con usted y, de paso la dejo en su domicilio.
Tomada una chaqueta y asegurado un lugar, Terruce siguió a la señora Edwards quien fuera la encargada de despertar a los guardias que según escoltaban al duque.
Porque éste lo que más quería era ir a descansar, cuando aquellos hubieron ido a su lado, Terruce les indicó pidieran una dirección que sería proporcionada; sin embargo, porque el hotel estaba más cerca que un condado conocido, él se quedaría ahí mientras que los otros se encargaban de llevar a la eficaz secretaria: una mujer mayor, viuda y sin descendencia.
Quien tampoco la tenía aparecía por una puerta. El que la atendiera para él le deseaba buenos días.
— Buenos días — respondió Granchester, al cual, al vérsele tomar una dirección, se le llamaba:
— ¡Señor Granchester!
Éste se giró ante el llamado; y al reconocerlo, él se detuvo diciendo:
— Señor Ritman, buenos días.
— Buenos días, Excelencia. Disculpe por molestarle.
— ¿Se le ofrece algo?
— Sí.
— ¿De qué se trata?
— Tiene visitas, Milord.
— ¡¿A esta hora?! —, el ceño de Terruce se frunció.
— De hecho, Su Gracia, tiene más de cuatro horas esperándolo. Le pedí se retirara por no saber su hora de regreso, pero… insistió tanto que… solo le pude indicar aguardara por usted en la sala de espera.
— Sí, pero, ¿quién es?
— La señorita Candice White.
Pronunciado su nombre, los enigmáticos ojos de Terruce se posaron en un área. Arrojando un fuerte resoplido, también dedicaba lo siguiente:
— ¡Qué imprudencia!
— ¡Se lo dijimos, señor, pero ella...!
— Sí, sí, no tiene por qué disculparse. Es evidente que… sigue siendo parte de su personalidad — dijo para sí en lugar de aceptar que Albert había cumplido, por ende: — Iré a verla — indicó Terry. — Con su permiso.
Con las dos opciones de Albert, plus, el recalcarle tenía su apoyo a lo que decidiera hacer, Candy agregaba la opción de ir adonde Terruce se hospedada.
Por supuesto, cuando los trabajadores del hotel la vieron por ahí no olvidaron el pendiente que tenían con su persona; sin embargo, al identificarse Albert y presentarla como su familiar, el señor Ritman le hizo saber al rubio las razones que tenía para impedir un paso. Además, y nuevamente, el huésped buscado no estaba en su habitación, así que, no había necesidad de estar ahí.
— Pero necesito verlo, Albert — hubo pedido Candice una vez que se alejaran de la recepción.
Conociendo ya la ubicación de la sala de espera, Andrew la condujo allá para pedirle:
— Aguárdame aquí —; posteriormente decía: — Iré a hablar con ellos nuevamente.
… habiéndole tomado al magnate treinta minutos en convencerlos. Por eso, ella, —y dada la palabra de no pasar de ese lugar—, ahí seguía esperándolo al desconocer los rubios su paradero.
Ya visible para todos, Terruce, conforme iba acercándose, la podía ver sentada, con la cabeza de lado apoyada en el respaldo del sofá y con los ojos cerrados.
Sigiloso, Granchester llegó hasta ella; y frente a ella pudo admirar lo hermoso de su rostro. Consiguientemente, los azules ojos se posaron en el níveo cuello femenino, la finura de sus hombros y la delgadez de sus desnudos brazos.
En el más próximo de las extremidades, él dirigió su mano para que con sus dedos la acariciara y la despertara. No obstante, el cercano ruido proveniente de alguna parte del interior del hotel lo hizo, saltando asustada Candice que de momento no tuvo noción de dónde estaba.
Pero el humano que tenía de frente, obtuvo la mirada espantada de ella, la cual, al reconocerlo, conforme se ponía de pie, lo nombraba:
— ¡Terry!
— Buenos días, Candice.
— ¿Buenos días? — cuestionó ella mirando hacia un ventanal donde todavía se percataba la oscuridad. Sin embargo, él aclaraba:
— Son las dos treinta de la mañana.
— ¡Diablos! —, ella se llevó una mano al rostro. — Me quedé dormida esperándote.
— Así parece.
— ¿Vas llegando? — White quiso saber.
— Sí. ¿Tú desde qué hora estás aquí? — preguntó Terruce, contestando Candice:
— Después de terminada la función.
— ¿Fuiste al teatro? —, él, rígidamente, pero se sorprendió.
— Sí, pero…
Ya viéndolo, y acordándose de la plantada, la rubia finalmente era atacada por la risa.
El que únicamente la miraba, lo hacía seriamente; y de reojo y de vez en cuando, Terruce veía a los presentes que los observaban; en sí, a ella que se había vuelto a sentar y le resultaba imposible controlar su histeria, además de estarlo acusando:
— Nos dejaste plantados.
— Bueno, se lo merecieron.
— ¡Qué grosero! — lo calificó ella serenándose y acomodándose su vestido.
— ¿Por qué? — preguntó él viéndola cubrirse la rodilla expuesta. — Ese público no era merecedor de la sorpresa reservada.
— Como haya sido, ¿no te preocupa el qué dirán los periódicos de ti?
— No tienen pruebas de que yo haya venido a América para dar funciones de teatro. Lo sucedido ayer, fue causado por el rumor de alguien mal informado.
— Pero yo te vi.
— ¿Ah sí? —, unos brazos se cruzaron; y mirándola retadoramente, Terry cuestionaba: — Y según tú, ¿haciendo qué?
— ¿Acaso no pasaste la noche en el teatro por estar ensayando?
— No —, él quitó de su chaqueta una pelusa imaginaria, — fueron otros los negocios que me llevaron allá y traté durante la desvelada.
— Mmm — pujó Candice no muy convencida. Sin embargo: — está bien — aceptó afirmando burlonamente: — Nos lo merecimos por creídos.
— Así justamente fue.
— Arrogante — lo llamó ella dedicándole también un gesto molesto.
— ¿Ahora por qué? —, facial y corporalmente fingieron inocencia.
— Porque solo los presumidos como tú actúan así.
— Grosero, arrogante, presumido, ¿algo más que quieras agregar a la lista de calificativos?
— Sí — respondió ella; y él:
— Te escucho.
— No me casaré con Archie — confesó Candy, respondiendo finalmente un bromista Terruce:
— Terruce “no me casaré con Archie” Granchester no suena muy bien qué digamos.
— ¡Terry, idiota!
— ¡Candy, baja la voz! — él le pidió al haberlo ella gritado.
— Oh — la rubia expresó asombro. — Me llamaste “Candy”
— ¿Lo hice? — contestó él mirando indiferentemente a su alrededor.
— Sí; y la prueba está en que —, ella buscaba su rostro para afirmar: — no aguantas las ganas de reírte.
— Y si tanto quiero hacerlo —, Terry se giró a mirarla de frente, — ¿cuál pudiera ser el motivo?
— Quiero pensar… que yo.
— Oh. Tal parece que ahora la arrogancia proviene de otra persona.
Sosteniéndole firmemente la mirada, Candice asintió con la cabeza diciendo con trémula voz:
— Te amo, Terruce.
El escucharlo tan repentinamente de ella, fue un pinchazo doloroso en un costado que se reflejó en el rostro de él que hubo cerrado los ojos y preguntado:
— ¿Qué tanto?
Viéndolo evitándola, Candice achicó la distancia que los separaba.
Debido al silencio, Terry abrió los ojos dándose así cuenta que ella miraba e iba en busca de su mano izquierda.
Al atraparla, ella entrelazó sus dedos con los de él; y al ver que él hacía lo mismo incluyendo que la apretara, Candy se volvió a mirarlo.
El gesto de él lucía nuevamente serio; pero sus brillantes y oscuros ojos, ella podía notar, cómo le recorrían detenidamente su rostro.
Al finalizar, Terry se le quedó mirando. También cuando Candy, decidida, se acercó para besar sus labios tersa y fugazmente. No obstante, aunque su valentía había sido mucha, ella concluyó recargando su mejilla en el pecho de él que, gracias a la cercanía, levemente se inclinó para dejar un beso en la dorada y rizada cabellera.
Habiéndolo sentido, Candice, en el pecho hizo lo propio, diciéndole directamente a un corazón:
— Lamento haberte lastimado; sin embargo, yo también sufrí mucho al conocer lo sucedido; pero, padecí mayormente en el momento de estar frente a Susana, sobre todo al sentirla incompleta, y ahí… ya no supe cómo pelear por lo que consideraba mío cuando ella estuvo donde yo no para salvarte. Por eso, yo… le debo a ella que estés vivo. Sé que es difícil de entender, pero… a que estuvieras muerto y sin haber oportunidad de volver a vernos, fue mejor la decisión que tomé, ¿no lo crees?
Para conocer su respuesta, Candice levantó el rostro topándose así su mirada con la de él que diría:
— Todo depende de tu concepto de “estar vivo”, ya que, yo lo experimenté de otra manera y honestamente, es de lo que menos quiero hablar. En sí, de nada que tenga que ver con el pasado, porque lo que personalmente viví en ello, fue suficiente como para querer volver a martirizarme contándote, así que… —, la mano que de ella sostenía, Terruce la levantó para besar caballerosamente su torso; y posteriormente llamarla: — Señorita Candice White, será mejor que la lleve a casa; éstas no son horas para que una señorita como usted vague sola por la ciudad.
— Terry — Candy lo nombró un tanto entristecida, diciendo él:
— Mañana, bueno, hoy tengo un día atareado, pero por la noche, ¿aceptaría cenar conmigo?
— ¿Puedo saber lo que harás durante el día? — la rubia indagó, contestando el castaño:
— Fue una sorpresa ser enterado que, Robert Hathaway me nombrara su heredero. Por mi cargo en Londres, no puedo preservar ni el teatro ni la Compañía Stratford, por lo mismo, tengo que liquidar a los trabajadores.
— ¿Te molestaría si me ofrezco a ayudarte?
— ¿Quieres hacerlo? — él inquirió, respondiendo una honesta ella:
— Lo que pasa es que… mi paciente me despidió y… como ya encontró a su hija, no tengo mucho qué hacer en casa al estar Albert también muy ocupado con sus actividades.
— Será pesado, Candy. Mucha gente la ha pasado mal económicamente, e ignoro cuántos vayan a protestar con lo que se consideró fue la labor hecha.
— ¿Por eso son tus guardias? — se quiso saber de la entrometida.
— De algún modo.
— Siendo así, ¡considérame otra! — dijo Candy, la cual había posado gendarmemente, lo que consiguió que Terruce riera, y ella apreciara: — Gracias por regalarme una vez tu sonrisa.
— Gracias a ti por volver a causarla. Ahora vayámonos, aprovechando que están disponibles los autos del hotel.
Debido a que las manos de ambos seguían unidas, Candice pidió un momento para soltarse y regresarse a tomar su cartera que yacía en el asiento que anteriormente ocupara.
Con ella en mano, la otra buscó la de él para guiarla a la salida, al auto cercanamente estacionado, ayudarla con la portezuela, ingresar ambos y dirigirse a la residencia Andrew que lucía en total penumbras.
Por lo mismo, Terruce la acompañó hasta la puerta de entrada donde se activó una tenue luz y se decía:
— A las nueve de la mañana mando por ti.
— ¿A esa hora citaste a todos? — Candy quiso saber.
— No, es más temprano, pero tú entra a casa y descansa.
— Está bien, Duque de Grandchester, aunque le recuerdo que ya no soy una niña.
— No; eso… lo tengo muy en claro — dijo él mirándola como la mujer que era; fémina que le diría:
— Entonces… ¿me besarás?
— Todo depende — contestó Terry ente una sonrisa leve.
— ¿De qué? — ella lo provocó.
— De donde tengas las manos.
Candice no dudó en reír al acordarse del desastre con su primer beso. Sin embargo, las colocó detrás suyo diciendo:
— ¿Así está mejor?
— Por el momento… sí.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 15
Última edición por Citlalli Quetzalli el Jue Abr 23, 2020 4:16 pm, editado 1 vez
y espero el que sigue con muchas más ansias!!
🤭es que ya era madrugada. Se hubieran dejado llevar 
