Como una enjaulada gatita, —al fin el apodo dado por Archie—, Candice caminaba en el breve espacio de la sala de la suite que les proporcionaran en el barco que seguía en espera del abordaje del resto de sus pasajeros.
— Por todos los cielos, Candy, deja de ponerme nervioso — dijo Albert que yacía sentado frente a una mesa y se concentraba en un juego de naipes para matar el tiempo.
— Es que… — la rubia se interrumpió al dejarse caer desfachatadamente sentada en el sofá.
— ¿Qué? — inquirió Andrew.
— Me están dando nervios.
— Ni en cuenta de eso, ¿eh? — ironizó el guapo magnate, ignorándolo ella que explicaba:
— Es una combinación de… gozo, ansiedad y miedo.
— Los dos primeros sentimientos los entiendo muy bien. ¿Por qué miedo?
— La última vez que intercambié letras con Rufus, me informó que… no pudo hablar con Terruce para explicarle. Que lo disculpara.
— Sí, yo también le mandé una carta y es fecha que no responde — Albert hizo el comentario.
— Lo bueno que vamos a Escocia por tu junta con el consejo de patriarcas, ¿cierto?
— Yo creí que me habías dicho sí porque quieres verlo y hablar con él.
— Sí, pero… ante su silencio…
— Ay no, por favor, no empieces — dijo el rubio dejando sus cartas en la mesa para colocar ahí los codos y sostenerse la cabeza con las manos a modo de rendición ante la necedad de la otra debido al otro.
— Qué grosero eres últimamente conmigo — la rubia observó.
— No es que sea grosero, sino… Candy, ya no son unos niños.
— Eso díselo a Terruce — ella se defendió; en cambio, el guapo magnate…
— No; te lo estoy diciendo a ti.
Andrew abandonó tanto su juego como su lugar para acercarse a ella y preguntarle:
— ¿Cuál es el problema?
— ¿Que… me rechace?
— Ese es tu miedo — Albert aseveró.
— Pero tú hablarás primero con él, ¿cierto? — ella sonó esperanzada.
— Como tu padre que soy. ¿Quieres que le pida su mano para ti?
— ¡Albert! ¡No seas idiota! — ella soltó un manotazo a la ocurrencia; en cambio, él confesaba:
— Terry me pidió la tuya.
— ¡¿Lo hizo?! — Candice y sus ojos expresaron sorpresa.
— De un modo muy peculiar, pero sí, lo hizo.
— Y tú… ¿qué dijiste?
— Te ibas a ir con él, ¿no? así que, me haré el loco y llegaré a preguntarle ¿cuándo fijamos la fecha del matrimonio?
— Estás imparablemente gracioso, ¿eh?
— Lo hago para que te relajes, pequeña —, Albert la abrazó diciendo: — garantizándote que todo saldrá bien. Confía en tu padre. Oye, ¿no te gustaría una madrastra?
— ¡¿Qué?!
— Es que vi a una mujer abordar este mismo barco y…
— ¡Albert!
Candice expresó su asombro al ser esa la primera vez que lo viera en ese estado de conquista. Por ende, ante la cara de ella, el rubio no aguantó las ganas de reírse, sin embargo… también era hombre y… bueno, mejor regresó a jugar con las reinas de sus cartas.
Una vez visto tomar su asiento, la rubia lenta y quedamente comenzó a sonreír, comprendiendo que ella, sí, conocía al amigo, al hermano, al protector, pero ignoraba en su totalidad ¿cómo era la vida amorosa de él cuando novias, amigas o conocidas era obvio que ella desconocía y…? ruborizarse no venía al caso al ser ella una experta en la anatomía general del humano.
Por consiguiente, Candice se puso de pie; luego de acomodarse la falda de su vestido se encaminó hacia él para palmearlo en la espalda y decirle:
— Solo no te olvides de cerrar bien la puerta. Estaré en la habitación que me asignaron. ¿Podremos reunirnos mañana para desayunar? — preguntó la rubia White auto contestándose — No, no me hagas caso. Diviértete y llega a la hora que quieras.
Con lo dicho por ella plus su repentina entendible actitud, tuvo pasmado a Albert por algunos segundos; ulteriormente y debido al ruido de una puerta que se cerrara, reaccionó para que inmediatamente comenzara a reírse de nuevo. Pero no había bromeado, y una vez que obtuviera su permiso, apenas juntó los naipes y… por el barco se dedicaría a pasear.
La todavía claridad del día lo ayudaría a disfrutar de la elegancia, la magnitud del transatlántico y… los lugares en los cuales pudiera pasar el rato.
El bar fue uno de ellos, encontrándose Albert ahí con hombres importantes que entre ellos hablaban sobre lo que hemos venido comentando: la crisis económica del país.
Porque interesado estaba en el tema, y algunos de ellos lo reconocieron, lo invitaron a unirse a su charla.
Compartiendo él lo que sabía, escuchando lo que sabían otros y sabiendo pedir consejos para no hundirse totalmente en el hoyo, Andrew se pasó con ellos las siguientes horas.
Llegada la media noche y enterado de que ya navegaban, Albert regresó a su camarote para descargar en papel todo lo receptado en mente de su inesperada reunión.
Diseñado un plan, éste llegaría a manos de George, al cual, le tomó un mes en llegar a Nueva York para reemplazar a su jefe y que éste viajara a Escocia.
El asunto del atentado, Johnson también lo supo, incluso el nombre de los que estaban detrás de un plan, ideándose entre ellos no revelar el paradero de los rubios, y encargándose de poner extrema vigilancia a los movimientos de los hermanos Leagan.
De Allyson se sabía había partido con su padre, y éste tampoco avisó a su familia adónde se irían; además, contra la joven, ni Candice ni Albert levantarían cargos, ya que peor castigo no podía superar la pronta y dolorosa pérdida de sus dos progenitores.
De Neil se sospechaba, pero no había suficientes pruebas para declararlas en su contra; solamente el hecho de que el presunto culpable, viajaba en bicicleta. ¿Y cómo era esta? Ni idea se tenía por prestar los testigos toda su atención en ayudar a los incendiados y apagar el fuego del auto.
Eliza, por supuesto, la tenía de los rubios; y el solo hecho de pensar que su enemiga finalmente se quedaría con él, la rabieta de su vida haría, y para desquitarse ya no tendría modo sino vivir aceptando había perdido, pero jamás de sentir lo que sentía en demasía por Candice quien, al siguiente día de viajar por altamar, sola se le veía paseando por la proa.
Para mirar cómo la embarcación iba dejando atrás su amada América, ella fue a recargarse en la baranda.
Segundos después, los rayos del sol y la brisa del mar acariciando su piel la ponían sonriente y mirando al cielo.
En esa posición, pedía por lo que volvía a dejar: su hogar, sus madres, los huérfanos, su trabajo que tanto le había costado, pero que, por ser médico, cualquier lugar le abriría las puertas, inclusive si fuera un particular, —como aquel que le diera la oportunidad de ser su asistente temporal: el doctor Lenard—, o volviera a ser una enfermera, ya que para él, una de ellas significaba “una gran ayuda para que un médico pueda hacer bien su trabajo”.
Pero al acordarse de su diagnóstico llamado “riqueza aguda” la rubia comenzó a reír al remembrar también la pena que le hiciera pasar al indicarle echar todo el pan a su bolso. Sí, la diferencia entre ricos y pobres.
Pese al lujo que la rodeaba, Candice seguía considerándose de los segundos; y por ellos y por sus amados, aquel buen doctor influyó en su decisión de conocer más y poder darlo igualmente. Sin embargo, ella misma reconocía sentirse incompleta. Algo que comprendió cuando estuvo sola y por horas en su alcoba: a su amigo Albert también le faltaba una compañía que lo completara y ella… agradecía todo lo que él había hecho por su persona, incluso ahora que viajaban para que hiciera el intento de ser feliz.
Con una cara así, la rubia White volvió a mirar hacia el horizonte, dando su espalda a quien a cierta distancia caminaba hacia su dirección.
Al estar cerca, preguntaba:
— ¿Ya desayunaste? Te busqué en el comedor y me dijeron te habían visto por acá.
— Lo hice, porque… — Candy estuvo a punto de reprochar, sin embargo, le deseaba: — Buenos días.
— Buenos días, pequeña. Entonces, ¿me acompañas? No quisiera hacerlo solo.
— Albert… — ella lo llamó al verlo indicarle un camino, — quisiera hablar contigo primero.
— Tú dirás, Candy.
— Quiero pedirte que a partir de hoy… ya no te preocupes por mí.
— ¿Y eso? — inquirió el rubio con gesto de asombro.
— He… estado pensando que… yo sea un obstáculo para que tú…
— ¡¿Bromeas?! — contestó Albert realmente sorprendido.
— No. ¿Desde cuándo nos conocemos?
— Desde que eras una niña.
— Y hoy que soy una adulta, me pregunto… ¿Albert ha tenido un amor que evidentemente desconozco? Y me refiero a un amor entre personas, porque de sobra sé lo que sientes por la naturaleza, los animales, pero estos…
— Sé lo que quieres decir.
— ¿Entonces? — indagó una pícara ella.
— No — respondió él, — y no porque no lo quiera sino…
— Tus obligaciones te lo impiden.
— Me lo impiden porque… todos, desde antes de nuestro nacimiento, somos lanzados al mundo ya marcados. Tú, con el que no conocieras a tus padres. Yo, a pesar de conocerlos, fui para hacer lo que hoy hago: ser cabeza de familia. Terruce su cuna nobiliaria; y a pesar de que nosotros nos rebelamos e hicimos lo que quisimos en nuestro camino, éste de algún modo u otro, nos devuelve adonde pertenecemos.
— Tú, a una sociedad donde prevalece el convencionalismo.
— Y quizá por ello, no me he enamorado; además de que las presentadas por la Tía Elroy, ya estando en confianza, no son de mi agrado.
— Lo es la mujer que viste en este barco, ¿cierto?
— ¡Por supuesto! — dijo un travieso Albert que se reservara para sí: sus facciones; segundo después aclaraba: — Honestamente, Candy, a los hombres como yo, no nos gusta que nos digan qué o quién nos conviene.
— Sí, y ahora recuerdo que un día se lo dijiste a Terry: sigues siendo un rebelde.
— Es algo que nunca cambia en ti.
— Sin embargo, cambió en Terruce.
— Quizá porque no tenía opción. Además, sus rebeldías le habían costado caro. Creyó efectivamente que dejar su familia para ir a cumplir un sueño, iba a ser fácil.
— Y a mí me consta que no — dijo la rubia refiriéndose a ella misma, porque hablar por él…
— Bueno — se escuchó la voz del rubio, — ¿qué te parece si ya vamos al comedor? Tengo más hambre que anteriormente.
— ¡Es cierto, Albert! Casi lo olvido. ¡Perdóname! Vamos — dijo ella habiéndolo tomado de la mano para conducirse así al lugar señalado.
Al destinado, es decir, Escocia, llegarían ocho días más tarde; ¿teniendo suerte Albert con aquella mujer que viera? No, por tratarse de una persona casada; lo suficiente para él no volver a hablar del tema, aunque Candy le insistiera en preguntar, al menos en lo que durara el viaje, porque una vez estuvieran en tierras británicas, lo que, en su visita anterior, George limitadamente le permitiera conocer, a lado de Andrew fue diferente.
No obstante, y a pesar de encantarle recorrer junto a él calles y avenidas londinenses e incluso el visitar el anterior trabajo de Albert, la rubia White estaba ansiosa por ir a otro lado.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 21
Última edición por Citlalli Quetzalli el Mar Abr 28, 2020 4:49 pm, editado 1 vez