Decidido, Albert emprendió el camino hacia el hotel donde Terruce se hospedara. Uno que para el rubio estaba accesible, además, de que al llegar a la recepción y solicitar ver al huésped, éste —que le fue imposible conciliar el sueño—, fue el encargado de atender el teléfono y escuchar:
— Duque de Granchester, le busca un caballero que dice conocerle de tiempo atrás.
— ¿Cuál es su nombre? — preguntó el buscado.
Ante ello y a las señas que el visitante le hacía, la recepcionista bajó el auricular para prestar atención:
— Dígale únicamente que soy Albert — al haber extendido éste su nombre completo.
— ¿Albert? — lo nombró Terruce al escucharlo per sé.
— Sí, señor. Eso dijo — reafirmó la recepcionista al devolver el aparato a su oído. No obstante, y como si le costara recordarlo…
— Albert — repitió Terry, diciendo a la encargada de la llamada segundos después: — Dígale que bajo en diez minutos.
— Muy bien, señor — se le decía a uno, y al otro: — enseguida baja. Puede esperar en la sala.
— Gracias, señorita.
Dada una amable sonrisa, el rubio dirigió sus pasos al lugar señalado. Lugar que era el principio del lujo del hotel recientemente renovado en 1931.
Para aguardar a ser atendido, el guapo magnate ocupó un asiento para mirar desde ahí la entrada y salida de los huéspedes.
El a ver, por haber estado en ropas de descanso, ingresó a la habitación para estar presentable al que, lo hacía recordar sus parrandas de adolescente, sobre todo aquella ocasión que lo conociera al ayudarle en una pelea con muchos.
Por el navajazo dado, Terruce sonrió buscándose, sobre la tela de su pantalón, aquella cicatriz dejada que, debido a los años, su borde había desaparecido por completo.
Lo que no, era el afecto que sentía por ese hombre que le visitaba; así que, una vez puesta su chaqueta a su también reencuentro fue, siguiéndolo, aunque no había necesidad, dos de sus guardias, siendo uno de ellos el encargado de presionar el botón del elevador.
Por ese medio, se condujeron los tres a la planta baja, y allá… un sonriente Terruce iba a su amigo diciéndole a metros de distancia, entre seriedad y broma:
— Dispongo de poco tiempo; pero tratándose de ti, no me importará concederte dos horas.
— Entonces, debo considerarme un privilegiado por ser atendido del Duque de Granchester.
— ¡Demonios, Albert! ¡Cuánto tiempo!
— Bastante, sí — dijo el rubio conforme los dos se envolvían en un fuerte y fraternal abrazo, preguntando el que iniciara la separación de cuerpos:
— ¿A qué debo este milagro? Aunque, contigo ya son varios los suscitados en menos de treinta y seis horas.
— Supe estabas aquí y… bueno, no quise dejar pasar la oportunidad de saludarte. Te ves bien, muchacho — comentó el rubio; el castaño, por su parte:
— Lo mismo digo de ti a pesar de ser un buen de años sin vernos.
— Sí, la última vez…
— ¿Quieres ir al bar para tomar un trago? — interrumpió Granchester, aceptando Andrew:
— Por supuesto.
— Entonces, por acá — dijo Terruce, indicando el camino que los llevaría al lugar invitado.
Ahí, los dos personajes fueron raudamente atendidos y llevados a un reservado ordenándose de inmediato: dos whiskies. No obstante…
— Veo que estás siendo escoltado — observó Albert a los guardias que habían venido detrás de su amigo y ahora ocupaban una mesa lejana.
— Sí.
— ¿Pasa algo?
— Con esta crisis económica que vivimos y el hecho de haber venido a América por una herencia, los ministros consideraron necesario vinieran conmigo. Pero de ahí, no, no pasa nada; solo el sentirme incómodo de traerlos todo el tiempo detrás de mí.
— Me lo imagino.
— Ahora cuéntame, ¿qué ha sido de ti? ¿te cambió tu suerte vagabunda? — al verlo tan bien cuidado y bien vestido.
— No; pasó que… tuve que tomar mi verdadero lugar en mi familia, ¿algo así como tú?
— Explícate — pidió Terruce.
— Terry, yo soy el tío abuelo Williams.
— ¡¿El padre adoptivo de Candice?! —, el noble no pudo ocultar su sorpresa.
— Sí.
— Vaya — se exclamó apagadamente para observar igual: — Entonces, tu visita es para nada casual.
— No, y lo lamento.
— Más yo, al saber ahora tu verdadera razón de buscarme. ¿Qué quieres saber? — preguntó Terruce cruzándose de brazos.
— Primero… ¿qué hablaste con Allyson?
— Se lo conté a Candice — dijo el cuestionado colocando los codos sobre la mesa y sosteniendo sus manos. — Si ya la viste, te lo habrá dicho.
— Más no le contaste de Susana ni tampoco lo que pasó contigo.
— ¿Y tú quieres saber? — Terry dedicó una mirada seria.
— Por supuesto, ya que… —, Albert hizo una pausa debido al mesero que llegaba con lo solicitado; una vez y de nuevo solas retomaría: — Dime, Terruce, aquella última vez que nos vimos, ¿dijiste adiós en serio?
— Tenía que regresar a lo que elegí, Albert, y no era precisamente a tu hija, sino a Susana, al teatro…
— Pero si eres duque, significa que también dejaste el teatro.
— Después de lo suscitado, trabajé en ello por pocos años. Al siguiente, recibía una estricta orden imperial. Mi padre, con la pandemia que surgió de la primera guerra, quedó débil; y yo, por ser legal y oficialmente el heredero de los Granchester estaba obligado a responder por todo lo concedido con el ducado de Richard.
— ¿Eso significa que sacrificaste tu carrera por…?
— No, no hubo tal sacrificio; al contrario, yo llegué a la conclusión de que, el teatro me gustaba por dos razones: la primera mi madre; y hacer lo que ella, era una manera de estar directamente conectado con su persona al no haberla tenido a mi lado. Tampoco la tuve después, a pesar de habernos reconciliado; ella seguía haciendo cosas a escondidas cuando su secreto todo mundo lo conocía. Con la segunda razón, fue justamente Susana quien, un día, al estar yo ensayando, me recalcara que mi actuación no era para el público, sino para una sola persona, y eso… empezó a tener mucho peso. Así que, hacerme cargo de lo que me correspondía, fue mi liberación, y lo que me ha mantenido ajeno y alejado de pensamientos y sentires torturantes.
— ¿A Candy la consideras una tortura?
— ¿Por qué no respondes tú a eso?
— ¿A qué te refieres? — indagó Albert, respondiendo Terry, quien sonreía burlonamente:
— ¿Archibald te agrada como ejemplo? Aunque me gustaría saber… ¿qué pendiente tiene Neil con Candice? ¿Acaso… se enamoró de ella, y ella lo rechazó?
— ¿Neil también está involucrado?
— Así justamente me lo dijo tu sobrina.
— Lo que pasó con él fue que… quería casarse con Candy sin mi consentimiento.
— ¿Y por eso lo tenías neutralizado? — inquirió Terry de lo más tranquilo. — ¿O por algo peor?
— Previo a eso, con engaños, la hizo ir a él y la puso en riesgo al buscar ella cómo escapar.
— Entonces, deja ver si entiendo; si tú impediste que ella se casara con él, Neil va a impedir que se case con alguien más de tu familia; por eso Allyson, pensó que yo…
— Si la sigue amando, sería cualquiera incluso tú.
— Eso es muy cierto.
— ¿También el que ya no la quieras?
— ¿Quererla? — repitió Terruce tomando el vaso con el licor solicitado.
Mirándolo, el ex actor comenzó a girarlo. En un determinando punto, se dispuso a beberlo dedicándole a Albert una mirada que decía todo y a la vez nada. Pero que también se desviaría al ingreso de un grupo de mujeres empantalonadas, al ser esa la moda de los tiempos, motivo para que Terruce observara de ellas:
— Las mujeres, a través de los años, cada vez son más liberales. Pronto no necesitarán de nosotros. Sin embargo… me sorprendí que Candice —, por ser una señorita de la más alta sociedad, — dijera ser toda una doctora.
— Sí, se ha esforzado y trabajado mucho para ser una realmente buena.
— Me lo imagino — dijo Terruce; en cambio, Albert:
— Yo no lo hice cuando me contó sobre tu cambio.
— ¿Y viniste solo a cerciorarlo? —, Granchester, dado un sorbo, devolvió el vaso a la mesa escuchando de su compañero:
— No, sino a saber por qué.
— ¿Será porque ya no tengo diecisiete años, sino otra edad donde yo tengo el control de mis sentimientos? Cuando les dejé a ellos llevar el timón, me llevaron por un sendero desconocido y me perdieron. Al encontrarme, esa fue mi misión: no dejarme guiar por lo que sintiera.
— ¿Así estuviera incluida ella?
— Ella… no iba a volver mientras Susana estuviera presente.
— ¿Y lo está? — preguntó Albert.
— No, hace mucho tiempo, de camino a Inglaterra, murió.
— ¿Y ni así pensaste en volver?
— Albert — Terry sonó cáusticamente entonado—, revelada tu identidad, tú mejor que ninguno puede decirme lo que es ser cabeza de familia. Tu vida está dedicada a ello. Tu persona no importa, sino para dar herederos.
— ¿Los tienes tú? — se quiso saber.
— Hasta eso, ha sido mi condición. Legaré todo al hijo menor de mi padre, así su madre podrá morir tranquila.
— Terry, te veo, te escucho y no lo puedo creer.
— ¿Qué, Albert?
— Que hayas preferido vivir solo.
— No te equivoques, amigo, solo siempre estuve, y por lo mismo, al verme igual, no fue difícil acostumbrarme. Pero ahora dime tú, ¿te has casado?
— Tampoco, porque agregando a lo que dijiste: haber nacido en familias acaudaladas o de nobleza, no es fácil tener vida propia. Sin embargo, Terry, tú pudieras hacer la tuya.
— ¿Para qué, Albert? cuando vivo doce horas entre el parlamento y asistiendo al ministro de hacienda; cuatro es obligada mi presencia ante los eventos del rey, y el resto… bueno, algunas veces no puedo quejarme de la compañía que es mejor a tener una esposa abandonada, cuidando sola hijos y aguardando despierta para dedicarse, en un rato, a atender las necesidades del marido ausente. No, no sería vida para una, ¿no te parece?
— Quizá tengas razón. Pero, aun así, insisto que deberías reconsiderarlo.
— Si lo hago, ¿estás dispuesto a darme la mano de tu hija?
— ¿Cómo? — hubo sido la repentina reacción de Albert.
— ¿Preferirías que ella se casara conmigo en lugar de Archibald, quien está a punto de morir?
— Lo preferiría porque ella te ama.
— ¿Candice? — dijo Terruce un tanto incrédulo.
— Aunque no lo creas, ella ha aguardado por ti.
— Pero, ¿cómo iba a saber que yo quedaría libre de Susana?
— El hecho es que lo estás, y debiste buscarla.
— Albert — Terruce sonó cansado, — a pesar de haberte expuesto mis razones…
— ¡Dime a mí que no la amas! — el rubio hubo alzado la voz. — Si lo aceptas…
— Albert —, el castaño también lo interrumpió para decir: — no te olvides que hablas de Candice; y ella, por los demás, hará lo que sea menos lo que es conveniente para su persona.
— Sin embargo, ella sabe que no estoy de acuerdo con su matrimonio con Archie; y de él… yo me hago cargo si tú…
— No lo sé — respondió Terruce.
— Entonces, eso quiere decir…
— Escucha, Albert; yo regreso a Inglaterra en dos días porque mi presencia es necesaria en una celebración. Hoy en la noche tengo una única presentación de teatro. Mañana una reunión, desde temprano, con doscientos trabajadores para pagarles lo retrasado. Al otro día me veré con interesados en comprar el inmueble. Por la tarde de ese día, afinaré los últimos detalles de la herencia con los notarios, y por la noche, me embarco. ¿Crees que la puedas convencer a que venga conmigo? — se preguntó ¿sardónicamente?
— Pero no es de que yo la convenza — alegó Albert; y Terruce…
— Entonces, ¿insinúas que yo lo haga?
— ¿No sería lo correcto?
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras originales, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 11
Última edición por Citlalli Quetzalli el Vie Abr 17, 2020 1:02 pm, editado 1 vez