Conforme Terruce y compañía seguían con su abordaje, desde estribor, otro par de ojos estaba precisamente fijo en él.
El dueño de ellos, era el capitán de ese transatlántico líder de la línea estrella blanca británica y, que por supuesto, al estar frente a él, a propósito, hizo chocar su cuerpo con el del pasajero, diciéndole en lugar de “bienvenido a bordo”:
— “¡Ey, ¿por qué no mira bien dónde camina?!” —; y al tener el contacto con los ojos de Terry, el capitán corregía: — Yo también estuve mal.
— Me alegra que lo reconozca — dijo Terruce continuando su camino, no obstante…
— Es que… yo no quiero pelear.
— Entonces, ¿por qué molesta? — indagó Rufus.
— Porque… qué fácil te olvidas de un buen amigo; al menos éste se acuerda muy bien de ti — comentó el anfitrión a quien seguía su vereda.
— No lo dudo — por ser connacionales y uno de la nobleza, — sin embargo, ¿de dónde? — Terry quiso saber; y para hacerlo se detuvo y se giró a mirar bien al capitán.
— Tú me conociste por… Cookie.
— ¿Cookie? — pronunció el noble llevándolo su mente al pasado… y exclamar: — ¡Cookie!
Sintiéndose feliz de ser finalmente reconocido, el capitán se envolvió en un fuerte abrazo con el castaño que diría…
— ¡Sí que este corto viaje a América me ha llenado de muchas sorpresas!
— También me alegra verte, Terry.
— A mí… ¡igual! Con qué de changador suplente a capitán, ¿eh?
— Siempre se supo que mi sueño era ser marinero, y mi dedicación me trajo hasta aquí.
— Pues… ¡felicidades! — Terry estrechó nuevamente su mano. — Y espero nos lleves en tiempo récord a Inglaterra.
— Con la velocidad de 21 nudos entre 6 o 7 días; quizá menos ayudados por un buen clima.
— ¡Me parece genial! Bueno, Cookie, me dio gusto saludarte de nuevo.
— ¿Tendrás un tiempo mañana? Para platicar de los buenos ratos en lo que tomamos el desayuno juntos.
— Por supuesto. Te veo en el comedor.
Dedicada una reverencia entre ambos, Terruce prosiguió con su andar, oyendo y de pronto a sus espaldas: el sonido de una armónica; sí, aquella que él mismo regalara y enseñara a tocar. Lo malo que la canción entonada era la que lo identificaba; y, debido a que ella, se quedara justamente atrás una vez que el barco emprendiera su travesía, el castaño simplemente negó con la cabeza y concentraría la misma en el juego que retara. Una diversión que lo mantendría despierto hasta la madrugada, y que, al sentirse todavía sin sueño, saldría a cubierta para disfrutar del nuevo amanecer.
No obstante, durante las horas transcurridas, pareció que Rufus se había dejado ganar todas las partidas de ajedrez jugadas al estar su mente pensando al estarlo viendo como jamás lo había visto, bueno, una mañana anterior también había sido la sorpresa; pero la que sus ojos divisaron, era otra que él mismo no podía descifrar, además de estarse cuestionando constantemente ¿por qué la señorita White no había marchado con ellos?
Sabiendo que, a su jefe, por muy indiferente que luciera, le estaba martillando la misma cuestión, Rufus lo siguió para preguntarle, además de la práctica de esgrima, ¿qué más se haría al estar en altamar?
Primero, el anunciarle vía telegrafista al ministro de hacienda que ya estaban de regreso y la fecha aproximada de desembarque. Eso iba a ser suficiente para iniciar el reporte de sus actividades con el logro conseguido, es decir, el haber Terruce vendido el inmueble heredado, recuperado su dinero al pagar a los trabajadores, y cedido todos los derechos sobre lo demás, quedando así concluido todo pendiente que tuviera en América.
Bueno, él así lo decía; en cambio, Rufus aprovecharía la ocasión para averiguar por su cuenta, sabiendo de antemano la molestia que pudiera encender en su jefe al estarse inmiscuyendo en sus problemas personales. Sin embargo, al guardia le había agradado la rubia White; y percibía el gran amor que había entre ellos, solo que…
— Con permiso — Rufus pidió para ir a hacer el mandado ordenado. Plus, el capitán también venía acercándose al haber divisado al solitario pasajero.
— Buenos días — lo saludó parándose a lado derecho de Terruce quien, recargado sobre la baranda, correspondía el saludo:
— Buenos días, capitán.
— Madrugador — observó este último del que decía:
— Insomnio sería lo correcto.
— ¿Lo padeces seguido?
— Frecuentemente, sí — se confesó. — Tú, por necesidad no, ¿cierto?
— Debo estar al tanto de mi nave, mi tripulación y por supuesto, mis pasajeros.
— Quién lo hubiera imaginado.
— Sí, y menos Candy.
— ¿Candy? — repitió Terry cruzándose de brazos y mirando inquiridoramente a su interlocutor:
— Tú la mencionaste aquella ocasión que nos conocimos y después… la conocí yo.
— ¿Cuándo?
— A los pocos días que tú te embarcaras. La encontré en el muelle. Fue molesto al principio nuestro encuentro al catalogarme de ladrón, pero ya una vez identificado e inclusive, la atraje por… la melodía que me enseñaras. Creyó que eras tú y… le conté eras mi amigo, cómo nos conocimos y…
— Qué coincidencia, ¿no te parece? — Terruce sonó un tanto cáustico.
— Sí, porque… ella representaría mucho en mi profesión.
— ¿Cómo dices? — indagó un Terry mirando a Cookie ciertamente ansioso de saber.
— Fue grato conocerla en el muelle, pero fue una verdadera experiencia la que los dos vivimos como… polizontes.
— ¿Qué estás diciendo? —, un cuerpo discretamente brincó con la noticia; y una voz incrédula pedía corroboración: — Candy, ¿polizón?
— ¿Nunca supiste más de ella? — preguntó Cookie sabiendo nosotros que no y que el chico hasta el Hogar llegó.
— Hasta… un par de días atrás — se confesó; también lo siguiente:
— Pues sí. Ella… pensaba mucho en Terry; y, de hecho, deseaba venir a América por Terry, no importándole el cómo. Los dos, sin dinero, era la única manera de realizar nuestro viaje.
— Y…
— Fuimos atrapados; a mí me castigaron, pero a ella, al ser confundida con la hija del capitán...
— ¿Por Sandra? — afirmó Terry.
— Sí. ¿La conociste?
— Por medio de otro amigo mío.
— Qué coincidencia, ¿cierto? — hubo sido el turno de Cookie de sonar sardónico.
— Sí, pero… ¿estás seguro de lo que dices?
— Terry, lo viví en carne propia. ¿Por qué te mentiría?
— Sí, tienes razón. Además, esas imprudencias son muy típicas de… aquella jovencita que conocí.
— Yo, después de aquello, al haberme lesionado ayudando debido a una fuerte tormenta que atravesamos, todavía la visité en Chicago.
— ¿Y eso? — indagó Granchester ¿un tanto desconfiado? por ende, se defendían:
— ¡Ey! No lo tomes por otro lado, simplemente… me pareció un buen lugar para ir a esconderme luego de haber cometido un error con la tripulación del Gaviota y…
— Está bien. Solo que… no, no me prestes caso — Terry dejó eso por la paz. — Ahora si me disculpas, iré a mi camarote. De repente… —, el castaño se llevó una mano a la boca, preguntándose de ello:
— ¿No te acostumbras a viajar en barco?
— En diez años no lo hacía; ¿y te soy sincero? espero no volver a hacerlo.
— ¿Tan mal te trató América? — Cookie observó lo obvio, reafirmándolo la siguiente contestación:
— América en sí no, sino lo que contiene. Con permiso — pidió Terruce porque no bromeaba, y como señal, se le vio recargarse del muro más próximo.
Por supuesto, Cookie le ofreció su ayuda; y nuestro protagonista se negó, yendo a su suite sosteniéndose de donde pudiera para que una vez estuviera ahí, se tumbara, y sin recato alguno, en la cama en cuanto la divisara, y noqueado quedara en ella por lo que serían dos días, tiempo suficiente para Rufus de investigar lo sucedido.
Con lo que le pasaba a Terruce, redundantemente no pasaba de ser una acumulación de desvelos; además, y de repentes, se levantaba ya fuese para cambiarse de ropa, beber agua, satisfacer una necesidad, en fin, el castaño se había propuesto no saber nada de nada ni de nadie, sino dedicarse a recuperar su cuerpo para volver a empezar.
Lo malo que cuando empezó, sí, el mal genio del hombre arreció, notándose también su molestia en sus fuertes espadazos de combate dados cuando se puso a practicar esgrima con el buen Rufus, quien, no había tenido oportunidad ni hallaba alguna para confesar lo que sabía, sobre el atentado contra los rubios ese día de la partida, y donde el más dañado era Albert, quien en sí…
— ¡Te di la orden de no levantarte! — gritó la rubia al ingresar a una habitación cargando una charola con alimentos que eran para él que replicaba:
— ¡Candy, ya no tengo nada! De hecho, nunca tuve nada más que leves quemaduras; y mientras George no termine lo que tiene que hacer en Chicago y venga a cubrirme, ¡tengo que hacer unas cosas!
— ¿Con respecto a la oficina? — ella indagó depositando su carga en una mesa de centro.
— Sí, por supuesto — contestó un tajante magnate, observando ella:
— Pero no estás enojado, ¿verdad?
¡Sí, sí lo estaba! y precisamente con ella por no haberlo escuchado al indicarle que se fuera con Terruce, quien, sí, en esos momentos en que la crisis lo golpearía, era el siguiente y nuevamente en poder hacerse cargo de ella y así evitarle la pena que unos banqueros ya padecían. Sin embargo, Andrew sonrió, ocultando para sí también el plan que llevaría a cabo en cuanto su mano derecha llegara a Nueva York, y diciéndole:
— Por supuesto que no, pequeña. ¿Qué traes ahí? — él se interesó yendo a su lado.
— ¡Yo lo preparé! Bueno, la señora Charlotte me guió en cómo hacerlo.
— ¿Qué es?
— ¡Un pie de manzana! — la rubia sonó animosa, no molestándole recordar: — Cuando estuve en la casa de los Leagan, Doug, el panero, me enseñó a cocer el simple pan, pero con dulce es diferente — dijo ella, habiendo sumergido la cuchara en el postre y direccionada a la boca del rubio que, al abrirla, tuvo que aguantarse al estar aquello dulcísimo, tragárselo y… felicitarla.
— ¿De verdad te gustó?
— No — Albert no pudo mentirle en esa ocasión.
— ¿Qué tiene? — Candice se dispuso a probar su intento, no notando ella sabor desagradable y teniendo él que descubrir:
— Está demasiado dulce.
— ¿En serio? — replicó la rubia repitiendo la dosis para corroborarlo y seguir ella insistiendo en gustarle su postre.
— Bueno — dijo Albert en señal de rendición.
Encogiéndose de brazos, la rubia White, ante el rechazo de su ofrecimiento, se comió lo llevado viendo a protector encaminarse al escritorio para sentarse y trabajar en una larga carta.
Para no interrumpirlo, Candice lo dejó a solas, a pesar de no querer estarlo; ya que, a solas lo único que podía pensar era en Terruce y en por qué no tenía noticias de él, al haber hecho ella contacto con Rufus quien se había encargado de hablar con el castaño y aclararle la situación. Una que la policía, por supuesto, no supo ni por dónde comenzar al no saber nadie nada de los agresores de los rubios, los cuales sí tenían una idea de los responsables, y que por supuesto, contra ella, ninguno de los dos iba a proceder.
Noble Responsability Capítulo 19
Última edición por Citlalli Quetzalli el Dom Abr 26, 2020 6:07 pm, editado 1 vez