Conociendo todos de sobra, el fatal desenlace de la relación entre Terruce y Candice, ésta buscó concentrarse en su trabajo como enfermera, no importándole los terribles lugares a los que la mandaran. El de la montaña había sido un ejemplo. Y tanto Annie como Archie, —sin Stear ni Patty—, fueron los principales soportes de la rubia White. Claro que Albert, —ya descubierto como el tío abuelo Williams y el encargado de cancelar la boda con Neil—, era el otro, quien le autorizara a hacer lo que más le placiera con su vida.
El ir de nuevo a casa, también hubo sido la orden; una que Candice no desaprovechó. La vimos celebrando su regreso, pero una vez ya establecida en ella, la haría nuevamente pensar y tomar una determinación.
Sí, no dudaba que amaba la enfermería, pero ésta no bastaba cuando surgía una emergencia y los médicos alrededor de su querido Hogar de Pony no los encontraba, siendo esa frustración, —o, mejor dicho, el hecho de que por poco perdiera a uno de sus hermanitos de orfandad debido a una seria caída de árbol y que le dejara secuelas de inmovilidad—, Candy, en una cena, hubo hablado con sus madres de crianza para compartirles su deseo por ser doctora y así poder contribuir a levantar al chiquillo aquel.
Por supuesto, Mary Jane: el contacto de la Señorita Pony, estuvo dispuesta a hacer mucho por su querida torpe. No obstante, el padre adoptivo de Candice, al escucharlo de ella, sería el encargado de apoyarla en todo, conllevando con ello, el mudarse nuevamente de estado y asistir así a una de las mejores universidades de medicina del país.
Cinco años fueron los que Candy invirtió en estudios. Tres de ellos más dos, los empleó como practicante, teniendo el resto como doctora titulada. Reconocimiento profesional que sólo era apoyado por sus amigos; los demás, la seguían considerando no digna de llevar el apellido Andrew.
Uno que ella, desde que estudiara enfermería, había dejado de portar, ni aun cuando Albert apareciera y le recalcara que, para él, ella lo era. También alguien muy especial en su corazón; como en los demás de sus sobrinos, sin embargo, de Archie lo había escuchado directamente una tarde que lo visitara en la oficina bancaria:
— Sin saberlo, Annie se enamoró de mí; y me lo reveló justamente cuando yo estaba por confesarle a Candy cuánto la amaba. ¡Sentí tantos celos por Terruce cuando los vi juntos en aquella colina en el colegio que…!
— Hiciste bien en fijarte en Annie — hubo dicho el magnate Andrew. Cornwell, por su parte, indagó:
— ¿Tú lo crees así?
— El punto es… que te casarás con ella.
— Sí; sin embargo, debo confesarte que sigo haciéndolo por Candy.
— ¿Cómo? — fue tanto la expresión como reacción en un rostro.
— Aquella ocasión, cuando Annie nos escuchó, se echó a correr bajo una fuerte tormenta y posteriormente tuvo una crisis febril. En esa, Candy, sabiendo mi sentir y lo que su amiga sentía por mí, aun así, me pidió cuidara mucho de ella. Le di mi palabra, pero…
— ¿Viste oportunidad cuándo se separó de Terry?
— No te lo voy a negar; pero Annie seguía estando presente.
Por eso, cuando Archie enviudó, aunado a la enfermedad que Candy precisamente le diagnosticara:
— ¿Sabes qué me gustaría hacer antes de morir?
— Lo ignoro.
— Un viaje en el que tú me acompañaras no como mi doctora sino… como mi esposa.
— Archie…
— Sé que estoy aprovechándome de mi condición, pero… también me lo debes, Candy.
— ¿Cómo?
— Por haberme hecho cargo de tu amiga por más de quince años.
— Pero…
— Como estoy, no puedo mentir más. Es verdad que la quise, pero nunca la llegué a amar como a ti.
— No deberías decir eso — Candy lo reprendió; empero, Archie...
— ¿Por qué no? Annie ya no está, y Terruce… tal parece no tiene deseos de volver, así que, nadie puede impedirnos estar juntos.
— ¿Te olvidas de Allyson?
— Mi hija te adora. No pondrá objeción.
— Aun así… no lo sé — ella dudó; en cambio, él la instó a responder lo siguiente:
— ¿No lo sabes porque no me quieres?
— Te quiero como el amigo que siempre has sido.
— Entonces, acepta mi proposición como ese amigo que soy, y hazlo feliz, como él hizo feliz a tu amiga, el poco tiempo que le queda.
Y fue así como la dulce y generosa Candice se hubo comprometido con Archie; y confesárselo a Terruce no hubiera ayudado mucho. Ella ya había dado su palabra y, tal parecía no había vuelta de hoja ya que…
Al ver que alguien se acercaba a ellos, la rubia White optaba por despedirse, excusando debía regresar adonde su enfermo seguía esperando noticias del paradero de su hija Allyson y de la que pretendieron saber por parte de Terruce.
Él, luego de ubicar a Rufus y ordenarle llevarla a su domicilio, retornó al escenario para escuchar las últimas indicaciones para la función de esa noche. Posteriormente, dejaba el teatro Iris para ir al hotel y descansar un rato.
En ese, pero en el domicilio de los Andrew, Albert haría acto de presencia, encontrando a su sobrino sumamente desesperado.
A primera de cuentas se supuso era debido a Allyson; empero, Archie, mientras Candy regresaba, le contaba los pormenores, principalmente la reaparición de Terruce.
— ¿Terruce está en Nueva York? — el rubio hubo pedido corroboración.
— Lo supimos gracias a Allyson.
— ¿Y ella cómo supo de él?
— Eso precisamente me gustaría saber, Albert; pero resulta que vuelvo a ignorar dónde y con quién está mi hija.
— ¿Candy? —, Albert quiso saber de su ubicación, siendo la respuesta siguiente:
— Donde Terruce para preguntarle ¿qué hablaron Allyson y él?
— ¿Estás seguro que de solo eso?
Con la cuestión, Archie miró ciertamente molesto a su tío, y así le diría:
— ¡Sé de antemano que no, Albert!
— Entonces, estás consciente de lo que pasará si ellos…
— ¡Sí, sí; no te molestes en recordármelo! — dijo un grosero Cornwell cayendo pesadamente en el sofá de la sala, — pero Candy me dio su palabra.
— Que deberías rechazar si en verdad la amaras.
— ¡Te puedo asegurar que más que el imbécil aquel que un maldito rayo lo parta!
— Archie — Albert lo nombró negando con la cabeza, — tienes que controlar tus celosas rabietas.
— ¡¿Y tú crees que es fácil teniéndolo como amenaza?!
— De todos modos. Haciendo corajes tontos estás echando a perder todo el trabajo que Candy ha hecho por ti.
— ¡Mejor me muriera en este instante antes que aceptar el renunciar a ella y dejársela al… estúpido ese! ¡No sabes cuánto lo odio, Albert!
— Pero odiándolo… no has conseguido que ella….
— ¡Albert! — gritó una alegre Candy al divisar su ancha y musculosa espalda.
Conforme se giraba a ella, el rubio se dispuso a esbozar una sonrisa que era correspondida; igualmente el abrazo que llegaban a darle y preguntarle ¿cuánto hacía había llegado?
— Apenas unos minutos — contestó el magnate sosteniendo ahora la mano de su hija, la cual le decía:
— Me da gusto que hayas venido.
— Sí; lo hice en cuanto me llegó el telegrama de Archie. Con que las malas noticias siguen, ¿cierto?
— Sí, agregando a ellas…
— Que Terry apareciera.
— Fue algo… impresionante —, el bonito, pero ahora adulto rostro de la rubia White no pudo ocultar tristeza. Por ende:
— ¿Qué pasa? — Albert quiso saber.
— Terruce no sabe de Allyson.
— ¿Pero te dijo lo que hablaron? — preguntó Archie, quien era acompañado en el sofá.
— No mucho, sino lo esencial.
— ¿Qué es?
— Allyson… no quiere que nos casemos.
— ¡¿Qué?! — el enfermo brincó en su lugar.
— Acorde a Terruce, le pidió llevarme con él.
— ¡POR SUPUESTO QUE NO! — gritó fuertemente Cornwell.
— ¡Archie, por favor! — pidió rígidamente Albert. También lo a continuación: — ¿Quién le habló de él?
— Eliza.
— Entonces, ¿ella está detrás de la escapatoria de mi hija?
— No a ciencia cierta, pero…
— ¿Qué más hablaste con él? — preguntó Albert, sin importarle la mirada y la nueva rabieta de Archie que se paró abruptamente.
Debido a eso, Candy miró a su protector para pedirle encarecidamente no hablar de eso delante de él.
— ¡Pueden hacerlo con confianza porque en este preciso momento me largo!
Y sí, incluso enfurecido, Archie atravesaba la sala para salir por la puerta principal de la casa diciéndose al estar a solas:
— Pobrecito, no ha dejado de hacer corajes.
— Sin embargo, me preocupas más tú, Candy.
— ¡Oh Albert! — ella lo nombró, pero a la vez se puso de pie para correr, echarse en sus brazos y llorar.
— ¿Qué pasa, pequeña? ¿Por qué este sufrimiento?
— Porque… ¡he perdido su amor!
— ¿Hablas del de Terruce?
— Sí.
— ¿Él te lo dijo?
— No a grandes rasgos, pero… su mirada es otra.
— Los años han pasado, Candy.
— Lo sé. Pero aun así duele.
— Y me imagino cuánto.
— Pero… — dijo ella separándose del magnate que la vio secarse las lágrimas derramadas con un toque de dignidad, — él es pasado, y Archie…
— … no debería ser ni tu presente ni tu futuro.
— Pero me necesita. No puedo abandonarlo.
— ¿Y tú a ti sí? ¿Cuántas veces, Candy?
— De todos modos, si él… no tenía deseos de volver, yo…
— ¿Qué pasó con Susana? — Albert era el interesado.
— No le pregunté —, y no porque no quisiera.
— ¿En dónde está hospedado?
— En el Waldorf Astoria.
— Iré a verlo.
— ¡¿Para qué?! — Candy brincó asustada.
— Primero, para saber de él todo lo que habló con Allyson.
— La niña me odia — confesó libremente la rubia White; — y él me aconsejó no casarme con Archie, porque si lo hago…
— ¿Amenazó?
— Sí.
— Entonces, con mayor razón debo ir a verlo para saber también ¿cómo?
. . .
Un poco más de quince años era el tiempo que Albert y Terruce no se veían. Recordando también que el rubio hubo sido el que se encontrara al, en aquel entonces actor, en una deplorable situación a consecuencia del rompimiento de dos debido a una tercera que lo demandaba y lo requería a su lado.
La que Terry quisiera, había regresado a Chicago sin haberse dado oportunidad a explicarse; e increíblemente en las condiciones más pésimas, allá se le vio con el deseo de verla, siendo Albert quien lo encontrara y lo hiciera reaccionar.
Vuelto a sus cinco sentidos, Terruce le contó a su amigo su desgracia. Y ante su desesperanza y su rendición, Albert lo llevó hasta donde ella, para que, a cierta distancia, la viera con el espíritu levantado a pesar de lo perdido.
Aquello hizo reflexionar a Terry, haciéndolo tomar la decisión de regresar a la compañía Stratford e ir por el camino elegido.
Albert le había preguntado si ese camino elegido era Candy; empero, Terruce dijo no, y lo escuchó despedirse de ella, por ende:
— ¿Acaso aquel adiós de él había sido definitivo? ¿Por eso Candy, ahora que lo vio, percibió “haber perdido su amor”? Porque si sí… yo… nunca le conté a ella que él fue a buscarla y la vio en la Clínica Feliz. Sí… ¡sí, sí! es necesario hablar con él para saber qué cosa sucedió con él.
Como regla general, otorgo del debido de los créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 10
Última edición por Citlalli Quetzalli el Jue Abr 16, 2020 1:34 pm, editado 1 vez