Quienes llevaban esperando en sí y en un conocido departamento de la ciudad neoyorkina, eran precisamente Eliza y Neil, solo que, a la escapista Allyson, la cual tocaba una puerta, y a ella se acercaba una regordeta mujer.
Al atenderla, la chica inmediatamente fue reconocida.
— Ally, hija, tus padres llevan rato esperándote.
— Gracias, señora Smith. Iré rápidamente a ellos.
… los cuales en cuanto la viera cruzar el umbral de otro acceso…
— ¿Y bien? — preguntó Neil quien yacía sentado en una silla de comedor y, a tres metros de distancia, se entretenía lanzando dardos a la diana. — ¿Lo viste?
— Sí.
— ¿Y? — fue turno de Eliza, la cual invitaba a la chica ir a sentarse a su lado en el sofá.
— No sé — la recién llegada respondió encogiéndose de hombros.
— ¿Por qué? ¿Qué pasó? — Leagan hombre era el interesado.
— Él, tengo la seguridad, de que no me creyó mucho. Cuando se vieron, ella se desmayó de la impresión y luego salió corriendo. Pero el que verdaderamente me desesperó ¡fue mi padre! — se quejó la chiquilla con su adorada tía. — ¡Disimula en lo absoluto su amor por ella!
— ¿La defendió? — de nuevo Neil quiso saber.
— ¡Como defiendo yo a mi madre! — que era con suma fiereza.
— ¿Y Granchester qué hizo? — cuestionó la pelirroja.
— No la siguió.
— Eso significa…
— Que quizá dejó de interesarse en ella.
— No — afirmó Allyson frente a las líneas intercaladas de sus tíos. — Él también tuvo su reacción.
— ¿Ah sí? ¿Y cuál fue?
— Palideció; bueno, tal vez debido al susto que le pegué al pobre.
Para concluir su reporte, la chica sonrió a sus parientes, los cuales cruzaban miradas al tener cada uno intereses diferentes que por supuesto, Allyson desconocía.
Por ejemplo: Eliza, dizque enamorada de Terry y quien odiaba más a la rubia, no iba a permitir se quedaron juntos. O Neil, quien todavía estaba enamorado de Candy y odiaba a aquel que tan siquiera se le acercara.
Por el vínculo que Archie quería formar con ella, bueno, Cornwell era el afortunado de tan apreciado sentimiento. Él, es decir, Neil, cuando quiso unirse a ella, se lo impidieron, por lo tanto, haría lo mismo para fastidiarlos también.
Con lo que respectaba a Terruce, increíblemente a Leagan no le preocupaba al presentir que un sentimiento había quedado calcinado. Además, Granchester hacía años había quedado solo; y de no haber sido por la insistencia de la chica, jamás se hubiera sabido de él.
La pelirroja sí; siendo ella la encargada de proporcionar toda la información que de Granchester se tuviera.
Una información que, Candy ignorara por completo, y que, de Allyson, si aparecía esa noche, querría saber. En caso de que no, bueno, a la mañana siguiente lo sabría directamente de él.
. . . . .
Como muchas, ella, desde muy pequeña, quiso ser actriz. A su parecer, no había mundo más maravilloso que el del espectáculo, en donde la belleza y el talento, sobresalían.
Eleanor Baker tenía eso y más. Sí, un hijo que poseía ambas cosas, pero en un exceso. Un ser que hubo sido un deleite para los ojos cada vez que se viera en los escenarios, desplazándose en ellos, como un pez lo hace en el extenso océano. No habiendo tampoco personaje a interpretar que no le hubiere quedado. Y el que sí le incomodara, siempre encontró la forma de hacerlo brillar. Una técnica que ella, cada vez que salía a escena, quería aplicar. No obstante, y pese a su belleza y talento, no, nunca lo lograba. Algo siempre le quedaba a medias, y eso la responsabilizaba del fracaso en cada función.
Por suerte, ya estaban por finalizar; y ella, con ese contrato, acuerdo que no se renovaría, dándoseles así, la libertad de ir a buscar la fortuna en otro lado.
— ¿Pero dónde si nuestros trabajos no son considerados buenas cartas de recomendación?
— ¡Yo les daré la mejor! — gritó el señor Jones desde el patio de butacas.
— ¿Y cómo? — quisieron saber los actores.
— De buena fuente sé quién regresa a América.
— ¿Quién? — se preguntó con intriga.
— Terruce Granchester.
— ¡¿Cómo?! — varios rostros expresaron sorpresa. Pero no faltó el incrédulo que dijera:
— Ese ni siquiera se dignará a tomarte en cuenta.
— ¿Quieren ver que sí? — el señor Jones los retó, diciendo la actriz principal:
— Si haces eso, harías mi verdadero sueño en realidad.
— Todos lo cumpliremos, Mirna —, belleza morena que desde aquel día no dejaba de pensar en él a quien le pedía decir “sí”.
Cuando lo oyó del señor Jones, la actriz tuvo una reacción inesperada. No celebró, a pesar de sentirse sumamente emocionada de actuar con él, ni siquiera comentó por encerrarse en una esfera de tranquilidad; una que, —cuando fueron a informarle Terruce Granchester la requería para ensayar—, tiraron al caño para correr a gran velocidad a él, que, por su parte, o, mejor dicho, en un camerino, miraba el vestuario a portar. También lo tocaba, y olía.
El aparente desagradable olor que desprendía aquello lo hacía hacer un gesto similar al tratarse de una peluda túnica blanca con manchas en color marrón, idéntico material a la capucha de donde colgaba una tela negra que le cubría el rostro teniendo diminutos orificios para tener visión y una mejor circulación del oxígeno.
Inhalado un poco del vital gas y arrojado después debido a que no podía retractarse, Terruce salió de ahí para regresar al escenario.
En ello, los utileros hacían su trabajo a todo lo que daban ¡gracias! a lo excéntrico del personaje que llegaba preguntando si la protagonista había hecho su arribo.
No, fue la respuesta; y con ello, un resoplido fastidioso se escuchó.
— Es que vive al otro lado del río, Excelencia — la excusaron.
— Está bien — dijo Terruce. En cambio, el señor Jones:
— ¿Quiere ver el libreto?
— No, mejor lo escucho.
— Claro — contestó el autor, el cual, una vez aclarara la garganta, relataría comenzando con: — ¡Agh! ¡Agh! —, y explicaba: — es el quejido del ente protagonista, con lo cual quiere atraer la atención de la bella mujer que friega sus blancos lienzos en la roca lisa del río. Por estar tarareando una canción, ella no lo escucha, por lo que él se queja nueva y fuertemente. — ¡Agh! ¡Agh! además de levantar un viento alrededor de ella, que, por sentir frío, deja lo que hace para protegerse del polvo y de las hojas que la golpean. Segundos después, cesa ese viento; y él de nuevo se queja pudiendo ella ahora sí escucharlo y preguntar: — ¿Hay alguien allí?
— ¿Cómo? — exclamó Terry al reconocer una sentencia parecida dicha por él.
— Ella pregunta si…
— Sí, sí — dijo Terruce negando con la cabeza y queriendo saber: — Yo no entro sino hasta el último acto, ¿cierto?
— S-sí — respondió el señor Jones no muy convencido al quererlo actuando en otras escenas.
— Bien, entonces vayamos a esa parte.
— Por supuesto — contestó el autor; y en lo que hojeaba el libreto, Mirna, la actriz, hacía su arribo.
Divisada por alguien, ese mismo hizo su anuncio atrayendo la atención de Terruce y mirar, desde su lugar, a la que sería brevemente su compañera de tablas.
Por venir ella envuelta en una gabardina negra también con capucha, él no podía verla; lo haría hasta que estuvieran frente a frente y…
— Señor Granchester, un gusto poder trabajar con usted.
— Estoy seguro que el gusto será mío, señorita…
— Mirna… Mirna Troy —, ella extendió su mano.
— Mirna, encantado — dijo él tomándola para llevársela a los labios y sin dejar de mirar sus ojos azules.
Correspondiendo al gesto de galantería y retirando su mano, ella preguntaría para cortar la emoción de estar frente a él y de la sensación de sus labios en el dorso de su mano:
— ¿Desde dónde empezaremos?
— El señor Granchester acaba de…
— Con el libreto, lo podemos hacer desde el principio.
Con su cambio de parecer, Terruce hizo que el señor Jones se le quedara mirando para poco a poco comenzar a sonreír ante lo que sus ojos presenciaban: intercambio de sonrisas y miradas que…
— Voy por otro libreto — dijo para dejarlos solos; no obstante…
— Por mí no hay problema, Jones. Me lo sé de memoria.
— Oh perfecto — expresó Terry, reconociendo enseguida: — yo sí lo necesitaré, — y de la mano del autor, él lo recibía, así como las indicaciones del lugar a ocupar.
Al no haber sido llamado el personal requerido, el señor Jones se haría cargo de leer algunas partes. Terruce la suya y Mirna lo restante marcándose en puntos las veces que los dos se tomaban de la mano para iniciar una caminata o se envolvían en un abrazo de despedida.
El beso, por no haber un rostro, no se había llevado a cabo. Lo harían ahora que una cara se tenía y se improvisaba el diálogo una vez que ella, agonizante, yaciera tendida sobre la cama. Él, a su lado, apoyado sobre la palma de su mano izquierda, y levemente inclinado hacia ella quien no podía controlar el tenerlo tan de cerca y que fuera la causante del fracaso en el primer intento de beso debido a los traicioneros nervios.
Sonriendo ¿de lo que sin querer causaba? Terruce, con la mirada, indicaba no pasaba nada. Además, tenían toda la noche para repetirlo una y otra vez hasta que les saliera perfecto.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras de CC, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 8
Última edición por Citlalli Quetzalli el Lun Abr 13, 2020 12:21 pm, editado 1 vez