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Vistiendo la moda de los gánsteres para aparentar ser uno, se veía a Neil Leagan saliendo de su escondite para ir a refugiarse a uno de los muchos bares hallados en los barrios bajos neoyorkinos, donde podía consumir todo aquello que estuviera ilegalmente prohibido. Además, era un buen lugar para hacer negocios sucios; y el que él llevara en mente, tenía nada de limpio, y que, a pesar de ser escaso su efectivo, era suficiente para cualquiera hacer lo que fuera.
Acorde a él, sería dar un simple sustito. Algo que no pasara de ahí para no atraer a la policía y que todos se vieran involucrados.
¿El objetivo? Una pareja: dos rubios que se alojaban en la dirección que en ese momento y en un pedazo de papel, el moreno Leagan deslizaba por la maltrecha mesa de madera, así como los pocos billetes que cubrirían el favor.
— ¿Cuándo quiere que lo llevamos a cabo? — preguntó uno de dos visitados.
— Mañana alrededor de las siete de la noche.
— Muy bien. Nosotros los mantendremos vigilados desde temprano y a usted informado de los resultados.
— No. Ya no habría necesidad — dijo Neil; en cambio, su segundo “socio” inquiría:
— ¿Ni tampoco que hiciéramos su favor?
— Ese, por eso estoy pagando por adelantado. ¿O acaso no estoy tratando con caballeros?
Un desdentado fue el primero que pujó, mirando a su pecoso amigo que reiría bobamente y diría:
— ¡Por supuesto! Y ahí estaremos tal cual lo hablado.
— Muy bien. Ahora les invito un trago y… eso sí, nunca me vieron.
— Bueno, yo olvidaría su cara si dejara caer dos buenos billetes más, porque estoy seguro que sí los trae, ¿o no?
De un repente, para no decir, en un acto de magia, una brillosa y filosa navaja hizo su aparición frente a los ojos de Neil quien, de pie, de uno de los bolsillos traseros de su pantalón, ¿magia habíamos dicho? también salieron los dineros pedidos.
Considerando que, con eso, ellos podían pagar sus tragos y el de él, Leagan se despidió para regresar adonde Eliza, cual nerviosa, lo aguardaba y, que en cuanto lo viera aparecer por la puerta dándose acceso, le preguntaba:
— ¿Lo arreglaste?
— Ya está. Solo hay que esperar por los resultados.
— Espero que haya sido gente confiable.
— Eliza, hermana, por favor —, Neil, conforme se sentaba en el asiento más próximo, decía: — fui a un vil barrio bajo donde entregarían a su propia madre por lo que les di, no a la catedral en busca de un sacerdote para confesarle mis pecados y me los guarde.
— Ay Neil, no tenías que ser burlón.
— Y tú… no peques de inocente que te aseguro no te queda —. Acostándose en todo lo largo de su asiento, el moreno inquiría: — ¿Sabes algo de Allyson?
— No, quedó de llamar, pero lo seguro es que esté con su padre.
— Es mejor, para no involucrarla.
— Pero estás de acuerdo que de ella fue la idea.
— Sí; sin embargo, la chiquilla se supo ganar nuestro afecto a pesar de ser la hija de la otra huérfana insípida de Annie.
— Que te oiga decirle así a su mamá, y no dudes que tomará venganza contra ti.
— Es extraño decirlo, pero… ella me quiere, no lo haría; y yo… la adopté como mi mascota.
— Una clara señal de lo mucho que echas de menos a un hijo.
— Una clara señal de lo mucho que echamos, ¿qué?
— Yo no lo niego, Neil — dijo Eliza sentándose en un espacio cercano a las largas piernas masculinas.
— Tampoco yo el que un día los tengamos, sin embargo… mi sangre me grita venganza y, hasta que no la sacie, comenzaré a vivir, y eso, será muy pronto, hermanita —, la mano de Neil alcanzó el fino mentón de su sangre para apretárselo levemente y terminar de decir: — cuando los quitemos finalmente de nuestro camino.
— Pero a él… no lo lastimarán, ¿verdad?
— De eso… se encargará Candice.
… mujer rubia que a lado de Terruce permanecía y lo haría hasta que el último de los acreedores se marchara.
Los trabajadores ya habían sido todos atendidos, habiéndose quedado algunos, —con el permiso del actual y temporalmente dueño—, entre diversos lugares del teatro para compartir tantas reminiscencias que ese lugar les dejara al habérseles dicho que, por estar en tratos de compraventa, había gran posibilidad también de ser derruido para construirse ahí un enorme edificio que comenzaban a ser parte icónica de la ciudad neoyorkina.
Por ésta, dos pares de horas después, Terruce y Candice pasearían, consiguientemente de haber cenado juntos, incluso bailado y hablado de los planes futuros.
De los que Grandchester desarrollaba presentemente, también compartió emocionando a la rubia que de ir con él se vería envuelta en el glamour y ¿y por qué no? hasta de las excentricidades de la real sociedad, aunque de ésta, Terruce también era obligado a pertenecer debido al trabajo y la asistencia que recibía del ministro Chamberlain que en unos pocos años se convirtiera en el Primer Ministro Británico.
Pero en esa confidencialidad con ella, a ella le contó gustaba más de estar alrededor de su esposa Anne, al ser esta otra apasionada de la literatura, siendo sus preferidos Charles Dickens y William Makepeace Thackeray.
— Entonces, William Shakespeare pasó completamente a la historia — observó White yendo colgado de un brazo masculino.
— Con el propósito con que lo leía, sí — contestó Granchester, interesándose ella:
— Terry… y de tus papás, ¿qué me cuentas?
— Richard vive; cada vez más débil, pero lo hace. De hecho, está en la Villa en Escocia. Eleanor… honestamente no sé darte razón de ella. Oremos porque esté bien.
— ¡Eres un irrespetuoso! — lo catalogó la rubia al haber él imitado la voz del clérigo del colegio San Pablo.
— ¿Y tú no lo fuiste al llamar a la hermana Grey “vieja cabeza dura”?
— Bueno, pero eso fue… hace muchos años — ella se excusó, afirmando él entre un profundo suspiro:
— Muchos en verdad, Candy. Ahora si no te molesta, es tiempo de llevarte a casa —, al estar caminando por la acera alrededor de otro icónico lugar: el Parque Central.
— Sí — la rubia acordó, — tengo que empacar ciertas cosas y…
— ¿Estás segura de querer venir conmigo? Reconozco la presión ejercida, pero…
Para cuestionarlo, él los detuvo; y para escuchar la respuesta de ella, se miraban de frente:
— Sí y no —, fue honesta. Incluso, él al contestar:
— Podré entender ese “no”.
— Mis madres de crianza también viven. Me hubiese gustado despedirme de ellas. Aunque, una carta las alegrará de sobre manera, sobre todo a la señorita Pony, una gran fan tuya.
— Hazles llegar mis saludos cuando tengas comunicación con ellas.
— Yo les diré.
Finalizada la sentencia de ella, Terry sonrió; ulteriormente se acercó para besar la frente de la rubia y concluyó besando los blancos dorsos femeninos.
Al saber que detrás de ellos y a cierta distancia venía al auto oficial, Terruce hizo la señal de acercarse para abordarlo y llevarla a la residencia Andrew.
En ella, un Albert en bata de descanso, yacía sentado en el sofá leyendo sus balances bancarios. A pesar de la crisis económica del país, por suerte, él no había sido afectado. Sin embargo, el panorama ya le estaba cambiando; además, sus reservas, aunque todavía intactas, no iba a ser suficientes para apoyar a toda una nación.
Pero, eso era su problema; no el de Candy, quien al verla por la puerta invitando a su amigo a entrar, Andrew, presta y discretamente guardó todo para no preocuparla, y así echar abajo sus planes de irse con su felicidad. Una que no podía negarse rondaba al solo hecho ver juntos castaño y rubia, la cual, al divisar a su protector, yendo a él lo llamaría:
— ¡Albert!
— Hola, pequeña, ¿cómo estuvo tu velada?
— ¡Estupendamente bien! — la calificó Candy besando al rubio en la mejilla y dándole un abrazo.
Consiguientemente, regresaba a su invitado para decir divertidamente:
— Si te acuerdas de él, ¿verdad?
Los bromeados, primero fueron atrapados en sus segundos de sonsera, para después, entre sonrisas continuar la broma:
— No, no me acuerdo. William Albert Andrew —, y el rubio extendió su mano al castaño que igualmente se presentaría:
— Terruce Duque de Granchester.
— Oh, Candy, escalas rápido en tus relaciones amistosas. Por favor, Su Majestad, tome asiento — Albert estaba en su papel de súbdito, — aunque disculpará la humidad de mi hogar, pero ésta queda honrada con su presencia.
— ¡Idiotas! — Candy los etiquetó a los dos que no aguantaron las risas debido al rostro serio de a la que le devolvían la bromean.
Porque los dos sintieron, al mismo tiempo, deseos de abrazarla debido a sí hacer bromas más no aguantarlas, al final ninguno lo hizo, ya que, Candy, fingiendo molestia, les ofrecía algo de beber al haberle preguntado a Terruce si se quedaría un rato más y él hubo dicho sí.
Una hora pasaría a lado de ellos; posteriormente el castaño se despedía ¿volviendo a recordar estaría esperando por ella? No, ya no lo hizo cuando ella lo acompañó a la puerta desde donde lo vio abordar su vehículo y alejarse por la calle hasta detenerse en el hotel.
En su suite, luego de cambiar sus ropas por algunas cómodas, Terry pasaría otro par de horas despierto revisando y poniendo en orden los documentos que necesitaría al día siguiente.
Durante ese, mientras él atendía sus pendientes, Candice no negaba sentirse entre emocionada y nerviosa con el repentino viaje que estaba a punto de realizar.
Debido a detalles que serían indispensables para ella, Albert se tomó ese día para acompañarla a realizar algunas compras, en comer algo juntos, ayudarla a empacar y entregarle sus documentos para que alrededor de las siete treinta de la noche se dispusiera a llevarla a los muelles.
Pero en lo que Albert se encargaba de subir el equipaje de la rubia al auto, ella, en el despacho de él, terminaba de escribir una carta para sus madres de crianza.
Con la misiva en la mano, se encaminó hacia la salida. Todo, al parecer, iba de maravilla, sin embargo, sí, las que lo especularon, “algo” se atravesaría en su camino y… bueno,
A lado de la portezuela derecha, Albert, —a pesar de que pronto la perdería— sonriente yacía esperándola.
Frente a él, ella le hizo entrega de su carta, recomendándole depositarla tan pronto pudiera.
Afirmando haría al pie de la letra las indicaciones, el rubio asintió con la cabeza. Ulteriormente, le abrió la puerta.
Por ésta, Candice subió; mientras que, Albert por la otra, no viendo ninguno de los dos a los hombres que, por ser la calle y estar transitada, uno venía paseando en bicicleta por la acera derecha; y otro por el lado izquierdo, fingía querer atravesar la calle.
Bueno, pues el primero, al estar cerca de la ventanilla de la rubia, por ahí, lanzó una botella de vidrio llena de petróleo y un pedazo de tela encendido. El segundo, al ver aquello, y a pesar del horror que se vivía en un interior, se acercó únicamente a trabar la puerta del conductor.
Porque éste era el más afectado, Candice rápidamente salió del auto para auxiliarlo y a la vez pedir auxilio al estarse las prendas de Albert encendiendo y que le resultaba imposible apagarlas y salir.
Atendido el llamado por otras personas, el rubio Andrew salvó la vida; además, se había corrido la voz de llamar a la ambulancia; pero esta, tardaría un poco, tiempo que se empleó el apagar el fuego en el guapo magnate que, a pesar sí, de sentir quemaduras en su piel, le pedía a Candice irse con Terruce.
— ¡No, no lo haré! — gritaba la rubia tratando de revisar el daño. — ¡Tú me necesitas más en estos momentos!
— No, Candy —, Albert estiró su mano impidiendo que lo tocara. — Estoy bien. No pasará nada más. ¡Debes irte o…!
Asustada y llorosa, White abrazó a Andrew por el cuello, diciéndole ahí:
— ¡No te dejaré! Él… comprenderá cuando le explique.
— No, Candy. No lo hará. Debes ir con él, pequeña. Yo… ya recibí mucho de ti, y tú… mereces ser feliz.
— ¿Y cómo pretendes que lo sea si… ¡mírate!? — dijo ella mirándolo; y debido a que el rubio hacía un gesto de dolor y lo explayaba, Candy preguntaba: — ¡¿Qué pasó con la ambulancia?!
— Ya se llamó, señorita.
— ¡Hágame un favor! — ella reaccionó. — Entre a la casa de enfrente, y pida el botiquín de primeros auxilios y tráigamelo, ¡por favor!
Sin hesitarlo siguiera, el hombre aquel corrió tal cual se lo pidieran. Dos, tres, cuatro minutos después llegaba la ambulancia para ser los encargados de atender a Albert quien sería llevado al hospital más cercano y… por supuesto, Candice con él al notarla sumamente nerviosa, siendo esta situación la causante de no llegar a la hora al muelle donde Terruce, en una actitud pasible, aguardaba.
Minutos todavía faltaban para zarpar y navegar por las aguas atlánticas, y él los caminaba lentamente por el puerto, con las manos en los bolsillos de su pantalón y Rufus, con dos guardias más, detrás suyo.
En eso, el barco lanzaba el último llamado de abordaje, y con ello, Terruce se dirigió al acceso más cercano.
Al verlo tomar esa dirección, Rufus fue quien fuera a él para preguntarle:
— ¿No la esperará más?
— Porque no llegará; y será mejor que todos suban — Terruce dio la orden.
— Pero, Milord…
— ¡Te reto a un juego de ajedrez! —, Granchester no se dejaría vencer esta vez y sonó de lo más amigable. — Y a partir mañana quiero que practiques conmigo esgrima. El príncipe Albert me dijo que, a mi regreso, me dará una buena lección. Por si sí, al menos trataré de no verme tan ridículo.
— Excelencia…
— ¡Vamos, Rufus! — Terry lo animó. — Cambia ese rostro, hombre. Hasta parece que es a ti a quien han dejado plantado.
Esbozando una sonrisa, el castaño siguió el camino de abordaje; no obstante, algo atrajo su atención: una persona túnicamente encapuchada y, que al ver que él la miraba, se atrevió a dedicarle un adiós con su mano.
Consiguientemente de arrojado un pujido, él decía:
— Tan hipócrita como la otra.
Noble Responsability Capítulo 18
Última edición por Citlalli Quetzalli el Sáb Abr 25, 2020 8:24 pm, editado 1 vez
:? :vamos Terry, piensa y no te 
