Habiendo visto partir a Albert, Candy se dispuso a ir en la búsqueda de Archie.
A éste, a la desesperación de no saber de su hija, se aunaba: el descontento de ella respecto de su nuevo matrimonio, la repentina aparición de Terruce y la remoción de sentimientos en Candice. Mujer que, con los años, él hubo visto la evolución de su persona tanto en lo físico como en lo profesional. En lo emocional, tampoco se perdió detalle. La rubia White seguía amando a Granchester; y él, es decir, Archie la amaba a ella sin haberle importado eso ni mucho menos la fidelidad que le debía a su matrimonio.
Porque Annie estaba verdaderamente enamorada y así cegada, ella nunca lo pudo percibir al portarse Cornwell sumamente cariñoso con la morena ojo azul. De hecho, el día que la tuberculosis finalmente vencía sobre de ella, el elegante paladín mostró real dolor, ¿o era también la liberación que lo hacía llorar de alegría? Quizá, porque así, libre, ya podría acercarse a la rubia y hacer realidad lo que tanto había anhelado.
Por desgracia, un mal se había apoderado de él, en sí, una bacteria que fluía en su sangre y ya le había alcanzado al cerebro. Por supuesto, Annie no lo supo, considerándolo Candice como lo mejor, ya que, de ese modo, su amiga no sufriría el ver partir al que tanto quiso en vida.
Con quien él quería compartir lo que le restaba hacía su arribo regañándolo primero al verlo tendido:
— ¡Archie! ¡Levántate de ese césped frío! ¡Vas a complicar tu estado si te regresa la fiebre debido a un resfriado!
A pesar de estar molesto, Cornwell obedeció la orden de su médico de cabecera.
Al estar de pie, él caminó hacia el barandal metálico que servía de límite a la propiedad de los Andrew con la calle, por donde se veía pasar en ese momento: un moderno automóvil; vehículo que Archie siguió con la mirada.
La de Candice reflejaba muchas cosas, entre esas: la pena de lo que él padecía; la impotencia de no poder salvarlo a pesar de los años de estar involucrada en la medicina; el dolor de perder a otro gran amigo; la intranquilidad de la desgracia que se le avecinaría si continuaba o procedía a conceder una última voluntad, y la tristeza que también sentía de no ser más correspondida.
Con todo eso y más, los ojos verdes de Candy se inundaron de lágrimas que, al parpadear, salieron para viajar lenta y largamente por sus mejillas.
Al sentirlas, ella las quitó para acercarse a él y tratar de hablar civilizadamente. No obstante, al llegar a su lado, Candy percibió que Archie también lloraba, aunque él de frustración. Sentimiento que demostraba al estar estrujando con fuerza dos barrotes que sostenía con las manos.
Sobre la más próxima, la rubia White puso una de las suyas para calmarlo, y es que, en el rostro de él se había pintado una vez más el enojo; y ella comprendió era otra cosa que querían tener así y asfixiar.
Con su contacto, él la miró de reojo. Pero al verla acercarse para depositarle un beso en la mejilla, Archie movió el rostro hacia el otro lado, rechazando de esa manera la caricia de ella, la cual pedía:
— Debes estar tranquilo. En estos momentos, Allyson es lo que más importa.
— ¿Qué más te dijo aquél? — Archie optó por saber. — ¿Qué más le contaste a Albert?
— Lo que dije enfrente de ti.
— ¡No es cierto! — gritó el sentenciado confrontando a la doctora que, en lo que retrocedía un paso, decía retadoramente:
— Está bien. Te lo diré. Tu hija no me quiere.
— ¡Eso es mentira! — el padre protestó; en cambio, la tía decía:
— Pero mientras no la encaremos, esa verdad prevalecerá.
— ¡Te juro que encontraré a Allyson; y delante de ti, ella…
— Si sostiene lo dicho… — Candy lo interrumpió para inquirir: — ¿renunciarás a casarte conmigo?
— ¡¿Para qué? ¡¿Para qué te vayas con aquel?!
— Archie… — Candy mostró cansancio.
— Sí. Archie, ¡yo! quien te ama como nadie lo hará.
— Pues deberías dejar de hacerlo.
— ¡Eso es imposible! ¡Eres como la bacteria que corre por mis venas!
— Entonces, sábete que, si insistes, serás tú quien me ponga en peligro si continuas con tu necedad.
— ¡¿Peligro?! — él espetó. — ¡¿Eso te dijo el imbécil ese?!
— Tú, de sobra sabes, cuánto me odia Eliza. Desconocemos qué tanto ya le dijo a la niña. O, si ella, por su cuenta, descubrió lo que dices sentir por mí desde siempre; y desde la muerte de Annie, has sido para nada discreto y, Allyson… sí, ¡eso es! — Candy acertó. — Ha descubierto tus verdaderos sentimientos y que no fueron hacia a su madre y a mí me odia por esa razón! Y si se ha escapado para buscar ayuda…
— ¡Pero, ¿por qué él?! — Archie, desesperado, caminó de un lado para el otro.
— Porque es obvio que Eliza le ha contado de lo nuestro. Allyson, a toda costa, me quiere fuera de tu vida, y si es lejos… mejor para ella, así que, lo mejor para todos… será desistir de la boda.
— ¿Serías capaz de cancelar nuestro compromiso?
— Mientras sea por el bien de la hija de mi hermana Annie… sí, Archie. No puedo casarme contigo. No puedo hacer miserable a los que amo.
— Y sin embargo… estás haciéndome a mí así; y me pregunto, Candy… ¿Terruce sentiría, con su separación, lo que estoy sintiendo yo en este momento? Porque si es así… creo que empiezo a entenderlo — concluyó un resentido Archie permaneciendo ambos varios segundos en silencio y mirándose fijamente a los ojos.
Posteriormente, él emprendía camino hacia el interior de la casa. Ahí, buscaría el teléfono para llamar a los agentes y le informaran de su progreso de búsqueda.
Sin novedad alguna, Cornwell salió para montarse en el auto y buscar por su propia cuenta. ¿Dónde exactamente? Donde fuera, con tal de no estar cerca de ella, a la cual habían dejado sola y pensativa.
Así y ahí, frente a la baranda metálica, Candy se quedó varios minutos. Consiguientemente, y debido a que el teléfono de la residencia sonaba, ella emprendió el camino para enterarse quién llamaba.
La empleada que atendiera ya había informado que Archibald no estaba en casa, solamente la señorita Candy quien en ese momento preguntaba ¿quién era?
— La señorita Allyson — contestó la trabajadora devolviendo el auricular a su lugar.
— ¡¿Te dijo dónde estaba?! — Candy quiso saber.
— No, solo preguntó por su papá; pero al decirle que usted estaba aquí cortó la comunicación.
— Está bien — dijo la rubia White dándose la vuelta para ir a sentarse en un sillón individual y aguardar por Albert.
Empero, en lo que él arribaba, Allyson se disponía a salir a lado de Eliza. Un poco de compras distraería tanto a sobrina como a tía; además, eran necesarias para estar presentables a su asistencia a la última función de “Anonymatus”: dato que la astuta jovencita pudiera conseguir, así como tres boletos, para compartirlos con Neil y la pelirroja, la cual, hacía enormes esfuerzos para controlar su emoción de volver a verlo y sobre todo en el escenario.
A ello, o, mejor dicho, al teatro Iris, Terruce llegaría alrededor de las ocho de la noche. Previamente, y después de despedir a Albert, subió a su suite para dedicarse a revisar más documentos.
Finalizados, el noble aristócrata se dirigió al teatro Stratford para dejar esos y revisar otros proporcionados por la señora Edwards, quien lo enteraba de tener listos cheques y efectivo para hacer los correspondientes pagos al día siguiente.
Agradecida la eficacia de la mujer, Granchester tomó asiento detrás del escritorio de la oficina y empezó a firmar los cheques que irían a parar a manos de acreedores: cincuenta de ellos en total de diversas cantidades de dinero. Dinero que él dispondría de su patrimonio familiar y, que después con la venta del inmueble, recuperaría.
Lo que no, sería de nuevo la tranquilidad, por ende y llevándose las manos a la cabeza diría:
— Albert, Albert. Qué difícil fue hacerte comprender que… sí, ella fue a la única que amé; y tú fuiste testigo de cuánto al haberme encontrado física y moralmente degradado que… por mi propio bien, no lo hice más una vez que dejé atrás a América, porque consideré, amigo, no era justo para ninguno padecer de ese modo, sin embargo… así como en un ayer tú me llevaste a ella para demostrarme que a pesar de su sufrimiento supo salir adelante, es tu turno de traerla a mí porque yo también hice lo mismo siguiendo tu consejo de pensar en mí. Ahora si lo consigues, aceptaré todo lo que quieras, si no repetiré lo que un día dije: los días del colegio San Pablo nunca volverán. El tiempo tampoco no retrocede. Todo aquello fueron risas y alegrías, para después… lamentarse, llorar y morir.
. . .
Porque la empleada, cada vez que aparecía por la sala, seguía viendo a Candice silenciosa, pensativa y cabizbaja, se le acercó para finalmente ofrecerle el desayuno que la rubia White llevaba sin consumir.
Carente de apetito, pero consiente de que necesitaba los alimentos, la doctora solicitó un jugo de frutas. Con eso, se mantendría hasta la llegada de su protector.
Una hora exactamente después, él hizo su arribo, habiendo pensado durante ese tiempo, que era imprescindible hablar con ella. Sin embargo, ante la soledad de su adoptada, conforme iba a sentarse a su lado, le lanzaba cuestión:
— ¿Archie no está aquí? No vi el auto a la entrada.
— No, Albert. Salió desde hace rato.
— ¿Pasó algo? — inquirió el rubio ante la obvia tristeza que se había apoderado de un rostro y una voz.
— Sí. He cancelado la boda.
— Me parece bien — dijo Albert no perdiendo detalle de un gesto que se pintaba al mirarlo:
— Sin embargo, se fue muy molesto de aquí y… conmigo.
— Pequeña, lo siento — comentó el magnate disponiéndose a abrazarla y a escuchar de ella, la cual escondía su rostro en el cuello masculino:
— Sí, pero fue necesario decírselo. Él… sabe que mi amor por él no es tanto y… ¿viste a Terruce? — preguntó Candice dejándose consentir por las grandes manos que le acariciaban sus delgados y finos brazos.
— Sí.
— ¿Qué te dijo? — ella de nuevo quiso saber cerrando los ojos como preparándose para oír lo peor.
— Pocas cosas. Aunque fueron las suficientes para comprender lo que fue de él después de la última vez que lo vi.
— ¿La última vez que lo viste? — replicó una sorprendida White; y al hacerlo, se fue separando y demandando: — ¿Cuándo fue eso? Ya que, yo estaba consciente que…
— Nos vimos hace más de quince años — Albert reveló antes de que ella sacara más conjeturas al haber sido incluso, cuando de jóvenes, estaban en el colegio; y él, por partir a África, ni se despidió de ellos sino a través de una carta. — En sí, después de su separación; yo… ya había recuperado la memoria; estaba en un bar con otros hombres cuando… lo vi… ahí.
— ¡¿A Terruce?! — Candice saltó en su asiento.
— Sí; estaba tan perdido que… así recitaba “Romeo y Julieta”. Lo reconocí y me esforcé por hacerlo reaccionar, porque… su condición era muy lamentable. Después, me contó sobre los días que llevaba vagando… tratando de olvidarte y… lo difícil que le resultó, siendo eso lo que terminara llevándolo a Chicago con… deseos de verte. Yo… de cierto modo, le cumplí su petición y… lo llevé a la Clínica Feliz donde te vio.
— Me vio — dijo Candy bajamente. No lo suficiente para que Albert respondiera:
— Lo hizo. Creí que bajaría a verte, sin embargo… tomó la decisión de volver a Nueva York y… se despidió de ti, por eso... actúa como lo hemos visto actuar.
— Albert — la rubia White lo nombró; y debido a su gesto penoso, ella diría: — No debes sentirte mal; al contrario, me da gusto saber que tú hiciste algo bueno por él.
— Yo no sé si considerarlo bueno, Candy. Te estoy haciendo sufrir por habérmelo reservado.
— Tal vez sea doloroso saber que, mi decisión nos costó a ambos, y hoy… más a mí.
— No, no digas eso — dijo Albert envolviéndola en un nuevo abrazo. — Con la cancelación de la boda y el hecho de que él siga solo… Terry y tú todavía tienen la oportunidad de estar juntos, solo que…
— ¿Qué?
— Se va en dos días.
— ¡¿Tan pronto?! — ella exclamó sorprendida.
— Sí, su cargo y sus actividades son muchas y…
— Entiendo — dijo Candice, quien suspiraba profundamente.
Aprovechando la calidez que le proporcionaba el guapo hombre, la rubia White más se acurrucó en sus brazos al saberse protegida y querida por Albert quien haría su esfuerzo para que ella fuera feliz.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autores correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 12
Última edición por Citlalli Quetzalli el Dom Abr 19, 2020 6:40 pm, editado 1 vez