Con el rechazo de Candice, Archibald Cornwell se hizo de acopio para dejar de pensar en la rubia mujer y concentrarse en quien verdaderamente lo amaba, lo necesitaba en un presente y lo echaría de menos en el futuro: su hija, la cual había hecho todo aquello con tal de que él no se casara con White.
Dado eso como un hecho, y al ir manejando por las calles de la ciudad, Cornwell ideaba ¿cómo dar con Allyson? Los agentes detectives le habían dicho con honestidad que, además de aquella posada, tenían el menor de los rastros par dar con una nueva ubicación.
Sabiendo la anterior, Archie fue allá. Quizá, él, —si le permitían entrar a la habitación ocupada—, pudiera encontrar algún indicio que le indicara ¿por dónde buscar?
Sin embargo, al estar allá ulteriormente de identificarse y exponer su urgencia, sí, le dieron el acceso hallando increíblemente en aquel sencillo espacio: diversos tipos de herramienta pertenecientes a su finado hermano Stear, además de recortes de periódico y revistas tanto nacionales como extranjeras y donde apareciera el que, desde que lo conociera, hubo considerado archienemigo a pesar de que un día, por estar peleando, le salvara la vida de ser aplastado.
Por supuesto que, el ir a él y saber también de su boca lo dicho por Allyson, fue lo primero que se le vino a la mente, por lo tanto, Archie intentó llevarla a cabo; no obstante, al estar de nuevo transitando por las calles de la ciudad, una mejor idea surgió debido a que sus ojos se toparon con ello: el edificio donde estaba instalada la oficina y la imprenta del periódico local.
Por augurarse un éxito, Cornwell, un tanto brusco, se estacionó frente al inmueble. Con velocidad descendió, cerró y corrió hacia el interior para exigir ser atendido.
Al hacerlo, él quiso saber la hora de la siguiente emisión de noticias impresas.
Para las tres de la tarde, los periódicos comenzaban a salir para ser repartidos.
— En esa emisión, ¿pueden entrar, con urgencia, tres avisos que necesito sean publicados para hoy mismo?
Como respuesta, los ojos del trabajador se posaron en el reloj de pared que yacía en la parte posterior de la puerta principal, indicando el tiempo se estaba llegando al mediodía.
Debido a la tardanza de un cálculo, Archie ponía presión:
— ¡No importa lo que tenga que pagar! ¡Es urgente! Es… de vida o muerte. Mi hija está desaparecida y yo… necesito que vuelva conmigo.
— Permítame checar si tenemos el espacio en la sección correspondiente — dijo el empleado; empero, el cliente insistía:
— Estoy dispuesto a cubrir otras planas si son necesarias.
— Siendo así… ¿qué deben decir sus avisos?
— El primero es para: Neil Leagan, si Allyson está contigo tráela a casa.
— ¿Nada más?
Archie asintió positivamente con la cabeza conforme decía:
— El segundo sería para: Eliza Leagan y diría lo mismo.
— Muy bien — contestó el trabajador tomando nota.
— Para mi hija Allyson, por favor, vuelve a casa, necesitamos hablar, entre eso decirte que, no me caso con Candice.
Tomado el dictado, se mostró a Archie. Éste asintió con satisfacción, proporcionando el mismo gesto al hacerse conocedor del precio a cubrir por sus avisos.
Una vez liquidados, Archie retornó al vehículo. En ello, permaneció sentado por varios minutos, estando su mirada perdida entre las gentes que transitaban por esa calle.
Consiguientemente de arrojado un profundo suspiro, se dispuso a manejar y regresar al domicilio de los Andrew.
Ahí, o, en la sala, se encontraba con la escena anterior, es decir, fue espectador del abrazo consolador entre Candice y Albert, quien, al verlo, quiso saber:
— ¿Pudiste dar con Allyson?
— Espero hacerlo pronto — contestó Archie sin detener sus pasos conforme atravesaba el área ni tampoco el dirigirle la mirada a pesar de que Candice compartía:
— Habló poco después de que salieras.
Por no haberse dado contestación a eso y porque al inicio de unas escaleras se había llegado, Albert cuestionaba:
— ¿Lo escuchaste?
— Sí, Albert. Y a los dos… — Cornwell se detuvo para decirles de reojo: — ya no tienen por qué preocuparse ni por ella ni por mí. Eso va principalmente a ti, Candice, ya que, a partir de ahora, dejas de ser mi médico.
— ¡Pero, Archie…! — Candice expresó sorprendida; y debido al movimiento de ella de ir a él, Albert la detuvo para indicarle “dejarlo a solas”.
No muy de acuerdo con la decisión, una congojada rubia White tuvo que obedecer la indicación de su protector que, en conjunto, miraban otra vez el camino que Archibald retomaba.
En su habitación, el desahuciado se encerraba para esperar ahí noticias favorables de su hija, la cual, efectivamente, y al estar de regreso de sus compras y de pasar un par de horas con el estilista, el periódico precisamente se compraba al haber la imprenta colocado, en un cuarto de hoja de la primera plana, el anuncio dirigido a Neil Leagan, estando los otros dos, en la parte trasera.
— Esto pudiera ser una trampa — opinó Eliza al notar el gesto sorpresivo de la chica.
— Quizá; sin embargo… voy a ir a verlo.
— ¿Estás segura?
— Sí, tía. Además, debemos saber ¿qué los hizo tomar esa decisión? Tal vez, el duque, al final de cuentas, aceptó llevársela.
Molestándole que ese último dato fuera el correcto, Eliza se mostró impávida al inquirir:
— ¿Prometes reportar en cuanto tengas algo?
— Por supuesto que sí.
— Bueno — acordó la pelirroja. — Solo te recuerdo que la función empieza a las ocho y media de la noche. ¿Crees que llegarás?
— Y si no, no te preocupes. Te vas con el tío Neil.
— Como gustes — dijo Eliza quien se encargaba de llevar los dos paquetes pertenecientes a su sobrina.
Ésta, libre de obstáculos, emprendió la carrera hacia la casa Andrew, en donde, enterado que Candice no había probado alimento, Albert la forzó a hacerlo al haberle dicho que él también necesitaba alimentarse.
Por estar en el comedor, los dos rubios no se percataron de la llegada de la chica Cornwell, la cual, sigilosa y al ver que su padre no estaba con ellos, se dirigió a la habitación del enfermo.
Él, habiéndose quitado chaqueta para usar su bata, así descansaba en su lecho.
Por alrededor de tres horas, Archie se hubo dedicado a pensar en cómo darle la mala noticia a su hija que, por la puerta aparecía, viéndolo desde ahí acostado y con los ojos cerrados.
Nuevamente sigilosa, la jovencita fue acercándose; y al estar al pie de la cama:
— ¿Papá? — ella lo llamó quedamente, suficiente volumen para hacerlo abrir los párpados.
— ¡Allyson, hija! — él exclamó, enderezándose rápidamente para envolverla en un abrazo y decirle: — ¡Gracias por haber atendido mi llamado!
— Entonces… ¿es verdad? — la chica pidió corrobación. —¿No te casas con Candice?
— No. Ella… ha cancelado todo.
— ¿Porque se va con el duque? — se inquirió, contestándose al respecto:
— Eso… no lo sé, si no… tenemos que hablar.
Archie invitó a Allyson a sentarse junto a él sobre la cama. Y ahí, ella se interesaba en saber:
— ¿Qué sucede? Además, no te veo buen semblante.
— He estado cansado. Me agotó… el no saber de ti. El venir a buscarte y… me da gusto que estés con bien — el padre optó por decir y dedicar una sonrisa acompañada de una caricia sobre la melena castaña clara de Allyson, de quien observaban: — Tus ojos son el mismo color de los de tu madre.
— ¿A la cual ya extrañas? — ironizó la chica; y el mayor…
— No, porque te tengo a ti.
— Eso no pensabas al estar pensando en casarte con Candice — Allyson no evitó el reprochar.
— Es cierto; y por eso… quiero que me perdones.
— Está bien — dijo la muchachita que, sonreiría al escuchar:
— Te ves muy bien con ese peinado —, uno acorde a los tiempos.
— ¿Te gusta? — ella preguntó coqueteando un poco.
— Te queda bien.
— Mi tía Eliza lo eligió.
— Eliza. ¿Has estado con ella todo este tiempo?
— Digamos que… sí y no. Hoy, porque iremos a una función de teatro.
— Me parece bien — dijo Archie, no obstante… — Allyson, tengo algo importante qué decirte.
— ¿De qué se trata?
— De mí, hija. Yo… — Cornwell la tomó de las manos, — quiero que sepas que te quiero mucho —, él besó los finos dorsos. — Y en eso, no tienes duda.
— No la tenía, papá; pero cuando descubrí que no amaste a mamá…
— La quise mucho.
— ¡Pero no la amaste! — Allyson alteró la voz un poco, y al hacerlo, se soltó de las manos para seguir diciendo: — ¡Te cegaste con Candice!
— Es verdad, sin embargo… estoy pagándolo por no haberlo hecho.
— ¡Por supuesto, señor, porque el que ella quiere ha vuelto y los celos te carcomen!
— No, no es eso, si no… el que también estoy muriendo.
— ¡¿Qué dices?! — la chica Cornwell saltó tanto en su lugar que, el salto la puso de pie con lo dicho.
Notándose prestamente un rápido subir y bajar en el pecho de su hija acompañado de un resuello pesado por contener el llanto, Archie también se puso de pie para abrazarla y contar:
— Un día, de los muchos que pasaba a lado de tu madre cuando ella debido a sus crisis ingresaba al hospital, yo me desmayé. Los médicos supusieron era a consecuencia de mis desvelos o la mala alimentación por cuidarla, pero Candice sugirió fuera analizado, y el resultado fue una bacteria que día a día ha viajado por todo mi cuerpo. Hoy, la tengo depositada en el cerebro y…
— ¡Mientes! — gritó una asustada y a la vez molesta chiquilla y separándose de su padre.
— Quisiera verdaderamente hacerlo, pero no.
— ¡¿Y cuándo tenías pensado decírmelo?!
— En sí, habíamos acordado…
— ¡¿Habíamos?! — espetó Allyson enfurecida; y, por ende, demandaba igual: — ¡¿Quiénes?! ¡¿Mi madre y tú?!
— Por suerte, Annie nunca lo supo. Murió sin saberlo…
— ¡Y tú querías morir sin decírmelo!
— Lo hice por…
— ¡¿Candice te lo pidió?! — cuestionó la jovencita Cornwell, quien no dio oportunidad de respuesta ya que, hecha una energúmena, ¡veloz! salió de la habitación de su padre para ir a planta baja y reclamar a la que, a lado de Albert y sonriente, salía por la puerta del comedor, ignorando tres las intenciones de Allyson, pero sorprendiendo a dos, la primera reacción de ella: una fuerte bofetada plantada en la mejilla de White, la cual conforme se sostenía lo agredido, escuchaba:
— ¡Nunca, escúchame bien, te tomes atribuciones que no te corresponden!
— ¡Allyson! — había gritado Albert y quien se interpusiera entre las dos al ver la fiereza combinada con odio que se proyectada no solo en unos ojos, sino corporalmente y que no se amedrentaba ante el imponente hombre que tenía enfrente:
— ¡Serás médico, Candice White, pero eres nadie para decidir qué es bueno o qué es malo para mí! ¡Al contrario, tenías toda la maldita obligación de decirme lo que sucedía con mi madre, y ahora con mi padre!
— ¡Se hizo así pensando en evitarte más dolor! — Albert retó, empero Allyson:
— ¡No creas que, porque la sangre débil de mi madre corre por mis venas, yo sea igual!
Y efectivamente, tanto los ojos de Albert como los llorosos y apenados de Candice, lo corroboraban: Allyson era diferente; y en ese momento no disimulaba ni su coraje, ni otro sentir negativo, lo que dio cabida a decir, una vez que los rubios volvieran a estar a solar:
— Con esto, mucho menos debes preocuparte por ellos.
— Oh Albert — lloró Candice volviendo a los brazos de él que la consolaba nuevamente:
— Ya, pequeña. No sufras más, y mejor… empieza a pensar en tu verdadera felicidad.
Como regla general, otorgo los debidos créditos a las autoras correspondientes, siéndolo yo de la idea compartida.
Noble Responsability Capítulo 13
Última edición por Citlalli Quetzalli el Mar Abr 21, 2020 4:17 pm, editado 1 vez