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UNDÉCIMO APORTE – PELOTON PECOCITAS
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Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus creadores Kyōko Mizuki y Yumiko Igarashi respectivamente. Todo se ha escrito sin fines de lucro, solo para entretenimiento, y lo que se presenta son simplemente ideas de una servidora. Este es mi undecimo aporte como subteniente del Peloton Pecocitas, espero lo disfruten. Saludos a todas mis compañeras del Pelotón Pecocitas, especialmente a mi querida amiga y compañera Nerckka Andrew por ayudarme a preparar todos los años los regalos para todas ustedes y a mi querida amiga Maravilla121 de Fanfiction quien siempre me apoya leyendo mis borradores. Gracias, amigas, de verdad les agradezco todo su apoyo.
Esta historia es la Segunda Parte del mini-shot de Anthony que presente en la Guerra Florida del 2019. Pueden visitar la historia en el siguiente enlace. Gracias.
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Eres Todo Para Mi – Segunda Parte
La luna llena iluminó el camino de nuestra huida. Nuestro futuro era incierto, pero mientras tuviera a Candy a mi lado nada importaba. Nunca dejaría que me la quitara mucho menos que la enviaran al extranjero, sola y con extraños.
Huimos esa noche en mi caballo, cabalgamos toda la noche y el día sin descansar, solo paramos unos momentos para comer un poco, pero era imperativo avanzar. Paramos hasta la pasada la tarde en un pequeño pueblito donde vendí mi caballo y ropa para ambos. Ahí tomamos un tren en la pequeña estación con destino a Chicago. Horas después en Chicago, compramos otro boleto para Boston siempre alertó a que no nos siguiera nadie. A pesar de mi edad, estaba preparado y sabía de finanzas. Desde pequeño había sido educado estrictamente bajo el yugo de la tía abuela, era algo que tenía que agradecerle. Siempre fue más estricta con mi educación por llevar el apellido de mi madre.
Mi Candy estaba asustada, sus bellos ojos verdes me miraban desesperados a cada momento. Yo la confortaba abrazándola, tratando de darle valor. Yo, Anthony Brower Andrew, estaba preocupado, pero nunca le diría eso a mi amada. Los que nos miraban juntos pensaban que tal vez éramos hermanos por nuestra edad. Candy llevaba levantado su cabello para aparentar más años y vestía otro tipo de ropa. Pero desde un principio la presenté como mi esposa para evitar problemas y fingí un acento francés. Hablaba varios idiomas desde pequeño así que fue fácil hacerlo. Para evitar ser descubierto por la gente de la tía abuela, use el apellido materno de mi padre. A mi “esposa” le pedí escoger un nombre, ella decidió por el de Patty porque escuchó ese nombre cuando alguien llamó a una pequeñita que corría en la estación. Mi nombre fue Stear Dubois en honor a querido primo.
No temía que reconocieran el apellido, mi familia materna nunca quiso a mi padre, y no es de su conocimiento el origen de su familia, pero por las dudas decidimos cambiamos de nombres y de acento. Ella casi no hablaba por miedo, se le veía en sus ojos. Todo el camino a caballo y en tren la abracé y besé su cabello.
La primera vez que lo dije que era mi esposa, ella se ruborizó toda. Yo la adoraba y la amaba más cada día. Cuando finalmente llegamos a Boston. La tomé de la mano y nos dirigimos a una catedral. No teníamos papeles, no podíamos casarnos, pero no quería estar viviendo con ella sin siquiera la bendición de Dios.
Ahí arrodillados en la catedral, ella llorando mares y yo tratando de calmarla, nos encontró un sacerdote a quien en secreto de confesión le contamos toda la verdad. A pesar de no contar con papeles, se conmovió con nuestra situación sobre todo porque si yo no hubiera actuado a tiempo, Candy hubiera sido expuesta a toda clase de peligros en un país extraño. Así que, a pesar de nuestra juventud e inexperiencia, él decisión casarnos sin papeles solo ante la presencia de Dios. Nos dio una constancia donde el firmaba que había efectuado la boda religiosa de Anthony Brown Andrew con la señorita Candy White ahora de Brown, para que así ella estuviera protegida. Hizo dos copias, una nos la dio a nosotros y la otra la guardó él temeroso por nuestra precaria situación.
El padre, Walter, ese era el nombre de ese bondadoso sacerdote, fue el que también nos recomendó para trabajar con el dueño de una imprenta. Él no recomendó a Anthony, él recomendó a Stear Dubois a trabajar. El padre Walter también nos consiguió un lugar económico para vivir. Creo que le inspiramos confianza, o tal vez mucha lastima; gracias a él pude encontrar un trabajo y un techo donde llevar a mi señora, el amor de mi vida. Dios nos puso a padre Walter en nuestro camino.
Al principio no pasó nada íntimo entre nosotros, pero si alguien nos encontraba diríamos que éramos marido y mujer en toda la extensión de la palabra para evitar que nos separaran. Ella tenía miedo, y yo respete su decisión. La dueña de la pensión donde vivíamos era una mujer sola quien le tomó un cariño especial a Candy, es decir a Patty Dubois.
A ella le dijimos que habíamos escapado por amor. Ella al principio se espantó, pero el padre Walter le aseguró que éramos marido y mujer ante Dios nuestro señor. Ella era buena como el pan y casi casi nos adoptó, bueno a mi amada Candy. A ella todos la aman desde el primer instante en que la conocen.
El tiempo no se detiene, y cuando menos acordé tres meses pasaron entre besos muy pero muy intensos que me dejaban deseando más y más, pero mi amada esposa no se decidía a dar el paso final. No sé cómo pude resistirme para no devorarla, pero yo tuve la culpa. Le juré que esperaría hasta que ella estuviera lista. Yo muriendo de deseo cada noche y ella, con miedo. Fue largos, muy largos meses, pero esos meses descubrí cosas de Candy que me hicieron amarla más.
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Todos los días despertaba antes que ella, se veía hermosa con sus rizos esparcidos en la almohada. Al principio pensé que sería mejor dormir en el suelo por aquello de las tentaciones, pero fue una semana larga y dolorosa. Estaba muy duro el suelo, pero una noche ella me hizo una señal, abrió las sábanas de la cama para que entrará a estar con ella.
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Yo saltaba de gustó...pensé que ella por fin, que por fin estaba lista, pero cual sería mi sorpresa que puso enseguida una almohada de barrera entre los dos. Fue su interpretación de la Muralla China, versión Candy en miniatura, fue como si recibiera una cubeta de agua fría. Cuando despertamos, la tenía en mis brazos durmiendo plácidamente. Al parecer la muralla China que puso entre ambos, fue derribada durante la noche. Hasta este día aún no sabemos quién lo hizo, pero el chiste es que, al final, la tenía en mis brazos.
Roja como un tomate quisiste separarse de mí, ¿recuerdas? Pero raudo y veloz como un rayo, te apreté a mi cuerpo y no te deje escapar. Sólo te di unos pequeños besos de buenos días, y me levanté a trabajar. Los días siguieron y la Muralla China no volvió a instalarse en la cama nunca más. Es más, ni cuando te enojaste conmigo la primera vez. ¡Ah! pero eso lo platicare en otra oportunidad.
Las semanas pasaban rápidamente, una noche calurosa de Julio, ella no podía dormir. Me desperté por sus constantes cambios de pose. La sorprendí abrazándola por la espalda, y le hablé al oído.
— ¿Qué te pasa amor?
— No puedo dormir. Tuve una horrible pesadilla —, susurró afligida. Noté que lloraba, y la abracé.
— Shh...no llores Candy, recuerda que eres más linda cuando ríes que cuando lloras.
Ella me acarició el pecho y siguió llorando. ¡Dios! esa simple e insignificante caricia para ella, me hizo vibrar y sentí un rayo interno en mi cuerpo. Tuve que poner todo mi auto control a trabajar a mil por hora, y seguir consolándola. Ni modo que saliera con que yo...con que yo...quería por fin hacerle el amor. No soy un desalmado, antes que nada, la amo. En ese momento ella lo que quería era un hombro para llorar y que la reconfortara, y no otra cosa. La seguí abrazando y calmando, dándole pequeños besos en la frente. Poco a poco ella se fue controlando. Me incorporé un poco y acariciándole la cara le preguntó con cariño.
— ¿Te sientes mejor?
Un suspiro profundo se escapó de su cuerpo.
— Sí.
— ¿Quieres decirme que tienes? —, pregunté.
— Soñé...soñé que nos separaban. Que la tía abuela llegaba y se lleva a nuestros hijos.
Cuando dijo hijos, me imaginé una pequeña Candy rubia, traviesa corriendo por todas partes en nuestra pequeña vivienda. Sería una pequeña réplica mía y de ella ,corriendo de la mano con ella. ¡Ah! Que bellos sueños porque eso era lo que era, sueños porque nosotros, ni fu ni fa. Ahora fue mi turno de suspirar, la besé tiernamente en la boca.
— Candy...sabes que te amo, ¿verdad? —, le pregunté mirándola directamente a sus ojos.
— Sí.
— Entonces no tienes por qué preocuparte —, la abracé con fuerza.
— Nunca dejare que nos separen, eres mi esposa y mucho menos que nos quiten a nuestros hijos.
La solté un poco y la besé apasionadamente por primera vez en la cama. Con la voz entrecortada por la emoción, puse mi frente sobre la de ella.
— Aparte preciosa aún no tenemos hijos —, seguí besando su cara por todas partes mientras le hablaba. Ya para ese entonces, yo ya estaba demasiado emocionado; con mi voz enroquecida por la pasión que me carcomía el alma.
— Eres mía, sólo mía, y nadie te separa de mi lado, no sufras por favor. Te amo Candy, te amo.
Ella solo susurró mi nombre y besé su boca con un beso lleno de pasión y deseo. Cuando acordé estaba sobre de ella devorándola besos, y ella en ningún momento intento detenerme. No sabía qué hacer, preguntar o seguir, pero mi cuerpo decidió por mí. Empecé a besarla tiernamente de cabeza a los pies. La amé con toda la intensidad que mi cuerpo podía dar. Candy esa noche fue por primera vez, mi mujer. Mientras la vida me daba las mieles del amor, ajeno al drama familiar vivíamos felices lejos, muy lejos de la envidia y maldad que nos había tratado de separar.
Lo que siguió en otra ocasión se las narraré.
¿Fin?
