*ADVERTENCIA: Esta es una historia que tiene como protagonista al personaje de Susanna Marlowe; si no simpatizas con el personaje, por favor no sigas adelante.
Si me has regalado unos minutos de tu valioso tiempo y has decidido leer aunque el personaje no te agrade, te ruego que tu comentario no vaya a ser ofensivo. Susanna Marlowe no existe, en cambio yo soy real.
No lo olvides.
Si me has regalado unos minutos de tu valioso tiempo y has decidido leer aunque el personaje no te agrade, te ruego que tu comentario no vaya a ser ofensivo. Susanna Marlowe no existe, en cambio yo soy real.
No lo olvides.
La luna llena… también la llaman “súper luna” o “luna de gusano”. Quién sabe por qué.
Su abuela, que era del campo, solía decirle que la llamaban así porque la influencia de la luna llena hacía que los gusanos de tierra se pusieran un poco “locos”, haciendo que trabajaran sus túneles con cierto ahínco, lo cual era positivo pues preparaba la tierra dejándola apta para las cosechas.
Susanna, a estas alturas de su vida no sabía qué de positivo podría tener la luna; y tampoco si sería cierto que los gusanos se volvían un poco locos; pero ya escuchaba a los perros de los callejones, aullar como heridos apenas comenzaba a oscurecer.
Hasta le recordaba la leyenda del Hombre Lobo de París… ¿Habrá hombres lobo en Nueva York? El aburrimiento la hacía imaginar estupideces.
De los gusanos y los perros no podía hablar con certeza, pero de la gente… particularmente de sí misma, sí que podía.
Que la luna llena, para ella, no tenía nada de positivo; si ya le había hecho cometer algunas idioteces en su corta vida.
Claro, qué fácil echarle la culpa a la luna llena ¿verdad? Solo para no admitir que ella era idiota sola, y que no necesitaba ser influenciada por ninguna superstición para meter las patas con ganas, tal como lo había hecho.
La primera vez que vio a Terry, había luna llena.
Ella lo sabía porque, cuando estudiaba sus libretos le gustaba ir hasta la terraza desde donde le era fácil darse cuenta de esas cosas.
Su madre vivía molestándola al respecto; que no debería salir a la terraza de noche, que debería abrigarse mejor, que se va a enfermar y perjudicará su voz; pero es que dentro de casa, con ella dando vueltas en torno a ella todo el tiempo, francamente no podía.
Cuando fuera mayor de edad, se alquilaría un departamento en el centro ¡sola! Para ver si podía hacer su vida sin su madre asfixiándola todo el tiempo. Pero por el momento, así tenía que ser.
Así que subía, para escaparse de ella un rato.
El día que vio a Terry por primera vez, fue flechazo inmediato; y en el instante tuvo un ligero desasosiego, pero no le prestó atención porque, bueno, le importó más lo otro.
Si hubiera escuchado a su sentido común entonces…
Esa noche no leyó nada, subió a la terraza y se la pasó pensando en él, todo el tiempo; miraba la luna que estaba gigantesca, y de un brillante color amarillo, ella se reía solita como boba; y por primera vez pensó que quizá eran culpa de la luna las locuras que le pasaban por la cabeza. Porque una luna como esa, tan hermosa, no puede pasar desapercibida; algo tiene que dejar a su paso.
Se autodenominó víctima de la influencia lunar, esa que vuelve locos a los gusanos para que caven túneles. Quizá ella tenía un gusanito por dentro que había comenzado a cavar túneles también dentro de su cabeza… quién sabe.
Esa otra noche, también hubo luna llena.
No como la anterior, que había sido grande y amarilla ¡preciosa!
No, esta era pálida; más lejana que aquella, y de un pálido azul que apenas brillaba en medio de la noche invernal.
La luna azul es buena para escribir poemas de amor o historias tristes; para recitar versos y para hacerse dramas de radionovela.
En todas las novelas rosa y las obras teatrales que leía, la luna pálida era culpable de alguna desgracia...
“En noche negra cual caverna oscura
Sola estoy y sin espera al alba
Y al asecho de la pálida luna
No tengo paz… no hay esperanza…”
Ese lo había leído alguna vez de más chica, y hasta lo había declamado en algún momento. De ese tenor eran las historias y poemas donde se hablaba de la pálida luna invernal… no traía buenas cosas.
Pero ella qué iba a saber; qué se iba a imaginar.
Esa noche también hubo luna llena… no se había dado cuenta por sí sola; alguien lo había comentado, mientras se cambiaban de ropa, que esa noche habría luna llena.
En ese momento lo supo, lo sintió como un repentino cambio de temperatura; como si el ambiente de pronto se pusiera más pesado en la habitación.
Cuando vio entrar a Terry, serio como siempre, saludando educadamente; sintió un vuelco en su corazón, pero que nada tenía que ver con lo que sentía por él.
Era otra cosa.
Repentinamente sintió que, ninguno de los dos debía estar ahí en ese momento. Que deberían irse ¡y tendría que ser ahora! Pero… ¿cómo se lo iba a decir?
Si desde que le había revelado sus sentimientos, y todas las tonterías que había hecho; su displicencia con ella era una mera cortesía de compañeros de trabajo.
Se quedó callada, porque no le quedaba de otra; porque sabía que nadie le creería y mucho menos él. Si ella misma estaba intentando apelar a su sentido común, si acaso tuviera alguno; convencerse de que estaba loca.
Sí, eso ¡Estaba loca! Era una tontería, otra de sus estupideces.
Sin embargo, recibiría varios regaños de su director pues, de tan distraída que la tenía esa rara sensación, hasta se le olvidaban las líneas de su diálogo.
Y por eso el ensayo se dilató; se quedaron ensayando hasta tarde en la noche.
Las escenas no salían porque ella, embobada con un presentimiento, retrasaba el ensayo con sus olvidos… ¡Pero es que ella tenía razón!
Ha debido decírselo a alguien, debió intentarlo aunque sea; aunque la creyeran loca ¡aunque fuera hasta presa! Debió intentarlo, ha debido arrastrar a Terry afuera del teatro, sacarlo de ahí.
Debió hacerlo porque ahora, ya no se podía volver atrás.
Ahora mismo, ante la ventana de su habitación, brillaba redonda y gigante, la dorada luna de gusano; y efectivamente, ese gusanito que ella tenía dentro de su cabeza, comenzaba a cavar túneles y más túneles en su mente, y sospechaba ella que también comenzaba a cavarlos en otras partes de su ser… no se sentía muy bien, y sus malestares no parecían tener relación con la pierna amputada.
Se recostaba ligeramente en su silla de ruedas, con un libro que nunca abría, entre las manos. No podía alejar su mirada y sus pensamientos de la luna que tenía enfrente.
Los románticos hacen poemas de amor con las lunas de primavera como esta; pero ella, había aprendido a tenerle miedo; porque cuando fijaba sus ojos en la luna llena, le daba por hacer estupideces que solo le traían sufrimiento.
- Susanna… necesito decirte algo.- ella apenas se volteó a mirar a Terry.
- Ya sé lo que me vas a decir – le respondió ella – no te preocupes por mí.
- Yo, necesito hacer esto…
- Lo sé… lo sé.
- Aún no sé cuándo vuelva…
- Y si decides no hacerlo, estará bien Terry. – le respondió – pero, si decidieras regresar; aquí voy a estar esperándote.
- Adiós, Susanna… lo siento – dijo él dando la vuelta.
- Terry… - él se detuvo a mirarla antes de salir – Por favor, cuídate mucho.
Terry salió por la puerta cerrando tras de sí; ella volvió su vista a la ventana, donde la gran luna de gusano, parecía mirarla de frente, cínica y descarada; confirmándole que, ante su presencia, a ella solamente le tocaba pagar con sufrimiento todas sus equivocaciones.
Gracias por leer...
Su abuela, que era del campo, solía decirle que la llamaban así porque la influencia de la luna llena hacía que los gusanos de tierra se pusieran un poco “locos”, haciendo que trabajaran sus túneles con cierto ahínco, lo cual era positivo pues preparaba la tierra dejándola apta para las cosechas.
Susanna, a estas alturas de su vida no sabía qué de positivo podría tener la luna; y tampoco si sería cierto que los gusanos se volvían un poco locos; pero ya escuchaba a los perros de los callejones, aullar como heridos apenas comenzaba a oscurecer.
Hasta le recordaba la leyenda del Hombre Lobo de París… ¿Habrá hombres lobo en Nueva York? El aburrimiento la hacía imaginar estupideces.
De los gusanos y los perros no podía hablar con certeza, pero de la gente… particularmente de sí misma, sí que podía.
Que la luna llena, para ella, no tenía nada de positivo; si ya le había hecho cometer algunas idioteces en su corta vida.
Claro, qué fácil echarle la culpa a la luna llena ¿verdad? Solo para no admitir que ella era idiota sola, y que no necesitaba ser influenciada por ninguna superstición para meter las patas con ganas, tal como lo había hecho.
La primera vez que vio a Terry, había luna llena.
Ella lo sabía porque, cuando estudiaba sus libretos le gustaba ir hasta la terraza desde donde le era fácil darse cuenta de esas cosas.
Su madre vivía molestándola al respecto; que no debería salir a la terraza de noche, que debería abrigarse mejor, que se va a enfermar y perjudicará su voz; pero es que dentro de casa, con ella dando vueltas en torno a ella todo el tiempo, francamente no podía.
Cuando fuera mayor de edad, se alquilaría un departamento en el centro ¡sola! Para ver si podía hacer su vida sin su madre asfixiándola todo el tiempo. Pero por el momento, así tenía que ser.
Así que subía, para escaparse de ella un rato.
El día que vio a Terry por primera vez, fue flechazo inmediato; y en el instante tuvo un ligero desasosiego, pero no le prestó atención porque, bueno, le importó más lo otro.
Si hubiera escuchado a su sentido común entonces…
Esa noche no leyó nada, subió a la terraza y se la pasó pensando en él, todo el tiempo; miraba la luna que estaba gigantesca, y de un brillante color amarillo, ella se reía solita como boba; y por primera vez pensó que quizá eran culpa de la luna las locuras que le pasaban por la cabeza. Porque una luna como esa, tan hermosa, no puede pasar desapercibida; algo tiene que dejar a su paso.
Se autodenominó víctima de la influencia lunar, esa que vuelve locos a los gusanos para que caven túneles. Quizá ella tenía un gusanito por dentro que había comenzado a cavar túneles también dentro de su cabeza… quién sabe.
Esa otra noche, también hubo luna llena.
No como la anterior, que había sido grande y amarilla ¡preciosa!
No, esta era pálida; más lejana que aquella, y de un pálido azul que apenas brillaba en medio de la noche invernal.
La luna azul es buena para escribir poemas de amor o historias tristes; para recitar versos y para hacerse dramas de radionovela.
En todas las novelas rosa y las obras teatrales que leía, la luna pálida era culpable de alguna desgracia...
“En noche negra cual caverna oscura
Sola estoy y sin espera al alba
Y al asecho de la pálida luna
No tengo paz… no hay esperanza…”
Ese lo había leído alguna vez de más chica, y hasta lo había declamado en algún momento. De ese tenor eran las historias y poemas donde se hablaba de la pálida luna invernal… no traía buenas cosas.
Pero ella qué iba a saber; qué se iba a imaginar.
Esa noche también hubo luna llena… no se había dado cuenta por sí sola; alguien lo había comentado, mientras se cambiaban de ropa, que esa noche habría luna llena.
En ese momento lo supo, lo sintió como un repentino cambio de temperatura; como si el ambiente de pronto se pusiera más pesado en la habitación.
Cuando vio entrar a Terry, serio como siempre, saludando educadamente; sintió un vuelco en su corazón, pero que nada tenía que ver con lo que sentía por él.
Era otra cosa.
Repentinamente sintió que, ninguno de los dos debía estar ahí en ese momento. Que deberían irse ¡y tendría que ser ahora! Pero… ¿cómo se lo iba a decir?
Si desde que le había revelado sus sentimientos, y todas las tonterías que había hecho; su displicencia con ella era una mera cortesía de compañeros de trabajo.
Se quedó callada, porque no le quedaba de otra; porque sabía que nadie le creería y mucho menos él. Si ella misma estaba intentando apelar a su sentido común, si acaso tuviera alguno; convencerse de que estaba loca.
Sí, eso ¡Estaba loca! Era una tontería, otra de sus estupideces.
Sin embargo, recibiría varios regaños de su director pues, de tan distraída que la tenía esa rara sensación, hasta se le olvidaban las líneas de su diálogo.
Y por eso el ensayo se dilató; se quedaron ensayando hasta tarde en la noche.
Las escenas no salían porque ella, embobada con un presentimiento, retrasaba el ensayo con sus olvidos… ¡Pero es que ella tenía razón!
Ha debido decírselo a alguien, debió intentarlo aunque sea; aunque la creyeran loca ¡aunque fuera hasta presa! Debió intentarlo, ha debido arrastrar a Terry afuera del teatro, sacarlo de ahí.
Debió hacerlo porque ahora, ya no se podía volver atrás.
Ahora mismo, ante la ventana de su habitación, brillaba redonda y gigante, la dorada luna de gusano; y efectivamente, ese gusanito que ella tenía dentro de su cabeza, comenzaba a cavar túneles y más túneles en su mente, y sospechaba ella que también comenzaba a cavarlos en otras partes de su ser… no se sentía muy bien, y sus malestares no parecían tener relación con la pierna amputada.
Se recostaba ligeramente en su silla de ruedas, con un libro que nunca abría, entre las manos. No podía alejar su mirada y sus pensamientos de la luna que tenía enfrente.
Los románticos hacen poemas de amor con las lunas de primavera como esta; pero ella, había aprendido a tenerle miedo; porque cuando fijaba sus ojos en la luna llena, le daba por hacer estupideces que solo le traían sufrimiento.
- Susanna… necesito decirte algo.- ella apenas se volteó a mirar a Terry.
- Ya sé lo que me vas a decir – le respondió ella – no te preocupes por mí.
- Yo, necesito hacer esto…
- Lo sé… lo sé.
- Aún no sé cuándo vuelva…
- Y si decides no hacerlo, estará bien Terry. – le respondió – pero, si decidieras regresar; aquí voy a estar esperándote.
- Adiós, Susanna… lo siento – dijo él dando la vuelta.
- Terry… - él se detuvo a mirarla antes de salir – Por favor, cuídate mucho.
Terry salió por la puerta cerrando tras de sí; ella volvió su vista a la ventana, donde la gran luna de gusano, parecía mirarla de frente, cínica y descarada; confirmándole que, ante su presencia, a ella solamente le tocaba pagar con sufrimiento todas sus equivocaciones.
Gracias por leer...