- Y… ¿Qué vas a hacer más tarde? – preguntó Terry en un susurro a Candy, mientras la Hna. Grey hablaba a todos los estudiantes, ante la gran fogata que cerraba con broche de oro el Festival de Mayo.
- Pues… dormir. – respondió ella, encogiéndose de hombros.
- Bueno, si te interesa, tengo un plan mejor; – respondió él – pero claro; sólo si te interesa.
- ¿A qué te refieres? – preguntó ella, volteando a mirarlo.
- ¡Shhh! – le dijo suavemente – encuéntrame detrás de la celda de aislamiento, luego de la última guardia. Te quiero enseñar algo.
Terry se retiró; no era conveniente que las monjas los vieran cuchicheando.
Candy no sabía qué pensar. Terry se había portado muy bien con ella ese día, pero a ver si ahora no le salía con alguna majadería. Ya lo conocía.
Pero la curiosidad fue mucho más grande que cualquier otra reticencia. Igual, si le salía con alguna majadería, ella sabía defenderse.
Esperó a que pasara la hora de la última guardia y, después, se deslizó por el balcón con la cuerda que había fabricado con las sábanas.
Llegó al sitio pronto y Terry, ya estaba ahí esperándola.
- ¡Sabía que llegarías a tiempo! – le dijo Terry con su acostumbrada actitud autosuficiente.
- ¿Ah sí? ¿Y qué te dio tanta confianza? – preguntó ella, con las manos en las caderas.
- Pues que es obvio que, después de hoy, ya no puedes vivir sin mí…
- ¡Majadero! – exclamó ella, zapateando - ¿para eso me has hecho salir de mi cuarto a esta hora? ¿para molestar? Con lo cansada que estoy…
- ¡Claro que no! – respondió él – te dije que quería mostrarte algo.
- Bien ¿y qué será? – respondió ella ¿Dónde está?
- No lo tengo en el bolsillo, por cierto – respondió él levantando las manos – Vamos, ven conmigo.
- ¿A dónde?- preguntó ella.
- Al sector oeste…
- ¡Terry, el sector oeste está prohibido!
- No sabía que fueras tan escrupulosa, Señorita Pecas – se burló Terry – esta tarde te bajaste y subiste por la ventana del cuarto de meditación, como si fueras un mico, para andar por ahí descaradamente disfrazada, ya de Romeo y luego de Julieta ¡jugaste la “burra ciega” con Eliza Leagan! Y ahora ¿en serio me vas a decir que una tonta prohibición te amedrenta?
- ¡Nada me amedrenta! – respondió ella – pero, te conozco, y no quiero caer en alguna broma tuya.
- No es ninguna broma… - le dijo él, suavemente extendiendo su mano – Acompáñame, por favor.
Hace tan solo unas horas, esa mano se había extendido ante ella; y ella, la había tomado sin problemas. Habían corrido ambos, colina arriba, disfrazados de Romeo y Julieta.
Luego, las cosas se habían torcido un poco; Ella terminó llorando sobre la hierba y Terry, marchándose ofendido, por haber mencionado a Anthony… Pero Candy confiaba en él.
Ni siquiera ella lo entendía del todo, pero confiaba en Terry Granchester; así que tomó su mano y, tal como lo hicieran ese mismo medio día, salieron corriendo juntos hacia el sector oeste; que estaba prohibido, porque tenía una laguna, que podría resultar peligrosa.
- Espera – dijo Terry jalando de la mano a Candy.
- ¿Qué pasa? – preguntó ella, agitada.
- Antes de llegar, quiero que cierres los ojos…
- Terry… ¡Ay no! ¿¡quién sabe con qué me vas a salir ahora!?
- ¡No seas desconfiada, pecosa! – exclamó él, riendo – Anda, prometo cuidar de que no tropieces, pero cierra los ojos.
- Está bieeeeen… - dijo ella, cerrándolos.
- ¡Y no hagas trampa! Ahora, dame tus manos, deja que yo te guíe…
Ella hizo como Terry le dijera, y él se aseguró de que ella no faltara a su promesa.
Afortunadamente, había luna llena ¡una gran luna redonda, con cierto halo rosado, brillaba en el cielo alumbrándoles el camino!
La primera luna de mayo.
Terry, se detuvo un momento; Candy una vez más chocó con su pecho, como en la colina. Pero no abrió los ojos; solamente se quedó ahí, esperando que él dijera algo.
- Aquí es… - lo escuchó murmurar – Este es el lugar; aquí es, Candy ¡Abre los ojos!
(SUGIERO DAR CLICK AL VIDEO, CORTESÍA DE NUESTRA COMPAÑERA CILENITA 79)
Ella abrió los ojos, y levantó su mirada. Se topó con el perfil perfecto de Terry que, algo agitado y con los labios ligeramente entreabiertos, miraba hacia un lado, completamente arrobado.
Ella volteó, siguiendo la dirección de la mirada de Terry; y casi se ahoga de la impresión.
Ante ella, estaba el lugar más bello que había visto, desde que había partido de América ¡Nunca se le ocurrió que, en un lugar tan gris como el Real Colegio San Pablo, pudiera haber un sitio como ese! Aquella “segunda colina de Pony” le parecía lo más bonito que tenía el colegio, y sin embargo, existía este oasis maravilloso, al que los estudiantes tenían prohibido acercarse, so pena de expulsión si eran descubiertos.
¡En ese momento, le pareció tan injusto!
Candy, con los ojos de par en par, y boquiabierta, caminó unos pocos pasos hacia enfrente.
La laguna que el colegio escondía, estaba rodeada de árboles, y entre el follaje que rodeaba a cada árbol, crecían en apretado ramo, pequeñas campanillas blancas; le pareció a ella que hasta las escuchaba tintinear cada vez que la brisa las movía.
Distintos tipos de juncos crecían en las orillas; flores acuáticas se dispersaban en distintos puntos de su quieta superficie y la luna ¡llena y enorme! Se reflejaba en ella como si fuera un espejo, refractando su brillo y alumbrándolo todo.
Pero si todo eso no fuera ya suficiente para considerar el sitio un verdadero paraíso… Narcisos.
¡Cientos, o quizá miles de narcisos!
Narcisos amarillos y blancos, mezclados en armonioso caos, rodeaban toda la laguna y se extendían por todo un terreno; poblándolo de su brillo dorado.
En serio; no podía creer ella que ese sitio tan hermoso, pudiera estar prohibido. Le parecía no solo una injusticia, sino también un terrible acto de egoísmo, guardar toda esa belleza a los ojos de los demás.
Terry se adelantó hacia ella, y la tomó de la mano para que no avanzara más.
Ella iba como hipnotizada; la hierba se ponía agreste y los juncos eran altos; si Candy caía a la laguna, él no sabría cómo sacarla de ahí.
- Terry… - balbuceó ella sin mirarlo – este lugar es…
- Una maravilla; sí, lo sé.
- ¿Pero por qué lo prohíben?
- La laguna es profunda – respondió él – además sus vertientes no son muy amplias, en ciertas épocas del año la laguna se vuelve casi que agua empozada, se vuelve foco de alimañas e infecciones. Pero en primavera, es preciosa.
- ¡Sí que lo es!
- Vamos a sentarnos por allá. – dijo él, señalándole un punto entre dos árboles, rodeados de campanillas.
- ¿Esto es lo que querías que viera, Terry?
- Sí, este es otro de los lugares donde vengo a refugiarme. Nadie viene, solo yo; y ahora, tú.
- ¡Gracias Terry! – dijo ella - ¡Gracias por mostrarme este lugar tan bonito!
- Debes prometerme que no vendrás durante el día, o te verán - le dijo – y que bajo ningún concepto vas a meterte a la laguna ¡jamás! Puede ser peligroso.
- Sí, no te preocupes. Lo prometo – dijo ella - ¡Por Dios santo, mira esa luna! No recuerdo cuándo vi una luna así por última vez.
- La llaman “luna de las flores” – respondió Terry – porque es la primera luna de mayo, y cuando aparece justo en medio de la primavera. ¡Cuando todas las flores ya están abiertas!
- En América, a la primera luna de mayo la llaman “luna de las ranas”.
- ¿Ranas?
- Sí, así la llamaba la Señorita Pony.
- ¿Quién es la señorita Pony?
- Es la directora del orfanato donde me crié – respondió ella – el orfanato quedaba cerca del lago Michigan, así que cuando esta luna se aparecía, todo alrededor se llenaba del sonido de las ranas croando por doquier ¡es como si se contaran cosas! Como si fueran niños insomnes charlando toda la noche… ¡A mí me encantaba ese sonido! Y por eso la señorita Pony la llamaba la luna de las ranas.
- ¿Hueles eso? – preguntó él, aspirando profundamente – el perfume de los narcisos es mi aroma favorito en todo el mundo…
- El mío es el de las rosas… es que, donde yo vivía no habían narcisos.- respondió ella, sin querer ahondar más.
- Me contaron por ahí, un pajarito tímido y otro, gordito y de lentes, que tu cumpleaños era el 7 de mayo ¿es cierto?
- Sí, es verdad – respondió ella, riendo por la ocurrencia del muchacho al llamar “pajaritos” a sus amigas.
- ¿Puedo preguntarte algo, personal?
- ¡Claro!
- El 7 de mayo ¿es en verdad el día de tu nacimiento o es el día en que llegaste al orfanato?
- No, yo llegué al orfanato una noche de diciembre que nevaba mucho. No sé cuál es mi verdadero cumpleaños; el 7 de mayo fue un día especial que Ant…- ella se detuvo antes de pronunciar el nombre - que, alguien me regaló para que fuera mi cumpleaños. Fue el día en que nació una rosa especial, que lleva mi nombre.
- ¿Le pusieron tu nombre a una rosa?
- Sí, ¡“Dulce Candy”! – dijo sonriendo.
- ¡Vaya! Y la persona que lo hizo, te puso como cumpleaños el día que esa rosa floreció…
- Así es… un siete de mayo.
- ¡Ya veo!... esa persona, fue Anthony ¿verdad?
Candy guardó silencio; la sonrisa desapareció de su rostro y bajó la mirada hacia su regazo.
No debió mencionarlo; debería haberle dicho cualquier otra cosa. Responder simplemente que sí, que ese día la habían recogido en el orfanato y ya está
¿Para qué había tenido que entrar en detalles? Ella no quería que se volvieran a pelear.
Al no recibir respuesta, Terry volteó a mirarla, y al ver la actitud de la joven; se sintió terriblemente mal.
- Yo, lamento mucho lo que sucedió hoy en la colina… - le dijo, claramente. Candy lo miró con asombro. – De verdad, lo lamento mucho.
- No importa… - dijo ella con una sonrisa.
- ¿Sabes qué, Candy? Que sí importa… – respondió él – sí importa, porque me porté como un patán contigo, y de verdad que no quiero volver a portarme así, no contigo.
- ¡Pero luego me ayudaste con Eliza! – se apresuró ella a responder – tomaste mi lugar en el cuarto de meditación. Y ahora me traes a este sitio tan bello… De verdad Terry, ya pasó. Está todo olvidado.
El joven asintió y le respondió con una sonrisa. Se sintió mucho más liviano al reconocer que había actuado mal, y de verdad esperaba él no volver a pasarse con ella de esa manera. Tenía un problema de carácter, y lo sabía; pero trataría de ser mejor persona con ella; o mejor dicho, por ella.
Él siguió haciéndole preguntas sobre sus años en el orfanato; y se sorprendía al escuchar que había sido muy feliz ahí.
¡Qué ironía! Su vida y la de ella habían sido distintas en todo sentido; ella llena de privaciones, y él viviendo en la opulencia; pero ella, inmensamente feliz, en cambio él, viviendo absolutamente solo…
De pronto recordó algo y consultó su reloj. Estaban en la hora precisa.
- Espera Candy, espera… - dijo Terry de pronto, interrumpiéndola mientras revisaba su reloj - Y, 5… 4… 3… 2… 1… - estirando una mano hacia el follaje cerca de los árboles que los escondían, y arrancó con cuidado una rama repleta de pequeñas campanillas blancas – Feliz cumpleaños, señorita Pecas…
Candy recibió el delicado presente entre sus manos, y agradeció con una dulce sonrisa.
- ¿No le molestará a la luna de las flores, que me lleve esta pequeña dádiva? – preguntó ella divertida.
- Por supuesto que no – respondió Terry – la luna hace crecer las flores para deleite de la naturaleza; y ya que le han puesto tu nombre a una rosa, este presente no es más que una flor para otra flor.
Continuaron un rato más charlando, hasta que Terry se dio cuenta de que llevaba un tiempo hablando solo.
La cabeza de Candy reposaba delicadamente sobre uno de sus hombros; se había quedado profundamente dormida, arrullada por el sonido de las cigarras y el aroma de los narcisos, a la luz de la luna de las flores, en ese paraje de ensueño oculto a los ojos de los mortales, donde ella lucía para él como un hada de algún reino mágico, dormitando entre las flores..
No la despertó; lo haría después, y si es que comenzaba a hacer frío.
Después de todo, había sido un día largo lleno de emociones; y él que no tenía sueño, sabía perfectamente que las horas hasta el alba se le irían en contemplar arrobado su rostro; más bello que los narcisos, y más mágico que la luna que los alumbraba...
Gracias por leer...
- Pues… dormir. – respondió ella, encogiéndose de hombros.
- Bueno, si te interesa, tengo un plan mejor; – respondió él – pero claro; sólo si te interesa.
- ¿A qué te refieres? – preguntó ella, volteando a mirarlo.
- ¡Shhh! – le dijo suavemente – encuéntrame detrás de la celda de aislamiento, luego de la última guardia. Te quiero enseñar algo.
Terry se retiró; no era conveniente que las monjas los vieran cuchicheando.
Candy no sabía qué pensar. Terry se había portado muy bien con ella ese día, pero a ver si ahora no le salía con alguna majadería. Ya lo conocía.
Pero la curiosidad fue mucho más grande que cualquier otra reticencia. Igual, si le salía con alguna majadería, ella sabía defenderse.
Esperó a que pasara la hora de la última guardia y, después, se deslizó por el balcón con la cuerda que había fabricado con las sábanas.
Llegó al sitio pronto y Terry, ya estaba ahí esperándola.
- ¡Sabía que llegarías a tiempo! – le dijo Terry con su acostumbrada actitud autosuficiente.
- ¿Ah sí? ¿Y qué te dio tanta confianza? – preguntó ella, con las manos en las caderas.
- Pues que es obvio que, después de hoy, ya no puedes vivir sin mí…
- ¡Majadero! – exclamó ella, zapateando - ¿para eso me has hecho salir de mi cuarto a esta hora? ¿para molestar? Con lo cansada que estoy…
- ¡Claro que no! – respondió él – te dije que quería mostrarte algo.
- Bien ¿y qué será? – respondió ella ¿Dónde está?
- No lo tengo en el bolsillo, por cierto – respondió él levantando las manos – Vamos, ven conmigo.
- ¿A dónde?- preguntó ella.
- Al sector oeste…
- ¡Terry, el sector oeste está prohibido!
- No sabía que fueras tan escrupulosa, Señorita Pecas – se burló Terry – esta tarde te bajaste y subiste por la ventana del cuarto de meditación, como si fueras un mico, para andar por ahí descaradamente disfrazada, ya de Romeo y luego de Julieta ¡jugaste la “burra ciega” con Eliza Leagan! Y ahora ¿en serio me vas a decir que una tonta prohibición te amedrenta?
- ¡Nada me amedrenta! – respondió ella – pero, te conozco, y no quiero caer en alguna broma tuya.
- No es ninguna broma… - le dijo él, suavemente extendiendo su mano – Acompáñame, por favor.
Hace tan solo unas horas, esa mano se había extendido ante ella; y ella, la había tomado sin problemas. Habían corrido ambos, colina arriba, disfrazados de Romeo y Julieta.
Luego, las cosas se habían torcido un poco; Ella terminó llorando sobre la hierba y Terry, marchándose ofendido, por haber mencionado a Anthony… Pero Candy confiaba en él.
Ni siquiera ella lo entendía del todo, pero confiaba en Terry Granchester; así que tomó su mano y, tal como lo hicieran ese mismo medio día, salieron corriendo juntos hacia el sector oeste; que estaba prohibido, porque tenía una laguna, que podría resultar peligrosa.
- Espera – dijo Terry jalando de la mano a Candy.
- ¿Qué pasa? – preguntó ella, agitada.
- Antes de llegar, quiero que cierres los ojos…
- Terry… ¡Ay no! ¿¡quién sabe con qué me vas a salir ahora!?
- ¡No seas desconfiada, pecosa! – exclamó él, riendo – Anda, prometo cuidar de que no tropieces, pero cierra los ojos.
- Está bieeeeen… - dijo ella, cerrándolos.
- ¡Y no hagas trampa! Ahora, dame tus manos, deja que yo te guíe…
Ella hizo como Terry le dijera, y él se aseguró de que ella no faltara a su promesa.
Afortunadamente, había luna llena ¡una gran luna redonda, con cierto halo rosado, brillaba en el cielo alumbrándoles el camino!
La primera luna de mayo.
Terry, se detuvo un momento; Candy una vez más chocó con su pecho, como en la colina. Pero no abrió los ojos; solamente se quedó ahí, esperando que él dijera algo.
- Aquí es… - lo escuchó murmurar – Este es el lugar; aquí es, Candy ¡Abre los ojos!
(SUGIERO DAR CLICK AL VIDEO, CORTESÍA DE NUESTRA COMPAÑERA CILENITA 79)
Ella abrió los ojos, y levantó su mirada. Se topó con el perfil perfecto de Terry que, algo agitado y con los labios ligeramente entreabiertos, miraba hacia un lado, completamente arrobado.
Ella volteó, siguiendo la dirección de la mirada de Terry; y casi se ahoga de la impresión.
Ante ella, estaba el lugar más bello que había visto, desde que había partido de América ¡Nunca se le ocurrió que, en un lugar tan gris como el Real Colegio San Pablo, pudiera haber un sitio como ese! Aquella “segunda colina de Pony” le parecía lo más bonito que tenía el colegio, y sin embargo, existía este oasis maravilloso, al que los estudiantes tenían prohibido acercarse, so pena de expulsión si eran descubiertos.
¡En ese momento, le pareció tan injusto!
Candy, con los ojos de par en par, y boquiabierta, caminó unos pocos pasos hacia enfrente.
La laguna que el colegio escondía, estaba rodeada de árboles, y entre el follaje que rodeaba a cada árbol, crecían en apretado ramo, pequeñas campanillas blancas; le pareció a ella que hasta las escuchaba tintinear cada vez que la brisa las movía.
Distintos tipos de juncos crecían en las orillas; flores acuáticas se dispersaban en distintos puntos de su quieta superficie y la luna ¡llena y enorme! Se reflejaba en ella como si fuera un espejo, refractando su brillo y alumbrándolo todo.
Pero si todo eso no fuera ya suficiente para considerar el sitio un verdadero paraíso… Narcisos.
¡Cientos, o quizá miles de narcisos!
Narcisos amarillos y blancos, mezclados en armonioso caos, rodeaban toda la laguna y se extendían por todo un terreno; poblándolo de su brillo dorado.
En serio; no podía creer ella que ese sitio tan hermoso, pudiera estar prohibido. Le parecía no solo una injusticia, sino también un terrible acto de egoísmo, guardar toda esa belleza a los ojos de los demás.
Terry se adelantó hacia ella, y la tomó de la mano para que no avanzara más.
Ella iba como hipnotizada; la hierba se ponía agreste y los juncos eran altos; si Candy caía a la laguna, él no sabría cómo sacarla de ahí.
- Terry… - balbuceó ella sin mirarlo – este lugar es…
- Una maravilla; sí, lo sé.
- ¿Pero por qué lo prohíben?
- La laguna es profunda – respondió él – además sus vertientes no son muy amplias, en ciertas épocas del año la laguna se vuelve casi que agua empozada, se vuelve foco de alimañas e infecciones. Pero en primavera, es preciosa.
- ¡Sí que lo es!
- Vamos a sentarnos por allá. – dijo él, señalándole un punto entre dos árboles, rodeados de campanillas.
- ¿Esto es lo que querías que viera, Terry?
- Sí, este es otro de los lugares donde vengo a refugiarme. Nadie viene, solo yo; y ahora, tú.
- ¡Gracias Terry! – dijo ella - ¡Gracias por mostrarme este lugar tan bonito!
- Debes prometerme que no vendrás durante el día, o te verán - le dijo – y que bajo ningún concepto vas a meterte a la laguna ¡jamás! Puede ser peligroso.
- Sí, no te preocupes. Lo prometo – dijo ella - ¡Por Dios santo, mira esa luna! No recuerdo cuándo vi una luna así por última vez.
- La llaman “luna de las flores” – respondió Terry – porque es la primera luna de mayo, y cuando aparece justo en medio de la primavera. ¡Cuando todas las flores ya están abiertas!
- En América, a la primera luna de mayo la llaman “luna de las ranas”.
- ¿Ranas?
- Sí, así la llamaba la Señorita Pony.
- ¿Quién es la señorita Pony?
- Es la directora del orfanato donde me crié – respondió ella – el orfanato quedaba cerca del lago Michigan, así que cuando esta luna se aparecía, todo alrededor se llenaba del sonido de las ranas croando por doquier ¡es como si se contaran cosas! Como si fueran niños insomnes charlando toda la noche… ¡A mí me encantaba ese sonido! Y por eso la señorita Pony la llamaba la luna de las ranas.
- ¿Hueles eso? – preguntó él, aspirando profundamente – el perfume de los narcisos es mi aroma favorito en todo el mundo…
- El mío es el de las rosas… es que, donde yo vivía no habían narcisos.- respondió ella, sin querer ahondar más.
- Me contaron por ahí, un pajarito tímido y otro, gordito y de lentes, que tu cumpleaños era el 7 de mayo ¿es cierto?
- Sí, es verdad – respondió ella, riendo por la ocurrencia del muchacho al llamar “pajaritos” a sus amigas.
- ¿Puedo preguntarte algo, personal?
- ¡Claro!
- El 7 de mayo ¿es en verdad el día de tu nacimiento o es el día en que llegaste al orfanato?
- No, yo llegué al orfanato una noche de diciembre que nevaba mucho. No sé cuál es mi verdadero cumpleaños; el 7 de mayo fue un día especial que Ant…- ella se detuvo antes de pronunciar el nombre - que, alguien me regaló para que fuera mi cumpleaños. Fue el día en que nació una rosa especial, que lleva mi nombre.
- ¿Le pusieron tu nombre a una rosa?
- Sí, ¡“Dulce Candy”! – dijo sonriendo.
- ¡Vaya! Y la persona que lo hizo, te puso como cumpleaños el día que esa rosa floreció…
- Así es… un siete de mayo.
- ¡Ya veo!... esa persona, fue Anthony ¿verdad?
Candy guardó silencio; la sonrisa desapareció de su rostro y bajó la mirada hacia su regazo.
No debió mencionarlo; debería haberle dicho cualquier otra cosa. Responder simplemente que sí, que ese día la habían recogido en el orfanato y ya está
¿Para qué había tenido que entrar en detalles? Ella no quería que se volvieran a pelear.
Al no recibir respuesta, Terry volteó a mirarla, y al ver la actitud de la joven; se sintió terriblemente mal.
- Yo, lamento mucho lo que sucedió hoy en la colina… - le dijo, claramente. Candy lo miró con asombro. – De verdad, lo lamento mucho.
- No importa… - dijo ella con una sonrisa.
- ¿Sabes qué, Candy? Que sí importa… – respondió él – sí importa, porque me porté como un patán contigo, y de verdad que no quiero volver a portarme así, no contigo.
- ¡Pero luego me ayudaste con Eliza! – se apresuró ella a responder – tomaste mi lugar en el cuarto de meditación. Y ahora me traes a este sitio tan bello… De verdad Terry, ya pasó. Está todo olvidado.
El joven asintió y le respondió con una sonrisa. Se sintió mucho más liviano al reconocer que había actuado mal, y de verdad esperaba él no volver a pasarse con ella de esa manera. Tenía un problema de carácter, y lo sabía; pero trataría de ser mejor persona con ella; o mejor dicho, por ella.
Él siguió haciéndole preguntas sobre sus años en el orfanato; y se sorprendía al escuchar que había sido muy feliz ahí.
¡Qué ironía! Su vida y la de ella habían sido distintas en todo sentido; ella llena de privaciones, y él viviendo en la opulencia; pero ella, inmensamente feliz, en cambio él, viviendo absolutamente solo…
De pronto recordó algo y consultó su reloj. Estaban en la hora precisa.
- Espera Candy, espera… - dijo Terry de pronto, interrumpiéndola mientras revisaba su reloj - Y, 5… 4… 3… 2… 1… - estirando una mano hacia el follaje cerca de los árboles que los escondían, y arrancó con cuidado una rama repleta de pequeñas campanillas blancas – Feliz cumpleaños, señorita Pecas…
Candy recibió el delicado presente entre sus manos, y agradeció con una dulce sonrisa.
- ¿No le molestará a la luna de las flores, que me lleve esta pequeña dádiva? – preguntó ella divertida.
- Por supuesto que no – respondió Terry – la luna hace crecer las flores para deleite de la naturaleza; y ya que le han puesto tu nombre a una rosa, este presente no es más que una flor para otra flor.
Continuaron un rato más charlando, hasta que Terry se dio cuenta de que llevaba un tiempo hablando solo.
La cabeza de Candy reposaba delicadamente sobre uno de sus hombros; se había quedado profundamente dormida, arrullada por el sonido de las cigarras y el aroma de los narcisos, a la luz de la luna de las flores, en ese paraje de ensueño oculto a los ojos de los mortales, donde ella lucía para él como un hada de algún reino mágico, dormitando entre las flores..
No la despertó; lo haría después, y si es que comenzaba a hacer frío.
Después de todo, había sido un día largo lleno de emociones; y él que no tenía sueño, sabía perfectamente que las horas hasta el alba se le irían en contemplar arrobado su rostro; más bello que los narcisos, y más mágico que la luna que los alumbraba...
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Última edición por Wendolyn Leagan el Miér Abr 29, 2020 7:34 pm, editado 2 veces