MOON: SABES LO HERMOSA QUE ES TU ALMA?
Terry miraba absorto la luna desde el tejado del imponente Colegio Real San Pablo, fumaba relajadamente un cigarrillo mientras veía las volutas de humo danzar graciosas frente a la esfera blanca, formando imágenes bellas y muy claras de lo que bullía en su corazón y en sus pensamientos.
Estaba enamorado y no podía dejar de sorprenderse como su vida había dado un giro sacándolo de la oscura soledad en la que había vivido hasta esa noche que se la topó en el barco de regreso de América. Al principio ella le pareció impertinente aunque muy bella, pero algo en su mirada, en su voz aniñada y dulce lo hizo sentirse atraído cual satélite hacia el centro magnético de la tierra. Se supo atrapado a pesar de sus constantes intentos de evadirla para no sentirse vulnerable por esta atracción. Que iluso fue, por que el destino parecía llevarlo como por efecto de la marea a ella, siempre a ella.
Y ahí estaba, como un simio (como solía decirle para molestarla), trepado sobre un techo con riesgo de caer y romperse la crisma, y todo por estar al pendiente de lo que le pasaba y para estar lo mas cerca posible, cuidándola, vigilandola y buscando su energía poderosa que lo hacía sentir hormigueos placenteros cada vez que pensaba en ella. Esa noche en especial quien sabe que hechizo portentoso la Luna había desatado sobre los habitantes de Londres, ya que empezando por él se sintió tan ansioso y desesperado por sus fantasmas que tuvo que salir a cabalgar en su yegua Teodora para disipar su mal humor y se sorprendió desagradablemente cuando escuchó el grito de Candy mientras rodaba por las escaleras de su edificio.
Al tomarla en brazos se sintió poderoso cual caballero de brillante armadura y con unas ganas enormes de protegerla de eso que la atormentaba para llorar y gritar de esa forma, y oírla llamar entre sollozos a ese tal Anthony le hizo hervir la sangre de celos. Si no la hubiera escuchado decir el nombre de otro, hubiera sido capaz de robarle un beso en su inconsciencia, su rostro blanco le pareció tan hermoso como una estrella, y sintió deseos de que hubiera sido su nombre y no el de otro tipo el que sus labios de pétalo dijeran entre suspiros. Se mordió el labio mientras daba otro sorbo a su cigarro y soltaba nuevas bocanadas de humo.
¨Es esta luna de locos de abril, la que nos hace un poco dementes a los que andamos donde no debemos...¨
No quería dejarse llevar por sus sentimientos, tenía miedo de que si la dejaba entrar en su interior descubriera las cicatrices que lo marcaban aun siendo tan joven. No quería arriesgarse a ser rechazado pero aun así estaba seguro de que ella sentía algo especial por el. La forma como lo miraba, como le reñía y compartía a su lado los momentos de ocio en la segunda colina, como ella le llamaba a ese lugar especial, como disfrutaba mirarla tumbada entre las flores que enmarcaban su cándida belleza, salvaje y desparpajada.
Mirando la esfera blanca que irradiaba una luz que iluminaba como un baño blanco la ciudad completa, recordó de nuevo su rostro, cada vez le resultaba mas difícil de sacárselo de la cabeza y sonrió mientras trataba de engañarse a si mismo diciéndose que sólo era una atracción juvenil como otras que ya había vivido. No tenía por que agobiarse, se tranquilizó al terminar su cigarro mientras lo aplastaba bajo la suela de su zapato y se dijo a si mismo que dejaría que las cosas se dieran de forma natural, sin presiones, hasta donde la atracción y el gusto de estar juntos los llevara esa primavera de 1913.