Candice, al salir a toda prisa de la residencia Granchester, sin reducir la velocidad, fue directo hacia la casa de Mark, primero, por haberle dejado botado todo, —incluido su mandil y pañoleta— sin haber anunciado su partida; y segundo: necesitaría a la Señora Catherine para que le ayudara con la dichosa cena a degustar a lado de Terruce aprovechando que ella conocía los gustos del Duque.
Pero en lo que la rubia hablaba con la empleada de los Granchester que había aceptado por tener tiempo libre, precisamente Granchester iba a requerir una enfermera. La suya, pues ni sabía si se le había molestado o qué carajos había pasado con ella; entonces, mientras no lo supiera por medio de su boca, mandó a llamar a uno de sus empleados para que le ayudara, —como lo venía haciendo desde el inicio de su lesión—, con el aseo, sobre todo con el inmóvil brazo; y decir que pronto saldría de un baño, no, mínimo una hora más la que le tomara en vestirse.
Y hablando justamente de vestidos, en su recámara, White no se decidía cuál usar. La cena fue fácil de organizar debido a tener quien la hiciera por ella. Lo planeado para el día siguiente, Mark sería el responsable, sabiendo éste de antemano, una ubicación exacta.
Y exactamente a las 8 de la noche, él arribó estando todo listo, hasta su guapa anfitriona que salió a recibirlo y comentarle antes de hablar de ellos dos:
— Albert no ha llegado; y desconozco si durante este rato pueda aparecer.
— ¿Eso significa…?
— Que, si no tienes hambre, podemos aguardar por él.
— Está bien. No tengo problema — respondió Terry; por ende:
— Bien. Ahora ven conmigo —, Candy lo tomó de la mano para llevarlo al tenuemente iluminado jardín donde, debajo de una carpa, estaba instalada una pequeña sala; y desde donde podía verse el tintineante firmamento. — ¿Quieres tomar té? — ofreció ella al estar ambos sentados.
— No. Primero quiero preguntarte algo.
— Tú dirás —, Candy se acomodó para escucharlo.
— ¿Te enojaste hace rato? — él quiso saber de ella que diría:
— No.
— Entonces, ¿qué pasó?
— Es que…
— ¿Te hizo algo mi madrastra?
— Bueno… — Candy se puso un tanto nerviosa al verlo fruncir el ceño, — hacérmelo en sí no, solo…
— Te escucho — dijo Terry a modo de alentarla.
— No te enojes — ella advirtió primero, — porque me dijo que cuando tú estuvieras podía hacerlo.
— Eso es… ¿ver a mi padre?
— Sí; desde que llegué, lo intenté.
— Bueno, como has pedido que no me enoje, no lo haré, sin embargo, tienes que decirme, ¿qué viste hoy en él? — Terruce cuestionó, informando la doctora:
— Tiene arritmias cardiacas. En ese rato, sus latinos se aceleraron, y después fueron muy lentos, pero… achaquémosle que… ¡era su emoción!
— Sí, una demasiada alta diría yo.
— Pero… es entendible lo que dijo: está feliz.
— Y tú —, Terry se dispuso a acariciar una cálida mejilla conforme inquiría: — ¿lo estás?
— Mucho — contestó una sonriente ella; no obstante, se pedía afirmación:
— ¿Segura?
— Sí, Terry, ¿por qué lo dices? — ella, al extrañarse, se alejó un poco de él.
— Porque… —, Granchester sería franco: — Escucha, Candy. La vida me dio una lección muy grande. Y esta consistió en nunca quedarme más callado ante cualquier situación. Viví muchos años reprochándome el por qué no te dije lo de Susana. Pero de habértelo dicho, también me cuestionaba ¿qué hubiera pasado si sí? ¿la situación hubiese cambiado? ¿Tú habrías encontrado un mejor arreglo? No lo sé; y eso es justamente, ¡porque era torturante!, lo que yo dejé de hacer: especular lo que pasa con las cosas, con las personas. Hace rato me hiciste vivir algo parecido. Con tu inesperada reacción de salida, me dejaste pensando qué te había molestado de una broma que tú iniciaste y que al final de cuentas no aguantaste. Pero luego, cuando vi a la mujer esa, me pregunté después si ella había sido la verdadera razón. Ya me la aclaraste, y sin embargo… lo hubiera preferido saber en ese momento. Ya no podemos andar actuando secretamente y todo por no querer dañar al otro o a terceras personas.
— Sí, eso también yo ya lo entendí; y fue gracias a Allyson — confesó Candy reviviendo la agresión.
— Claro; porque si la chica hubiese sabido anteriormente lo de su padre, te puedo asegurar que, en estos momentos, está dándose de topes de haber perdido días preciados a lado de él, y no gastándolos buscándome.
— ¡Pero de no haberlo hecho…!
— No especulemos otra vez — él la interrumpió. — Lo hizo y, aquí estamos… ¿dispuestos a seguir adelante? — Terruce cuestionó confesando lo siguiente: — Yo te amo, Candy, pero hay cosas que sí necesitan cambiar.
— Cambiar — ella repitió para mencionar: — Un día tú dijiste que, aunque llegara a tener 80 años, siempre sería la misma; ¿por qué tú no?
— Porque en aquel momento, con todo y mis sueños, vi un camino a tu lado libre de obstáculos. Pero no fue así; ya que, cuando me decidí a tomarlo, me trampearon colocando unos tan altos que me fue imposible saltarlos; y tan anchos difíciles de rodear, siendo tú uno de ellos, porque no me permitirías llegar a ti sin antes derrumbar el que Susana representaba. Desafortunadamente, eso sucedió algo tarde. Y yo… ya había reacomodado mi vida. Volví a casa, sí, ante ti reconozco que el hecho de que el rey mandara por mí para hacerme cargo de mis obligaciones al no poderlas hacer más mi padre, fue mi escapatoria, así que, no me reproches el que haya cambiado. El que haya dejado de hacer cosas que un día dije tenían gran significado, porque yo puedo decir que mis cambios han sido para mi bien, aunque otros digan lo contrario.
— Está bien — ella sonó un tanto resignada, mas aceptando: — voy a respetar eso.
— Y te garantizo que lo que yo dejé suspendido en el periodo que no nos vimos, retomará con mayor fuerza llevando tú todas las de ganar, pero eso sí, siempre y cuando permanezcas a mi lado; por eso, te pregunto, Candice White —, Terruce tomó el correspondiente dedo anular en lo que decía: — ¿quieres casarte con conmigo? ¿quieres pasar lo que nos resta de vida juntos? ¿quieres darle ese nieto a Richard? —, ella sonrió nerviosamente, — ¿quieres formar una familia que sea la verdadera prueba de que nuestro amor es real?
— Sí — primero dijo ella, reafirmándolo seguidamente: — sí, quiero.
— Bueno, siendo así —, el castaño se llevó ese dedo que sostenía para besarlo al no tener un anillo debido a que en sus nuevos planes no se había considerado el casarse más y eso incluían los hijos. Al segundo siguiente completaba: — esperemos que Albert llegue para formalizar nuestro compromiso y fijar una fecha.
— Me parece bien — contestó Candy avanzando la poca distancia que le dejaban para darse un beso cálido y húmedo que representaba el comienzo de algo nuevo para ambos.
Lo malo que, mientras Albert no se apurara a llegar, los besos se desencadenarían y acelerarían un hambre que…
— Ya — alguien tuvo que decir, porque aquello, al seguirlo alimentando de candentes muestras de amor ¡ay, Richard! creo que un par te iba a conceder en ese mismo rato tu deseo. Sin embargo, la puntual cordura había golpeado algo que provocara dolor y, les pusiera un alto.
La llegada de la cena fue otro buen aliado de la cordura; y la señora Catherine, encargada de prepararla, también se hacía cargo de servirla para ellos, no habiendo queja de ninguno al ser comida del entero agrado de los dos.
Lo mismo pasaría con el postre, aunque éste, solo un estómago lo iba a aceptar. El otro preferiría una simple taza de té, y hasta eso sin azúcar, ¿acaso tenía bastante con el dulce que tenía cerca? ¡sí! y, tuvo que llamarle la atención, al verla echar, en una taza, tres cucharadas de endulzante, plus la leche. Bueno, recordemos que el pobre de Albert de eso se había quejado cuando ella lo hizo víctima al probar sus gustos azucarados. Y Terry también la amaba, pero, al ofrecerle ella un poco de infusión para asegurarle que no estaba dulce:
— No, gracias — él dijo, — con eso tendré suficiente para no dormir toda la noche.
— Yo, al contrario, lo necesito para dormir.
— Bueno, entonces tendré que pasar a retirarme.
— Yo estaba pensando en que… podríamos quedarnos aquí juntos a esperar el amanecer.
Debido a que él dijera algo parecido hacía muchos años atrás, rió por el hecho de que ella se lo recordara, siendo esta vez la respuesta:
— Si no es inconveniente para ti, ¿por qué no, Candy?
Terry atrapó su mano para besársela y oír de ella:
— Y mañana quiero que realicemos el picnic que un día te pedí tuviéramos.
— Por supuesto que sí, querida. ¿Algo más?
— Repite que me amas —, Candy se puso de pie extendiéndole su mano y diciéndole: — Y que a partir de hoy…
— Es un nuevo amor el que nace entre los dos — completó Terry habiendo aceptado su mano, parándose frente a ella y declarándole: — Te amé ayer, Candy; te amo hoy, mis bellos ojos de hada; lo seguiré haciendo mañana, y hasta mi último aliento de vida.
Noble Responsability EPÍLOGO
Última edición por Citlalli Quetzalli el Jue Abr 30, 2020 2:01 pm, editado 2 veces