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Gramófono
Desde pequeño sintió fascinación por aquel artefacto. Su abuelo no permitía que nadie hiciera uso del Gramófono que tenía en su despacho. Era lo único que conservaba de quien fuera su padre, por tanto, era para él un bien muy preciado. Sólo él y su nieto tenía permitido tocarlo. ¿Cómo no? Su abuelo había perdido las esperanzas de un heredero, ya que su negligente hijo no parecía interesado enlazar de forma seria su vida con nadie. Ya era muy viejo cuando sostuvo en brazos el fruto de su retoño, sin fuerzas para jugar o llevarlo en vilo, fueron los libros y la música, la forma que establecida para comunicarse con su nieto. Terrence recordaba tardes enteras sentado en las faldas de su abuelo, escuchando antiguos discos, mientras este le leía un libro o le contaba un cuento. Al fallecer, el aparato pasó a manos de su padre, quien lo guardo con excesivo celo, nunca más lo vio funcionar y al transcurrir el tiempo le llego a olvidar.
Se dirigió a casa de sus padres para transmitirles las nuevas buenas, había sido aceptado en el departamento de artes de la NYU, por lo que su partida era inminente.
El melancólico sonido de un piano le dio la bienvenida a casa, caminó absorto, envuelto en la magia de aquellas desconocidas palabras. Se sintió envuelto en una densa neblina, mientras avanzaba, podía jurar que en sus oídos podía escuchar el lejano sonido del mar. De pronto los vio. Sus padres danzaban, muy abrazados, perdidos en los ojos del otro. No supo porque, su respiración se había vuelto dificultosa, pesada. La vista de los enamorados parecía provocarle un dolor inconmensurable en una parte desconocida de si mismo, una oscuridad que se removió. De la nada, una lágrima brotó. Una tras otra, comenzaron a caer, nublando de forma absoluta su vista. Abrumado se secó las lágrimas. La canción terminaba, y con ella el hechizo, sus padres volvían a ser los mismos, pero él no parecía poder salir de la ensoñación. Al verle clavado en la entrada de la biblioteca llorando, su madre corrió a contenerle.
“Shhh… Tranquilo… ¿Qué pasa, vida mía?” como mantra repetía la frase mientras le mecía. En el fondo podía ver a su padre mirando la escena consternado. A un costado de este, el Gramófono de su abuelo, funcionando.
“Me emocione al ver el Gramófono del abuelo funcionar” Se separó lo suficiente para poder mirarla, ofreciéndole, como pudo, una sonrisa. No mentía, pero tampoco decía la verdad. Pero era algo que a él mismo se le escapaba. Su madre le abrazo una última vez antes de arrastrarlo hasta donde se encontraba su padre. El hombre hizo lo propio, acariciando su cabeza con aspecto culpable, al final de cuentas era por sus absurdos celos que su hijo no había vuelto a ver aquel artefacto. “¿Qué canción bailaban?” No se sentía cómodo con las manifestaciones de afecto por parte de su padre. Por alguna extraña razón, nunca se había sentido a gusto, desde que fuera un niño.
“Tocaba este tema en el piano bar, el día que conocí a tu mamá” sonrió con cariño.
Amor, sabía del amor filial. Mas no conocía de aquel que se prodigaban sus padres, del que le leyera su abuelo. De Tristán e Isolda, Paris y Helena, de Romeo y Julieta. No es que no tuviera oportunidad, en el colegio gozó de cierta popularidad, y tenía amigas especiales en la universidad. Pero, nada ni remotamente similar a lo que acababa de presenciar.
“¿A que debemos tu visita hijo?” su progenitor lo saco de sus cavilaciones. Les comunico la noticia con entusiasmo, la cual celebraron hasta altas horas de la noche. Ya cansados, cada cual se fue a sus aposentos. Su habitación estaba intacta, no podía evitar sonreír ante la porfía de su madre, que evito convertir sus aposentos en gimnasio. La madrugaba avanzaba y no era capaz de conciliar el sueño. La canción sonaba una y otra vez en su cabeza. Decidió salir de la cama, con cuidado de no hacer ruido, bajo las escaleras para luego dirigirse hacia la biblioteca. Desde lejos observo la reliquia familiar, considerando si debía acercarse. El disco seguía en su lugar, la aguja parecía brillar, invitándolo para hacerla funcionar. Procuró cerrar bien la puerta tras de sí. Se acerco al Gramófono con paso incierto. Respiró profundo, tomo de la manilla y le hizo andar. La música comenzó, y con ella la misma sensación. Cerró los ojos, sintiendo su ser removerse con cada nota, al abrirlos estaba de nuevo envuelto en esa densa neblina. Pero ya no sólo oía el océano, estaba seguro podía verlo. Pequeñas luces titilaban en el fondo, avanzo hasta dar con un barandal. La brisa marina disipaba la bruma mientras perfumaba. Llenó sus pulmones de aire, miro el basto océano. Otro sentimiento comenzaba a sacudir su pecho… Soledad. Sin quererlo, otra vez, se le escapo una lágrima. Pasos lo hicieron voltearse, una figura difusa, unos ojos verdes.
“¿Hijo, estás bien?” Todo desapareció, la brisa, la mujer y el mar. Ante él el rostro angustiado de su madre.
“Lo extraño” justifico su actuar. La mujer se acercó para acunarle una vez más.
“Vamos a descansar” llevó a su hijo de la mano
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Nueva York era vibrante. La vida latía en esa ciudad, sus calles fluían como la sangre de sus venas. Ese era su lugar. Terminadas las clases solía arrancarse con algunos compañeros al Washington Park, textos en mano se ponían a ensayar. En cosa de unas semanas empezó a notar que ganaba popularidad. Seguro es el acento. Solía pensar, pero ya se estaba volviendo molesto. Más de una chiquilla se les pegaba a las faldas entorpeciendo los ensayos en el parque. Y no es que no gustara de las mujeres o sus atenciones, pero le obsesionaba tanto la actuación que sentía perdía tiempo valioso. Cuando no estaba huyendo de faldas o ensayando se dirigía al Times Square a los teatros del circuito de Broadway. Observaba con detención a los actores y sus interpretaciones. En más de una ocasión se vio a si mismo sobre las tablas mientras recitaba las mismas líneas, pero con una clara, como extraña, convicción que de haber sido realmente él quien las recitara en el proscenio estas hubieran sido ejecutadas de una forma excepcional. Esa claridad de saberse hecho para esto, en nada se sentía así de seguro, salvo de este respecto.
Rey Lear, el profesor había comunicado cual sería la obra que presentarían como examen al final del semestre. Dejó de lado el parque, los teatros, para enclaustrarse. Él sería el Rey de Francia, porque así lo había decretado.
Hermosa Cordelia, más enriquecida cuando te empobrecen, más ensalzada cuando te deprimen y más amada cuando te odian. Mía serás con tus virtudes.
¿Es que acaso alguno de sus compañeros podía decir con tal dulzura y pasión aquellas líneas? Imposible. Trato de disimular sorpresa cuando el profesor le confirmo lo que él ya sabía. La noche de estreno había sido un completo existo, y en más de un sentido. Cuando salió de camarines se encontró con unas bambalinas repletas de féminas. Algunos de sus compañeros mostraban abiertamente su asombro o molestia, por la nueva fama adquirida. Él por su parte les sonreía burlón y con aires de suficiencia. Fue en la noche de segunda función que de entre la gente que les felicitaba la diviso. Una sensación de inquietud le estaba remeciendo. Se disculpo con las chicas que le rodeaban para acercarse a ella. Necesitaba verle de frente, necesitaba ver sus ojos. Pero no eran. Y ahora ¿qué hacía?
“¿Buscas a alguien?” dijo con tono encantador sintiéndose estúpido. Se había lanzado sin estar seguro y ahora no había forma de arrancar. La muchacha le sonrió coqueta, pero sin darle pie a nada, manteniendo las distancias. Hasta ese momento nunca le había sucedido por lo que se sintió tentado a perseguirle. Se encontró nuevamente con la esquiva muchacha cuando iba de camino al parque. Esta vez se mostraba más cercana. No supo porque, pero nuevamente la inquietud se instalaba en su pecho. Después de eso se la encontraba casi todos los días, algo que ya no parecía coincidencia, sus compañeros les molestaban, muchos de ellos le felicitaban por poder estar junto a una reconocida belleza de la Universidad. Todo en su entorno le indicaba que debía dar un paso más allá y dejar el juego atrás. Pero algo superior a él se lo impedía. Estaba claro por su actual actuar que la muchacha también lo quería, más él no podía. Siempre terminaba reculando en sus avances para aceptar los de alguien más. Era consciente que algún daño le podía estar provocando, pero ella siempre se mostraba ante él estoica e imperturbable. Fue así que siguieron su inusual amistad.
Romeo y Julieta, en cuanto el profesor le comunico que el rol principal era suyo corrió a contarle a su madre. Le hablaba atropelladamente, tratando de expresar porque para él era tan importante, que debía ser perfecto, tenía que concentrarse. Más que una conversación entre dos parecía un soliloquio, un intento por reconfortarse.
“No tienes porque estar nervioso hijo mío. Todo va a salir bien” podía oírle sonreír del otro lado.
Repetía las letras en su habitación, se sabía el texto de memoria. No obstante, se sentía inseguro. Golpearon la puerta sacándolo de su concentración, maldijo por lo bajo pensando que era Susana o alguna otra chiquilla. Enorme fue su sorpresa al ver al cartero, y a sus pies una enorme caja, según pudo deducir por los sellos, este venía de casa. Le hizo pasar rápidamente, ayudándole a cargarla pues se veía pesada. Entrego la propina, cerró la puerta para luego darse a la tarea de abrir el paquete. Su corazón se detuvo al ver la enorme bocina. El Gramófono de su abuelo. ¿Pero, cómo? Su padre jamás lo habría permitido. Saco las partes con cuidado, colocándolo en su escritorio, al fondo de la caja un disco acompañado de un sobre.
Tu madre me contó la noticia…
… te dejo el disco con la canción que me ayudara a conquistar a tú madre. Romeo
… quería que una parte de nosotros, y de tu abuelo, estuvieran contigo para ese gran día.
Con amor Richard G.
Amor, ternura, miedo. Los sentimientos se acumulaban y mezclaban. Se sentía agradecido y tremendamente nervioso, no sabía que sucedería si lo hacía funcionar. No quería verse preso de esos ojos que no podía encontrar. La tarde del estreno, tomó el disco depositándolo en el plato. Respiro profundo, como hiciera esa noche en casa de sus padres, agarró la manilla para hacerle funcionar. Las notas llenaban el ambiente, la voz de Andrea retumbaba en las paredes… No había neblina, ni el sonido del océano o el brillar de esos verdes ojos. Con pesar escucho la canción hasta el final. Miró a los cielos, encomendándose a su abuelo y salió.
Se cerraba el telón, podía oír los vítores del entusiasta público. Se levantaron los actores del sepulcro para unirse a sus compañeros. De la mano, todos juntos, esperaban a que levantaran el enorme lienzo. Se acercaron al borde del escenario para recibir los aplausos… Allí estaban, los ojos que buscaba, sentada estaba al lado de Susana. Contrariado siguió el ritual de cierre. Se apresuró hacía su camarín para cambiarse, las ansias y los dedos no le ayudan. Furioso consigo mismo terminó de vestirse en medio de los insultos que lanzaba al aire. Golpes en su puerta, se acercó a ella maldiciendo por lo bajo. ¡Jodidas groupies! Se detuvo un momento detrás de la puerta, poniendo una mueca parecida una sonrisa se dispuso a abrirla.Detrás de Susana, estaba ella…