MIL AÑOS CONTIGO
CAPÍTULO VIII
POR YURIKO YOKINAWA
CAPÍTULO VIII
POR YURIKO YOKINAWA
Terry y Candy comenzaron a escribirse, empezaron con un saludo y poco a poco fueron ganando confianza. Había un sentimiento de por medio entre ellos, pero realmente eran unos completos desconocidos, compartieron información de lo que solían soñar e investigación hemerográfica de la época. La doctora no podía creer lo que había acontecido. En cuanto regresara, buscaría en el acervo familiar algún indicio que conectara las historias de los jóvenes del pasado con su presente. Se preguntaba por qué tanta maldad, injurias y calumnias desprestigiaron a dos seres que se amaban… celos, envidia, un amor no correspondido; ¿eso sería uno de los causales por lo cual los asesinaron?
El tiempo no era aliado para los dos, la estancia para la doctora en Nueva York estaba por concluir. Terry le insistió que se quedara un día más, ya que ella pretendía regresar a Chicago esa misma tarde en cuanto terminara su guardia nocturna. Ni uno sugirió verse ni de incógnito en el hospital, podrían haber provocado un encuentro en el cambio de turno ya que Terry iba todas la tardes noche a visitar a su esposa y se retiraba antes del enlace no sin antes preguntar por la salud de Susana. Candy podía llegar demasiado temprano al hospital, pero no, prefería quedarse con el deseo de verlo, aunque sea de lejos, incluso, percibió que la paciente se alteraba ante la presencia de ella, es por ello, que también solicitó que la enviaran al pabellón infantil, así menos tendrían posibilidades de coincidir.
Terry llegó con media hora de anticipación a la cita, había reservado la mejor mesa en el Restaurante vegetariano el Blossom, consideró un buen lugar para comer y charlar tranquilamente, no sabía con exactitud los gustos culinarios de la rubia, pero por su complexión, infería que guardaba la línea. Candy llegó un poco retrasada, se disculpó por ello, se excusó el no conocer la ciudad y los problemas que tuvo para llegar transbordando en el metro para finalizar luego con un taxi que la llevara al lugar citado. Conforme iba hablando él se hacía chiquito de la vergüenza, debió prever que ella no vivía en la ciudad y que no tenía medio de transporte. Su sonrojo fue notado por Candy, mentalmente reconoció que se veía sexi en ese tipo de situaciones. Al terminar su disculpa recargó sus codos en la mesa con las manos entrelazadas para apoyar su barbilla y regalarle una sonrisa, de forma espontánea e inconsciente le estaba coqueteando con unos ojos chispeantes que pedía ser traspasado por la mirada azul de su acompañante. Terry realizó el mismo ademán y clavó su vista hacia las pupilas verdes de ella. Una tensión sexual podía sentirse entre ellos, como un par de adolescentes inexpertos queriéndose tocar por primera vez.
La sonrisa de medio lado y los hoyuelos que se le formaban la cautivó, sí, era él, el chico de sus sueños, todo él le encantaba, se preguntaba si besaría igual o mejor. Ella podría perderse en la profundidad de su mirada, de su alma, era tan transparente… no le podría ocultar nada en caso de que ella le preguntara cualquier cosa. Esa ensoñación del momento la deseaba vivir. Lo mismo sentía Terry, con la mirada le decía lo que con palabras no le era posible, mirar sobre las pupilas de aquella mujer el amor que libremente expresaba, sin temor a nada. Su rostro dulce y tierno la hacía ver infantil con esa nariz bañada en pecas y muy graciosa cuando lo fruncía en el momento en que se sentía incordiada. Era la primera cita, dos desconocidos en apariencia, porque estando frente a frente parecía que se conocían de toda la vida y que habían tomado la decisión de ser solo amigos porque ellos ya habían hechos sus vidas. Esta vez no habría promesas, el hubiera y el quizá no existía para dos seres que con solo estar uno cerca del otro sentían el deseo de abrazarse y no soltarse nunca más.
El mesero del lugar les hizo recuperar la compostura, tomaron la carta, en lo que fingían leerlo le dijeron que le llamarían en cuanto decidieran ordenar. Unas risillas de complicidad compartieron. Cruzaron unas cuantas palabras, se tomarían el resto de la tarde. Pidieron un par de ensaladas, una italiana y otra mediterránea, el vino de la casa, charlaron anécdotas de su infancia, juventud, sueños, deseos, familia y matrimonio. No había nada malo qué contar, pero era necesario hablarlo… Terminaron de comer después de dos horas entre pláticas y mas comida, ese lugar preparaban los mejores platillos y postres que jamás habían probado. Se engañaban ellos mismos, solo hacían tiempo para seguir en compañía uno del otro. Después de pagar la cuenta le pidió que la acompañara a otro lugar, ella preguntó dónde, pero él le pidió que confiara. Salieron del restaurant para dirigirse a la Grand central Terminal.
Ella apretó la mano de él por instinto, ya había estado en ese lugar, pero las emociones no se comparaban con la que sentía en ese momento. Los recuerdos de un viaje de Chicago a Nueva York… Lágrimas de la doctora comenzaron a surcar por sus mejillas. Terry se acercó a su oído y le preguntó en dónde había estado ella durante todo ese tiempo que la había buscado y ella le respondió con un suspiro, disculpándose por estar ocupada y haciendo un mohín agregó que no entendía haciendo qué. El reloj central anunciaba la llegada del tren, los rayos del sol del atardecer se filtraba por los ventanales iluminando los rostros de los jóvenes, Terry le hizo una venia invitándola a bailar, su sonrojo fue tal, no sabía por qué, jamás había hecho algo loco en público o porque recuerdos se colaban en su mente, ellos disfrazados de Romeo y Julieta… le dio la mano aceptando la invitación, bailaban al compás de sus corazones, y, de pronto, el universo conspiraba para abrazarlos en una línea entre pasado y presente. El destino volvía a reunirlos, y ellos sin importarles nada de lo que sucediera a su alrededor siguieron bailando ante la mirada de la gente que veía el amor que transmitían.
Terry dejó a Candy en la entrada de su hotel, se despidieron con un abrazo, agradecieron su compañía y quedaron en seguir escribiéndose. Esa tarde jamás lo olvidarían. Lo merecían, por supuesto, la vida les debía a esos dos seres del pasado ser felices por un momento en el presente, aunque tampoco había sido justa el no haberse encontrado a tiempo. Candy entró a su habitación, se quitó los zapatillas y comenzó a tararear una canción y bailar con ella misma, su corazón estallaría por todas las emociones acumuladas, quizá hubiera colapsado con un beso, lo deseaba, pero en el fondo le agradecía a Terry que no lo hubiera intentado.
Susana había mejorado en su salud a excepción de su estado anímico, ese día se encontraba ansiosa, le pedía a su madre que localizara a su esposo, pero la señora Marlowe le decía que él estaba en la empresa y que mas tarde vendría, incluso, intentaba convencerla de no tener a la mano el dispositivo móvil por políticas del hospital. Tuvieron que tranquilizarla mediante vía intravenosa. Susana era fuerte, no se quejaba de su enfermedad, ni siquiera sabía que lo tenía hasta que empezó con los malestares, estaba consciente que en cualquier momento Dios la llamaría. Ese era su único miedo, morir, no quería dejar solo a Terry, lo amaba a su manera y temía que alguien más se interpusiera entre ellos. Las pesadillas también la atormentaban en algunas ocasiones, por eso se había vuelto posesiva, insegura y codependiente. No queriendo ser partícipe o testigo de lo que le fuere a pasar a su esposo decidió ser ama de casa, de una u otra forma necesitaba estar cerca de él, pero por más que lo intentaba no lo lograba. El trabajo de Terry tanto en la empresa como en el teatro lo absorbía, así lo había conocido, él le daba el tiempo, incluso se iban a vacacionar una vez al año, le concedía sus deseos, era atento con ella, pero a él le faltaba algo, que le dijera de vez en cuando que la amaba, que se entregara como ella solía hacerlo. Es por eso por lo que ella divagaba con una infidelidad y era el motivo de sus constantes peleas.
Terry llegó después del cambio de turno. Le dio un beso a Susana en la frente, ella dormía plácidamente. Salió con la señora Marlowe para hablar sobre la salud de su hija. Le dio los por menores y aprovechó para reclamarle lo que la señora llamaba “falta de interés.” Al empresario no le sorprendió el reproche de su suegra, él le había anticipado que estaría ausente en el día pero que en la noche cuidaría de ella. Como iban a darla de alta al siguiente día contrataría a dos enfermeras para que la atendieran. Los diagnósticos no eran favorables, como podría estar bien, como podría tener una recaída. Él estaría para ella, dejaría el teatro y en cuanto mostrara mejoría se irían de vacaciones. No había de qué arrepentirse, no había culpas, él estaba bien consigo mismo.
Candy esperaba sus maletas en el Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago, el café que tenía en sus manos cayó al sentir el abrazo de su esposo, no esperaba verlo al menos ahí. Neal se quejó por lo caliente del líquido que le mojó el calzado y pantalón, sacó un pañuelo y comenzó a limpiarse mientras Candy se disculpaba, no lo había visto, estaba absorta en sus pensamientos, cuando se dio cuenta él estaba ahí abrazándola e intentando darle un beso, de la impresión se le resbaló el vaso. Le preguntó cautelosamente qué hacía ahí, el cual, Neal respondió que era su deber como esposo buscar a su esposa después de una larga ausencia fuera de casa. Ella solo sonrió y una decepción recorría su interior, después de cuatro años de matrimonio comprendió que no lo amaba y se sintió culpable.
El camino fue largo, jamás lo había visto como un completo extraño, su conciencia le decía que lo había traicionado cuando su corazón le gritaba que no era así, no había hecho nada malo, solo que la vida le daba un giro a su destino para presentarle al amor de su vida. ¿En dónde había estado él en todo ese tiempo? ¿Por qué ahora se habían encontrado? Neal no era malo, solo había cambiado al tiempo de casados, la rutina, sus actividades laborales, el trabajo lo absorbía demasiado y cuando estaban en casa él decía estar cansado para evitar una plática sobre las actitudes de su esposo. En ocasiones salían por obligación, ella no era de eventos sociales y de negocios, pero asistía, le aburría ese tipo de convivios, pero por el bien de la empresa lo hacía, le había prometido a su padre que pondría de su parte en ese ámbito. ¿Qué había fallado en su matrimonio? Realmente estaba destinado al fracaso desde un inicio, se dejó llevar por las atenciones que él le brindaba cuando la cortejaba, del espacio que le daba al no exigirle tiempo, en lo tierno que había sido… pero él no le hacía latir su corazón de amor al pensarlo… Tendría que hablar con él para rescatar su matrimonio o buscar la manera de llegar a buenos términos, no se le hacía justo para ambos vivir así. Llegaron a casa, cenaron y como ambos estaban cansados y con trabajo para el día siguiente se fueron a descansar.
Semanas completas había pasado, todos los días había un mensaje de aquellos dos amigos que se contaban su día a día. Susana aparentemente iba mejorando, de repente tenía recaídas. Entre hospital y trabajo Terry iba de un lado a otro. Le contaba a la rubia que estaba planeando un viaje relámpago a las Bahamas, estarían tres días con sus noches, así que no se podría comunicar con ella en ese lapso. Candy le deseaba buen viaje y asolearse lo suficiente para que recuperara un poco de color. La rubia cerró su correo electrónico, se había acostumbrado a él… al menos la leía y le prestaba atención, cosa que a su esposo no lo hacía, él la evadía cuando intentaba un acercamiento de diálogo y peor aún, el de un rechazo meramente sexual, no discutían por ello, pero ella sí que notaba como Neal estaba mas distante y mal humorado.
Elisa seguía presionando de una u otra forma mas tiempo para ella y su hijo, él iba creciendo y requería de su padre, una familia completa y Neal no quería entenderlo, solo le daba largas y largas. Ella ya no quería ser la otra mujer, la que siempre callaba, la que no podía hablar ni escuchar de amor, la que espera en una habitación, en la que puede dejarse ver con él en los viajes de negocios, llevarle la agenda, de enviarle flores y regalos a su esposa en aniversarios y cumpleaños. Ella tenía que estar atenta a lo que necesitara, estaba cerca en sus éxitos y fracasos. Le estaba dando lo mejor de su vida, juventud, alegría, amor, pasión. Ese silencio se estaba convirtiendo en un grito desesperado y Neal hacía oídos sordos a su deseo de darle un lugar en su vida.
Arregló la pañalera de Benjamín. Estaba decidida, hoy faltaría al trabajo. Tomó a su bebé y abordó su automóvil para el hospital Santa Juana.
El tiempo no era aliado para los dos, la estancia para la doctora en Nueva York estaba por concluir. Terry le insistió que se quedara un día más, ya que ella pretendía regresar a Chicago esa misma tarde en cuanto terminara su guardia nocturna. Ni uno sugirió verse ni de incógnito en el hospital, podrían haber provocado un encuentro en el cambio de turno ya que Terry iba todas la tardes noche a visitar a su esposa y se retiraba antes del enlace no sin antes preguntar por la salud de Susana. Candy podía llegar demasiado temprano al hospital, pero no, prefería quedarse con el deseo de verlo, aunque sea de lejos, incluso, percibió que la paciente se alteraba ante la presencia de ella, es por ello, que también solicitó que la enviaran al pabellón infantil, así menos tendrían posibilidades de coincidir.
Terry llegó con media hora de anticipación a la cita, había reservado la mejor mesa en el Restaurante vegetariano el Blossom, consideró un buen lugar para comer y charlar tranquilamente, no sabía con exactitud los gustos culinarios de la rubia, pero por su complexión, infería que guardaba la línea. Candy llegó un poco retrasada, se disculpó por ello, se excusó el no conocer la ciudad y los problemas que tuvo para llegar transbordando en el metro para finalizar luego con un taxi que la llevara al lugar citado. Conforme iba hablando él se hacía chiquito de la vergüenza, debió prever que ella no vivía en la ciudad y que no tenía medio de transporte. Su sonrojo fue notado por Candy, mentalmente reconoció que se veía sexi en ese tipo de situaciones. Al terminar su disculpa recargó sus codos en la mesa con las manos entrelazadas para apoyar su barbilla y regalarle una sonrisa, de forma espontánea e inconsciente le estaba coqueteando con unos ojos chispeantes que pedía ser traspasado por la mirada azul de su acompañante. Terry realizó el mismo ademán y clavó su vista hacia las pupilas verdes de ella. Una tensión sexual podía sentirse entre ellos, como un par de adolescentes inexpertos queriéndose tocar por primera vez.
La sonrisa de medio lado y los hoyuelos que se le formaban la cautivó, sí, era él, el chico de sus sueños, todo él le encantaba, se preguntaba si besaría igual o mejor. Ella podría perderse en la profundidad de su mirada, de su alma, era tan transparente… no le podría ocultar nada en caso de que ella le preguntara cualquier cosa. Esa ensoñación del momento la deseaba vivir. Lo mismo sentía Terry, con la mirada le decía lo que con palabras no le era posible, mirar sobre las pupilas de aquella mujer el amor que libremente expresaba, sin temor a nada. Su rostro dulce y tierno la hacía ver infantil con esa nariz bañada en pecas y muy graciosa cuando lo fruncía en el momento en que se sentía incordiada. Era la primera cita, dos desconocidos en apariencia, porque estando frente a frente parecía que se conocían de toda la vida y que habían tomado la decisión de ser solo amigos porque ellos ya habían hechos sus vidas. Esta vez no habría promesas, el hubiera y el quizá no existía para dos seres que con solo estar uno cerca del otro sentían el deseo de abrazarse y no soltarse nunca más.
El mesero del lugar les hizo recuperar la compostura, tomaron la carta, en lo que fingían leerlo le dijeron que le llamarían en cuanto decidieran ordenar. Unas risillas de complicidad compartieron. Cruzaron unas cuantas palabras, se tomarían el resto de la tarde. Pidieron un par de ensaladas, una italiana y otra mediterránea, el vino de la casa, charlaron anécdotas de su infancia, juventud, sueños, deseos, familia y matrimonio. No había nada malo qué contar, pero era necesario hablarlo… Terminaron de comer después de dos horas entre pláticas y mas comida, ese lugar preparaban los mejores platillos y postres que jamás habían probado. Se engañaban ellos mismos, solo hacían tiempo para seguir en compañía uno del otro. Después de pagar la cuenta le pidió que la acompañara a otro lugar, ella preguntó dónde, pero él le pidió que confiara. Salieron del restaurant para dirigirse a la Grand central Terminal.
Ella apretó la mano de él por instinto, ya había estado en ese lugar, pero las emociones no se comparaban con la que sentía en ese momento. Los recuerdos de un viaje de Chicago a Nueva York… Lágrimas de la doctora comenzaron a surcar por sus mejillas. Terry se acercó a su oído y le preguntó en dónde había estado ella durante todo ese tiempo que la había buscado y ella le respondió con un suspiro, disculpándose por estar ocupada y haciendo un mohín agregó que no entendía haciendo qué. El reloj central anunciaba la llegada del tren, los rayos del sol del atardecer se filtraba por los ventanales iluminando los rostros de los jóvenes, Terry le hizo una venia invitándola a bailar, su sonrojo fue tal, no sabía por qué, jamás había hecho algo loco en público o porque recuerdos se colaban en su mente, ellos disfrazados de Romeo y Julieta… le dio la mano aceptando la invitación, bailaban al compás de sus corazones, y, de pronto, el universo conspiraba para abrazarlos en una línea entre pasado y presente. El destino volvía a reunirlos, y ellos sin importarles nada de lo que sucediera a su alrededor siguieron bailando ante la mirada de la gente que veía el amor que transmitían.
Terry dejó a Candy en la entrada de su hotel, se despidieron con un abrazo, agradecieron su compañía y quedaron en seguir escribiéndose. Esa tarde jamás lo olvidarían. Lo merecían, por supuesto, la vida les debía a esos dos seres del pasado ser felices por un momento en el presente, aunque tampoco había sido justa el no haberse encontrado a tiempo. Candy entró a su habitación, se quitó los zapatillas y comenzó a tararear una canción y bailar con ella misma, su corazón estallaría por todas las emociones acumuladas, quizá hubiera colapsado con un beso, lo deseaba, pero en el fondo le agradecía a Terry que no lo hubiera intentado.
Susana había mejorado en su salud a excepción de su estado anímico, ese día se encontraba ansiosa, le pedía a su madre que localizara a su esposo, pero la señora Marlowe le decía que él estaba en la empresa y que mas tarde vendría, incluso, intentaba convencerla de no tener a la mano el dispositivo móvil por políticas del hospital. Tuvieron que tranquilizarla mediante vía intravenosa. Susana era fuerte, no se quejaba de su enfermedad, ni siquiera sabía que lo tenía hasta que empezó con los malestares, estaba consciente que en cualquier momento Dios la llamaría. Ese era su único miedo, morir, no quería dejar solo a Terry, lo amaba a su manera y temía que alguien más se interpusiera entre ellos. Las pesadillas también la atormentaban en algunas ocasiones, por eso se había vuelto posesiva, insegura y codependiente. No queriendo ser partícipe o testigo de lo que le fuere a pasar a su esposo decidió ser ama de casa, de una u otra forma necesitaba estar cerca de él, pero por más que lo intentaba no lo lograba. El trabajo de Terry tanto en la empresa como en el teatro lo absorbía, así lo había conocido, él le daba el tiempo, incluso se iban a vacacionar una vez al año, le concedía sus deseos, era atento con ella, pero a él le faltaba algo, que le dijera de vez en cuando que la amaba, que se entregara como ella solía hacerlo. Es por eso por lo que ella divagaba con una infidelidad y era el motivo de sus constantes peleas.
Terry llegó después del cambio de turno. Le dio un beso a Susana en la frente, ella dormía plácidamente. Salió con la señora Marlowe para hablar sobre la salud de su hija. Le dio los por menores y aprovechó para reclamarle lo que la señora llamaba “falta de interés.” Al empresario no le sorprendió el reproche de su suegra, él le había anticipado que estaría ausente en el día pero que en la noche cuidaría de ella. Como iban a darla de alta al siguiente día contrataría a dos enfermeras para que la atendieran. Los diagnósticos no eran favorables, como podría estar bien, como podría tener una recaída. Él estaría para ella, dejaría el teatro y en cuanto mostrara mejoría se irían de vacaciones. No había de qué arrepentirse, no había culpas, él estaba bien consigo mismo.
Candy esperaba sus maletas en el Aeropuerto Internacional O’Hare de Chicago, el café que tenía en sus manos cayó al sentir el abrazo de su esposo, no esperaba verlo al menos ahí. Neal se quejó por lo caliente del líquido que le mojó el calzado y pantalón, sacó un pañuelo y comenzó a limpiarse mientras Candy se disculpaba, no lo había visto, estaba absorta en sus pensamientos, cuando se dio cuenta él estaba ahí abrazándola e intentando darle un beso, de la impresión se le resbaló el vaso. Le preguntó cautelosamente qué hacía ahí, el cual, Neal respondió que era su deber como esposo buscar a su esposa después de una larga ausencia fuera de casa. Ella solo sonrió y una decepción recorría su interior, después de cuatro años de matrimonio comprendió que no lo amaba y se sintió culpable.
El camino fue largo, jamás lo había visto como un completo extraño, su conciencia le decía que lo había traicionado cuando su corazón le gritaba que no era así, no había hecho nada malo, solo que la vida le daba un giro a su destino para presentarle al amor de su vida. ¿En dónde había estado él en todo ese tiempo? ¿Por qué ahora se habían encontrado? Neal no era malo, solo había cambiado al tiempo de casados, la rutina, sus actividades laborales, el trabajo lo absorbía demasiado y cuando estaban en casa él decía estar cansado para evitar una plática sobre las actitudes de su esposo. En ocasiones salían por obligación, ella no era de eventos sociales y de negocios, pero asistía, le aburría ese tipo de convivios, pero por el bien de la empresa lo hacía, le había prometido a su padre que pondría de su parte en ese ámbito. ¿Qué había fallado en su matrimonio? Realmente estaba destinado al fracaso desde un inicio, se dejó llevar por las atenciones que él le brindaba cuando la cortejaba, del espacio que le daba al no exigirle tiempo, en lo tierno que había sido… pero él no le hacía latir su corazón de amor al pensarlo… Tendría que hablar con él para rescatar su matrimonio o buscar la manera de llegar a buenos términos, no se le hacía justo para ambos vivir así. Llegaron a casa, cenaron y como ambos estaban cansados y con trabajo para el día siguiente se fueron a descansar.
Semanas completas había pasado, todos los días había un mensaje de aquellos dos amigos que se contaban su día a día. Susana aparentemente iba mejorando, de repente tenía recaídas. Entre hospital y trabajo Terry iba de un lado a otro. Le contaba a la rubia que estaba planeando un viaje relámpago a las Bahamas, estarían tres días con sus noches, así que no se podría comunicar con ella en ese lapso. Candy le deseaba buen viaje y asolearse lo suficiente para que recuperara un poco de color. La rubia cerró su correo electrónico, se había acostumbrado a él… al menos la leía y le prestaba atención, cosa que a su esposo no lo hacía, él la evadía cuando intentaba un acercamiento de diálogo y peor aún, el de un rechazo meramente sexual, no discutían por ello, pero ella sí que notaba como Neal estaba mas distante y mal humorado.
Elisa seguía presionando de una u otra forma mas tiempo para ella y su hijo, él iba creciendo y requería de su padre, una familia completa y Neal no quería entenderlo, solo le daba largas y largas. Ella ya no quería ser la otra mujer, la que siempre callaba, la que no podía hablar ni escuchar de amor, la que espera en una habitación, en la que puede dejarse ver con él en los viajes de negocios, llevarle la agenda, de enviarle flores y regalos a su esposa en aniversarios y cumpleaños. Ella tenía que estar atenta a lo que necesitara, estaba cerca en sus éxitos y fracasos. Le estaba dando lo mejor de su vida, juventud, alegría, amor, pasión. Ese silencio se estaba convirtiendo en un grito desesperado y Neal hacía oídos sordos a su deseo de darle un lugar en su vida.
Arregló la pañalera de Benjamín. Estaba decidida, hoy faltaría al trabajo. Tomó a su bebé y abordó su automóvil para el hospital Santa Juana.
CONTINUARÁ
Portada: Laura Balderas
Última edición por Yuriko Yokinawa el Lun Mayo 18, 2020 10:36 pm, editado 2 veces