SALONES DE MARMOL
La princesa miraba con desdén hacia la gran sala del palacio real, donde su señor padre el rey William había organizado un maravilloso baile para presentarla en sociedad como la más bella joya que su reino de ensueño tenía.
Esmeralda estaba triste, no le gustaba ser exhibida cual objeto debido a su inocente y tímida naturaleza. Sin embargo era tanta la devoción que sentía por su padre, que no podía negarse a darle el gusto de recibir emisarios venidos desde los confines más remotos del mundo, quienes venían con regalos y prendas exóticas y valiosas para celebrar su decimoquinto aniversario.
Aves cantoras de la China, Vasijas de oro del Africa oriental, oleos y esencias del Libano y telas preciosas desde el Indostan. No hubo nación o reino que no deseara celebrar la belleza de la mujer más hermosa y pura del mundo conocido. Los príncipes y dignatarios desfilaron frente a ella haciendo graciosas reverencias y y recitando sonetos y poemas escritos por sus artistas para conmover el corazón de la jóven, que con una gracia angelical bajaba sus parpados tornasolados en señal de agradecimiento. Más de uno de esos mozos y caballeros juró entregar la vida en combate por defender la vida de semejante ser, a lo que ella sonreía gentilmente provocando en sus observadores vuelcos en los corazones y la sensación de que un ángel les había hablado al oído en ese instante.
Pero ella volteaba hacia la ventana mirando el cielo azul, y se preguntaba, por que en ninguno de ellos había visto una mirada de ese color y esa pureza que pudiera en su corazón encender la llama del amor agape.
Por que en todas las miradas de esos hombres poderosos había un sesgo de deseo y ambición que a ella la asustaba? Por que percibía en ellos la innoble naturaleza del hombre que deseo lo bello para envilecerlo al final?
Era una niña casi, pero su alma le hablaba diciéndole que no se permitiera engañar ni por tesoros ni palabras lisonjeras. Que buscara en su aspirante la luz de unos ojos limpios por donde se asomara un espíritu puro como el suyo, que le asegurara que su amor no cambiaría cuando la lozanía de su piel se acabara al paso del tiempo.
La tertulia pasó y ya a punto de concluir, su padre le pidió decidiera quien de todos esos notables caballeros había cautivado su atención, y ella con una inocente expresión le dijo en silencio que no. Su padre suspiró con resignación cuando el chambelán real hizo el último anuncio.
"Su alteza, Ser Anthony primero, principe de Caledonia y señor de la Rosa de Invierno"
Ella lo vio venir con su obsequio entre sus manos, vestido de terciopelo azul y luciendo unos hermosos gajos dorados como melena, resplandecía llenando el salón de mármol con la dignidad de su presencia.
La princesa sintió que su corazón latió de una forma desconocida en su pecho, llevando su aurea mano hacia este para tratar de controlar la emoción, que conocerle le causó. No fue la hermosa Rosa de color niveo que llevaba en una maceta de oro la que la impresionó, ni fue el porte, el garbo y la presencia de su gracioso y varonil cuerpo, fue la pureza del azul de sus ojos con los que la miró, tan limpios y claros como el cielo de la mañana.
Al pararse frente a ella, y con una voz suave y gentil, no dijo un soneto ni recitó los dragones que mataría por ella, ni los reinos que conquistaría para ponerlos a sus pies, no.
"Cuando el tiempo llegue que las rosas se marchiten y la primavera y el verano de nuestras vidas pasen, yo te prometo que mi amor permanecerá inmutable y eterno, y cuidaré cada día de mi vida que la llama de nuestro cariño no se apague aunque sople frío el invierno."
La sonrisa de Esmeralda se mostró amplia y esplendorosa como una paloma que abría sus alas, iluminando el salón como un anuncio de que finalmente su corazón había sido cautivado. Su padre anuncio que la hora del banquete había llegado y que los esponsales habrían de realizarse con la siguiente luna nueva.