Lo último que le pareció ver fue el crepúsculo, su delicada luz apenas iluminando los cielos. Cerró los ojos, evocando la promesa que había escrito algún día. Pero al abrirlos nuevamente notó que el escenario no era el mismo. Transitaba arriba de un tren, aparentemente sin un rumbo fijo; y al menos en ese vagón, sólo estaba él. Inquieto observo a su alrededor, efectivamente todos los asientos estaban vacíos. Sus pulsaciones comenzaron a aumentar, miró por ambas ventanas buscando adivinar donde se encontraba, pero no era capaz de reconocer nada. En su costado izquierdo se veía un muro agrietado, lleno de balcones, ventanales y aún más ventanas; sucios, resquebrajados, sin gracia. Dirigió la vista a su derecha, un cielo oscuro, color ocre, sin nubes y de cuando en cuando, un montón de fierros, partes de lo que parecía un túnel. ¿Cómo y cuándo había llegado a este extraño lugar? Estaba seguro que su avión había sido derribado… Después de eso, nada.
Quiso levantarse para inspeccionar más no pudo. La inclinación del tren, y su velocidad, no se lo permitía. Parecía ir en acenso por esta extraña montaña, y no había señales que indicaran que en algún momento fuera a parar. Llevo los dedos al puente de su nariz, acomodando los lentes, intentando mantener la calma, necesitaba aquietar el corazón que parecía en cualquier momento iba a estallar. Pegó los ojos al suelo, procurando respirar. Pensando que nada duraba para siempre, nada. De haber podido no levantaba la vista, pero el fuerte frenazo le llevaron a dejar su estratégica inercia, estirando los brazos agarrándose de la butaca que tenía en frente. Estaba ya en la cima, o al menos eso parecía.
Diiiiiing-Dong. Diiiiing-Dong. Parecía más un llanto que el sonido de un campanario. Un escalofrió le recorrió por completo. Haciéndose de valor dejó su asiento, buscando la salida. Frente a él, al bajar del tren, un cementerio y al final de este un enorme reloj, cuya única manilla marcaba sólo una hora. La hora del crepúsculo…
Quiso levantarse para inspeccionar más no pudo. La inclinación del tren, y su velocidad, no se lo permitía. Parecía ir en acenso por esta extraña montaña, y no había señales que indicaran que en algún momento fuera a parar. Llevo los dedos al puente de su nariz, acomodando los lentes, intentando mantener la calma, necesitaba aquietar el corazón que parecía en cualquier momento iba a estallar. Pegó los ojos al suelo, procurando respirar. Pensando que nada duraba para siempre, nada. De haber podido no levantaba la vista, pero el fuerte frenazo le llevaron a dejar su estratégica inercia, estirando los brazos agarrándose de la butaca que tenía en frente. Estaba ya en la cima, o al menos eso parecía.
Diiiiiing-Dong. Diiiiing-Dong. Parecía más un llanto que el sonido de un campanario. Un escalofrió le recorrió por completo. Haciéndose de valor dejó su asiento, buscando la salida. Frente a él, al bajar del tren, un cementerio y al final de este un enorme reloj, cuya única manilla marcaba sólo una hora. La hora del crepúsculo…
CONTINUARA...