A decir verdad, una densa niebla lo cubría todo afuera. Una niebla espesa y gris, que parecía venir del claro del bosque pero, extrañamente, se dirigía, como a voluntad propia, directamente hacia la mansión.
Los galgos que cuidaban la propiedad, se cuadraron a ladrar con cada vez más furia; pero de inmediato, con un par de gemidos, corrieron hacia la el patio a buscar refugio.
Los pavos reales, orgullo vanidoso del moreno, encogieron sus coloridas colas, y se escondieron entre los rosales.
Y Silvia, la gata consentida de la casa, se quedó sentada en el quicio de la escalinata de la entrada, moviendo su fina cola en forma de S, mirando con los ojos iluminados de un raro resplandor rojizo, la niebla que se acercaba envolviéndolo todo.
Una escalofriante y casi susurrada risa de mujer, salió de en medio de la niebla seguida de otras más; como si fueran niñas malvadas y traviesas que trataban de esconder una macabra travesura; haciendo que la gata erizara los pelos de su lomo. Tras un fuere bufido, seguido de un gruñido; Silvia salió corriendo a encaramarse a un árbol cercano; desde el cual fue silenciosa testigo de lo que la niebla traía consigo.
En una de las elegantes habitaciones, la señorita de la casa tenía un sueño agitado; y en la habitación principal, los progenitores, no parecían estar mejor.
Como si fuera obra de algún conjuro macabro, a medida que la niebla se cerraba en torno a la Mansión Leagan, la familia entera era presa de macabras pesadillas que, no les permitían el sueño de los justos... (quizá porque no lo eran) y al mismo tiempo, les negaban el alivio de lograr despertar...
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- Toma mi mano, hermanita...- balbuceaba Neil, entre sueños a la niña de bucles y zapatitos de charol que, en sueños, le acompañaba.
Cual proverbiales Hansel y Gretel, perdidos en un bosque nocturno; ambos niños se adentraban en la oscuridad de una arboleda hasta llegar a un claro hacia donde unas macilentas luces les guiaron.
Una carpa maltrecha y de colores desvaídos se levantaba, alumbrada apenas por unas tristes antorchas.
- ¡Bienvenidos!- una voz masculina les llamó la atención - ¡Pasen adelante a admirar las maravillas que el mundo esconde!
Un hombre enmascarado, de traje y sombrero les hacía una profunda reverencia, indicándoles con la mano enguantada, la entrada hacia un oscuro pasillo.
- No tenemos dinero para el boleto - dijo el muchacho, mientras su hermana se aferraba a su mano.
- No cobramos la entrada - respondió el hombre, aún en reverencia - nunca cobramos a nuestros primeros clientes...Pasen a estas pequeñas vacaciones nocturnas ¡Se sentirán como en casa!
Los dos niños ingresaron hacia la oscuridad del interior de la carpa...
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- ¿Qué diablos está pasando allá afuera? - Raelana el ama de llaves de la Mansión, salía de su habitación apenas atándose la bata.
- Miss Realana ¡algo pasa allá afuera! - exclamó la chef, retirándose un par de rulos.
-¡Ya me di cuenta Mimi! - exclamó la malagueña, buscando mirar por la ventana.
-¡No se asomen! - escucharon en una exclamación, y la Condesa Wendolyn aparecía, todavía con restos de su mascarilla facial - Algo muy extraño pasa allá afuera.
- ¿En serio? ¡Es que si no lo dices no me entero! - exclamó Raelana.
- ¿¡Es que en esta casa, ni siquiera en las mazmorras se puede dormir!? - De las catacumbas venía apareciendo Gezabel, con su bata negra de larga cola, que su asistenta Igzell, todavía medio dormida y peliparada, venía cargando para que no se barriera en el suelo.
- ¡Algo muy raro pasa allá afuera! – Exclamó Anjou, recogiéndose la bata lila...
- ¡No me digas! ¿Cobradores? ¡Igzell mi sierra...!
- ¡No, no son cobradores! - exclamó Magacafi - Es... es otra cosa.
- ¿Pero qué es? - preguntó Igzell en medio de un bostezo.
Por respuesta, una risa masculina se escuchó por toda la mansión.
- ¿Neil? - dijo Wendolyn, empezando a correr a donde escuchaba la risa de su amado.
- ¡No! - exclamó Gezabel, agarrando a la Condesa del brazo - No vayas Wendo... Ese... ese no era Neil.
- ¡Suéltame loca! ¿Que no ves que mi gatito está teniendo un mal sueño?
- ¡Hazme caso o te amarro condesa lujurienta! - dijo Geza, zarandeando a la mujer, despeinándola toda -... Ese no es Neil ¡Yo sé lo que te digo!
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Adentro de la oscura carpa, los hermanos miraban en todas direcciones; a los payasitas de cadavéricas miradas, la joven que hacía de blanco para el lanzador de cuchillos, tenía varios clavados en el cuerpo, pero les sonrió sin inmutarse siquiera.
Las contorsionistas, se retorcían como serpientes, mirándolos con sus ojos iluminados como los de un gato, y la trapecista, en lugar de trapecio, se colgaba de una soga apretada en su cuello haciendo su peligroso acto de un modo que ellos nunca antes lo habían visto.
La domadora de león, agitaba su fino látigo hacia el animal que más que león parecía una quimera; y la adiestradora de caballos, hacía elevar en dos patas a un gigantesco equino negro de ojos rojos que echaba humaredas por las narices...
- Neil... - dijo la niña aferrada temblorosa al brazo de su hermano mayor - ¡Vámonos a casa!
- Sí, mejor vámonos... - respondió el muchacho.
Pero al dar media vuelta, el enmascarado de sombrero les cortó el paso.
- ¿Se van tan rápido? ¡Espero que no los hayamos asustado!
- Es que ya es tarde y debemos marcharnos... señor.
- ¡Pero aún no han visto nuestro acto estrella!
El hombre señaló sobre el hombro de Neil, quien al darse vuelta vio que ya no tenía a su hermana cerca.
La mujer de los cuchillos la ataba al madero el cual comenzó a hacer girar rápidamente mientras los cuchillos volaban como saetas golpeando el madero.
El grito desesperado de la niña retumbó en los oídos del muchachito moreno, mientras palidecía sudando frío, rogando que ningún cuchillo hiriera su carne...
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-¡Esa fue la “sita” Eliza! - Exclamó Mayo Siete, que se había unido al grupo, junto con Mar, Nobuko y Anilatak.
- ¡Pero si yo pasé por su cuarto cuando bajaba! - explicó la Nobuko, arremangándose su kimono - dormía tranquila.
- Entonces no era Eliza... - dijo Mar, cruzada de brazos.
- ¡Pucha la lesera! - exclamó Cilenita - ¿Qué weá pasa entonceh?
- ¿¡Pero qué es esto!? - Preguntó Anilatak, mientras veía cómo la niebla se adentraba por debajo de la puerta de entrada.- ¡Traigan con qué tapar, esto más que niebla parece humo!
- ¡Sí es niebla, pero no es normal! - exclamó Lorena - ¡Hay que despertar a los señores!
- ¿Y qué les vamos a decir? - preguntó Azucena - ¿Que hay niebla esta noche? ¡Linda la novedad!
- ¿Y qué tal si les decimos que una cosa extraña ha aparecido en el claro frente a su casa?- preguntó Yaro.
- ¿De quéstai hablando, "cabra"?- preguntó Zarina.
Por toda respuesta la joven señaló por la ventana a través de la cual miraba.
Las demás se asomaron junto a ella, abriendo mucho los ojos y ahogando una expresión de asombro...
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-¡Señor por favor...! - exclamó el joven Neil agarrándose del traje del enmascarado que les había recibido - ...Haga que suelten a mi hermana ¡Ella es muy pequeña, no puede hacerle eso!
- Pero amigo mío - dijo el hombre tomándolo de un hombro - ¡El show debe continuar!
El muchacho miró a su alrededor y vio las gradas llenas de seres oscuros y espectrales que, enmascarados como su interlocutor, aplaudían furiosamente al tétrico acto que se presentaba.
- Pero... ¡Pero mi hermanita no es una artista de su show! - exclamó el chico - ¡mi hermana es solo una niña inocente...!
- ¿Estás seguro de eso mi joven amigo? ¿Y tú, qué tal inocente eres tú?
- Yo... yo... ¡Yo solo quiero irme a mi casa! - gimió el chico - Por favor... ¡Por favor, deje que nos vayamos a casa!
- Yo creo que deberías quedarte... - dijo el hombre - yo creo que aquí te va a gustar...
- No, no... - balbuceó el chico.
- Sí, yo creo que aquí te sentirás como en casa; te sentirás como si pertenecieras aquí.
- ¡Pero no pertenecemos aquí! - exclamó el muchachito, envalentonado - Yo soy Neil Leagan, y ella es Eliza Leagan ¡Somos hijos de Raymond y Sarah Leagan! ¡Los Leagan somos una de las familias más adineradas de Chicago! Así que nos dejará ir ahora, o si no...
- ¿Leagan? ¿Leagan?... ¡Vaya la coincidencia para grande! -decía el hombre mientras se quitaba el sombrero de copa - ¡Yo también soy un Leagan!
- ¿Usted?... ¿Usted, un Leagan? No, es imposible, un Leagan jamás sería un cirquero, un Leagan...
-Tranquilo muchacho, tranquilo. Vamos relájate y verás como te sientes en casa...
-¡No! ¡No me sentiré en casa nunca! ¡Porque esta no es mi casa! ¡Este no es mi lugar!
- Oh, pero yo creo que tú perteneces aquí... mi querido amigo.
El hombre se retiró la máscara que lo cubría; Neil descubrió con terror que el hombre que los mantenía presos en aquel extraño circo, tenía su misma piel, sus mismos ojos, su misma sonrisa.
Era su propio rostro como si estuviera mirándose en un macabro espejo.
El chico, boquiabierto, dio dos pasos hacia atrás...
- ¡Bienvenido a mi pesadilla, pequeño...! - Le dijo su alter ego - ¡De la que ni siquiera despierto podrás escapar!
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... Neil despertó como impulsado como un resorte, el sudor perlaba su rostro y de un salto salió de su cama y se dirigió hacia la ventana de su habitación abriéndola con violencia.
Sus puños se crisparon temblorosos mientras dos gruesas gotas de sudor resbalaban por sus sienes.
Ante él se alzaba aquella carpa de macilentos colores, alumbrada tétricamente con unas cuántas antorchas.
A paso lento y a través de la niebla, se abrían camino diversas artistas circenses que parecían salidas de algún mal sueño extrañamente, parecía conocerlas a todas, aunque su mente todavía no acertaba discernirlo del todo...
¡Ahora sí nos cargó el payaso! - exclamó Lorena.
- Sí... ¡Literalmente! - gimió Anilatak al ver a la tétrica payasitas de labios rojos que, desde un aro de contorsionista, les sonreían de maléfica forma.
Al lado de Neil, una figura fría y vacilante se colocaba. Era Eliza, y cuando sus miradas se cruzaron, adivinó él que habían tenido la misma pesadilla... aunque ahora mismo no estaban seguros si estaban despiertos o continuaban soñando.
En medio de todas las oscuras artistas que se presentaban, el hombre de traje sombrero, se adelantó a ellos...
- ¡Bienvenidos a mi pesadilla! - exclamó el hombre retirándose la máscara que lo cubría y mostrando una sádica versión del rostro del moreno - Bienvenido a tu pesadilla, Neil Leagan... un lugar en el que te vas a sentir como en casa...