DEBER O AMOR
By..Pecas TG
Habían enviado las invitaciones hacía semanas. La iglesia, las flores y las velas, los músicos ... todo estaba dispuesto para el acontecimiento social del año. Todo menos la novia.
Acababa de llegar a casa después del trabajo aquel viernes de julio, la primera tarde que tenía solo para ella desde tiempo inmemorial. Entre las reuniones con la empresa que organizaba la boda y los distintos contratistas y despedidas de soltera, las cenas y las recepciones, apenas había tenido tiempo para pensar en las últimas semanas. Y, cómo no, su profesión como directora de contabilidad en la empresa de publicidad de su padre, le robaba gran parte de su tiempo.
Y necesitaba tiempo para pensar.
Sonó el teléfono... por sexta vez desde que había entrado en su apartamento apenas hacía media hora. Como había hecho antes, dejó que saltara el contestador.
- ¿Candy? ¿Estás ahí?
Candy reconoció la voz, de Annie era una de sus damas de honor y su mejor amiga. Pero Candy no tenía fuerzas para hablar con ella aquella noche.
- Está bien, supongo que habrás salido. Escucha, llámame cuando tengas un minuto, ¿de acuerdo? Todavía no hemos decidido si quieres que todas las damas de honor se pongan el mismo color de labios para la boda. En ese caso, tenemos que reunirnos y probamos varios pintalabios... para ver qué color nos favorece más a todas, ¿no crees? Ah, por cierto, nos gustaría almorzar contigo antes del gran día, si tienes tiempo. Bueno, llámame, ¿besos? Adiós.
Candy enterró el rostro en las manos. ¿Pintalabios? ¿Quién podía pensar en pintalabios? Candy intentaba decidir si estaba a punto de cometer el mayor error de su vida.
Volvió a sonar el teléfono. En aquella ocasión, era la voz grave de su prometido la que resonó por el altavoz del contestador.
- Candy, soy Terry. Supongo que estarás en una de tus celebraciones, o algo así. Sólo quería decirte que voy a estar muy ocupado en el trabajo durante los dos próximos días... ya sabes, adelantando tareas para que podamos irnos de luna de miel. Seguramente trabajaré todo el fin de semana. Si me necesitas, déjame un mensaje y me pondré en contacto contigo, ¿de acuerdo? Eh... Te quiero - añadió, demasiado deprisa - . Hasta pronto.
Candy levantó la cabeza, muy lentamente, y contempló la máquina como si pudiera revelarle el rostro del hombre con el que había accedido a pasar el resto de su vida. Un hombre al que había conocido desde que estaba en la cuna. Un hombre cuyo cuerpo podía visualizar tan bien como el suyo.
Un hombre que, de repente, le parecía un extraño.
Y le entró el pánico.
Media hora después, estaba saliendo por la puerta con una maleta en la mano. Había dejado un corto mensaje en el contestador de su madre para que nadie la diera por desaparecida. Candy tenía que pensar muy seriamente en su futuro, y sabía que no podría hacerlo allí.
Horas más tarde, Candy metió la llave en la cerradura de la casa del lago que sus padres habían comprado a medias con la familia de su prometido hacía años. Había empezado a llover durante el viaje hasta allí y se había empapado al salir del coche y correr a refugiarse al porche delantero.
Sacudió las gotas de lluvia de sus gruesos rizos rubios y entró en la habitación principal de la casa con un suspiro.
Hacía tiempo que no estaba allí, pensó mientras dejaba la maleta en el suelo. Los recuerdos la asaltaron cuando cerró la puerta y encendió las luces. La casa de cuatro habitaciones y dos baños era antigua pero sólida, y lo bastante espaciosa para alojar cómodamente a dos familias siempre que decidían pasar juntas las vacaciones... un hecho frecuente durante la niñez de Candy.
Deslizó los dedos por la enorme mesa redonda de roble donde habían disfrutado de tantas comidas y juegos de mesa divertidos. En el salón se habían sentado alrededor de la televisión para ver incontables películas y cintas de vídeo familiares. Habían pasado innumerables tardes cálidas y perezosas en las mecedoras del porche acristalado de la parte de atrás. Los White y los Granchester habían sido grandes amigos desde hacía muchos años. Desde que Candy tenía uso de razón, todo el mundo había coincidido en que Candy y Terry eran la pareja perfecta.
Se habían resistido durante años, siguiendo obstinadamente caminos separados, considerándose primos más que una pareja de enamorados. Habían jugado juntos, nadado en el lago, calbagado en el prado, discutido y reñido, pero nunca habían coqueteado durante su adolescencia.
Pero luego algo había cambiado. Y sin darse cuenta, Candy, a sus veinticinco años, estaba prometida con Terry, de 27, y sus orgullosas madres escogían juntas colores, encargaban flores y seleccionaban menús. Seguramente hasta habían elegido los nombres de sus nietos, pensó Candy con aquella sensación asfixiante que la dominaba a medida que se aproximaba la fecha de la boda.
Llevada por la costumbre, dejó su maleta en el dormitorio que normalmente ocupaba cuando se alojaba allí. Durante años había dormido en una de las camas gemelas de aquella habitación, y Deisy Granchester, la hermana de Terry, dos años menor que ella, había ocupado la otra. Terry tenía una habitación para él solo y los dos matrimonios dormían en los dos dormitorios restantes.
CONTINUARÁ.....Gracias por leer.