*disclaimer: Esta historia la comenzó mi adorada hija Igzell. Ella dice no tener habilidad para escribir un cachondeo, cosa que dudo XD, pero mi mente no quedó en paz después de leer su escrito. Entonces, y con su permiso, aquí esta. Les dejo los links, para que sigan la historia.
Ella actuaba con premeditación y alevosía, evitando todo contacto con él, fuera del círculo familiar. Ni las flores, los mensajes o regalos, sirvieron para convencerla de encontrarse. Las ansias de Archibald crecían en desmedro de su paciencia. Sin proponérselo, y en los peores momentos, revivía su último encuentro en la habitación de la tía abuela. Una y otra vez. Casi podía saborear los labios de su prima, y sobre sí, persistía el recuerdo del suave cuerpo de mujer que se pagaba al suyo. Era cosa de cerrar los ojos para oír sus requiebros y gemidos, haciendo insoportable la protuberancia en su pantalón. Le resultaba cada vez más difícil contenerse, buscar otras imágenes mentales que le ayudaran a enfriar su febril mente. Ahora miraba impaciente al abogado senior frente a él, hace más de media hora que ya no le oía, necesitaba despacharlo para poder encargarse de su situación. Acabada la reunión, absolutamente frustrado, tomó papel y lápiz. Esta sería su última misiva.
El chofer volvió unas horas después, por primera vez, con una respuesta.
“Nos vemos mañana, en el cumpleaños de la huérfana…”
Él también había recibido una invitación. Sin embargo, no tenía intención alguna de asistir. No por culpa de la festejada, eso ya estaba quedando atrás, pero estaba en muy malos términos con su tío. Dio vueltas por horas en su habitación, debatiéndose entre: tragarse su orgullo e ir tras aquello que deseaba, o dejar este juego por la paz. Era entonces cuando recordaba las últimas palabras que le dedicara su hermano “no dejes, nunca, que la vida te pase de largo” Esto era lo que quería e iría a por ello a costa de lo que fuera.
Se sorprendió a si mismo siendo afable con su ex prometida y su primo, a sabiendas que Annie seguramente estaba odiando su comportamiento, cosa que le provocaba gusto. Abrazó sin tapujos a Candy, ofreciéndole una silenciosa disculpa por su estúpido proceder. Ella respondió de inmediato, como sabía lo haría, la mujer que alguna vez amo no tenía una pizca de rencor en su ser. Del mismo modo, estrechó afectuosamente la mano de su flamante marido, dándole la bienvenida a la familia. No ocurrió lo mismo con William, aún guardaba un fuerte resentimiento en su contra. El saludo entre ambos fue corto y frío. Podía sentir los penetrantes ojos de la tía abuela observando sus comportamientos, pero poco le importaba. Su presencia en la mansión obedecía a otros propósitos que nada tenían que ver con la celebración del natalicio de su prima.
Eliza lo observaba desde lejos, con una sonrisa burlona en los labios. Lo vio acercarse hasta donde se encontraba con sus padres, recibiéndolo en silencio con una mirada desafiante. Él se mostró imperturbable ante ella, saludándolos a todos de forma normal, para luego darle la espalda y dirigirse al costado de la tía abuela, de quien no se despegó en buena parte de la velada, inquietando y molestando a la colorina.
La cena avanzó de forma pacífica, al menos en apariencia, dos de sus comensales se medían en silencio, esperando ver quien se quebraba primero. Al finalizar la comida, Elroy, invitó a todos al salón de té, para continuar con la velada. Los hombres hablan de negocios en un rincón, encendiendo sus puros y bebiendo de algún licor. Las mujeres interrogando a la recién casada: desde los preparativos para la luna de miel hasta las decoraciones del nuevo hogar. Eliza no prestaba la más mínima atención al cotorreo que se daba a su alrededor. Le mosqueaba ver como Archie había decidido ignorarla. Molesta, se levantó de su asiento, aludiendo a un repentino dolor de cabeza producto del encierro y el humo del tabaco de los señores, pidió permiso para retirarse un momento a los jardines de la mansión. Nadie le detuvo, todos asumieron que su molestia era la atención que Candy recibía, sin sospechar la real causa.
El olor a tierra húmeda llenaba sus pulmones, calmando su mal humor. El rosal de Anthony brillaba bajo la luna llena, la hermosa vista le volvió melancólica. Recordó sus encuentros, en este mismo jardín, como el que se dio en la habitación de la tía abuela…
—Pero tus ojos, jovencita, lucen como alejados del mundo… anda, cuenta tus bendiciones, y sedúceme…sedúceme—
—Al menos soy valiente en mostrar mis sentimientos y que si me gustó besar tus rancios labios; no soy como otros que pretende ser algo que no es y que deseando las cosas no va por eso que se le antoja.
Sonrió ante el recuerdo de su voz, que se le antojaba más profunda que la realidad. Su infantil provocación, con palabras cargadas de verdad. Ella se estaba mostrando esquiva por temor a lo que él le hacía sentir.
Unas pisadas le hicieron volver a su realidad.
—Te lo advierto, este será mi último intento, Eliza— sentenció Archie, mientras se acercaba.
El aire se tornó denso, a pesar de estar a la intemperie. La piel erizada, los sentidos alertas. Volvían a sentir esa excitación, el delicioso cosquilleo que perduraba en ellos desde ese primer encuentro. Se observaron en silencio, era un juego de ajedrez, midiendo sus próximos movimientos, todo podía perderse en un momento.
—Una y otra vez, intente acercarme a ti…— dijo casi en un susurro, manteniéndose a centímetros de Eliza. —ni una sola respuesta de tu parte ¿a qué le temes? ¿qué tiene de malo ser feliz? — con cuidado, le tomó por la cintura. — Contigo lo he sentido todo: desde odio a lujuria, de la lujuria la verdad, y de la verdad…— dejo el significado de sus palabras flotando en el aire.
La respiración entrecortada, ambos miraban hambrientos los labios semi abiertos del otro. Sin que ya le importara nada, Eliza se lanzó a devorar, habida, la boca de Archie. Gruñidos y gemidos escapan irremediablemente de sus pechos. Sus manos comenzaron a recorrerse, a reconocerse, como lo habían hecho en la habitación de Elroy. Sin soltarla de su abrazo, Archie la arrastró hasta acorralarla contra un árbol. Siempre se había considerado a sí mismo como un caballero, pero ella había robado toda su racionalidad. Eliza se apegaba a él, incitándolo aún más. Eso bastó para que terminara de tirar por la ventana el poco pudor que aún quedaba. Sin tapujos comenzó a levantar su falda, apoderándose de los muslos de la muchacha. Los gemidos eran un aliciente que iban en constante aumento, y con ellos, lejana una alarma. Detuvo su avance por un momento, apoyando su frente en la de ella.
—Si no estas lista, puedo…— un ardiente beso lo hizo callar.
—Déjate de tonterías, y sólo hazlo.
Archie tiró de la muñeca de Eliza, corriendo con ella entre medio de los rosales para llegar al invernadero. Lugar favorito de descanso de su tía Rosemary, donde sabía encontraría un diván. Respiro profundo antes de abrir la puerta de vidrio, estaba por manchar el inmaculado lugar, sólo rogaba a los cielos su primo perdonara su juventud y entendiera que cuando llega el llamado de la carne era difícil no escuchar. La excitación lo golpeó nuevamente, él la deseaba casi con locura. Eliza le dio una sonrisa socarrona mientras le empujaba dentro. Ahora era ella quien extendía su mano a modo de invitación y una mirada provocativa que prometía mucho. Comenzaron a besarse con frenesí entre tanto avanzaban por los corredores, hasta topar con el diván. Eliza cayó estrepitosamente, más no tuvo tiempo de acomodarse, el cuerpo de Archie ya estaba sobre el suyo, posicionándose entre sus piernas y azuzando su calor con un profundo beso. Las caricias se habían vuelto libidinosas. Con una mano, el impaciente amante, levantaba la falda mientras que con la otra tomaba posesión de uno de los senos, haciéndola gritar.
— Me mareas, me vuelves loco, me confundes…— dijo Archie en tanto atacaba el níveo cuello.
Eliza estaba absolutamente entregada, dejando que su amante hiciera lo que quisiera con ella. Paseo su mano por el masculino pecho, tirando de los botones en busca de piel. Archie le abrió más las piernas, apretando su miembro contra ella. Se habían vuelto unos salvajes, mordiéndose, restregándose. La colorina sintió su clítoris palpitar entre las telas, el roce ya no era suficiente, quería más. Lo apartó un momento, urgiéndolo a sacarse las incómodas prendas. Sólo la ropa interior voló, nada más era necesario. Archie volvió a acomodarse entremedio de sus piernas, empujando su miembro haciendo a su mujer jadear con fuerza. Las bolas le ardían, ella estaba muy apretada.
—Mierda…— resopló mientras se enterraba con fuerza.
Se quedó por unos instantes quieto, esperando a que ella se acostumbrara. Volvió a besarla, succionando su lengua, atacando su seno hasta hacerla gemir de nuevo. Embistió contra el húmedo sexo nuevamente, ella respondió mordiéndole el labio inferior, arqueándose por completo.
—Siii…—los ojos de Eliza se nublaron de deseo.
Archie arremetió contra la inflamada vulva, ya no podía contenerse más. Le penetró con vigor mientras mordisqueaba el lóbulo femenino, o pellizcaba un pezón.
—Ahh… estas jodidamente apretada.
Se mordió los labios buscando control, no quería que esto parara. Contuvo el aliento mientras persistía con ese alucinante mete y saca. Eliza cerró los ojos con fuerza, toda ella se estremecía entera. Ambos comenzaron a jadear con vigor, para luego transformarse en gemidos, que terminarían con un grito de éxtasis absoluto.
La abrazó con ímpetu, y depositó un casto beso en los abiertos labios que aún buscaban oxígeno. Se sentía pleno, feliz. Después vería cómo lidiar con la familia. Ya estaba hecho, ella era suya.
Última edición por cilenita79 el Lun Mayo 10, 2021 11:42 am, editado 5 veces