Muy buenas tardes hermosas Amazonas y combatientes de esta Guerra Florida 2021
Vengo a compartirles el segundo capítulo de este bello minific escrito en conjunto, por:
Gissa Graham
Odda Grandchester
Yuriko Yokinawa
Rossy Castaneda
Ayame DV
narcissus.
Agradezco mucho la oportunidad de formar parte de este maravilloso grupo formado por grandes escritoras
Un agradecimiento aparte a Ayame DV por el bello fanart y a la amazona Cici Grandchester por la bella edición para este capítulo.
Notas, acordes y un encuentro
Capítulo 2: Un melancólico claro de luna.
Por narcissus.
Abro mis ojos lentamente mientras giro hacia el lado derecho donde se encuentra esa mesita de ébano en color oscuro, un bonito detalle y de todo mi gusto en este espacio algo improvisado por las condiciones actuales.
Enciendo la lámpara que tiene una luz sutil, pero que alumbra lo suficiente para localizar y poder tomar mi dispositivo. Cinco y cincuenta y cinco minutos. Sonrío, últimamente cada día es lo mismo, despertarme justo 5 minutos antes de que mi alarma me lo indique.
Retiro de un solo movimiento el edredón y las sábanas que me han mantenido abrigado toda la noche, sintiendo al instante el cambio de clima al estar sin ellas. Bajo mis pies palpando la acogedora alfombra y me dirijo directamente al cuarto de baño.
Solo visto un pijama simple de pantalón de algodón y camiseta manga larga, ambas en color azul marino. Me gusta lo simple y cómodo a la vez. Lavo mis manos y acuno el agua fría para refrescar mi rostro. Es momento de empezar un nuevo día y esa es la mejor manera de ahuyentar toda la somnolencia que a uno le pueda quedar después de una rara y pensativa noche.
Y es que lo que ha pasado ayer ha sido por decir lo menos, raro. Que “alguien” haya sido mi compañero de piano en esa melodía que siempre ha representado un dolor de cabeza no es algo que suceda normalmente. Era mucho más probable que alguien viniera a hacerme callar por enésima vez, a que alguien se sumara a mi concierto para uno.
Pero sucedió, y fue esa situación la que me mantuvo sin quererlo ni planearlo tratando de darle un rostro y una personalidad a mi enigmático compañero o compañera de concierto.
¿Podría ser acaso una bella señorita, quien estudia música, o que tal vez trabaje de ello? Tal vez con una larga cabellera castaña, o pelirroja —aunque prefiero que no, tengo malos recuerdos de una de ellas— o tal vez rubia… ¿Podría ser que sea menor que yo? Menor de 28 años y dominando a Chopin y su Minute Waltz, no sé si eso deba de hacerme sentir mal.
Sonrío al pensar que podría terminar siendo una tierna ancianita quien en sus tiempos de juventud ejerció como profesora y al escuchar mi falla “se ofreció” amablemente para ayudarme con mi tropiezo musical.
Después de esos pensamientos alocados me dispuse a descansar, después de todo, y tal vez con algo de suerte, mañana podría averiguar algo más si mi enigmático vecino me acompaña nuevamente al piano.
Sin perder más tiempo, cambio mi ropa por algo más adecuado para iniciar mi rutina de ejercicios. Un short a media pierna sin bolsillos y una camiseta de manga larga en color gris oscuro, ambos de la marca Reebok.
Siempre he preferido los deportes al aire libre como la equitación y de verdad no sé qué daría por tener a mi yegua Teodora en estos momentos, y, como en nuestros tiempos de antaño, recorrer sobre su lomo grandes distancias de verde espesor, admirando los paisajes, dejando que el viento golpeara mi rostro y se llevara de esa forma todos los pensamientos que me agobiaban, haciéndome sentir libre. Sí, sobre el lomo de Teodora siempre fui libre.
Sin embargo, la situación actual obliga a resguardarnos por nuestra seguridad y la de los demás, por lo que en un improvisado saloncito he diseñado mi propio gimnasio con lo más básico, y con lo cual cada día realizo mi rutina, haciendo quince minutos en la caminadora como forma de calentamiento, posteriormente realizo pesas ya sea con la barra o sobre el banquillo, algunos saltos de cuerda, por supuesto que no pueden faltar las flexiones de codos, terminando con unos 20 minutos de bicicleta estática.
Después de mi sesión me dirijo a la ducha. Mi ropa está empapada, la despego de mi cuerpo y la dejo en el cesto de ropa en color blanco que hay en el baño con ese fin. Ya bajo la regadera dejo que el agua caliente recorra mi cuerpo, voy sintiendo como mis músculos empiezan a relajarse después del esfuerzo al que los he sometido, se lo merecen. Disfruto unos minutos de esa deliciosa sensación, cerrando los ojos y olvidándome por cinco minutos, de todo lo que pasa afuera.
La pandemia, por mucho que uno no quiera admitirlo, también nos ha ayudado a darnos cuenta de lo poco o nada que valoramos los pequeños y simples momentos placenteros de la vida, como tomar una ducha.
Ya en la cocina se me antoja prepararme un buen omelette con champiñones y espinacas. Mientras busco los ingredientes y los utensilios a utilizar, recuerdo la última vez que lo comí en casa de mi madre, quien, sabiendo que es uno de mis desayunos favoritos, lo preparó como aquella madre que prepara el lunch para su hijo que va al colegio. Pude sentir en cada cucharada el amor con que lo cocinó ese día, como si supiera que no nos veríamos en un largo tiempo. “Las madres siempre saben”.
Con mi english breakfast en mano, salgo al pequeño balcón que tiene por vista los departamentos de enfrente y un bello jardín en medio de una mezcla de coloridos tulipanes rojos, hermosos narcisos, geranios altos y escarlatas y un centenar de flores amarillas que perfuman el ambiente y dan vida a este lugar.
He acondicionado con un cómodo sillón el lugar y mientras me dispongo a continuar la lectura de la obra de George Orwell, 1984, mi vista se desvía hacia el departamento de al lado. Las cortinas se encuentran cerradas. No hay movimiento y tampoco se escucha ningún ruido. Siendo casi las 11 de la mañana me resulta bastante raro que alguien pueda estar dormido a esta hora. ¡Bah! Definitivamente el encierro me ha hecho daño, ¿qué tengo yo que estar pensando en lo que hacen o dejan de hacer los demás?
Vuelvo a enfocarme en lo que me compete, coloco mi té sobre la mesita de cristal redonda que se ajusta perfectamente al espacio y propósito, donde hasta el momento reposaba también el libro, lo tomo y abro donde se encuentra el separador, me recargo y busco la posición más cómoda para perderme en esa lectura apocalíptica —algo no muy aconsejable para los tiempos actuales—.
Apenas he leído unas cuantas líneas cuando un sonido llama mi atención. Es el departamento contiguo de donde proviene una melodía que no tardo en reconocer, Clair de lune, de la Suite bergamasque de Claude Debussy.
La conozco muy bien de mis años de infancia, solía practicarla en el salón del castillo a petición del profesor en turno. Una y otra vez repasando. Por alguna razón nunca pude disfrutarla y nunca me gustó del todo.
Dejo de lado la lectura colocando el libro nuevamente sobre la mesita de cristal, mientras me recuesto un poco más hacia atrás.
Cierro los ojos y presto atención a la melodía sin ser en esta ocasión quien la ejecuta. Siento la melancolía que se arrastra en cada toque de tecla, el sin sabor que te dejan algunas situaciones de la vida, o la vida misma. Quizá fue ese el motivo por el cual siendo tan niño no supe lo que representaba.
“Vuestra alma es un exquisito paisaje,Que encantan máscaras y bergamascos,
Tocando el laúd y danzando y casi
Tristes bajo sus fantásticos disfraces”.
Recordando el poema de Paul Verlaine que da origen a dicha obra y que lleva el mismo nombre, me parece entenderlo aún mejor. Me recuerda a la sociedad en la que por muchos años viví, bajo el escrutinio de miradas que juzgan altivas.
“Siempre cantando en el tono menor,
El amor triunfal y la vida oportuna
Parecen no creer en su felicidad
El amor triunfal y la vida oportuna
Parecen no creer en su felicidad
Y sus canciones se unen al claro de la luna”.
Repito en mi mente, mientras la melodía sigue sonando, como si quien la ejecuta quisiera exorcizar algo dentro de sí.
“Al tranquilo claro de luna, triste y bello,
Que hacen sonar los pájaros en los árboles,
Y sollozar extáticos a los surtidores,
Que hacen sonar los pájaros en los árboles,
Y sollozar extáticos a los surtidores,
Surtidores esbeltos entre los blancos mármoles”.
Poco a poco la melodía se desvanece, sus últimas notas son como gotas que apenas salpican y crean el sonido que cada vez es más tenue.
Permanezco con los ojos cerrados y aún en la misma posición, intentando discernir por qué esta canción ha traído a mi mente recuerdos que quisiera olvidar.
Continuará...
Gracias por leer
Última edición por Claudia Ceis el Miér Abr 28, 2021 4:17 pm, editado 5 veces