Bonsoir, belles combatants!!
Me he tardado en venir, pero dicen por ahí que más vale tarde que nunca
En esta ocasión, traigo el último capítulo de este pequeño fic que mes chéres amazones narcissus, Odda, Yuriko y Rossy aceptaron escribir junto la bella Capitana Moretti y yo, ¡muchísimas gracias, hermosas! ha sido toda una aventura y un honor compartir letras con ustedes; aprecio mucho que se hayan unido a las Amazonas y a nosotras, fue grandioso.
También un agradecimiento especial a nuestra bella amazona Cici Grandchester, por las hermosas ediciones que nos obsequió para los capítulos anteriores, ¡¡merci jolie!!
Y, por último pero no menos importante, Gissa preciosa, muchísimas gracias por seguir siendo mi cómplice, mi mejor amiga y la mejor beta reader del mundo, además la edición del fanart de portada te quedó divina, como siempre
Y bien, antes que nada, les cuento que el próximo martes a las 19:00 h tiempo de México, nuestra querida Gissa Graham empezará a narrar este fic en su canal Voces y Letras, con chat en vivo, por si desean unirse a nosotras
Les dejo el link:
¡¡No se lo pierdan!! :nenita:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Notas, acordes y un encuentro
Mini fic en conjunto por Gissa Graham, narcissus, Odda Grandchester, Yuriko Yokinawa, Rossy Castañeda y Ayame DV (Andreia Letellier)
Capítulo 6
El roce de la verdad
By Ayame DV (Andreia L)
POV, de Richard.
Son las 10 de la mañana menos quince y ya he terminado el frugal desayuno que la señorita Smith me preparó.
Desde que caí presa de esa molesta y agotadora gripe no he tenido mucho apetito, así que no me apetecía el english breakfast que ella insistía en que comiera.
Un té negro acompañando unas tostadas con un poco de jalea es suficiente.
El día, como casi todos en esta ciudad, inicia con algo de niebla y es frío, lo cual no ayuda en nada a mi recuperación, pero al menos sí es útil para la cuarentena que debemos seguir; no es que apetezca mucho que digamos salir a la calle con este clima.
Retiro la mesa para cama y me levanto para ir a ducharme; dentro de poco será mi diaria cita con este interesante compañero musical que tengo, así que me daré prisa, no sería nada apropiado llegar tarde por estar haciendo calentamiento antes de sentarme al piano después de tomarme demasiado tiempo acicalándome.
La mullida alfombra azul oscuro con algunos detalles en color marfil amortigua mis pasos al cuarto de baño, el cual tiene una puerta de acceso desde mi habitación que yo mismo mandé hacer antes de mudarme. No es que me guste salir de la recámara sin estar limpio y presentable.
Qué tontería, como si alguien pudiese verme aquí, viviendo solo; totalmente solo.
Es curioso, cuando adquirí este apartamento con miras a desaparecer del mundo, no pensé que tuviese mi propia serendipia y pudiera encontrar alguien con un gusto musical tan similar al mío. Admito que todavía me sorprende, de cierto modo me reconforta, y, al mismo tiempo, me obliga a recordar cosas que desearía haber hecho de una manera muy distinta.
El agua tibia que cae en cascada sobre mí me hace sentir mejor; creo que para mañana ya estaré en condiciones de aceptar la cena que mi amable y joven vecino me ofreció. Me miro al espejo de ducha mientras me paso la navaja de afeitar por la barbilla y me causo gracia a mí mismo al ver que mi reflejo arquea una ceja, justo al darme cuenta de lo raro que es que un joven quiera pasar su tiempo con un viejo, y que, además, conozca todas esas melodías clásicas.
Me pregunto si estará estudiando para ser pianista profesional, a juzgar por el pequeño desliz que tuvo el primer día que le escuché tratando de derrotar a ese Minute Waltz, pero es excelente en realidad. Tiene un estilo interpretativo elegante e intenso a la vez; me recuerda a Terrence.
Hace tanto tiempo que no hablo con mi hijo, desde que Eleanor y yo…
Sacudo la cabeza, por estar distraído me he hecho un pequeño corte en la mejilla izquierda; ahora además de viejo pareceré un torpe, afortunadamente el chico me dio la opción de decidir qué día me viene mejor ir a conocerle en persona, así que puedo retrasar un poco las cosas.
Tengo deseos de saber por fin quién está tras esas notas y acordes, mi enfermera me ha dicho que es un muchacho que no pasará de los 25, alto, saludable y distinguido, pero la energía que transmite al deslizar sus manos por el teclado es la de una persona que lleva un gran peso en el corazón. Nostalgia perenne, tristeza profunda, melancolía teñida de toques melifluos.
Al venir a vivir aquí y en un raro impulso, decidí traerme mi querido piano de cola a este sitio, un magnífico Steinway & Sons negro de 1890. El piso no es tan amplio y me dejó muy poco sitio para otros muebles en la sala, apenas un par de sillones individuales y una mesa de esquina para colocar una pequeña lámpara y el libro en turno; pero sencillamente no pude dejarlo atrás, es lo único que todavía me une a mi familia, mi verdadera familia.
Fue gracioso ver a los pobres tipos del servicio de mudanzas sudar para subirlo hasta acá y dejarlo intacto en su sitio, si no fuera por las benditas grúas creo que me habrían abandonado a mi suerte con el instrumento en la calle.
Ni siquiera pretendía utilizarlo, dejé de hacerlo cuando me vi forzado a tomar las riendas del “negocio familiar”, y, después, era un bello piano blanco, allá en Nueva York, donde podía disfrutar un poco de relajación tocando para ellos; así que este gran y hermoso instrumento terminó siendo una especie de recuerdo intocable, o saudade, como dicen unas pocas personas en España para referirse a «soledad, nostalgia, añoranza»
Entonces al otro lado de la pared escuché las notas del Liebestraum No. 3 de Liszt, recuerdo que me paralicé por dos largos minutos pues es imposible no pensar en ella interpretando tan bella melodía, mi hermosa Eleanor…
Es increíble, no sé cómo un muchacho en plena juventud podía estar así de obsesionado con esa pieza, me he preguntado en al menos un par de ocasiones si conocerá el poema que lo inspiró, pero asumo que sí. Fue hermoso disfrutar de la perfecta interpretación, era casi como si estuviera en casa otra vez.
Supongo que eso fue lo que me llevó a, por fin, desempolvar a mi viejo amigo y finalmente acariciar sus teclas luego de tantos años de ausencia, queriendo hacerle compañía al chico, incitándolo a no rendirse con el Minute Waltz que intentó una y otra vez ese día. Al menos era algo más alegre.
Sí, me he sentido acompañado en esta soledad, y, mientras estuve convaleciente fue agradable dejarme llevar por las melodías que él tan amablemente toca. Estoy seguro de que es un hombre cálido y generoso que ayudó con su música a mitigar la ansiedad que sentí mientras recibía los resultados de mis estudios.
Dios, si hubiesen resultado positivos para ese maldito virus que asola a la humanidad, tal vez habría muerto ya, solo, vacío, únicamente reconfortado por las notas que a través de la distancia viajaban en el aliento de Eolo hasta aquí, logrando que mis más profundos amores y dolores estremecieran mi alma.
Si hubiese muerto…
Termino por fin de vestirme, me acerco a la cómoda del vestidor forrado de caoba, y del cajón del lado derecho extraigo una caja forrada en seda negra con el sello de la casa Grandchester labrado en laminilla de oro, de la cual saco unos gemelos de platino que coloco en los puños de la camisa, gris perla, acompañando el traje hecho a medida color gris antracita y corbata a juego.
Ya casi es hora de la cita, así que me apresuro a la sala y hago una pequeña rutina de calentamiento antes de sentarme al piano. Está cerca de la ventana, me gusta sentir el viento que entra y juega con las cortinas y esparce el petricor a mi alrededor, trasladándome a mi amada Escocia y sus verdes tierras.
Estoy listo, como los días anteriores en que el muchacho aceptó interpretar todas las sugerencias que le envié, uniéndonos en esta sinfonía particular en donde compartimos todo, sin decir una sola palabra, sin habernos visto jamás los rostros.
Miro el reloj en mi muñeca izquierda, falta un minuto para las once, cierro los ojos y coloco las manos sobre el teclado, el suave esmalte de tono marfil se siente muy bien al tacto, es fuerte y suave a la vez, me hace pensar en ella.
A las once en punto empiezan a sonar los primeros acordes del Allegro del Piano Concerto No. 5 in Eb Op 73 'Emperor' de Beethoven y me uno sin demora, dejándome llevar por la melodía, mantengo los ojos cerrados y permito que el corazón se desate, esta pieza la toqué el día que nació Terry, dándole la bienvenida a mi primer hijo, nacido de la única mujer que he amado en mi vida.
Mientras el viento se cuela por la ventana abierta de par en par y juguetea con la tela del cortinaje de seda oscuro y claro, siento la vibración de las cuerdas subir como un cosquilleo desde la punta de mis dedos hasta el centro de mi pecho, no puedo dejar de pensar en ellos, los ojos maravillosos de Eleanor mirando con dulzura a nuestro pequeño, meciéndolo al compás de los acordes que ahora mismo interpreto acompañado del joven misterioso. Una punzada se clava en mi alma, cuánto desearía que fuese Terrence quien tocara a mi lado, si tan solo no hubiese esperado tanto.
Sin pensarlo, cambio el tono de la melodía, toco una octava más alto y el chico me sigue, esto es increíble, el esfuerzo de tocar esta pieza un poco más rápida agita mis emociones, es como un pequeño vendaval el que me atrapa en su centro y me arrastra al pasado, a recordar la felicidad infinita que sentí al sostener a ese pequeño bribón por primera vez en mis brazos, sonrío al compás de la música y de la imagen de sus grandes ojos azules, casi idénticos a los de mi Eleanor, mirándome asombrado, yo lo adoré desde ese instante…
Hemos terminado la interpretación, pero algo no está bien, el aire que hasta unos momentos era pacífico se ha agitado y mi respiración lo imita; abro los ojos y, con una extraña opresión en el corazón, dejo mi sitio y decido asomarme al balcón, necesito un poco de aire.
De primera instancia no lo he notado, pero de reojo puedo verlo, está aquí, es el joven que me ha hecho compañía en esta soledad que me envolvía, quién ha sido el alivio a mi enfermedad y quien no se ha dado cuenta que estoy casi a su lado…
No puedo creerlo, ahí, en la pequeña terraza se encuentra... mi hijo.
“Terry”. De mis labios escapa su nombre antes de salir apresurado, debo verle, necesito hablarle.
Sin detenerme a meditarlo vuelvo sobre mis pasos, cruzo el salón con prisa ignorando a la señorita Smith que me pregunta preocupada a dónde voy, salgo y dejo incluso la puerta del apartamento abierta, debo confirmar que no es producto de mi imaginación. Hago todo el recorrido, tener independencia en los departamentos jamás me pareció tan inútil.
Apenas llego pulso el timbre de inmediato, no puedo detenerme ahora. Escucho acelerarse los latidos de mi corazón, retumban en mis oídos al ritmo de los pasos al otro lado de esta puerta, firmes, nada lentos, pero sin pausa.
Por fin abre. Durante interminables segundos he olvidado ordenar a mis pulmones que saquen el aire para continuar respirando. No lo creo, solo sé que es él. Está vestido de frac y es aún más alto de lo que recuerdo, sus facciones dejaron de ser las de aquel jovencito rebelde para mostrarme el rostro de un hombre, aun así, sus ojos siguen siendo los mismos, tan iguales a los de mi Eleanor, tan grandes y elocuentes.
Su expresión revela la mayúscula sorpresa de la que es objeto, la mano con que sostiene la puerta tiene los nudillos blancos y la otra se abre y se cierra casi compulsivamente.
No dice nada, se limita a mirarme con fijeza y a través de esos zafiros suyos veo que pasan la duda, el asombro, la incredulidad, el dolor…
Siento que envejecí otros diez años de golpe ante esa mirada cargada de emociones y sentimientos, tengo la boca seca, mi lengua está pegada al paladar. De pronto no sé qué decirle.
¿Si entro me echará a empujones de su casa, y, de su vida?
—Tú… —habla con voz trémula, puedo ver su quijada apretada—. ¿Qué… qué haces aquí?
—Eras tú, siempre fuiste tú.
Le veo pasar saliva en un gesto par al mío, tal vez en un intento de deshacerse del nudo en la garganta, como yo.
Sus ojos, que hasta hace unos segundos delataban el tornado de emociones que lo azota, se vuelven insondables, inescrutables, se está cerrando a mí y no puedo permitirlo.
—¿Puedo…? —Demonios, necesito un poco de agua.
Él me observa cinco eternos segundos antes de moverse para dejarme espacio, sin decir palabra todavía. Entro y observo su espacio mientras él cierra la puerta. Es justo como él, con carácter, moderno, pero con toques clásicos, todo en tonos negros o blancos. Sonrío un poco, Terrence, en apariencia, no tiene muchos tintes intermedios. Pero yo lo conozco mejor.
Él tose un poco y yo me giro, necesito verle, abrazarle, pero sé que no me lo permitirá. Está tenso, puedo verlo en la forma en que ha cruzado los brazos y se mantiene de pie cerca de la puerta, mirándome con fijeza, impenetrable.
—No tenía idea de…
—¿Qué haces aquí? —Me interrumpe, impaciente. No ha cambiado mucho.
—Te vi en el balcón, tenía qué saber si en realidad eras tú.
Ladea la cabeza y veo que su pecho se expande y se contrae un par de veces.
—No me has entendido —susurra—, ¿qué haces viviendo en este edificio? ¿Por qué no estás en tu mansión, con tu… familia? —Esa última palabra sale de sus labios con dificultad.
El peso del mundo, ese que llevo cargando sobre los hombros desde que me vi obligado a dejarle a él y a su madre la primera vez, se siente un poco más pesado, como si llevara plomo en las venas. Respiro con dificultad, pero me obligo a mantenerme erguido y lucho contra la necesidad de frotarme el pecho. Meto las manos en los bolsillos del pantalón en un intento de evitar que él note que me están temblando, aunque, a juzgar por el leve movimiento de sus ojos, sé que ya es tarde para eso.
—Ellos no son mi familia, nunca lo fueron.
Le veo tragar saliva al tiempo que descruza los brazos y da dos largos pasos hasta mí, pero se detiene abruptamente. No sé si desea golpearme o sacudirme o…
—Sin embargo, preferiste irte con ellos, dos veces. —La amargura se trasluce en su voz grave, está peleando para no estallar, para ser civilizado.
En cambio, se dirige a la esquina del salón, al pequeño bar que veo ha instalado allí y se sirve dos dedos de escocés, según puedo apreciar en la botella que elige. Se lo toma de un sorbo y estoy a punto de protestar; es demasiado temprano para beber. Pero me detengo, no es como si tuviera autoridad moral sobre él, además, yo también estoy necesitando un trago. Creo que ha adivinado mis pensamientos pues toma un vaso nuevo y sirve otro tanto, se acerca a mí y me lo ofrece.
Le miro orgulloso, mi hijo se ha convertido en un hombre, no es más el chiquillo insolente y explosivo que solía ser, ese que juró odiarme y no volverme a ver por el resto de su vida entre gritos y una lágrima corriendo por su mejilla.
Doy un sorbo y paladeo el líquido que baja por mi garganta, suavizando el nudo que se ha instalado ahí y entibiando un poco el helor que me ha recorrido las venas desde hace tanto tiempo.
—Nunca quise hacerlo. —Dejo salir un suspiro—. Ninguna de las dos veces.
—Pero lo hiciste, mi madre te perdonó la primera vez, te dejó volver y tu le pagaste abandonándola de nuevo.
No hay odio en su voz, ni resentimiento, solamente dolor, crudo, profundo. La lanza que llevo incrustada en el alma se hunde un poco más, enviando descargas por cada célula de mi ser, torturándome por la cobardía que él me recordó sin decirlo directamente.
Termino mi bebida y dirijo la mirada al bar, en una muda pregunta que él comprende. Asiente y me muevo para servirme personalmente un poco más de su Glenrothes 25 Years. Giro al mismo tiempo que bebo y sin quererlo sonrío, pero él interpreta erróneamente el gesto y de inmediato inquiere.
—¿Es tan divertido para ti el jugar con sus sentimientos?
—Estás equivocado, hijo…
—No. —La voz ronca de Terry me hace parar, él vuelve a pasar saliva y cierra los ojos un instante—. No entiendo. Yo no… explícame.
—Sonreí porque me doy cuenta de que heredaste algunos de mis gustos y…
—No me refiero a eso. Necesito saber. —Lleva su mano derecha al cuello y se deshace de la corbata de moño, dejándola sobre su piano vertical en un descuidado gesto.
Le doy un par de vueltas al vaso en mis manos mientras observo su rostro, detallándolo, por si es la última vez que tengo el privilegio de mirarlo.
—Tu madre es el amor de mi vida, Terrence, me enfrenté a mi familia por ella y nos casamos, cuando naciste fui el hombre más feliz, tenía todo lo que necesitaba, a ella y a ti. Nos escapamos de este país a Estados Unidos, allá fuimos felices durante unos años, siete maravillosos años a su lado. —Camino hasta la ventana, perdiendo la mirada en la vista de la ciudad envuelta todavía en una bruma espesa, suelto el aire antes de continuar—. Pero mi padre nos encontró, me amenazó con hacerles daño a ustedes si no cedía a sus presiones de volver a Londres a “tomar el lugar que me correspondía como el heredero Grandchester”; traté de convencerlo de que mi hermano era perfectamente capaz de tomar mi sitio, pero fue en vano. Quise negociar con él, supliqué que me permitiera traerlos conmigo, pero sus ideas rancias eran más fuertes que su empatía o, su amor por mí. Ni siquiera quiso conocerlos, yo estaba seguro que, si lo hacía, los amaría tanto como yo.
Escucho un suspiro a mis espaldas y los pasos de mi hijo en el suelo de madera pulida hasta colocarse detrás de mí, pero no me atrevo a girarme, no todavía.
—No sé si creerte.
—No tendría razón para mentirte, Terrence. —No me siento con derecho de llamarle Terry, como cuando era pequeño—. No tendría sentido, y mucho menos ahora, ¿no crees?
Se coloca a mi lado, se ha abierto los primeros botones de la camisa, mete las manos en sus bolsillos, como hiciera yo hace un rato.
—Volviste cuando tu padre murió.
—Sí, tu madre me permitió hacerlo. Ella es la mujer más extraordinaria que ha pisado la faz de la Tierra; y me dio el mejor obsequio que pude recibir jamás. —Me volví a mirar su perfil—. Tú.
—Si ella es tan fantástica y yo tu mejor regalo, ¿por qué te fuiste otra vez?
Su mirada seguía perdida en la lejanía, el viento jugó con los mechones que se escaparon de la cinta que ataba su largo cabello.
—No me fui, Eleanor me dejó.
Se volvió hacia mí con brusquedad e incredulidad pintada en su rostro.
—No te atrevas a culparla… —dijo entre dientes apretados, erguido y con el torso echado hacia adelante.
No retrocedo, ahora él es más alto y vigoroso que yo, y, si quisiera, podría echarme de su casa y de su vida sin esfuerzo alguno.
—No la estoy culpando, Terrence. —Enderezo mis cansados hombros y giro el torso para quedar frente a frente, he dejado mi vaso vacío en la mesita que encontré a mi lado y lo miro directamente a los ojos—. Yo creía que tenía que volver para acá por cuestión de negocios, para trabajar y dejar un patrimonio para ti y para ella.
—Como si eso nos importara.
—Lo sé, pero así somos los padres, queremos allanar el camino para los hijos, incluso si ellos son totalmente independientes y capaces. —Me mira en silencio, instándome a continuar—. Eleanor no quería volver aquí, su vida ya estaba hecha en USA y no quería arriesgarte a ti a que mis parientes cumplieran las amenazas que una vez les hizo mi padre, así que decidió que debíamos separarnos nuevamente.
Paso una mano por mi cabello y tomo asiento, estoy tan cansado.
—No es cierto, ella me lo hubiera dicho.
—Sus razones tuvo para no hacerlo; es una mujer, Terrence, un ser humano, y no siempre estamos dispuestos a dar explicaciones dolorosas. ¿Es un error? Tal vez, pero…
—Todo esto no responde mi pregunta. —Lo miro y sé que he elevado una ceja, él comprende—. ¿Qué haces viviendo en este edificio, solo?
—Al estar acá, siguiendo de alguna forma las imposiciones de mi padre por segunda ocasión, aunque, esta vez sin amenazas de por medio, me di cuenta de que no podía hacerlo. Ya no, vivir sin ustedes no es vivir. Me consumía lentamente al saberlos tan lejos, Eleanor dolida y tu odiándome. Renuncié a todo, dejé las cosas en manos de mi hermano y vendí la mansión, todo, lo único que me traje fue el piano. Invertí una buena parte, con lo restante compré este departamento cuando entendí que me sería muy difícil encontrarlos, porque quise volver con ustedes, pero para entonces Eleanor había cortado toda comunicación conmigo, cambió de dirección, de teléfono, perdí su rastro. Intenté comunicarme contigo y nunca lo logré. Iba a volver a Nueva York, pero entonces esta maldita pandemia obligó al mundo a recluirse, y aquí me quedé, en Londres, haces una semanas al fin me mude. Consumido por la culpa, el remordimiento… Y te encontré.
—¿Sabías que era yo quien tocaba cada tarde?
—No, ni siquiera lo imaginé. Sin embargo, tocar a la par que contigo siempre me reconfortó, era como si de algún modo mi alma se uniera a la tuya y retomara la conexión rota sin saberlo. —Me incorporé con lentitud y quedé a dos pasos de él, extendí el brazo y, no sin cierto temor, coloqué la mano en su hombro izquierdo, no me rechazó—. Terrence, hijo… perdóname.
Sus ojos brillan, aprieta los labios y baja la mirada hacia su costado. Lo siento temblar bajo mi palma, pero no se mueve.
¡Oh, ama, ama tanto como puedas!
¡Oh, ama, ama tanto como debas!
Llegará la hora, llegará la hora
en que sobre las tumbas te lamentarás...
Empieza a recitar, abriendo lentamente los ojos y dirigiéndome la mirada más azul y limpia que he visto jamás.
...Asegúrate de que tu corazón arda,
y sostén y mantén el amor
tanto como el otro corazón ardientemente lata
con su amor por ti...
Por fin acorta la distancia que hay entre ambos y me rodea la espalda con esos brazos que ahora tienen más fuerza que los míos;, por un instante me quedo sorprendido, pero al siguiente lo abrazo con emoción, con el alma en las manos, depositándola en él, cubriéndolo, rodeándolo para que nunca sea posible alejarnos de nuevo.
—No permitas que tu corazón muera de tristeza… —susurra con la barbilla en mi hombro y un ligero temblor en su voz.
—No, nunca más —respondo, y finalmente me libero de las pesadas cadenas que yo mismo me impuse, ahora le tengo entre mis brazos, he recuperado a mi amado hijo
…
POV de Terry.
“No permitas que tu corazón muera de tristeza”, es la frase con la que mi madre intentó una y otra vez convencerme de hablar con mi padre.
La pronuncio al fin en voz alta al estar fundidos en un abrazo que ha soldado las partes rotas de mi corazón... de mi vida.
Mientras Richard me explicaba, no sabía si debía creerle o no, pero, ¿acaso no es una decisión? La confianza es una decisión, el amor es una decisión, la duda también, solo que esta última envenena la existencia, y, si algo aprendí de mi madre, es que vivir amargado es una opción, pues el perdón también es una decisión.
Así que sí, decido creer en sus palabras, decido dejar de juzgar y decido perdonar.
Decido que sus palabras son verdad y decido admitir que lo necesito, siempre lo necesité. Me estremezco al pensar que estuvo enfermo y que pudo ser esa maldita enfermedad que nos ha robado tanto, que pude perder la oportunidad de recuperarle a él.
Le abrazo con más fuerza y el corresponde, ya no es necesario decir nada más, creo que él ya ha agotado su cuota de charla de, al menos, un par de años.
Me separo de él sonriendo de lado y me mira desconcertado, pero copia el gesto. Carajo, apenas me vengo a enterar que lo heredé de él. Me aclaro la garganta, si hablo en este instante sonaré como un mocoso lleno de nervios.
Richard carraspea y se acomoda el saco y los puños de las mangas, pero sé que lo hace para disimular la emoción y que, seguramente no sabe qué decir.
Decido echarle una mano.
—¿Me acompañas con otra pieza al piano… papá? —Dios, casi aprieto los ojos al llamarle así, parezco, efectivamente, un chiquillo asustado.
Él clava sus ojos grises en los míos, están brillantes, el labio inferior le tiembla ligeramente y le veo pasar saliva. Con un movimiento de cabeza señalando a mi Steinway & Sons, le pido que acepte la invitación y él asiente, carraspeando de nuevo.
Nos colocamos uno al lado del otro, abre y cierra los puños un par de veces y yo también. Me mira y arquea una ceja, también en un gesto idéntico al mío.
—¿Cuál quieres tocar, Terry?
No puedo evitarlo, se me escapa una risilla y me emociono cual adolescente pues me ha vuelto a llamar por el diminutivo de mi nombre, hojeo entre las partituras que tengo en la mesa de al lado, elijo una y se la muestro; vuelve a arquear la ceja con aire interesante y fija su mirada en la mía.
—Acepto el reto.
Los dos colocamos los dedos sobre las teclas a la vez, después de que yo pusiera el librillo en el soporte correspondiente, antes de iniciar, miro por la ventana, el sol ha salido, alejando la niebla que se cernía sobre la ciudad...
A truth of touch, de Yanni, empieza a escucharse.
Sí, esto es un encuentro a través de las notas y los acordes de nuestros corazones, y jamás dejaré que se vaya otra vez…
FIN
Muchas gracias por regalarme de su tiempo, espero que hayan disfrutado tanto leer, como yo escribir