Un Viaje En El Tiempo
By Rossy Castaneda
Mientras mis dedos se pasean libremente por las teclas de mi piano, permito que mi mente se sumerja en el melancólico sonido de aquellos acordes. De pronto, y sin explicación lógica, la figura de un niño se hace presente; conforme avanzo y como si se tratase de una película cinematográfica, veo todo el sufrimiento por el que pasó desde muy temprana edad. Abandono de sus padres, exigencias y estricta educación. Tenso mi mandíbula al sentirme identificado con él. Cuando paso al siguiente compás de las partituras, veo a un hombre joven como de unos 25 años. No está solo, una mujer rubia lo acompaña, ambos se ven felices. Él la alza por la cintura y gira junto a ella. Continúo tocando y lo hago con una enorme sonrisa. De pronto, veo a la misma pareja con un niño en brazos, ambos se encuentran embelesados con aquel pequeño ser, como si no existiera nadie más sobre la faz de la tierra que ellos. Mi corazón se acelera, me siento parte de aquella alegría. Mis dedos siguen moviéndose y de pronto, mientras la figura del silencio aparece, puedo ver como aquella pareja que sonreía feliz, llora, cada uno por su lado, puedo sentir el sufrimiento de ambos. Antes de terminar de tocar la última nota, el hombre se gira y alza ligeramente su rostro cansado y triste. Mis manos tiemblan, al igual que lo hace todo mi cuerpo. Mi respiración se acelera; de pronto siento que el aire me falta. Me siento como pez fuera del agua. Era mi padre. Me pongo de pie rápidamente y comienzo a recordar lo que aquel soneto significaba para él. Cubro mi rostro, niego con la cabeza, tenso la mandíbula. Me siento tan vil, tan miserable al darme cuenta de que la vida de mi padre no ha sido para nada fácil. ¡Dios! Me dejo caer sobre mis rodillas. He perdido el tiempo en tontos rencores, que lo único que han hecho es lastimar a las dos personas que más amo en esta vida. Me siento un tonto egoísta y un petulante de lo peor. Debí escuchar a mi madre. Muchas veces ella intentó por todos los medios hablar sobre las razones por las cuales mi padre y ella terminaron separados cuando yo aún era un niño. Llevo mis manos a la altura de mi cuello, me falta el aire, desato el moño con rapidez. Comienzo a presionar en la parte de mi corazón al sentir una fuerte opresión. Aspiro profundamente una y otra vez, necesito recuperar mi auto control, mi celular no ha dejado de sonar y aunque no es la hora ni el día, sé que se trata de mi madre, ella es la única que tiene este número el cual adquirí el mismo día que llegué a Inglaterra.
Cuando finalmente me recupero, tomo la llamada, le saludo con una amplia sonrisa y tras conversar un tiempo considerado de una y otra cosa, me preguntó la razón por la cual me encontraba vestido de etiqueta, le comento que mi misterioso vecino finalmente ha aceptado la invitación que le extendí, sin embargo, lo hará cuando esté totalmente recuperado, pero que el día anterior me envió con su enfermera las partituras de la sinfonía número 6 de Tchaikovsky junto a una nota en donde me pedía que, mientras la fecha de nuestro encuentro llegara, continúe siendo su compañero de música y que aunque nuestra cita no es física, quise llevarla, a cabo como si lo fuera. Veo cómo los ojos de mi madre se cristalizan ante lo que le acabo de decir y me pregunto a mí mismo: ¿cuál sería su reacción si le dijera que tuve una epifanía de lo que fue la vida de mi padre mientras tocaba dicha pieza musical? Decido hacerme el desentendido, si en este momento ella no quiere hablar al respecto, respetaré su decisión. Tras el prolongado silencio que nos envolvió, veo como su sonrisa se amplía cuando le comento que haré lo que me ha pedido con respecto a mi padre, pero que lo llevaré a cabo en cuanto las medidas estrictas de confinamiento a las que estamos sometidos en el Reino Unido me lo permitan.
Tres horas más tarde, escucho que llaman a mi puerta, me pongo de pie, y de nuevo me encuentro con la enfermera de mi vecino, quien tras entregarme unas hojas que contienen las partituras de una hermosa melodía junto a un sobre, los cuales se encontraban sobre la misma base de madera oscura y envuelta con el mismo papel del día anterior, se despide de mí.
Abro el sobre y leo aquella perfecta caligrafía:
“Gracias por hacer que este encierro y esta repentina convalecencia sean más llevaderos. Si aún no se ha arrepentido, nuestra cita sigue en pie”.
Sonrío al leer la última línea. ¿Cómo podría arrepentirme?, si el supiera lo ansioso que estoy por conocerlo y lo intrigado que me siento con respecto a él. Cada pieza que hemos amenizado, ha revivido sentimientos en mí, que creí muertos. Es como si de pronto estuviera frente a mi padre… ¿sería eso posible?... La duda me asalta, pero termino desechando aquella loca idea. Eso no podía ser, todo lo que estaba pasando era solo una coincidencia.
Conforme los días pasaron, mi vecino y yo tocábamos a la misma hora y tras finalizar, su enfermera llegaba para entregarme la siguiente pieza que tocaríamos la próxima ocasión junto a una nota.
Como de costumbre, ya vestido de etiqueta, me sitúo frente al piano, sonrío al ver las últimas partituras que me envió, no puedo evitar que los recuerdos de mis primeras clases de piano invadan mi cabeza, irónicamente esa pieza musical fue una de mis primeras lecciones. De modo automático y como si el tiempo retrocediera adopto una posición erguida, tal y como mi padre me recomendaba hacer antes de que el maestro de piano llegara. Relajo mis brazos, elevo los hombros a la altura de mis orejas, los mantengo en esa posición por unos segundos y luego los muevo de adelante hacia atrás, acto seguido, bajo mi barbilla hasta mi pecho, lo hago de manera lenta, estiro mi cuello y balanceo la cabeza hacia delante y luego hacia atrás, tras un par de repeticiones cruzo mis manos, estiro los brazos y los llevo a la altura de mi cabeza, los posiciono por encima de esta para que mis músculos se suelten, luego los extiendo lo más que puedo al igual que lo hago con todo mi cuerpo.
Con los brazos aún extendidos, empuño mis manos y comienzo a realizar movimientos circulares con mis muñecas de izquierda a derecha y viceversa, sacudo mis dedos de manera enérgica tras abrir mis manos, muevo estas del mismo modo para que entren en calor al tiempo que cierro y abro, extiendo mis dedos como si estuviese agarrando algo permitiendo de este modo que mis dedos se estiren tanto como sea posible y vuelvo a cerrar.
Finalmente, adoptando una posición recta, aspiro profundamente e inclino mi cuerpo hacia delante hasta tocar mis pies con la punta de los dedos de mi mano, suelto el aire conforme voy en descenso, me quedo quieto por unos segundos mientras la mitad de mi cuerpo cuelga, me estiro y tomo aire una vez más cuando regreso a mi posición original.
Una vez termino con aquel ceremonioso acto de calentamiento, saco la banqueta, me siento frente al piano y posiciono mis manos formando un puente para dejar reposar mis dedos sobre las teclas de marfil, levanto la mirada y comienzo a deslizarlos con libertad tras asegurarme que es la hora de nuestra cita. Cierro los ojos y me dejo envolver por cada una de aquellas maravillosas notas, realmente no necesito las partituras, aquella melodía está grabada en mi mente. Al finalizar mi participación, escucho el sonido del piano de mi vecino tocando la misma pieza, pero lo hace una octava más arriba, sonrío al comprender su silenciosa invitación a que toque en sincronía con él. ¡Oh Dios!, el efecto es maravilloso, abrumador, de ensueño. Abro mis ojos ante la coincidencia del particular cierre que ambos le damos a aquella pieza musical de Beethoven, como si de pronto nuestras almas se hubiesen fusionado en una sola. ¿Cómo era aquello posible? Me pongo de pie y aún aturdido por lo que acaba de suceder salgo al balcón, cierro mis ojos y aspiro profundamente para apaciguar los desenfrenados latidos de mi corazón, abro lo ojos con prontitud al escuchar una voz conocida, giro mi rostro de izquierda a derecha en busca del dueño de aquella voz, pero no veo a nadie. Cubro mi rostro con ambas manos. Definitivamente este encierro y las muchas coincidencias de los últimos días están afectando mis emociones.
Camino en dirección a la puerta principal tras escuchar que llaman a esta, sé perfectamente de quién se trata, pero al abrirla, me llevo la sorpresa de mi vida, frente a mí se encuentra Richard Granchester.
Su rostro se ve cansado, pero aun así conserva la misma elegante, distinguida e imponente postura que recuerdo.
Gracias Por Leer