Es un placer para mi participar nuevamente este año, en esta ocasión defendiendo a dos jefes muy exigentes y por demás encantadores y con un gran y talentoso equipo de amigas en nuestro equipo denominado “la Sociedad del diablo”.
—Pero ¿Qué está pasando acá?
—¡Ay! Hasta que por fin llegas —mencionó An quien con lápiz en mano me señalaba y me jalaba del brazo.
—¿Porque están destrozando la oficina, que se les perdió?
—Nada, nada tu ignora, mira que tengo que decirte eso.
Pasamos en medio de lo que parecía un saqueo, mientras Saadesa nuestra abogada parecía discutir con la detective Julieta, quien buscaba desesperadamente algo en los cajones y la fiscal Mía quien agitaba sus manos con el afán de hacerse entender.
Llegamos a la sala de juntas y ella cerro la puerta. De repente todo el ruido se apago y yo agradecí eso.
—¿Quieres tomar algo? — Preguntó An muy sonriente.
Yo solo negué con la cabeza.
Mmm, ¿An siendo tan amable? —No Gracias—. Respondí mirándola fijamente. De pronto sentí el impulso de volver al caos de afuera, ya no me sentía tan segura en ese lugar a solas con nuestra secretaria a quien se le ocurre cada cosa en esa cabecita y ni quien la pare.
—Bueno, pues a lo que te truje chencha, ¿qué crees? Tenemos una misión suicida, digo, muy importante que te ha sido encomendada.
—¿A mí? ¿Quién y qué? —Dije con cierto recelo, tratando de adivinar en que me habían metido.
—¡Ay! No pongas esa cara. Y respondiendo a tus preguntas: Si a ti, Mmm fue una decisión unánime y el que, bueno pues: esvisitaralajefagezabelyllevarlenuestrossaludosporsucumpleaños.
—¿Qué? —Exclamé y casi es seguro que el grito se escuchó por toda la manzana.
Pero por supuesto que iba a ser una idea tan descabellada como siempre. Gezabel o “La Jefa” como se le conocía, no solo era una amiga íntima de nuestros guapos jefes, —por lo cual, si algo no le gustaba, era seguro que ellos lo sabrían y tomarían cartas en el asunto—, sino que además tenía una fama de temer. Era alguien que disfrutaba de torturar con una infinidad de métodos escalofriantes a todo aquel que no se rindiera bajo sus órdenes. Aún recordaba historias de chicas que fueron designadas para tal tarea y nunca se había vuelto a saber de ellas.
—Jajaja otra vez tu cara, Ay ya ni es para tanto —reía An muy divertida o tal vez nerviosa ya ni sé, mientras yo solo la observaba con ganas de ahorcarla por ponerme en esa situación.
—No me parece nada divertido, créemelo.
—Ya, tranquila, igual te vamos a recordar con cariño —dijo con seriedad para luego soltar tremenda carcajada.
—Ja Ja Ja, muy graciosa. Supongo que no hay nada que pueda hacer para desistir, ¿cierto?
—Nop. —Fue toda su respuesta.
Me levanté de la silla donde amablemente mi querida An me había colocado y salí al silencio absoluto. Ya no había ruido, ni gritos, ni nadie. En la mesa a un lado de la puerta de salida se encontraba un paquete hermosamente envuelto. Encima de este en una nota se leía: Suerte.
Yo también deseaba tener suerte. Tomé el paquete y salí directo a los aposentos de “La Jefa Geza”, como bien dice el dicho: “Al mal paso, darle prisa”