The Society of the Devil presenta el capítulo seis de esta Antología de pecados realizados por las participantes de este equipo.
Esperamos hayan disfrutado cada lectura que hemos preparada para ustedes.
Este pecado tendrá dos versiones, o sea, dos casos totalmente diferentes donde el personaje principal será uno de nuestros personajes (Neil/Terry).
Este capítulo corresponde a Neil Leagan
Gula
Ñam, ñam, ñam…
Recordó que le había quedado la mitad del emparedado que llevo como almuerzo, pensó en hacer su buena obra del día, así que lo saco de su bolso, se aproximó al hombre y justo cuando estiro su brazo dirigió su vista hacia el interior del carrito que el vagabundo aún sostenía; en este pudo ver una manta que cubría algo que se movía, volvió la mirada hacia el vagabundo, —este se encontraba con la cabeza gacha— así que sin más llevo la mano que tenía libre hasta la frazada y la removió cuidadosamente dejando al descubierto tres cachorros —de quien sabe que raza—, amaba los perros así que no se resistió a acariciarles su pequeña cabeza, estaba en eso cuando sintió un leve pinchazo en el cuello sin darle tiempo a reaccionar y perdió el conocimiento
❧ ☙
El detective Leagan se encontraba manejando su Fiat Chrysler Alfa Romeo color rojo rumbo a las vastas extensiones de Central Park, había sido solicitado para investigar un descubrimiento que acababan de hacer. Aún no sabía de qué trataban esos hallazgos ni por qué solo había sido requerido él sin su compañero y amigo Terrence Granchester.
Aparcó su auto a unos cuantos metros de la entrada al parque, descendió y camino hacia el grupo de policías que se encontraban reunidos a las afueras del Central Park. Reconoció a uno de ellos, Alistair Cornwell un reconocido criminalista forense que trabajaba para la NYPD, lo que le hizo pensar que, si él estaba ahí, era porque el hallazgo era algo no convencional.
Stear como le conocían en la familia, era también su primo con el que se había criado durante su infancia y hermano de Archibald Cornwell, quien, desde que su esposa fue encarcelada por homicidio, se había dado a la bebida.
—Leagan, ¿qué te trae por acá? —Saludó el carismático chico de lentes y melena negra.
—Eso mismo quisiera saber Cornwell, ¿qué ha pasado acá? —cuestionó mientras ambos se encaminaban al interior del parque.
—Yo sé tanto como tu primo, pero considerando el personal que han requerido al parecer es un hallazgo grande.
De eso mismo se había percatado Neil, le intrigaba saber que carajos había pasado en ese lugar para solicitar tanto al forense, como a una gran cantidad de recolectores. Caminaron alrededor de unos quince minutos hasta llegar a un área boscosa en medio del parque, se adentraron en esta y poco a poco el panorama cambiaba de uno armónico a uno totalmente grotesco e inclusive aterrador, el detective y el forense a pesar de llevar años en su profesión se quedaron impactados con la escena: Restos humanos de varias víctimas, un tiradero de huesos y osamentas era lo que observaban en toda esa zona que ahora estaba siendo acordonada.
El detective fue observando la escena, era claro que en ese lugar solo habían ido a deshacerse de los restos, no se veía ningún objeto personal por ningún lado, no había rastros de sangre, ni siquiera huellas que delataran como era que habían llegado esos cuerpos ahí. Sin duda el ignoto era alguien sumamente cuidadoso. Siguió explorando; no había olor a putrefacción, la mayoría de los restos eran huesos con poca carne expuesta, al observar más de cerca uno de estos se podían apreciar unas marcas de dientes, en primera instancia Neil pensó que podrían ser de perros que solían rondar el parque, pero de cualquier forma pediría un molde de la mordedura.
—No puedo creer que haya personas capaces de hacer esto —expresó el forense mientras sostenía un cráneo en sus manos y señalaba— ¿has visto estas marcas? Me resultan algo inquietante —dijo señalando lo que Neil previamente había estado pensando.
—¿Cuándo crees que puedas darme algo con lo que pueda trabajar? —respondió con otra pregunta, quería salir de ese maldito lugar, pensar en lo podrido que están las mentes de algunas personas le hacía querer volver el estómago.
—Por lo que puedo observar aquí hay restos de más de cinco personas, algunos son más antiguos que otros, lo que nos indica que no todos murieron el mismo día, tal vez ni siquiera el mismo mes, por lo que creo que el trabajo que nos espera a mi equipo y a mi será arduo, pero intentaré entregarte algo lo más pronto posible —argumentó Stear en base a su experiencia.
—¿Puedes por lo menos darme una idea del rango de edad y del tiempo que llevan muertos?
—Es difícil contestarte ambas cosas sin los exámenes pertinentes, sin embargo, basado en mi experiencia te diría que la edad oscila entre los treinta y cuarenta años, y en cuanto al tiempo que llevan así, no lo sé, puede ser más que el más antiguo date de un año, tal vez año y medio.
Leagan asintió mientras ponía pies en polvorosa, necesitaba ayuda y sabía quién iba a proporcionársela, tomo su móvil y marco el contacto que necesitaba al segundo tono se escuchó la voz de una señorita.
—Penélope García siempre a tus ordenes guapo.
—Penélope hermosa necesito tu ayuda, por favor necesito que busques a personas desaparecidas en un rango de edad entre los treinta y los cuarenta años. Según Cornwell las desapariciones pueden datar de hace año y medio. No tengo más información por el momento, pero haz lo que puedas con esos datos.
—Vaya que me la pones difícil guapo, pero hare lo que pueda, cambio y fuera.
Sonrío, esa chica en definitiva estaba loca, pero era la mejor analista técnica que existía en el mundo y sabía que ella hallaría en las bases de datos lo que le pidiera, así tuviera que usar métodos poco ortodoxos.
❧ ☙
Despertó con un amargo sabor en la boca, se encontraba somnoliento ni siquiera tenía fuerza para abrir los ojos. No sabía que era lo que había pasado, un momento se encontraba camino a su casa y al otro…
Unos ladridos lo alertaron, de pronto recordó a los cachorros, el pinchazo en su cuello y luego la inconsciencia. El miedo se apoderó de él, no quería morir, no sabía que había hecho para estar en esa situación, pero rogaba para que esa pesadilla se terminará, pensaba en su madre y lo preocupada que esta se encontraría al ver que no llego a su casa. Hizo uso de todas sus fuerzas para vencer el adormecimiento que sentía en todo el cuerpo. Finalmente logró entreabrirlos levemente, apenas pudo observar que se encontraba en una especie de celda, había barrotes y una cama donde él se encontraba recostado.
Los perros se volvieron a escuchar, después el clic clac de una puerta al abrirse y cerrarse al unísono, unas pisadas retumbaban sobre el piso de cemento, el chirrido de una reja al abrirse y,
¡No! ¡Dejame salir, aléjate!
Un grito ensordecedor que cimbro todo el lugar. Era la voz de una mujer o eso creía, quien quiera que fuera al parecer le estaba dando batalla a quien fuese que la retenía, pues se escuchaba el ruido de cosas al caer. Él temblaba tan solo de pensar que a él le tocaría su turno y no sabía si tendría tanta fuerza como para resistirse.
❧ ☙
En el laboratorio, Stear se encontraba trabajando con los restos que habían encontrado en el Central Park. Gracias a los registros dentales habían logrado identificar al as cinco víctimas: tres mujeres y dos hombres. Las mujeres tenían treinta y dos, treinta y cinco y cuarenta años, por su parte los hombres tenían treinta y nueve y cuarenta y dos respectivamente. Sus nombres eran:
Emma Banks
Violet Jones
Olivia Beth
Mark Thompson
Daniel Rush
Eran personas jóvenes, pero sus restos presentaban características que todavía no podía descifrar. Rascó su cabeza, le molestaba en demasía dejar las cosas inconclusas, pero debía seguir avanzando con las demás muestras que tenía que analizar.
Una vez identificados los cadáveres se dedicaron a clasificar cada hueso correspondiente a esta y las separaron en mesones. Stear se dirigió a uno de estos y tomó uno en el cual se observaban perfectamente las marcas de mordida que tanto le habían inquietado.
Las inspeccionó y se dedicó a realizar las placas correspondientes. Una vez que las tuvo listas, supo que no eran de animal. Saco el molde y las plasmo en una plantilla para después ingresarla en la base de datos y con suerte dar con el responsable.
Al ingresarlas encontró rápidamente una coincidencia, pero no era posible, se dijo a sí mismo. Volvió a revisar y obtuvo el mismo resultado. Se dirigió inmediatamente a los otros cuerpos, para realizar el mismo procedimiento con cada uno.
¡Maldita sea! El mismo resultado en cada caso. No lo podía creer. De inmediato busco su teléfono, este hallazgo debía hacérselo saber al detective, de seguro esta información le volaría los sesos, pero había corroborado esa información y sabía que era certera y estaba en lo correcto. Marcó el número de su primo y espero…
❧ ☙
Se encontraba de pie tras los barrotes, más allá de estos había otras celdas, pero no lograba distinguir si alguien se encontraba en ellas. Solo tenía la certeza de la mujer a la que se habían llevado el día anterior o eso creía. Ya no estaba seguro de que día era, tal vez se encontraba en un sótano porque no se podía ver nada de luz.
Volvió a escuchar el sonido de la puerta abriéndose, se apresuró a resguardarse en su cama, esta vez no hubo gritos, ni sonido de cosas cayéndose, ni señales de lucha alguna. ¿La habrían matado? Esperaba que no, cerró los ojos y elevo una plegaria para no ser el siguiente.
La puerta de su celda se abrió abruptamente, el miedo se apoderó de él, empezó a gritar y a forcejear con la persona que le sujetaba, de pronto un pinchazo nuevamente en su cuello que lo hizo retorcerse, mientras que su captor aprovechaba para maniatarle con unas cadenas, fue lanzado al suelo como un costal y arrastrado sin miramientos por todo el pasillo hasta traspasar la puerta principal mientas sus alaridos cimbraban nuevamente ese lugar.
❧ ☙
—¿Qué noticias me tienes Stear? —contestó apenas vio quien le llamaba, esperaba ansioso esa llamada y esperaba que tuviera algo importante que decirle.
—Necesito que vengas inmediatamente al laboratorio, necesito que veas por ti mismo lo que he descubierto.
—Maldita sea Cornwell, ¿no puedes adelantarme algo?
—No y guarda tus groserías para tu amigo Granchester, ah y no tardes. —enfatizó y colgó.
Neil se quedó de una pieza, Stear siempre se distinguía por ser cordial y respetuoso, pero a veces este trabajo cambia a las personas, ¿qué habría descubierto el forense para que lo pusiera de ese ánimo? Sin pensarlo más se subió a su Alfa Romeo y encamino hacia las oficinas de la NYPD.
Unos minutos después cruzaba la puerta del laboratorio donde Stear miraba fijamente un computador.
—Bien, ya me tienes aquí, ¿cuál es el misterio? —increpó el moreno.
—Obsérvalo por ti mismo —respondió el chico de lentes—, estos son los moldes de las placas dentales que obtuve de las mordidas que tenía cada cuerpo una vez que fueron identificados —Stear observó a Neil para saber si le seguía en la explicación—, y esto que ves en el programa son los resultados que indican a quien pertenecen esas dentaduras.
—Imposible —espetó incrédulo— debe haber algún error.
—Lo mismo pensé yo, pero realice y revise los resultados varias veces. No hay error.
El descubrimiento que había realizado el forense era que las mordeduras de Violet habían sido causadas por Olivia, las de Olivia por Mark, las de Mark por Violet y Daniel, las de Daniel por Emma. Al parecer se habían devorado entre ellos mismos ¿Qué tan psicópata se necesita ser para hacer algo así? Lo peor no era eso, las mordeduras de Emma eran las únicas que no habían sido identificadas, lo que hacía suponer que estas no eran las únicas víctimas del ignoto y que para este momento ya habría reemplazado a quienes habían fallecido.
Neil aún incrédulo cogió su celular y mando unas fotos y archivos, enseguida llamo a la única persona que le podía ayudar a aclarar este enredo:
—García, acabo de enviarte unos nombres, necesito que revises todo acerca de ellos y averigües si hay algo que los conecte.
—Entendido guapo, cambio y fuera.
❧ ☙
Despertó y se encontró atado a las cuatro esquinas de la cama. No era la misma celda en la que se había encontrado hasta entonces, del otro lado de la celda se encontraba una mujer en una cama, —que suponía era la que había gritado el primer día— que emitía gruñidos como si fuera un animal. Él sudaba copiosamente, no sabía si era por lo que le habían inyectado por el miedo que le generaba estar en la misma celda que esa mujer que parecía haber enloquecido.
Su captor ingresó a la celda, se aproximó a la mujer que gritaba y se removía en su cama, le ofreció lo que parecía una botella de agua y ella pareció enloquecer al probar el líquido. El tipo soltó una carcajada y salió de la celda.
La inquilina de la otra cama empezó a morder sus ataduras hasta que logró liberarse, una vez libre, corrió por toda la celda de un lado a otro emitiendo sonidos guturales inentendibles. Él estaba realmente asustado, pensó que ella iba a devorarlo y cuando se le acerco, la pequeña ventana que se encontraba en la parte superior llamo su atención. Salto por encima de él y logró alcanzarla, tenía tanta fuerza que logro romper el cristal de esta con sus manos y escapó por ahí.
Él gritaba, le imploraba que le ayudará, pero esa persona ya había dejado de tener consciencia, por lo menos para algunas cosas.
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Penélope había revisado cada detalle de la vida de las víctimas en Central Park, sin embargo, no habían podido dar con algo que les relacionara. Ni siquiera vivían cerca, ni asistían a los mismos eventos ni lugares, sus profesiones no tenían relación alguna. Al parecer solo tuvieron la mala suerte de atravesarse en el camino del maldito psicópata que les había hecho eso.
Por otra parte, Stear había descubierto aquello que no pudo definir en primera instancia. Rabia. En los pocos restos de tejidos, pudo encontrar rastros de que las víctimas habían sido contagiados con el virus de la rabia. Eso hizo mucho más fácil entender por qué las víctimas se habían atacado unos a otros.
Neil le pidió a la Analista que buscará a cualquier persona relacionada con la rabia de un año y medio a la actualidad. Necesitaba dar con el responsable o este seguiría matando de una manera tan perversa.
Eran las doce y treinta, Neil se encontraba bebiendo un café para sortear el frio cuando recibió una llamada.
—Dime Stear, ¿descubriste algo más?
—Tienes que ir inmediatamente al NYC Health, encontraron a una mujer merodeando en los alrededores de Central Park, reportaron que tenía espuma en la boca y que actuaba de forma errónea y creo con toda seguridad que puede tener que ver con nuestro caso.
Ni siquiera se tomó el tiempo de responder, colgó y arrancó su auto a toda velocidad. Si esa persona era clave para su caso tenía que verla e interrogarla. Esperaba que esta se encontrará en condiciones para responderle, aunque sea para darle un retrato hablado de quien la había secuestrado.
Lamentablemente cuando llego al hospital la víctima había colapsado y no habían podido salvarla. Su cuerpo se encontraba lleno de moretones y mordidas, su boca aun mostraba residuos de espuma, su cabello estaba lleno de tierra y parecía no haber sido lavado por largo tiempo. El cuerpo fue enviado inmediatamente al laboratorio donde Stear ya lo esperaba. Él lamentaba al igual que Neil que no hubiera sobrevivido. El forense trabajo arduamente para conocer la identidad de la fallecida: Christine Bell de cuarenta y cinco años.
Empezaron a repartir imágenes de ella como la habían encontrado ese día, su intención era que, si alguien la había visto desde que escapo, ellos podrían reducir la zona de búsqueda y así poder dar con el responsable. Y la estrategia resulto. Si que había sido vista, muchos de quienes la vieron le tomaron fotos por puro morbo, pero al final eso también ayudaría a localizar la ubicación desde donde había escapado. Una llamada interrumpió los pensamientos del detective.
—Guapo, me vas a amar después que te cuente lo que averigüé…
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El tipo se acercaba lentamente con una cámara en una mano y en la otra una inyección. Desde que la otra cautiva había escapado su captor no dejaba de vigilarlo ni un momento.
—¡Por favor déjame ir! —era la suplica constante que el hacia y que parecía ser ignorada por esa persona.
Se sentía perdido, sabía que era su fin y aunque quisiera luchar sus fuerzas se encontraban mermadas por aquello que ese tipo le inyectaba.
Sintió como ese hombre se acercaba y lo recostaba de lado para —aplicarle quien sabe que— curiosamente no sintió el pinchazo, de repente la habitación se llenó de murmullos, gritos, diferentes voces, —tal vez estaba alucinando—, sentía manos a su alrededor que le tocaban y una voz que se dirigía a él diciéndole que todo estaba bien ahora.
El responsable al verse descubierto soltó lo que tenia en la mano y salió huyendo de la escena, él maldito sabía muy bien por donde ir en ese laberinto que había creado en su sótano, pero Neil Leagan no pensaba dejarlo escapar, corrió tras él, pero en el camino tropezó con una zapatilla que quien huía le había lanzado, eso le dio ventaja a este y estaba a punto de escaparse cuando el detective detono su nueve milímetros semiautomática y con un disparo certero en el hombro lo derribó.
El escuadrón policial se había movilizado hasta Lennox Hill un área prospera del Upper East Side, donde García, mediante su investigación, había encontrado al sospechoso: su nombre era Steven Brown de cuarenta años quien había perdido a su hija Grace —de apenas un año— hace año y medio. Había sido mordida por un enorme perro que deambulaba por las calles y que le había transmitido el virus de la rabia. Lamentablemente algo salió mal y a pesar del esfuerzo de los doctores no pudieron salvar la vida de la pequeña. Él busco algún tipo de apoyo en la sociedad, en las leyes, alguien que se hiciera responsable de lo que había pasado. Pero eso no fue así, inclusive, algunas personas le culpaban por su descuido. Esa actitud fue lo que lo llevo poco a poco a refugiarse en sí mismo y a alimentar un gran rencor en contra de toda la humanidad. Los haría pagar por no haber sido siquiera empáticos con él.
En el juicio se declaro culpable del secuestro y detención ilegal de todas las victimas encontradas. Su primera víctima había sido su exesposa, Diane, con quien experimento inyectando de a poco el virus y registrando cada etapa del desarrollo de este. En esa ocasión reconoció que, por primera vez desde la muerte de su hija, se sintió eufórico con lo que acababa de presenciar, Diane había destrozado y devorado un ratón que él había colocado con ese propósito. Él quería seguir sintiendo esa sensación de poder y control que para ese entonces ya era insaciable, necesitaba alimentarla más, cada vez más.
Lo único que podía hacer era capturar personas para llenar su hambre desmedida de morbo, poder y venganza. Explicó que elegía al azar a estas, pues le daba lo mismo quien muriera mientras él pudiera ser participe en cierta forma. Su modus operandi era recorrer varios lugares de la urbe vestido de vagabundo, —siempre había un incauto de buen corazón que se acercaba a él por algún noble motivo sin saber que esa sería su peor decisión—. Y una vez que se acercaban el inyectaba tiopental sódico —un potente anestésico de acción ultracorta— en sus cuellos y cuando estos quedaban inconscientes los trasladaba en el mismo carrito que siempre empujaba.
En el juicio se mostraron las cintas que Steven grababa de sus víctimas, desde el inicio cuando el empezaba inyectando el virus, hasta unos meses después cuando ellos ya estaban completamente enajenados por este. El jurado tuvo que hacer de tripas corazón al ver las cintas y al escuchar como Brown detallaba sin remordimiento todo lo que les había hecho padecer a sus cautivos, no tuvieron duda de que Brown era un peligro latente para la sociedad y no podía volver a estar en libertad.
La sentencia: tres cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional y fue enviado a Rikers Island a cumplir con esta.
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