—Yo creo que el viaje a Escocia te puede servir de terapia. Es un sitio perfecto para superar los amores...
— ¡Terrance ya no es el amor de mi vida! —contraatacó Candy, con los dientes apretados y su cuerpo tenso como la cuerda de un arco. Mike frunció el ceño.
—Pues creo recordar que cada vez que veias a ese tipo las piernas se te hacían mantequilla —Le estaba recordando algo que a ella se le había escapado en una fiesta que dieron en la oficina, en la que bebió demasiado. En aquella fiesta, había intentado que la aceptaran como una más del grupo. Debería haberse imaginado que Mike se lo repetiría en cuanto se le presentara la ocasión.
—Pasé cinco años horribles en Escocia. No puedes recriminarme el que no quiera volver.
—Tampoco tienes que quedarte. Ni siquiera tienes que cambiar tu plan de vacaciones. . —Candy no quiso presionarlo. La agencia de viajes, de la cual tenía una buena parte de las acciones, se especializaba en alojamiento con autoservicio en el extranjero, y el negocio no había ido muy bien en los últimos meses. Candy era una mujer joven y delgada. Llevaba un traje de chaqueta negro, elegido para que no resaltaran sus formas femeninas. Tenía los ojos verdes esmeralda, pestañas largas. El pelo, una combinación perfecta de rojo y rubio, lo llevaba recogido en una coleta. —. Además eres de allí —musitó Mike con satisfacción—. Esa es una ventaja.
—Yo soy inglesa —le recordó Candy.
—Seis villas, solo iras a verlas, firmas el contrato con el propietario, te vas a Italia . A lo mejor, cuando vuelvas de vacaciones podras celebrarlo conmigo en una romántica cena para dos —sugirió Mike.
Candy se puso colorada. Eran amigos, pero últimamente Mike había tratado de convencerla para que tuvieran una relación. Ella le había respondido, con mucha delicadeza, que no y su insistencia la estaba poniendo en una situación bastante incómoda. Después de todo, no sólo trabajaban juntos, sino que además estaban compartiendo el mismo techo.
—Ni lo pienses —le contestó sonriendo, mientras se dirigía a la puerta de salida —. Hay veces que odio a tu primo —le informó Candy a la castaña que estaba en la recepción. Luisa se limitó a sonreír.
— ¿Escocia?
— ¿Lo sabías? —Candy se sintió traicionada, pero también sabía que estaba demasiado sensible. Ninguno de sus amigos podía saber lo que significaba para ella volver a pisar aquel lugar de nuevo. Porque, al fin y al cabo, no les había contado todo lo que le había pasado allí—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Mike pensó que lo ibas a aceptar mejor si te lo decía él. Además, te vas de vacaciones a Italia —comentó Luisa, mientras se daba la vuelta, para contestar el teléfono.
Candy subió las escaleras del espacioso apartamento de dos habitaciones que había estado compartiendo con Mike, desde que Luisa se había casado. Hacía tres años que trabajaba con los primos Carson. Con el dinero que consiguió de una póliza de seguro, compró acciones de la empresa. La agencia estaba situada en los bajos del edificio. Se sentía muy a gusto allí, porque se pasaba el tiempo viajando y negociando.
El problema era que Mike había empezado a declararle sus sentimientos. Sus familiaridades no habían pasado desapercibidos para el resto de los compañeros. Los comentarios y rumores que se oían en la oficina la sacaban un poco de quicio. Hacía tiempo que había aprendido que las habladurías podían arruinarle a uno la vida. Al menos eso fue lo que le pasó a ella en una ocasión. Pero era mejor no acordarse de ello. ¿Se habría impuesto Mike el reto de conseguirla por cualquier medio? ¿Por qué se comportaban los hombres de esa forma? Llamó por teléfono a su madre.
— ¿Mami? Me voy a ir de viaje antes de lo esperado —le dijo, disculpándose.
—Candy... ¿no crees que ya estás bastante grandecita como para seguir llamándome mami? —Le espetó Melany, con arrogancia.
—Lo siento —Candy se mordió el labio—. Tengo que marcharme...
---Yo también tengo que ir a la peluquería dentro de una hora —interrumpió Melany—. Te llamaré el mes que viene.
Candy colgó el teléfono, temblándole un poco la mano. Le seguía doliendo aquella respuesta de su madre. Recordaba todas y cada una de las excusas que le había dado a lo largo del tiempo. No era una persona que le gustara demostrar sus sentimientos. Todos los años que había pasado separada de ella, cuando Candy estuvo viviendo en Escocia, habían dañado la relación. El problema era que, en el fondo, temía que de no haber vuelto jamás, su madre ni se hubiera preocupado. No obstante, se avergonzó por pensar de esa manera.
Los ojos de Candy echaban chispas de desesperación. La tarde no había hecho más que empezar y ya estaba harta. Se suponía que, en esos momentos, debía estar con destino a Italia. ¿Dónde estaba? Metida en un coche ruidoso y pequeñísimo, viajando por las carreteras de Escocia, a paso de tortuga por las calles donde solía pasar hace cinco años. Se le ponía la carne de gallina, al recordarlo. Pero aquello pertenecía al pasado. Ya tenía veintiún años y sabía controlar su destino.
Pero los recuerdos persistían. La conmoción cultural que supuso, a sus once años, pasar de vivir en un mundo civilizado como el de Londres, para trasladarse a una familia de campesinos analfabetos, que ni siquiera la querían, el horror que sintió cuando le dijeron que nunca más volvería a ver Londres, ni a su madre. El abandono de su padre a los pocos días, la soledad, el miedo, el aislamiento. Todos esos sentimientos todavía estaban muy dentro de ella y sabía que nunca los iba a poder olvidar.
Continuará...