—Per amor de Dios.... eres una bruja... así no era como tenía que suceder —Terry le quitó el vestido que todavía tenía alrededor de la cintura, sin apartar ni un minuto su boca de la de ella, le quitó la ropa interior, se echó encima de ella e introdujo su miembro en el centro de su cuerpo. Candy gimió de placer, arqueándose sin poder controlar la pasión. Los dos se movieron al unísono, sin control del tiempo, entregados por completo el uno al otro, hasta que juntos alcanzaron el orgasmo.
De lo primero que se dio cuenta Candy, cuando terminaron, fue de la rapidez con la que Terry salió de ella. Sintió frío en su piel mojada y la invadió un sentimiento de pérdida y desorientación. Abrió los ojos poco a poco, enfocando su mirada en el techo de aquella habitación en la que no había estado nunca. Bajando la mirada, vio a Terry, que estaba completamente vestido.
La estaba mirando como extrañado de que ella estuviera allí, con una mezcla de arrepentimiento y compasión. De pronto levantó el vestido que estaba tirado sobre la silla y la cubrió con él el cuerpo.
—Voy a llenar la bañera.
—Mira a ver si te metes tú en ella y te ahogas... — Candy se dio la vuelta en la cama y dobló las rodillas contra su pecho. Se sintió como si fuera una fulana a la que él había llevado a casa, y una vez terminado quisiera que se fuera.
—Estoy empezando a sentir que tengo doble personalidad — confesó Terry en tono muy grave —.Nunca antes me había tirado sobre una mujer como si fuera un animal hambriento... —Candy se levantó, lo miró a la cara y le gritó:
— ¡Sal de aquí ahora mismo!
—De esa manera no solucionaremos nada y yo me sentiré peor —replicó Terry. A Candy se le llenaron los ojos de lágrimas. Terry se acercó a la cama, se sentó en el borde y le agarró la cabeza entre sus manos. En su rostro se reflejaba el arrepentimiento —. Quería castigarte... la verdad, quería castigarte. Pero hace un minuto cuando te he mirado otra vez, he visto la adolescente que una vez estuvo enamorada de mí. Y la verdad, no has cambiado mucho. No me importa que me hayas robado dinero, porque soy rico y eso me da igual — le dijo con tono de tristeza — Ojalá pudiéramos atrasar el reloj y volver a ese momento en que nos encontramos en La Cabaña.....
—S... sí —tartamudeó Candy, a quien se le había ocurrido el mismo pensamiento que a él.
—Aunque la verdad, no sé de qué hubiera servido. Porque lo que más me molestó fueron tus mentiras. Aunque yo no soy una persona que perdone, de pronto ya no estoy enfadado contigo.
— ¿Y si te digo que yo no vi ni un céntimo de ese dinero? — le preguntó Candy de forma impulsiva. Estuvo a punto de confesarle la verdad, porque le dolía que él la considerara una mentirosa y una ladrona —. Imagina que lo hice para proteger a mi madre... —Mientras la escuchaba, el rostro de Terry se endureció y ensombreció.
—No seas infantil, Candice. No trates de hacerme cambiar de opinión, diciéndome más mentiras —le advirtió con impaciencia.
—Lo sé, pero yo...
—Escúchame — le interrumpió Terry con tono grave —. Si no hubiera sido porque tú también estabas metida en ese fraude financiero, hubiera demandado a tu madre —Dándose cuenta de que con su falsa confesión había evitado que su madre fuera a la cárcel por fraude, Candy bajó la mirada y guardó silencio, agradeciendo no haber levantado más sospechas. Porque era evidente que si Terry hubiera estado seguro que ella no era cómplice, habría hecho caer todo el peso de la ley sobre su madre. —. Sabia decisión —comentó Terry, al ver que permanecía en silencio —.Tienes que asumir lo que hiciste, pero eso no quiere decir que no puedas cambiar.
—Supongo que no... — contestó ella, restregándose los ojos, a la vez que daba un suspiro.
—Todavía eres mi esposa y soy responsable de ti — continuó Terry, con tono más amable —. Cuando empezamos a hacer el amor, yo no quería hacerte daño. He sido demasiado egoísta y sólo he pensado en mí...
—Deja de hablarme de esa manera —lo interrumpió Candy, cada vez más avergonzada —. Yo sabía lo que estaba haciendo.
—Ése es precisamente el problema, que no lo sabes — le contradijo Terry—. Tú haces siempre lo que te apetece en todo momento. No creo que en toda tu vida hayas pensado en lo que vas a hacer al día siguiente. Y esa conducta irresponsable es como una enfermedad contagiosa, que me afecta a mí también — Después de haber hecho una valoración de su carácter, con la incredulidad y censura del que considera que una personalidad impulsiva es una debilidad peligrosa que sólo puede traer malas consecuencias, Terry se levantó y se alejó —. Llenaré la bañera y llamaré para que te suban algo de comer. Tienes que estar hambrienta, porque yo lo estoy también...
—Uhumm… — Candy se levantó de la cama y se metió en el cuarto de baño. Observó cómo abría los grifos dorados de la bañera con unos gráciles movimientos de la mano. Todo lo que hacía Terry le gustaba, y no tuvo más remedio que admitir que estaba profundamente enamorada de él.
Aunque él le hubiera recriminado su actitud, estaba claro que haber hecho el amor había sido como una especie de catarsis. Candy volvía a ver el Terry que recordaba, aquel hombre perfecto que la dejaba extasiada. Porque podía ser un hombre muy cariñoso. En aquel momento le estaba llenando la bañera. Incluso había admitido que podía estar equivocado.
Candy había elegido un ganador a los dieciséis años. Ojalá lograra que se enamorara de ella en aquellas tres semanas. Rezó a Dios con fervor para que la escuchara. Terry se irguió y se dio cuenta de que lo estaba mirando, como si estuviera hipnotizada.
Continuará.....