—Ahora sentirás placer —prometió Terry, dibujando en su cara una sonrisa casi tierna. Era muy difícil imaginárselo, pero poco a poco aquello fue haciéndose realidad, y todo su cuerpo se concentraba en los movimientos que Terry hacía dentro de ella, con una fuerza que la llenaba de energía e impaciencia. Era algo temporal, absorbente. Y de pronto su cuerpo empezó a estremecerse, traspasando los límites del placer. Y Terry la acompañó en todos sus movimientos hasta quedar saciado.
Cuando Candy despertó de la languidez de la saciedad, se encontró abrazada a él, como una lapa. Terry levantó poco a poco su cuerpo del de ella y miró la sábana, sin mover un solo músculo de su cara—.A veces se producen los milagros —musitó muy suave.
El silencio se estiró como una goma elástica hasta el punto de máxima tensión. Terry la miró y se mantuvo a la espera.
—Te desprecio por lo que me has hecho —le recriminó Candy, sintiéndose desnuda, tanto por fuera como por dentro.
Cuando intentó levantarse de la cama, Terry la agarró del brazo.
—No me extraña que te tuvieras que emborrachar anoche. Necesitabas coraje, porque no sabías qué tenías que hacer conmigo —le dijo Terry, mirándola a sus ojos cargados de ira. Casi sin pensarlo, Candy estiró una mano, con la intención de darle una bofetada. Pero de pronto se vio otra vez tendida en la cama. Terry la sujetaba. —.Deja tranquilas tus manos —le dijo —.Esto te pasa por no decirme la verdad.
Candy intentó con todas sus fuerzas liberarse, pero no pudo.
— ¡Déjame! —le gritó.
—Mi esposa es un gato salvaje —Terry la miró, con una intensidad desconcertante. —.No hay más que rascar un poco para ver lo volátil que eres. La pasión siempre te traicionará...
— ¡Cállate, Terry! —siseó ella.
—Jamás olvidaré tus gritos aquel día en Escocia. Me dijiste a gritos que yo te pertenecía —musitó Terry —. Si hubieras tenido una pistola, me hubieras pegado un tiro, porque pensabas que si tú no me tenías, nadie más podía. En un segundo todo tu amor se convirtió en odio...
Candy cerró los ojos, todo su enfado apagado por el recuerdo doloroso e insoportable de aquel día.
—Quiero levantarme y hacer la maleta, ahora.
—Buena idea —concedió Terry, soltándola, con un gesto de indiferencia, como si se preguntara la razón por la que había estado sujetándola hasta ese momento—. El helicóptero está a punto de llegar.
— ¿Helicóptero? —preguntó ella, recordando justo en ese momento la llamada que había hecho él, cuando estaban en el piso de abajo—. Ah, claro.
Un helicóptero que los llevaría al aeropuerto, donde cada uno de ellos tomaría un camino diferente, porque cualquier otra cosa era imposible. La publicidad, la furia que Helen había infundido, los perseguiría a los dos, y Terry no quería levantar más el interés de los medios de comunicación, manteniéndola a su lado.
Candy llenó la bañera y se metió en ella, encogiendo su cuerpo al sentir un nuevo dolor. Lo suyo con Terry había acabado. Nunca más lo iba a volver a ver. Candy se quedó con la mirada perdida, luego cerró los ojos, cuando sintió las lágrimas saliendo como un torrente. Aquello era normal, se dijo a sí misma, mientras se los secaba con una toalla.
— ¿Lloras por la virginidad perdida? —Asustada por aquella interrupción, Candy dejó caer la toalla en la bañera.
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó.
—Quiero ducharme... y sólo hay un cuarto de baño —le recordó, mirándola con tal intensidad que era como si le quitara la piel a cachos—. Si quieres despedirte personalmente de tu familia, será mejor que te des prisa. Si no, los puedes llamar desde Roma.
— ¿Roma? —repitió Candy, levantando la toalla mojada y cubriéndose los pechos con ella—. Pero yo no voy a Roma...
—Sí, sí vas —le confirmó Terry, con mucha tranquilidad—. ¿Dónde pensabas que ibas a ir?
—Yo pensaba... pensaba que íbamos al aeropuerto y allí nos separaríamos... pensaba que yo me iba a ir a casa...
—Pues estás confundida. Todavía no han pasado tres semanas. Y por cierto, la cuenta atrás empezó hace una hora, justo en el momento en que nos metimos en esa cama —le dijo Terry, mientras se metía en la ducha.
— ¿No pretenderás retenerme con toda la publicidad que ha habido? —Terry se quitó la bata y lo dejó caer al suelo, quedándose completamente desnudo.
—Pecosa..a mí me da igual —le respondió, con gesto implacable, como el de una escultura griega—. Lo único que me preocupa es la posibilidad de que tengamos que seguir viéndonos toda nuestra vida...
— ¿Cómo dices? —le preguntó Candy, sin saber a qué se refería.
—Que hemos hecho el amor sin tomar ninguna precaución —replicó Terry, con tono grave. —. Como no has dicho nada, yo he asumido que no tenía que preocuparme por tu fertilidad.
— ¿Quieres decir que no te pusiste...? —no se atrevió a terminar la pregunta, al recordar que él no se había puesto nada. El pánico atenazó su cuerpo, ante la posibilidad de quedarse embarazada de alguien que la despreciaba. Poco importaba que ese hombre estuviera casado con ella.
—Pero si crees que con ello vas a poder sacarme más dinero, cometes un error del que te vas arrepentir —le aseguró Terry, con gesto frío como el acero.
Candy sintió un nudo en la garganta. Lo miró, con los ojos como platos.
—No me dignaré siquiera a responder a esa acusación —replicó tensa.
—Me divorciaré de ti, aunque te hayas quedado embarazada —le dijo Terry, con crueldad—. ¡Tres semanas más y habrás desaparecido de mi vida!
Terry.... —suspiró Candy, pero se detuvo, al darse cuenta de que la emoción afectaba su dicción. No queriendo indagar más en las confusas y complejas emociones que se apoderaban de ella, prefirió pensar que había remotas posibilidades de concepción—. No creo que ninguno de mis óvulos esté dispuesto a aceptar un espermatozoide de los Grandchester — —. ¡Estoy convencida de que tus células reproductoras están en este instante perdiendo la batalla en territorio hostil!
—Espero, por el bien de los dos, que tengas razón —replicó Terry, cerrando la puerta de la ducha con una violencia, que reflejaba su estado de ánimo.
Mientras salía del baño, con los ojos cargados de lágrimas, Candy se recriminó a sí misma su extrema sensibilidad. ¿Por qué le tenía que doler su actitud? ¿Por qué iba a tener tan mala suerte de quedarse embarazada? Era mejor pensar lo contrario.
Continuará....