Terry había heredado el castillo de Escocia por parte de la familia de su madre. Candy recordó la ocasión en que estuvo con él de picnic en el castillo. Terry le habló de los planes que tenía para remodelar el castillo. Le impresionó mucho su sentido de la responsabilidad.
— ¿Dónde vas a colgar el cuadro? —preguntó Terry cuando salieron de la galería. Candy no ocultó su sorpresa.
— ¿Dónde voy a colgarlo? —repitió—. ¿Estás diciendo que lo has comprado para mí?
— ¿Por qué no?
—Porque no quiero que me compres cosas como ésa. ¡Resulta indecente el modo en que gastas tu dinero conmigo! —respondió Candy mientras se encaminaban hacia la limusina.
Unas barreras de protección impedían que los miembros de la prensa reunidos en la entrada se acercaran demasiado a ellos. Candy parpadeó como un búho mientras destellaban los flashes de las cámaras y los periodistas bombardeaban con preguntas a Terry, que permaneció impasible hasta que estuvieron dentro de la limusina.
—Por supuesto que te voy a comprar cosas —dijo en cuanto estuvieron sentados—. Más vale que te vayas acostumbrando.
—Sólo estoy aquí por el niño. Mi única recompensa va a ser estar con el.
Terry entrecerró los ojos y la miró con irónica dureza.
—A ningún hombre le gusta que le digan que su único atractivo reside en un bebé de dieciocho meses,
Candy irguió su pálida cabeza.
— ¿Aunque sea cierto?
—Pero no lo es. Es una mentira de la que deberías avergonzarte —replicó Terry en tono despectivo—. Me deseas tanto como me deseabas hace cinco años. No utilices al niño de excusa.
—No es una excusa. Puede que te encuentre ocasionalmente atractivo... pero no habría hecho nada al respecto.
— ¿Demasiado tímida ? de manera que el hecho de que nos deseáramos mutuamente no significó nada para ti.
—No seas ridículo... ¡por supuesto que significó algo! —Replicó Candy —. Pero tú querías que fuera algo que no podía ser.
Terry cerró con fuerza su mano en torno a la de ella para forzarla a mirarlo.
—Sólo quería que fueras una mujer, no una feminista alborotadora...
Candy lo miró con resentimiento.
—Nunca he sido una alborotadora. Sólo fui razonable. Queríamos cosas totalmente distintas de la vida. Nuestra relación no habría funcionado.
—El tiempo lo dirá, sin duda —dijo Terry a la vez que la soltaba.
El silencio se adueñó de la limusina durante el resto del trayecto. Candy aún no podía creer ni aceptar que estuvieran a punto de compartir la cama.
—Si la pintura es mía, la colgaré aquí en algún sitio —dijo de pronto, aliviando la tensa atmósfera —. Porque de momento no tengo otro sitio en que vivir.
Terry le dedicó una sonrisa satisfecha, como si la sombría afirmación de Candy hubiera resultado reconfortante para él.
—Ahora vives donde vivo yo.
Un involuntario escalofrío recorrió la espalda de Candy cuando se hizo consciente del nivel de dependencia que implicaba aquella afirmación de Terry.
—No luches contra lo inevitable. Acepta los cambios que se van a producir en tu vida. Puede que incluso acabes disfrutando de ellos.
— ¡Eso nunca!
—Ninguna otra mujer se ha atrevido nunca a enfrentarse a mí como lo haces tú —dijo él en tono de indulgencia—. Eres verdaderamente única.
Ella cerró los ojos, de manera que cuando Terry inclinó la cabeza para besarla su única arma fue su rabia. Pero cuando apoyó las manos contra su pecho para apartarlo de su lado, se lo pensó dos veces. Había hecho un pacto con el diablo y había llegado la hora de pagar. Mientras Terry la besaba, permaneció rígida como una estatua. Pero él jugueteó con su lengua y sus labios hasta que Candy dejó de pensar con claridad y su resistencia comenzó a debilitarse. Con un masculino gruñido de aprobación, Terry la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.
El corazón de Candy latía tan rápido que apenas podía respirar. Cuando Terry la dejó en la cama, ella agitó los pies para quitarse los zapatos. Una cálida rafaga de aire acarició su espalda cuando él le bajó la cremallera del vestido. Los besos de Terry. las caricias de su lengua entre sus labios entreabiertos, actuaron como un increíble afrodisíaco que despertó cada célula del cuerpo de Candy. Por un instante se quedó conmocionada al reconocer que lo deseaba y necesitaba tanto como el aire que respiraba. Una intensa sensación de culpabilidad se apoderó de ella al reconocer con amargura que era más débil de lo que pensaba.
—Déjalo ya —murmuró Terry.
— ¿Cómo? —preguntó ella, desconcertada.
—Deja de pensar en lo que estás pensando. Más que una mujer pareces una momia egipcia.
Candy no pudo evitar que el rubor cubriera sus mejillas.
—De hecho, no pienses en nada. Esto es solo sexo. Algo muy natural.
— ¿Natural? —repitió Candy despectivamente—. ¡Esto es lo más antinatural que he hecho nunca!
—Sólo porque te empeñas en luchar contra lo que te hago sentir.
El hecho de que reconociera su lucha sorprendió a Candy, pues nunca habría esperado que Terry la comprendiera tan bien. Pero si quería que su acuerdo funcionara, debía dejar de juzgarlo y de esperar de él más de lo que estaba dispuesto a darle.Terry
— ¿Cuántos hombres dijiste? —preguntó él mientras empezaba a desvestirse.
— ¡No mencioné ninguna cantidad! —replicó Candy a la defensiva.
La expresión de Terry adquirió un matiz irónico mientras seguía desvistiéndose. Ella fue incapaz de apartar la mirada de su poderoso torso, de sus músculos. También estaba magníficamente dotado... y excitado. Sintió que se le secaba la garganta y temió que su corazón se acabara desbocando.
— ¿Menos de cincuenta? —preguntó Terry en tono desenfadado. Candy le lanzó una mirada horrorizada.....
Jajaja ja es único el bombón..
Continuará......