Hola, aquí estoy cumpliendo con el reto #3 impuesto por Cherry Cheddar. La imagen que se puso para el reto es el reflejo de un hombre en el espejo, el personaje que identifiqué con esta imagen es Annie Britter.
One shot universo alterno. En este universo por sugerencia de mi estimada Astrid Graham, Susana Marlow es una cantante de ópera (ya saben que ella le tiene mucho cariño a ese personaje) Sin más les dejo con el siguiente relato, narrado desde la perspectiva de Annie.
Sabía que el amor de Archie no me pertenecía y aun así me aferré a él como si fuera el único hombre sobre la tierra. Estaba dispuesta a luchar por su amor sin importar quién fuera el rival y lo conseguí. Soy la señora Cornwell, envidiada y respetada por la alta sociedad. Todos creen que somos la familia perfecta, que nos amamos. Más de una dama quisiera estar en mi lugar para ser la esposa de uno de los herederos del clan Ardlay.
Al principio todo fue perfecto, un esposo amoroso, atento y dedicado que sólo quería complacerme para quedar bien conmigo o con su conciencia, no lo sé. Transcurrieron exactamente doce meses para que las juntas de trabajo se empezarán a prolongar, cada día los “no me esperes para cenar” eran más frecuentes.
Hasta que se convirtieron en una rutina y con ello leer hasta altas horas de la noche, esperando por su llegada para obtener un beso en la frente, casi llegué a amar el whisky ya que hacer el amor después de que él tomará media botella era algo normal. No sabía exactamente cómo era la vida marital y menos los rituales que los hombres hacían para poder ejercer su papel de esposo en el lecho.
En una noche de tormenta lo oí llegar dando traspiés al caminar, entrando como un huracán lanzando a su paso prendas de ropa por los aires, murmurando por lo bajo cosas que solo él entendía.
—¿Sigues despierta, mujer? —preguntó y yo le sonreí a pesar de su apariencia desaliñada, esperando que su estado lo animará para hacerme una caricia.
—Ya sabes que no puedo dormir hasta que llegues —respondí dejando a un lado el libro y poniéndome de pie para darle un beso en la mejilla.
Un resoplido salió de su boca, amasó su pelo y se dio la vuelta para meterse en el cuarto de aseo. Le ayudé a secar su cabello y espalda, depositando besos en las partes que secaba, posé la palma de mi mano en su miembro abarcando por completo hasta que obtuve lo que quería, no fue como las otras veces, sus feroces embestidas eran como si quisiera quebrarme por dentro, provocando que mis lágrimas fluyeran. Con su mirada de desprecio clavada en la mía enterró sus dientes en mi clavícula y me hizo estallar en mil pedazos, dejó caer su cuerpo a un lado durmiéndose al instante. Con mucho esfuerzo me paré y caminé hacia la ducha, al pasar frente al espejo el reflejo que me devolvió era deprimente, ahogué un sollozo con mi mano antes de dejarme caer al piso frío.
A pesar de todo, al día siguiente me sentía feliz porque mi esposo me había hecho el amor la noche anterior. La escena se repitió un par de veces antes de enterarme que estaba embarazada, todos pensaban que era estéril porque no me embarace rápido, lo que lamento es que nuestro hijo haya sido concebido de aquella inusual manera de amar.
—¿Qué haces Archie, a dónde llevan tus cosas?
—Me cambio a la habitación continua, Annie. Quiero que estés cómoda, esto es lo mejor, tranquila, no pongas esa cara. Esto es algo que debí hacer desde el principio, pero me negaba a seguir los protocolos, sin embargo, ahora es necesario por el bien de nuestro hijo.
No dije nada, mis padres también tenían una habitación continua, pero siendo honesta jamás supe si dormían juntos, siempre me iba a dormir antes que ellos. La etapa final de mi embarazo llegó y Archie no estuvo presente en el nacimiento de nuestro primer hijo. Maximiliano llegó al mundo el día más frío de octubre. Cuando nació Adam, el hijo de Candy, Terry se molestó porque no lo dejaron entrar para estar con su esposa y presenciar el momento exacto en el que su hijo vio la luz del día por primera vez, yo estuve allí y fue muy tierna la actitud de Terence cuando conoció a su primogénito. Limpié mis lágrimas al recordar el feliz matrimonio de mi amiga.
Los rumores de los diferentes romances entre mi esposo y otras mujeres, los escuchaba a mis espaldas cada vez que salía con mi madre o mis amigas a hacer compras o ir con la modista. La primera vez que lo vi acompañado de una mujer, fue en una lujosa cafetería. No pude ver la cara de la dama con la que estaba, pero el dolor atravesó mi pecho. Yo iba con mi madre, la cual me aconsejo que lo ignorara que no era correcto hacer un escándalo, que seguramente era algo pasajero, uno de esos pasatiempos que a menudo tienen los hombres, “eso es normal entre los caballeros” dijo mi madre restándole importancia al asunto y tomando un sorbo del humeante café.
Con el paso de los años las reuniones imprevistas que implicaban que saliera de viaje, le siguieron a las juntas recurrentes que lo hacían faltar a la cena con sus hijos. Nueva York se volvió el lugar favorito para cerrar negocios.
En una ocasión Candy vio a Archie con su amante de turno, una cantante italiana de ópera. No me lo dijo cuando sucedió, lo confesó el día en que mi esposo salió en primera plana muy sonriente con la aclamada artista. Por supuesto se justificó, pero las imágenes no dejaban lugar para las dudas. Esa fue la primera vez que enfrente a Archibald.
—¿Cómo pudiste? acaso no te importa lo que siento, no te importan tus hijos. —mis puños golpeaban su pecho, pero él mantenía la calma.
—Ya te dije que no sé de qué hablas.
—De esto, del escándalo del momento —le tiré el diario en la cara, cuando lo vio apareció una pequeña sonrisa en su rostro.
—Siempre haces una tormenta en un vaso de agua. Sí, fui con ella a cenar, pero no fuimos solos, esa foto fue tomada cuando el novio de mi amiga fue al sanitario. —Sabía que mentía, no era el único periódico en donde se le veía con esa mujer y sobre todo, lo habían fotografiado besándola, pero bastó un solo roce con sus dedos para olvidarme de todo.
—¡¡¡No me toques!!!
—Annie, olvida esas mentiras —me sujetó del brazo y besó mi hombro desnudo, el tirante de mi ropa de dormir se había bajado durante la discusión— ¿me perdonas, por ir a cenar con unos amigos? —su mano bajó por mi espalda, enviándome electricidad, su toque me debilitaba. Trataba de defenderme, mis palabras se entrecortan cuando me tomó entre sus brazos y me tumbó en la cama, para después despojarme de mi ropa y él hacer lo mismo, ahogando mis reproches con sus besos hirientes, martirizándome con sus afilados dientes que mordisqueaban el lóbulo de mi oreja y bajaban por mi cuello. Succionando mis senos hasta enrojecerlos, lo que solo incrementaba las ganas de que me hiciera suya. Se hundió entre mis muslos haciéndome jadear, burlándose de mi voluntad. La que se desmoronó debajo de su cuerpo. Le amaba más que a nada en el mundo, y su forma tan cruel de amarme me desarmaba, me hacía perder la cabeza, invadía mi mente una y otra vez durante el día, deseando que la noche llegará para esperar obtener lo que tanto deseaba de él. Que me amará.
Después de esa noche, Archie llegaba a cenar todos los días. Jugaba con Max y Emma, parecía que las cosas por fin estaban bien entre nosotros. Sin embargo, la visita inesperada de una mujer me sorprendió, Archivald se fue con Albert para cerrar unos negocios en Washington.
Aquella mujer de pronunciado vientre era bellísima. Su acento italiano me erizó la piel, ella aseguraba que Archie era su prometido, que le pidió que se estableciera en Chicago, cuando supo que estaba embarazada. Al parecer tenía varios días que no la visitaba, ya que, a ella le dijo que aún vivía con sus padres. Se las arregló para averiguar la dirección de la casa “de sus padres” que resultó ser la mía. Cuanta mentira había tejido para engañarla.
Mis piernas flaqueaban, pero no le daría el gusto de verme destrozada.
—No sé de qué habla. El Archivald que vive aquí, es mi esposo —se llevó la mano a la boca y después acarició su vientre, con un claro signo de dolor en su rostro. Estaba enamorada de él, sus lágrimas de decepción lo demostraban.
—Yo… no sabía. Él me dijo que era soltero, él me engañó —dijo antes de dar un grito y de nuevo tocó su vientre, esta vez se dejó caer de rodillas. Yo sabía que mentía, era imposible que no supiera que Archie estuviera casado, aparecíamos en las páginas de sociales muy seguido. A pesar de que era mi enemiga, no era tan insensible para no ayudarla, le tendí la mano para que se incorporara, ella no era culpable, el único culpable era él.
—Se encuentra bien, le pediré al chofer que la lleve a un hospital.
Las gotas se estrellaban con los cristales de la ventana, me había quedado ahí desde que la mujer salió ayudada por Ernesto, nuestro chofer. La observé subir al auto, quizás su hijo nacería pronto. Por extraño que parezca no lloré, sentía lástima por ella, la risa de mis hijos a mi espalda, hizo que me tragara el dolor y que sonriera para jugar con ellos como si mi corazón no estuviera herido. Al día siguiente Archie llegó acompañado de Albert, no bajé para recibirlo como siempre lo hacía. Me quedé en el cuarto de Emma, observándola dormir en su cuna.
—Mujer, qué haces aquí. Hace más de media hora que llegué, mi tío se quedará a cenar y luego se irá, debes bajar a saludar —dijo detrás de mí, colocando una mano en mi cadera.
—Atiéndelo tú, es tu tío, no el mío. — No me volví a verlo, pero pude sentir su mirada iracunda.
—No puedes ser tan descortés como para no atender a nuestra visita, además, es Albert. —las gotas seguían mojando la ventana, escuché el golpe de la puerta al cerrarse, Emma se despertó asustada y la tomé en brazos para arrullarla, me quedé dormida con ella.
Me desperté al sentir que alguien me quitaba a la niña.
—¿Qué pasa? —pregunté al ver a Archie frente a mí.
—Casi tiras a Emma, te quedaste dormida. —la dejó en la cuna y se volvió hacia mí, cruzando sus brazos en su pecho— Ahora sí me dirás por qué le hiciste ese desplante a mi tío.
—Y todavía lo preguntas, ¿acaso no te dijo tu amante que estuvo aquí? ¡Eres un maldito Archivald! como te atreves a embarazar a esa mujer y traerla a Chicago, cerca de tus hijos. ¿Cómo puedes negarme a mí y a tus hijos? —me sujetó de las muñecas cuando empecé a golpearlo, me sacó de la habitación de mi hija y me llevó a su recamara, tras cerrar la puerta me tiró en la cama.
—No digas tonterías Annie, no tengo idea de que hablas.
—Me vas a decir que Susana Marlow también es la esposa de un amigo. Ella vino aquí porque pensó que era la casa de tus padres. —su nariz acarició mi mejilla, bajando lentamente por mi mandíbula, tratando de que me rindiera a él como siempre lo hacía.
—Es una calumnia, no debes creer todo lo que te dicen —su mano parecía seda deslizándose entre mis muslos.
—No… me… toques… te odio —sus dedos encontraron mi debilidad y me odié por querer más de él, abriendo mis piernas para darle acceso, desabotoné su pantalón y lo sentí, lo tomé entre mis manos para guiarlo a mi interior.
—Eso es, mi amor. Olvidémonos de todo, déjate llevar —sus empujes eran más fuertes y profundos, mientras me hablaba al oído.
La densa niebla que envolvía mi cabeza sólo me hacía gritar su nombre, deseando que nunca dejara de amarme. Terminé entre sus brazos como tantas veces, sin poder dormir, lamentándome por amarlo, por ser tan débil. Cuando desperté él se había ido, ni siquiera desayunó conmigo.
Esa noche no llegó a cenar, cuando llegó cerca de la una de la mañana, se justificó diciendo que tuvo una reunión importante imposible de cancelar.
Dos días después todo Chicago sabía que mi esposo había sido padre, lo vieron entrar al hospital con la italiana, las páginas y cotilleos decían que se le vio preocupado durante el parto de su hijo, el cual fue un varón sano.
Arrugué las hojas hirientes, abracé a Max y lloré en su pequeño hombro. Sentir los dedos de mi hijo limpiando mis lágrimas me ayudó a tomar la decisión de terminar este círculo vicioso. Dejé a mi niño en su habitación y fui a la mía, miré mi reflejo en el espejo como la primera vez que el me torturó al hacerme el amor de esa manera tan cruel, pero placentera, el rímel arrastrado por las lágrimas corría por mis mejillas, el labial manchando más allá de la comisura de los labios. Sentí lástima de lo que vi.
¡En esto te has convertido Annie! —me reproché— ¡en su payaso, en su bufón! —rompí el espejo con el florero que estaba a un lado. La mujer que se multiplicaba en los pedazos del cristal se reía de mi suerte.
Empaqué lo necesario, escribí una breve carta y crucé el umbral con mis dos hijos sin mirar atrás. Dar el último paso fuera del portal fue lo más difícil, pero estaba decidido, no importaba cuanto le perdonara y le amará, él jamás me correspondería, no como yo quería. Y está no era la vida que quería para mis hijos.
Para Archie:
Te devuelvo tu libertad, no te preocupes por buscarme, es una decisión irrevocable, estás en todo tu derecho de ver a tus hijos cuando quieras, pero no a mí. Me cansé de amarte y de esperar que tú hicieras lo mismo, ¿fue esté el castigo que me impusiste por obligarte a elegirme? Pensé que podía conquistar tu corazón, que mi amor sería suficiente para enamorarte, que quizás con el paso del tiempo lo lograría, pero fue inútil.
Nunca pude entender cuál era el secreto para entrar en tu maldito corazón. El precio de tu amor es más alto de lo que imaginé, me temo que jamás podré pagarlo y ya no quiero seguir pagándolo, ya no más.
No podía permitirme caer entre sus brazos otra vez, si lo veía, si me tocaba, lo perdonaría, por eso cuando fue a buscarme mi madre solo dejó que viera a los niños. Aunque mis padres y la señora Elroy no estaban de acuerdo, firmamos el divorcio tres meses después de que dejara nuestro hogar. Él se casó con Susana Marlow, la cantante de ópera, sin importarle las protestas de los Ardlay.
Tiempo después un reportero publicó los inicios de la soprano, llegó a América con los sueños de conseguir lo que no pudo en su país, trabajó mucho tiempo en una cafetería antes de conseguir la fama que hoy posee. Se dice que fue el mismo Archie quien la ayudo a sobresalir en su carrera.
No le importó su posición ni el escándalo que provocó, defendió el amor de esa mujer como jamás lo hizo conmigo, me duele porque quiere decir que a ella si la ama.
He aprendido la lección de la peor manera, aferrarme a él fue un error, si hubiera dejado que las cosas siguieran su curso tal vez hubiera conocido el verdadero amor con alguien más. Pero mis hijos son lo más sagrado y es por lo único que vale la pena repetir cada segundo que pasé a su lado.
FIN