CAPÍTULO 6: EL ÚLTIMO TICKET y AMARGA DESPEDIDA
A pesar de la oscuridad de la noche, el brillo de la luna le permitía ver como los azules zafiros de él brillaban con ansias ante la respuesta que ella daría. Por breves segundos ella cerró sus ojos y aspiró el seductor aroma que ese hombre despedía.
Como única respuesta ella mordió su labio inferior haciendo que él respondiera con una mirada diabólicamente cínica. Ella sabía lo que esa mirada significaba, con los nervios a flor de piel la mujer se giró para abrir su puerta mientras sentía como el cálido aliento del castaño le quemaba en la piel.
Al entrar en el departamento de ella, él se encargó de tomar su cartera y su gracioso sombrero para dejarlos olvidados sobre algún mueble. De manera seductora la abrazó por la espalda haciendo que ella se estremeciera. Por largos y deliciosos minutos su boca mordisqueaba y besaba el sensible cuello que sin reparo alguno ella le ofrecía. Con sutileza fue desabotonando uno a uno de los diminutos botones de su atuendo hasta dejar entreabierto el escote de su vestido
Al sentirse descubierta, ella simplemente se arqueó para dar paso a que las varoniles manos de él tomaran a placer sus turgentes pechos que ya deliraban por ser tocados.
–Eres hermosa– le susurró al oído. Sus manos acariciaron y apretaron su pecho y de manera audaz abrieron el broche delantero de su brassier.
–Terry– Fue dicho su nombre en apenas un susurro, pues el intenso placer que sentía al ser tocada no le permitía hablar con cordura. Mientras él besaba y lamía su cuello, sus manos se deleitaban con los rosados y erectos botones de ella que a esas alturas exigían ser devorados por la boca de él.
Sintiendo el deseo quemando en su cuerpo, tomó delicadamente a la mujer y la giró para que sus azules ojos se regocijaran con la parcial desnudez de ella. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su excitación, pero al sentirse fieramente observada por esos azules zafiros quiso cubrir sus senos.
–No te cubras. Quiero admirarte así. Deseosa de que mi boca pruebe tu cuerpo.
Ella tragó en seco, pero con ansias de continuar le dijo: –Entonces bésame– susurraron sus labios y con su piel sintiendo que ya se derretía entre sus manos. Él sonrió descaradamente y con voz sensual contestó.
–O no señorita Pecas, el cupón de los besos ya expiró. Sin embargo tenemos este último ticket, válido por un abrazo y créeme que entre mis planes está que lo disfrutes al máximo.
De manera seductora se deshizo de su camisa dejando expuesto su bien trabajado tórax. Ella se estremeció ante aquella fascinante visión, el anhelo que tenía por ser tocada la estaban matando y él se estaba encargando de que cada minuto sea una lenta agonía.
–¿Te gusta lo que ves? –Fue la cínica pregunta de él a la cual ella contesto solamente con un asentimiento de cabeza. La vergüenza que en un principio tenía por su desnudez, quién sabe a dónde fue a parar, pues en ese instante ella simplemente quería que ese hombre la tomara entre sus brazos y le hiciera el amor.
Ahí estaba nuevamente esa sonrisa de medio lado que la desarmaba. Sin dejar de mirar sus verdes ojos él siguió desabotonando todos y cada uno de los pequeños botones de su vestido hasta que este cayó a sus pies dejándola solamente en ropa interior.
–Exquisita– Le escuchó decir mientras besaba los muslos de ella.
La miraba como si fuese una pantera a punto de probar un suculento bocado. De manera sutil la volvió a girar para que ella recargara su espalda en el torso de él y siguió besando sus hombros y acariciando su dorada cabellera.
Buscó un sofá que estaba a escasa distancia de él y sin romper ese sensual abrazo que había entre ellos fue llevándola poco a poco a ese lugar hasta lograr sentarse en el sillón y que ella quedara sentada entre sus piernas.
–¡Oh sí!, señorita Pecas… Ahora sabrás cómo es que una mujer debe ser abrazada
Ella se estremeció de placer, y es que Candy jamás pensó que se pudiera sentir tanto en un abrazo. Su cuerpo vibraba ante el toque de aquellas manos que no paraban en prodigarle fogosas caricias y esa boca que se deleitaba en darle sensuales besos en su nuca y espalda.
–Quiero tocarte– fue la frase que él musitó muy cerca de sus labios. De manera instintiva ella pegó totalmente su espalda al pecho de él y le ofreció su boca.
Él sonrió. Mientras una de sus manos atormentaba sus pezones, la otra dibujaba un camino prohibido hacia aquel lugar lleno de infinitas sensaciones.
–Terry… ya no puedo más…tócame.
Y sin más permiso que esa sencilla palabra “tócame”, su traviesa mano invadió aquel íntimo lugar femenino que gustoso lo esperaba. Las piernas de ella se abrieron y aquella caricia prohibida se dio. La sintió húmeda y dispuesta a su contacto produciendo en él las ganas infinitas de devorar sus labios mientras que su mano se bañaba de ese delicioso néctar femenino que moría por probar.
–¡Dios! exclamó ella entre jadeos y suspiros.
Los dos estaban sumamente excitados y entregados a ese delirio que los consumía. Ella restregaba sus glúteos en la masculinidad de él queriendo sentir más. Las manos de ella acariciaban sus musculosas piernas que aún seguían enfundadas en su pantalón de vestir. Sin poder ya reprimir sus ansias, le dijo
–Terry… quiero tocarte.
Él suspiró. No se había quitado el pantalón porque era la única barrera entre la cordura y sus deseos de hacerle el amor; sin embargo ahí estaba ella, pidiéndole que se despojara de la única barrera que lo mantenía aún con los pies sobre la tierra.
–Candy… Si tus manos me tocan yo no podré detenerme.
Envuelta en un sofoco ella respondió.
–Yo no quiero que te detengas.
Él tembló. Había tenido algunas mujeres en su vida amorosa y con muchas había tenido sexo, pero con ella era diferente. Su cuerpo la deseaba, pero no quería que la calentura del momento dañara ese sentimiento especial que entre ellos había nacido. Tratando de calmar un poco su agitada respiración le contestó.
–Preciosa, hoy no. Ya habrá días en que tus manos me lleven a la gloria. Hoy es para que tú lo disfrutes por completo y de eso me encargo yo.
Dicho esto la volvió a acomodar entre sus piernas. Una de sus manos se enrollo en su rizada cabellera y giró su cabeza para poder tener total acceso a su cuello y poder saborear a placer sus ya hinchados labios. Con su otra mano le prodigaba caricias inconfesables en aquel centro que palpitaba con el suave toque de sus hábiles dedos.
La rubia mujer literalmente se estaba derritiendo entre sus manos. Sus mejillas ardían ante el estremecimiento que su cuerpo estaba experimentando. En un impulso trató de cerrar sus piernas, pero una vez más él no se lo permitió.
–No preciosa, quiero verte estremecer entre mis dedos. Quiero que te corras para mí.
–Terry…
Y sin poder detenerlo más, su cuerpo obedeció aquella orden y las mil sensaciones de su ser terminaron por diluirse entre las audaces manos de él.
Él la abrazó, la acuñó en su regazo y con delicados besos en su frente le decía lo hermosa que se veía así, temblorosa entre sus brazos. –Te ves encantadora así–
Con sus pechos aún palpitando por todo aquel estremecimiento, apenas si ella le pudo contestar..
–Pero qué dices… debo parecerte una loca depravada.
–¿Por qué? Yo solo veo a una mujer que se ha dejado abrazar como es debido.
Sin más, la alzó y la llevó en brazos hasta la única habitación de ese departamento. De manera suave y delicada la depositó en la cama para luego cubrirla con una delgada sábana que ahí había.
–Ahora sí señorita Pecas, es hora de que este caballero inglés la deje descansar. Por su sonrojo veo que esta sesión fue muy agotadora… para usted.
–¡Terry! ¡Haces que me avergüence!
Una pequeña carcajada salió de su boca que ya pintaba esa sonrisa de medio lado que tanto adoraba. Acarició su mejilla y depositó un sutil beso en la punta de su nariz.
–Hasta mañana princesa. ¿Te gustaría que pasara por tí en las tardes?
Ella sonrió. –Me encantaría.
–Entonces nos vemos por la tarde en tu escuela.
Y así pasaron los siguientes días. Él asistía por las tardes a la escuela donde Candy era maestra y juntos compartían tiempo de calidad. Ella fue conociendo más de la vida de Terry; llegando a comprender cómo es que había sido esa espantosa relación con la madre de su pequeña y adorada Natalia. La rubia llegó a comprender que si había algo en esta vida que Terry adoraba era a su pequeña hija.
De la misma manera Terry conoció más de Candy y se enteró de cómo había sido su fracasado matrimonio. Odiaba pensar en aquel imbécil que no había sabido valorar a esa mujer que para él era un auténtico tesoro. Él ansiaba que ella conociera a su niña, sabía que por parte de la rubia había una total predisposición a ese encuentro, pero sentía temor de la reacción que pudiera tener Susana. Estaba seguro que esa mujer podría cometer alguna estupidez en contra de la rubia y eso terminara por alejarlos; así que, decidió que aún no era el momento de que entre Candy y Natalia se entablara una amistad.
Las semanas avanzaban y la creciente relación se afianzaba; pues entre ellos había surgido una complicidad que se daba con total naturalidad; haciendo que con el pasar de los días la confianza entre ellos se acrecentara. Terry por fin le contó a Candy todo lo que entre ellos había pasado la noche en que se conocieron; desde que él se la llevó en su auto a su departamento hasta que el episodio en que casi habían estado a punto de tener sexo en la ducha.
Candy estaba escandalizada con todo aquel relato. Tanto fue su bochorno que por dos días no quiso ver a Terry, pero este se encargó de que su vergüenza quedara en el pasado con sutiles caricias y ardorosos besos. Sin embargo, él no se cansaba de embromarla con el asunto de los tickets premiados y de manera picaresca siempre sugería que jamás tendría ningún problema en duplicar el premio. Todo parecía marchar de maravilla, hasta que una mañana Candy fue llamada al rectorado de su institución.
–Buen día.
–Pase señorita White.
Candy supo al instante que algo no estaba bien; pues entre ella y la directora había una amistad que les permitía tutearse sin ningún problema.
–¿Qué sucede Patty? ¿Hay algún problema?
[suspiro] –Candy, tengo un serio inconveniente. Me han pedido que te sancione o que te despida; pues según el comité hay una seria queja en tu contra.
–¿¡Qué!? ¿Pero yo qué he hecho para que el comité tenga una queja de mí?
–Supuestamente una madre de familia “muy influyente” quería inscribir en esta institución a su pequeña hija, pero al enterarse que tú eres maestra de aquí ha puesto el grito en el cielo. Asegura que tu eres una persona sin moral y que es un desprestigio que tú labores para nosotros. ¿Conoces a una tal Susana Marlow?
Candy suspiró. Sabía que su relación con Terry en algún momento le ocasionaría algún inconveniente con Susana, pero jamás pensó que esa mujer llegara al extremo de meterse con su trabajo. Esa tarde Terry supo que algo no estaba bien cuando notó el mutismo de su “señorita Pecas”
–¿Sucede algo? Desde que te recogí en la escuela has estado muy callada.
–Nada, solo es exceso de trabajo.
Terry no dijo nada, pero algo en su interior le indicaba que Candy tenía un problema. Esa semana en particular el castaño no fue por la rubia a la escuela; ella había puesto como excusa que tenía trabajo acumulado por ser semana de evaluaciones y necesitaba quedarse horas adicionales. Terry aceptó esa excusa de mala gana, pero llegado el fin de semana se presentó en el departamento de la ojiverde para invitarla a salir.
–¡Terry! ¿Qué haces aquí?
–¿Qué hay de malo? Solo pasé a invitar a mi novia a salir.
Tras meditarlo un poco, la rubia aceptó. –Mmmm, está bien. Dame diez minutos y nos vamos.
–Ok.
Estaban pasando un rato agradable en un bar de la localidad. El ambiente era acogedor y ella por un instante olvidó aquel problema que la agobiaba; sin embargo su semblante de preocupación no se borraba de su cara. El castaño decidió hablar.
–Candy, creo que entre los dos hay suficiente confianza como para que seas sincera conmigo. Hace días te noto diferente. ¿Qué sucede?
–Es que…[suspiro] Está bien, te lo contaré. Tu ex fue a mi trabajo y puso una queja, estuve a punto de perder mi puesto de maestra, pero mi historial académico tuvo más peso. Además mis compañeros de trabajo, encabezados por Elena, claro, hablaron con el comité y esa queja fue desechada.
Terry frunció su ceño. Estaba furioso con Susana, de ella ya esperaba alguna bajeza, pero lo que realmente le molestaba era que Candy no tuviera la suficiente confianza con él como para contarle ese problema.
–Candy, se supone que tu y yo somos una pareja. ¿Por qué me lo ocultaste?
–Porque no quería que pensaras en mí como una quejumbrosa. Además ya lo solucioné. ¡Vamos Terry, no necesito que me defiendan!
Terry no dijo nada ante aquel comentario de la rubia solo se limitó a beber de un solo trago su jarra de cerveza. Candy notó el cambio de humor en el castaño y tratando de minimizar ese inconveniente, le dijo.
–Terry… ya pasó. ¿Qué te parece si bailamos?
–Después, voy a la barra por otra jarra de cerveza, espérame por favor.
–Ok– Para sus adentros pensó. –¡Diablos! Elena tenía razón al insistir en que esto debía de contárselo a Terry.
La rubia estaba tan inmersa en sus pensamientos que no notó al hombre que se paró a su lado.
–¿Pero a quién tenemos aquí? Hola… pequeña mariposa
–¡Edward!
–¡Caramba! ¡Pero qué cambiada te ves! Y dime, ¿por qué estás tan sola?
–No estoy sola, de hecho estoy acompañada y te pediría que te retires, no deseo tener contratiempos por tu causa.
–¡Vamos pequeña mariposa! No seas tan arisca; no creo que a tu amiguita Elena le importe que tu y yo conversemos un rato. Podemos ponernos al corriente y quien sabe… hasta recordemos buenos momentos.
–No estoy con Elena, pero eso no es de tu incumbencia. Por favor, déjame sola. Mejor vete a casa que de seguro una de tus mujercitas te está esperando, además estás muy bebido.
El hombre rió con sorna ante aquel comentario. Tomó una silla y se sentó muy cerca de la rubia provocando una incomodidad en ella.
–¿Acaso denoto celos? Ja, ja, ja. Vamos pequeña mariposa, sabes bien que puedo cumplir con ambas. –Mirándola lascivamente de arriba abajo, espetó– Además, te has puesto increíblemente deliciosa.
Al sentir el alcohol en el aliento de aquel hombre, Candy se levantó, pero este en un rápido movimiento la atrapó fieramente de uno de sus brazos.
–¿A dónde crees que vas? Vamos, ven siéntate aquí –señaló de forma grosera su entrepierna– ¿acaso no era lo que siempre me pedías? Se bien que siempre te he gustado; así que deja de hacerte la remilgona.
–¡Te has vuelto un maldito patán! ¡Suéltame!
–¿Y por qué haría eso?
Una gruesa voz se escuchó a espaldas de aquel hombre de cabellos rubios que no soltaba el brazo de Candy.
–Porque la dama no desea que la molestes. ¡Suéltala! Además, está ebrio.
Edward miró con desdén al hombre que había osado interrumpirlo.
–Mire amigo, será mejor que se largue de aquí. Esta es una conversación entre mi mujer y yo.
Esa oración terminó con la escasa paciencia de Terry. No montaría una escena en un lugar público, ni mucho menos entraría en una gresca, pero de algo si estaba seguro, y es que ese patán se arrepentía de haber fastidiado a Candy, De manera silenciosa se acercó al hombre y tomó su muñeca y con un solo movimiento se la dobló fuertemente. –¡Ahgg! – Gruñó el rubio.
Ese simple movimiento hizo que soltara a Candy; aprovechando ese instante de turbación , el castaño se acercó hasta hablarle muy cerca a la cara de aquel ebrio.
–Escúchame bien “amigo” si eres quien creo que eres, te comunico que la dama aquí presente es mi novia y tú ya no pintas nada en su historia.
–¡Ahgg! ¡Me doblaste la muñeca, imbécil! –Mirando despectivamente al ojiazul, dijo
–Vaya, vaya. Así que mi pequeña mariposa se ha vuelto toda una mujer ardiente. Hasta un amante tiene. Quien creería que hasta hace poco era solo una mustia, mosca muerta.
Candy sólo tapó su boca para evitar que de ella saliera un sollozo. Ahí estaba nuevamente aquella frase que había roto su corazón. “Solo eres una mustia, mosca muerta”
–Imbécil– Fue lo único que dijo Terry para luego tomar la otra muñeca de Edward y retorcerla con auténtica molestia..
–¡Ahgg! chillaba el hombre de dolor.
Con palabras arrastradas, el castaño habló muy cerca de Edward.
–Al parecer no te han enseñado a comportarte en frente de una dama. Será mejor que en una próxima ocasión elijas mejor tus palabras para referirte a mi novia.
Candy estaba asustada. Edward era un hombre casi tan alto como Terry y no quería que entre ellos se originara un altercado.
–¡Terry! Por favor déjalo, está ebrio y no sabe lo que dice. Mejor vámonos.
El castaño bufó, de mala gana soltó la mano de Edwar y este respiró aliviado.
–Agradécele a la dama que aún conserves tu mano en su sitio
–¡Maldito!– escupió el rubio.
Terry tomó a Candy y la encaminó a la salida, pero antes de marcharse se acercó a Edward de manera peligrosa para decirle algo que solo él pudo escuchar.
–Oye idiota ¿Sabes cuando arde una mujer? Cuando un verdadero hombre sabe encender su hoguera. Pero hay mechitas como la tuya que nunca sabrán cómo hacerlo.
El rubio se quedó sin palabras. Avergonzado y con sus muñecas sin poder moverlas, solo atinó a observar como Candy se marchaba definitivamente de su vida.
Un incómodo silencio se instaló en el coche de Terry. Candy cerró sus ojos y con un suspiro entre sus labios le dijo:.
–Creo… creo que necesitamos hablar.
Terry hizo un asentimiento de cabeza. Tomó una ruta algo apartada del centro de la ciudad y luego de varios minutos aparcó el carro. Su semblante era serio; sin embargo quería escuchar los pensamientos de Candy.
–¿Y bien?
[suspiro] –Al parecer esta relación nos está trayendo muchos problemas.
– Y tú no estás dispuesta a enfrentarlos. ¿Es eso lo que me quieres decir?
–Yo… yo no quiero complicaciones en mi vida. Recién estoy tratando de superar una y no estoy como para estar involucrada en nuevos problemas.
–¿Y yo soy un problema?
Candy cerró sus ojos y derramó unas lágrimas. En apenas un susurró dijo
–No. Al parecer soy yo la del problema. Creo… creo que he quedado… rota. Pensé que podría iniciar una nueva relación, haciendo de cuenta que nada existió, pero la realidad es que aún siento miedo al fracaso. Aún me lastiman las palabras de ese imbécil.
Terry suspiró. Por largos minutos no dijo nada, solo recostó su cabeza en el espaldar del asiento. Él también sentía temor a un nuevo fracaso y a un engaño más; sin embargo, él sí estaba dispuesto a luchar por ella, pero al parecer era ella quien no quería seguir adelante.
–¿Entonces, quieres que todo se termine aquí?
–Yo… solo llévame a casa.
El castaño no hizo ni un comentario más, solo se limitó a obedecer los deseos de la rubia. Cuando llegaron a su destino, ella se bajó en silencio y como si sus pasos pesaran cual plomo entró lentamente a su departamento. Terry observó como la figura de Candy desaparecía detrás de la gran puerta de metal que custodiaba su condominio. Con un suspiro cansado meditó.
–Vaya, no todo se da como uno lo anhela. No me regresaste a ver, Candy– De la secreta de su vehículo sacó una pequeña libreta que tenía adjunto un estuche envuelto en un hermoso papel de regalo; el mismo que planeaba entregárselo esa noche cuando por fin la hiciera suya; esa noche él le haría el amor.
[suspiro] –Creo que no eras para mi, señorita Pecas– Y sin más se marchó de aquel lugar
Continuará….
Ay nooo ¿qué dicen chicas? ¿los juntamos o los dejamos separados ? Ustedes decidan
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