CAPÍTULO 3 TICKET UNO: EL BESO
Besos. besos y más besos. Al principio fueron algo bruscos por la renuencia de ella, pero de apoco se fueron tornando dulces, suaves y sedosos. Tanto él como ella saborearon sus bocas experimentando esa sensación de reconocerse mutuamente. A un lado quedaron esos ardorosos besos llenos de lujuria para ir dando paso a la tibieza de los suspiros.
Con sus varoniles manos acuñaba el rostro de la chica que aún seguía con los ojos cerrados disfrutando de las sensaciones que aquel intercambio de besos le había dejado. Entre susurros apenas audibles le hablaba muy cerca de su oído.
–Siento haberte besado sin permiso, pero si no lo hacía de esa manera seguirías insultándome o abofeteando a este caballero inglés que solo ha tratado de cuidarte.
Ella sonrió, a pesar de la embarazosa situación, él procuraba que ella se sintiera bien. Mirando directo a sus azules ojos se atrevió a decirle lo que en ese momento pasaba por su mente.
–Esto es una verdadera locura. Hasta ayer era una mujer ecuánime y centrada, pero ahora, estoy sentada aquí de manera indecente sobre el mesón de tu cocina y besándome contigo que ni siquiera sé quién eres… ¡no sé tu nombre!
–Eso se arregla en un minuto mi lady. Me presento, soy..
–Shhh. Por favor, no lo digas
–¿Por qué? ¿Tan malas han sido mis caricias que no deseas saber mi nombre?
–[risitas] Nada de eso. [suspiro] ¿Sabes algo? Todo esto que me ha ocurrido no me lo habría imaginado ni en mis más locos sueños. Y tal vez mis amigas tengan razón. Creo que necesito relajarme un poco y tomar las cosas con más calma.
–¿Y eso significa que no quieres saber quién soy?
[suspiro] –Eso significa que llegó el momento de disfrutar el “ahora”, debo de dejar de pensar en “el por qué pasó esto o aquello” y disfrutar el momento. Quiero vivir este momento sin remordimientos, por eso no deseo saber tu nombre. Solo quiero que las cosas se den sin que yo tenga que preocuparme.
El hombre ojiazul miró con picardía a la mujer en su delante. Al parecer la dama estaba dispuesta a disfrutar de sus 3 tickets sin tener un cargo de conciencia de por medio y él estaba más que dispuesto para complacerla.
–Entonces mi lady, este caballero está más que dispuesto a complacerla. ¿Cuál ticket deseas ocupar primero?
–Bueno… creo que el ticket del beso ha sido ocupado demasiadas veces.
–¡Para nada! Esos besos no cuentan, preciosa. Tienes que estar en tus cinco sentidos para poder disfrutar de tus premios.
A pesar de tener treinta y tantos años, las palabras que este hombre le decía, la hacían sonrojar. Definitivamente él sabía cómo halagar a una mujer.
–Entonces… ¿Deseas ocupar el ticket del beso?
–Ehh… creo que sí. Creo que podríamos empezar por ese cupón.
El hombre le regaló una de esas endemoniadas sonrisas de medio lado que la tenían embobada. Ella quiso bajarse del mesón pero él no se lo permitió. Ligeramente se separó de ella y procedió a quitarse el delantal que cubría su perfecto tórax.
–¡E… E… Espera! !No te tienes que desvestir para un simple beso!
–Señorita Pecas, estoy dispuesto a que disfrutes como debe de ser tu primer ticket. Y este beso está lejos de ser un “simple beso”
–Pe… pe..pero..
—Shhh, luego de que has solicitado el primer ticket, no hay marcha atrás.
Sin permitirle que ella siguiera poniendo reparos la silenció con un dedo sobre su boca. Una vez que ella se quedó en silencio utilizó su pulgar y empezó a acariciar aquellos labios que para él se le hacían completamente apetecibles. De manera sutil y delicada él rozaba la boca de ella haciendo que las sensaciones de la rubia se incrementaran a mil.
Aquel sutil roce hizo que ella cerrara los ojos y dejara que él llevara el control de la situación. Se encontraba deseosa de volver a ser besada por esa boca que invitaba al pecado. De repente sintió que era llevada en brazos, haciendo que su respiración se acelerara y de manera instintiva apretara sus manos tratando de mantener cerrada la camisa que la cubría. Con su boca temblorosa por las ansias, preguntó
–A dónde me llevas
–A un lugar donde pueda saborearte a placer.
El castaño la cargó hasta el confortable sofá de la sala. La dejó en pie mientras él se sentaba cómodamente con las piernas ligeramente abiertas. –Ven– Le dijo.. Con una cínica sonrisa dibujada en su cara la invitó a sentarse… sobre él. La mujer tragó en seco; nerviosa pero decidida a vivir y disfrutar el momento aceptó la mano que él le ofrecía. Con pasos dudosos se iba a sentar en su regazo, pero él negó con su cabeza.
–No preciosa. Para que un beso sea disfrutado intensamente, debes de sentarte de la manera correcta.
Dicho esto la tomó por la cintura y la sentó a horcajadas sobre él. La mujer tembló ante aquel íntimo contacto que se estaba dando, pero el nuevamente le acariciaba la boca y el cuello para que su cuerpo se relajara. Sus juguetonas manos comenzaron a bajar por el cuello de la rubia dibujando un camino hasta el nacimiento de sus senos.
En su cabeza las alarmas de peligro se encendieron, la parte ecuánime de ella le decía que detenga ese peligroso avance, pero su cuerpo no escuchaba; es más, sus manos dejaron que los hábiles dedos de él desabotonaran la camisa exponiendo su delicado brassier.
Sus pechos subían y bajaban al ritmo de su agitado palpitar mientras él acariciaba su delicado torso haciendo que ella se arqueara más hacia él.
La mujer parecía estar hecha de plastilina, pues su cuerpo se moldeaba al ritmo que las manos de él le exigían. Sin que ella se pudiera percatar, el broche de su brassier fue abierto dejando al descubierto sus blancos y redondos pechos. La sonrisa de él se volvió más seductora; en ese instante sus azules ojos hicieron contacto con los verdes de ella en una súplica silenciosa. Necesitaba saber que ella no se negaría a ser besada.
Como respuesta ella tomó las manos de él y las colocó sobre sus senos.
–¡Santo cielo! –Fue lo único que pudo decir ella al sentir cómo las manos de él tocaban y masajeaban sus curvas. De un momento a otro sintió como sus erectos pezones eran chupados y lamidos con total placer. Su cuerpo no podía hacer otra cosa que sentir. Con su cabeza echada hacia atrás y su pelvis rozando la masculinidad de él se dejó llevar por ese estremecimiento que recorría su columna vertebral.
Cuando su boca se hubo saciado del placer que le brindaban esos botones rosados, su lengua trazó un camino mojado hacia su cuello. Las manos de él abandonaron su cintura para tomar su nuca y de la manera más suave posible atrajo su rostro para tomar su boca.
Besos y más besos se daban mientras sus lenguas danzaban una con otra recorriendo cada parte posible de chupar. Entre jadeos y susurros, él habló
–Eres increible. Eres exquisitamente increible.
Ella solo atinó a responder. –El ticket solo decía un beso.
Con su juguetona lengua invadiendo el lóbulo de su oreja le respondió
–Y es así como se besa a una mujer como tú.
Tratando de que su corazón se calmara se abrazó a él y hundió su cara en su pecho. Él entendió. Sabía que esas sensaciones eran difíciles de asimilar para alguien como ella que hasta hace dos años había estado casada. Posó un delicado beso en la punta de su nariz y nuevamente la levantó en vilo para esta vez acuñarla en su regazo.
Se quedaron un buen rato así, disfrutando de la cercanía del uno con el otro y calmando sus ardores. Esa sesión de besos había sido más que suficiente por el primer día.
–Será mejor que ahora sí vaya por mi ropa.
–Creo que sí, de lo contrario no te dejaré ir de este sofá.
Ella sonrió, se levantó y se acomodó la camisa para ya no estar tan expuesta. Con el sonrojo aún en sus mejillas se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha y ponerse sus ropas.
Una vez que ella se marchó, el hombre se estiró cuan alto era sobre el sofá con las manos en su nuca. Su cara tenía una sonrisa de satisfacción. A pesar de que su entrepierna le dolía, no dejaba de pensar que aquellos besos habían sido más que suficiente para aplacar en algo ese fuego de su pecho. Esa mujer era diferente
Era verdad que él no era un santo, pero definitivamente la señorita White era diferente y estaba dispuesto a darse una oportunidad para conocerla mejor. Él al igual que ella no había tenido una buena experiencia con el amor; y para ser honesto, la de él había sido desastrosa. Pero no, ahora no era momento de recordar aquel funesto episodio de su vida; cerrando sus ojos decidió recordar cada instante vivido con la rubia mujer que en ese momento se la podía imaginar desnuda bajo el chorro de la regadera. En medio de sus cavilaciones unos golpes en la puerta lo trajeron a la realidad
[toc, toc, toc]
–Debe ser el portero con las llaves del auto –pensó–
–Pasa Jimmy, deja las llaves en la consola y diles a los del carwash que me envien la factura, como siempre.
El hombre seguía recostado en su sofá con los ojos cerrados, pero una chillona voz lo sacó de su placentero sueño.
–¡Vaya, vaya! Al parecer la fiesta de ayer la viviste intensamente que aún a estas horas estás en ropa interior.
Incorporándose al instante miró a la mujer que había entrado en su departamento.
–¿Qué se supone que haces aquí?
–¡Qué más puedo hacer! Venir por la mensualidad que me corresponde.
–Sabes bien que yo siempre realizo el depósito en tu cuenta para evitarnos malos momentos.
–Pues mira la hora, ese depósito tendrías que haberlo hecho a las 9 de la mañana y ya son más de las 11. ¿Se puede saber a qué se debe tu retraso?
El hombre no contestó, no quería empezar un nuevo pleito con esa mujer. Sin decir nada se dió la media vuelta y se fue a su recámara en busca de su chequera.
La mujer en cuestión era alta, rubia, esbelta y de bellos ojos azules. No pudo evitar admirar el hermoso trasero del que fuera su pareja. Si bien era cierto que ya no vivían juntos, no podía negar que ese hombre tenía unas nalgas de ensueño.
–¡Ahs! Si tan solo no hubieses sido tan estúpidamente honorable, ahora yo estaría retozando en tu cama.
Miró a su alrededor, se notaba que algo había pasado ahí la noche anterior. Recorrió la sala del departamento hasta que un brassier tirado en el piso llamó su atención.
–¡Maldición! Sabía que habías estado revolcándote con alguna perra. ¡Ahs! ¡Cómo te detesto! Prefieres a esas zorras que a mi que fui tu mujer.
Con asco aventó la prenda femenina. Cuando divisó al castaño venir por el pasillo ya vestido de forma adecuada, se puso automáticamente en actitud de pelea. Con los brazos en jarras y el ceño fruncido, le reclamó.
–¡Así que es por eso que no realizaste el depósito a tiempo!
–¿A qué te refieres, Susana?
–A que la zorra de turno ha dejado su sujetador tirado como muestra de la ardiente sesión que me imagino le diste anoche.
El hombre bufó. Honestamente el descaro de esa mujer lo sacaba de casillas. Sin darle explicación alguna firmó un cheque y se lo entregó.
–Aquí está el cheque de este mes. Tómalo y vete de una vez
–¿Y piensas que yo iré a un banco a esta hora?
[suspiro] –Entonces espera hasta la tarde a que yo haga la transferencia.
–¿Y por qué hasta la tarde? ¿Es que acaso aún estás ocupado con la zorrita?
–Escúchame bien Susana, creo que eres la menos indicada para tratar de “zorra” a otra mujer. Tu sabes bien que tienes cola que te pisen, además lo que yo haga o deje de hacer con mi vida no es de tu incumbencia.
–¡Eres un maldito majadero!
–Entonces, si no quieres escuchar mis majaderías termina de irte de una buena vez.
La mujer se acercó al castaño con la intención de plantarle una cachetada, pero unos pasos provenientes de la recámara llamaron su atención. Candy aparecía por el corredor sin saber la confronta que había lugar en la sala. Cuando Susana la vio ingresar no dudó en arremeter contra ella.
–¿Así que esta mujercita es tu nueva conquista? Ja, ja, ja. ¡Pero si es una mustia, mosca muerta!
–¿Perdón? –Candy miraba atónita al ojiazul. –Creo que está en una equivocación. Yo… será mejor que me retire.
–¡Por supuesto que debes largarte! Pero antes déjame decirte que este hombre aquí me pertenece. ¿Sabías que fue mi pareja y es el padre de mi hija?
Candy se quedó estática y muda. Esa noticia no se la esperaba. Claro que ella ni siquiera había querido conocer el nombre de su “caballero inglés” pero saber esos detalles hicieron que aterrizara de un solo golpe a la realidad. Ella solo había sido un simple negocio para él y eso era todo.
El ojiazul quiso detenerla, –¡Espera, yo te llevo! –dijo él, pero ella se rehusó a su toque. –No. Gracias.
Sin decir más, Candy salió de aquel departamento con una tristeza anidada en su corazón.
Continuará…