Las verdes pupilas de ella estaban anegadas en lágrimas, quería correr pero sus piernas temblaban. Una y otra vez venían a su mente las dolorosas palabras que alguna vez Edward le dijo para justificar su traición.
«¡Mírate! cómo crees que seguiría enamorado de tí si eres una mujer sin gracia» o «ella si me satisface como mujer» que siempre mezclaba con «qué desabrida que eres» y la que siempre dolía «eres una mustia, mosca muerta»
Buscando refugio se sentó en aquel sillón en donde semanas atrás Terry le había prodigado un inmenso placer. Replegó sus piernas a su pecho y quiso suplir su dolor con aquellos bellos momentos que atesoraba; de repente algo sobre la consola de la sala llamó su atención. Eran sus antiguas gafas, esas que eran terriblemente feas. Bajo ellas se hallaban los 3 tickets dorados, aquellos que se había ganado en la noche de despedida de soltería de su amiga Annie. Con pasos lentos caminó hasta ellos y los tomó, como flashes venían a su mente todos aquellos días vividos desde que conoció a Terry.
En una mano sostenía los tickets y en la otra sus gafas. Él la había conocido así, acartonada y remilgona; y sin embargo, con infinita paciencia había logrado en ella un cambio. Miró su otra mano en donde reposaban sus gafas y la voz de su amiga Elena resonó en su cabeza. «¿Sabes por qué en nuestro cuerpo quedan las marcas de las caídas? Para que siempre recordemos que debemos caminar derechos y no volver a tropezar. Candy ¿De que nos sirven las caídas si no aprendemos de ellas?. Déja de sufrir por un idiota que no supo hacerte florecer. No dejes que un imbécil te haga dudar de lo fuerte que eres»
Con molestia apretó sus feas gafas y las botó, se limpió las lágrimas de su rostro y salió a toda prisa de su apartamento. El clima amenazaba con una inminente lluvia, y lo tarde que era hacían más oscuro el panorama; sin embargo eso poco le importó a Candy. Trataba de tomar un taxi, pero las primeras gotas de lluvia se vinieron y ningún auto quería correr riesgos a esa hora de la noche.
–¡Demonios! se dijo, pero eso no la detuvo. Si tenía que caminar por más de una hora, lo haría.
Caminó por más de media hora bajo el fuerte aguacero hasta que un taxi se apiadó de ella y la llevó a la dirección que le dio. Al bajarse un muchacho la recibió en la entrada
–Dígame señorita ¿a quién busca?
–Buenas noches. Por favor el señor Terrence Granchester.
–Y ¿a quién anuncio?
–A su novia
El portero miraba de arriba abajo a la mujer en su delante. Ya en anteriores ocasiones alguna que otra fémina había tratado de colarse a ese departamento con esa excusa, pero la rubia se le hacía conocida.
–¿Su novia? Mmmm ¡Oh! Ya sé, usted es la señorita borracha de hace semanas atrás.
–¿¡Qué yo qué!? Olvídelo. ¿Puedo esperarlo en su departamento?
–Mire, no sé si de verdad usted sea su novia, pero el señor Granchester no ha llegado aún y me tiene estrictamente prohibido dejar subir a alguien a su departamento sin su autorización.
Candy estaba empapada, quería llorar de frustración. Por tonta estaba a punto de perder a ese hombre que amaba con locura. Estaba por irse con el corazón deshecho, pero vio un auto conocido aparcarse al frente del condominio.
–¿Candy? –Escuchó esa varonil voz que la hizo volver nuevamente a la vida
–¡Terry!
Sin decir más ella corrió a sus brazos y él la tomó para abrazarla fuertemente y fundirse en un beso desesperado. Ninguno de los dos prestó atención a la lluvia que los empapaba ni al curioso conserje que no perdía detalle de aquel apasionado beso.
–Perdóname, perdóname. Soy una tonta– decía ella con angustia, sin embargo él callaba sus labios con más besos.
–Ven conmigo– le dijo y ella le contestó con una bella sonrisa.
No fue necesario más palabras, él la tomó de la mano y entró con ella al condominio.
–Jimmy, toma las llaves y guarda el auto.
–Sí señor. Este… disculpe señor, pero necesito saber quien es la señorita para anotar su visita en la bitácora.
–Ella es Candy White, anótala como mi novia.
Ya en el apartamento él miraba las ropas de ella, estaban totalmente empapadas y echadas a perder.
–¿Acaso viniste a pie?
–Casi. Con la lluvia ningún taxi quería parar
–¿Y por qué no me llamaste?
–Quería ser yo quien viniera a buscarte. Quiero que sepas que a pesar de mis temores y dudas, estoy dispuesta a luchar por este sentimiento que me embarga. Te amo Terry y quiero todo contigo. ¿Sabe algo? Será muy difícil que se deshaga de mi señor abogado.
El sonrió de medio lado; tomándola de la cintura la alzó en vilo para que el abrazo fuera más íntimo y las piernas de ella lo envolvieran; con su boca a escasos milímetro de su oído le susurró.
–La que está en un problema es usted señorita Pecas. Acaba de aceptar formalmente que es mi novia y hasta tengo un testigo. Con esto tranquilamente puedo hacer un escrito notariado para que jamás se vuelva a retractar.
Dicho esto la llevó a horcajadas hasta su dormitorio donde pretendía amarla hasta el amanecer.
La habitación estaba a oscuras, tan solo era alumbrada por la luz de la noche que ingresaba traviesa por la ventana. Estaban parados de pie mirándose. Sus ojos brillaban de emoción, pues no solo sus cuerpos se reconocían mutuamente; eran sus almas las que por fin habían hallado su lugar en este mundo. Él acariciaba con sutileza aquellos bucles que caían desordenadamente por el rostro de ella y la mujer se deleitaba con las hebras castañas de él.
–Te amo Candy, te amo como nunca imaginé amar a una mujer. Quiero que esta noche sea especial para los dos. Preciosa, esta noche te haré el amor hasta que tus labios me digan “ya no puedo más”
Ella mordió sus labios. Estaba tan ansiosa que sus ojos se cristalizaron al pensar que estuvo a punto de perder un amor así de bonito por miedo a intentarlo.
–Terry… yo estuve a punto de perderte.
–Shhh, no más recriminaciones. Si tu no venías, yo hubiese ido por tí.
Ella suspiro. Simplemente cerró sus ojos y dejó que las manos de él la despojara de sus prendas hasta estar completamente desnuda ante él.
–Eres perfecta– Musitó cerca de sus muslos que temblaban por el roce de su aliento. Sus manos se deslizaron por aquellas piernas que habían sido su tortura desde que la conoció. Trazaron una línea imaginaria que hacían brotar suspiros de la boca de ella. Estaba arrodillado ante ella, sus zafiros buscaron los verdes ojos de ella para saber si obtendría el permiso que su boca tanto buscaba.
–Quiero probarte– Le dijo mirándola fijamente y ella en contestación arqueó su cuerpo dándole total acceso aquel sitio que él tanto quería saborear.
Sus blancos dedos se enredaban en su sedosa cabellera castaña y entre suspiros repetía «te amo, te amo» Las manos de él apretaban sus glúteos degustando lo que ella sin pudor le ofrecía. Los tiernos gemidos ella lo llenaban, quería amarla como nadie lo había hecho antes. La recostó sobre las blancas sábanas y besó con verdadera pasión ese cuerpo que sin ninguna restricción se abría ante él.
«Te amo» Dijo él sobre cada rincón que besaba con verdadera adoración.
Besos, caricias y suspiros era lo que predominaba en esa habitación Sus cuerpos se unieron en una hermosa danza de amor que bailarían hasta que ya no pudieran más.
El aire que entraba por la ventana de la habitación hacía que las cortinas flotaran como si fueran fantasmas en la noche; sin embargo, ellos estaban ahí enredados entre sábanas blancas sin inmutarse tan siquiera un poco. Solo estaban abrazados y exhaustos de tanto amarse.
Todo lo que ocurrió después lo resolvieron juntos. Vinieron días buenos y días malos, pero siempre tenían presente que lo debían resolver juntos.
Con la relación de ellos ya pública se sobrevino un nuevo juicio de custodia y alimentos sobre Terry; pues Susana arremetió con toda su furia. Fueron días duros para el castaño, pues esa mujer quería apartar a la pequeña Naty de la vida de su padre. Pero Candy estaba ahí para él, brindándole su apoyo incondicional.
Gracias a la intervención del prestigioso bufete de abogados del padre de Terry es que se pudo neutralizar todo cuanto Susana había hecho, incluso se pudo demostrar las acciones fraudulentas del señor Marlow y de cómo ella había sido cómplice y encubridora
–Gracias padre. Siento mucho que por mi causa se haya tenido que ventilar públicamente todo lo ocurrido al interior de la firma.
–No me agradezcas nada Terry. Me supiste demostrar tu inocencia al empezar de cero y alejarte de esa mujer. Ahora con orgullo puedo decir que eres mi hijo. Sé cuanto te debió costar hacer esa llamada para pedirme ayuda. Y aunque tú no me hubieses pedido ayuda, yo jamás habría permitido que mi nieta terminara en las garras de esa mujer.
Cuando la custodia de la niña fue retirada de Susana y entregada por completo a Terry, sobrevino un nuevo huracán sobre la pareja; pues antes de ser encarcelada dijo a los medios de comunicación que la señorita Candy White no era más que una zorra arribista. Esas declaraciones afectaron fuertemente el prestigio de la maestra que terminó por ser separada de su trabajo.
Bien dicen que no hay mal que por bien no venga y eso lo tenía muy claro Candy. A pesar de encontrarse desempleada buscaba la manera de solventar sus gastos. Su grupo de amigas fue de gran apoyo ya que ellas se encargaron de limpiar la imagen de la maestra ante sus amistades. Junto con Elena empezaron desde cero con la inauguración de su pequeña escuela y por supuesto sus primeros alumnos fueron la misma Natalia y los hijos de sus amigas más cercanas.
Sobre la colina donde Candy solía sentarse a esperar el atardecer se hallaba la pareja sentada a los pies de un frondoso árbol, pero en esta ocasión no estaban solos. Esa tarde una pequeña niña de 5 años revoloteaba alrededor de ellos jugando con un pequeño peluche al que llamaba Clin.
La pequeña de grandes ojos azules como los de su padre reía con auténtica felicidad
–¿No te parece el color más lindo del mundo? –preguntó ella
–Casi. Para mí el color más lindo que he visto es el verde de tus ojos cuando brillan de esa manera al mirarme.
Ella sonrió. No había día en que ese hombre no dejara de enamorarla con cada palabra, con cada caricia. Y es que el amor es así, es como una pequeña plantita a la cual hay que regarla todos los días para que florezca y no muera de sed.
–¡Mami Candy, mami Candy!
–¿Qué sucede mi amor chiquito?
–¿Cuándo llega mi hermanito?
–Muy pronto mi reina, pero tienes que esperar unos meses, aún está muy chiquito.
La niña se arrodilló y besó con extrema dulzura el vientre plano de Candy y ella con ternura acarició su castaña melena.
–¡Gracias papi!
–¿Y por qué me das las gracias, cariño?
–Por darme a mi mami Candy. –Sin decir más, la pequeña siguió su juego con aquel peluche que tanto adoraba.
Ella reclinó su cabeza en el pecho de su ahora esposo y se perdió en el varonil aroma que éste emanaba. Su embarazo había llevado sus sensaciones al máximo y el olor de su esposo sencillamente la volvía loca.
–Terry, ¿será que hoy puedo hacer uso de mi ticketera?
–¡Qué golosa te has vuelto señora Pecas!
–¡Terry! Además, Elena se ofreció muy amablemente a cuidar de Naty este fin de semana. Ella y Albert saldrán de paseo a Disney y no le ven gracia ir a un parque de diversiones sin un niño al qué consentir.
Una pequeña carcajada se escuchó en aquella colina.
–¡Vaya! Así que ya lo tenías todo fríamente calculado.
–Pues sí. Me declaro culpable.
Con un gesto seductor, el castaño sacó del bolsillo una pequeña libreta cuya función real era ser una ticketera. Muy cerca de su oído, musitó.
–Y dígame señora Pecas. ¿cuál ticket se le apetece hoy?
La rubia cerró sus ojos y mordió sus labios con tan solo pensar en lo que ese hombre le haría esa noche. Con un pequeño suspiro entre los labios, preguntó
–¿qué opciones tengo?
–Mmm, veamos. Hay cupones válidos por: sesión de masajes, abrazos en la sala, caricias en la bañera, besos en la cocina, y uno que me muero por cumplir que es el de lecciones especiales de manejo.
[risas] –Pues, sorpréndame señor Granchester con esas lecciones especiales de manejo.
La tarde moría y con ella los últimos rayos de sol bañaban a la fortalecida familia Granchester que felices bajaban de aquella colina que había sido testigo de su gran amor.
FIN
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