La dura verdad de aquella afirmación cayó sobre Candy como una avalancha. Terry había bailado con otra mujer, se había reído con ella... ¿Y qué? Aquel tipo de cosas eran totalmente habituales en una fiesta. ¿Por qué había reaccionado con tal intensidad? Terry había buscado una reacción y la había obtenido. Por mucho que quisiera negarlo, su reacción había sido increíblemente posesiva, con una mezcla de sentimientos y reacciones nacidas de años de ver fotos de Terry con otras mujeres y de leer sobre sus aventuras en las revistas de cotilleo. Su amiga Annie había sugerido que no era saludable que leyera aquellas revistas, y estaba en lo cierto, porque hacerlo había despertado en ella una faceta celosa de su personalidad que ni siquiera había reconocido por lo que era.
—Puede que me excediera en mi reacción —Candy pronunció aquellas palabras como si hubiera hablado en una lengua extranjera que le costara pronunciar. Fue un reconocimiento que costó caro a su orgullo. Por un momento sintió que estaba fuera de sí misma, preguntándose horrorizada por los absurdos celos que se habían apoderado de ella. ¿De verdad había estado dispuesta a sacrificar a Tyler por aquello?
Un tenso silencio se prolongó entre ellos. Candy miró el perfil clásico de Terry. Había preparado una escena para comprobar cómo reaccionaba a sus coqueteos, pero tendría que torturarla para obtener una disculpa por su parte. Lo odiaba, no sólo por lo que le había hecho, sino también por su capacidad para adivinar lo que le había hecho sentir. De pronto no quiso seguir pensando en el motivo de la locura que le había hecho perder por un rato su sentido común.
—Es los últimos días... todos los cambios que se han producido en mi vida... han supuesto una tensión increíble —murmuró con la cabeza gacha, pues su orgullo se estaba encogiendo ante la excusa que estaba utilizando.
—Por supuesto — asintió Terry con una inmediatez que sorprendió a Candy—. A veces te presiono demasiado — añadió en tono inexpresivo —.Pero no vuelvas a dejarme plantado.
Candy asintió. Terry la había presionado tanto que casi la había roto. Temió romper a llorar mientras las emociones que estaba experimentando giraban en su interior como un remolino. Debía hacer un esfuerzo por recuperar el control. Pero Terry pasó un brazo tras su cintura antes de que pudiera sellar las peligrosas grietas de su armadura mental. La intoxicante sensualidad de su boca se fundió con la de ella en un apasionado beso.
Candy se sumergió en aquel beso como un buceador en busca del aire. El deseo estalló en su cuerpo como una reacción en cadena. Sumergió los dedos en el pelo de Terry. Podía sentir cómo se acumulaba la pasión en su poderoso cuerpo, y la ropa que los separaba no bastó para impedir que sintiera la tensa protuberancia de su erección. La conciencia de su deseo le hizo imposible resistirse. Su sabor y su aroma se le subieron a la cabeza, dejándola aturdida y sin aliento. Terry la tomó por las caderas y le hizo sentarse en el borde de la cama, donde procedió a quitarle los vaqueros.
—Yo no puedo bailar salsa como esa pelirroja —se oyó decir Candy de pronto.
Con la respiración agitada, Candy era intensamente consciente de cada uno de sus movimientos. El roce de su semibarba contra la delicada piel de sus pechos le produjo un cálido estremecimiento.
—Te deseo... —admitió con voz ronca.
Terry alzó el rostro para mirarla. Sus ojos parecieron destellar.
—He muerto y he ido al cielo. Pensé que jamás iba a escuchar esas palabras de tus labios.
—Sólo llevamos juntos dos días.
— ¿Desde cuándo he sido un hombre paciente?—murmuró Terry a la vez que deslizaba una experta mano entre los muslos de Candy y comenzaba a acariciarla.
Candy echó atrás la cabeza y curvó la espalda. Una deliciosa y pesada lasitud se fue apoderando de sus miembros, seguida de una energética sensación erótica. Un delicado gemido escapó de entre sus labios cuando Terry utilizó la lengua para acariciar las cimas de sus excitados pechos. Instintivamente, comenzó a mover las caderas rítmicamente contra la sábana. Deseaba locamente a Terry, lo necesitaba.
Un segundo después Terry sumergió su erecta y palpitante hombría en ella. Una mezcla de conmoción e intensa excitación se adueñaron de ella. Cada empujón de Terry provocó una ardiente descarga en su cuerpo. El erótico placer de su dominio masculino le hizo perder el control, y gimió de placer, alentándolo con el sensual movimiento de sus caderas. La tensión y las emociones que había ido acumulando a lo largo del día estallaron en un increíble orgasmo que colmó su cuerpo de placer y la dejó vacía de energía.
— ¿Mejor? — murmuró Terry unos momentos después con ella entre sus brazos, mientras Candy sentía que no iba a poder moverse nunca más.
—Aun estoy flotando — susurró antes de pensárselo dos veces.
Terry se apoyó sobre un codo para mirarla.
—Entonces, ¿por qué sigues luchando contra mí? Tienes que dejar de hacerlo, pecosa. Enfadarme es mala idea.
Candy deslizó un dedo por el contorno de la preciosa boca de Terry.
—Cuando te enfadas pareces más humano y, por mucho que me esforzara, jamás lograría ser una mujer constantemente halagadora y sumisa.
—Tampoco es eso lo que quiero. Sé natural, sé tú misma... como solías serlo sin ni siquiera intentarlo.
Candy se puso pálida y apartó el rostro, consciente de que no podía volver a ser la joven que Terry estaba recordando. ¿Era eso lo que quería de ella? ¿Lo imposible? ¿Volver atrás en el tiempo? ¿Cómo podía volver a tener veintiún años y a sentirse enamorada por primera vez en su vida? El mero hecho de pensar en la posibilidad de volver a ser tan vulnerable le hizo sentir miedo. Volver a amar a Terry sería como comprar un billete directo al infierno.
—Si dejas de buscar problemas, pronto descubrirás que puedes disfrutar de lo que tenemos —dijo Terry con convicción—. Mañana volvemos navegando a Londres.
Pero Candy ya estaba recordando las locas semanas que pasó enamorada de él cuando tenía veintiún años. Todo el mundo se había pasado aquellas semanas advirtiéndole que Terry Grandchester perdería rápidamente su interés por ella. Su apetito por las mujeres bellas le había creado una intimidante reputación de rompecorazones. Sin embargo, Candy recordaba haberse sentido ridículamente feliz durante aquel periodo. No se había dedicado a repasar meticulosamente sus citas en busca de indicios de que Terry se estuviera planteando un futuro con ella, porque aquella posibilidad ni siquiera se le había ocurrido. Simplemente había adorado estar con él y se había dedicado a disfrutar del momento.
Terry la llevó a navegar muchas veces, y también a comer, y de picnic, casi siempre solos. No fueron a muchas fiestas ni clubes, y cuando lo hicieron no se quedaron mucho rato. Hablaban constantemente y Candy había sido siempre ella misma, pues en aquella época no sabía ser otra cosa. Por difícil que resultara creerlo ahora, había creído encontrar en Terry su alma gemela. La segunda vez que ella lo interrumpió cuando estaba empezando a hacerle el amor, se limitó a reír y no insistió para llevársela a la cama. Cuando la invitó al setenta y cinco cumpleaños de su abuelo se sintió muy halagada, pues sabía lo cercana que era la relación de Jack con su nieto.
Revisó en su mente aquella dolorosa y última tarde.
—Te quiero —le dijo Terry, y ella respondió con las mismas palabras.
Luego él la acusó de insinceridad, pero Candy fue totalmente sincera al pronunciarlas.
—Quiero que estemos siempre juntos. ¿Querrás casarte conmigo? —preguntó.
Continuará....